DÍA NOVENO
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano porO. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano porO. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
La sangre de Jesús llena el alma de paciencia
I. Apenas nace el hombre, cuando empieza a llorar; y una lágrima pende de su pestaña cuando muere. Señal evidente de que nuestra vida ha de ser acompañada siempre de sinsabores y miserias. Y en verdad la vida es tiempo de pruebas y no de placeres; pues aquí abajo debemos merecer la felicidad, que para siempre nos será dada en el cielo. ¿Pero quién nos animará a soportar los trabajos? ¿Quién nos consolará en las aflicciones? Jesús crucificado. Pensemos siempre en su sangrienta Pasión, y de esta manera seremos confortados en las angustias y desventuras.
II. Estando temeroso de pasar un torrente el ejército hebreo, Simón, su jefe, se arrojó primero al agua y con su ejemplo todos los demás pasaron, despreciando peligros y molestias (Macabeos, XVI, 6). Jesús, Dios nuestro, no sólo nació en una gruta y vivió fatigosamente en un taller; sino que además, entre dolores atrocísimos, derramó su Sangre por nuestro bien: ¿Y rehusaremos nosotros seguirlo en el padecer? En verdad su ejemplo no puede menos que animarnos al sufrimiento.
III. San Pedro de Verona, recluido en la cárcel por infame calumnia, acongojado oraba ante el crucifijo, el cual hablándole lo consoló con estas palabras: “Pedro, ¿qué mal he hecho yo para estar en la cruz?” (Marchese, Diario Dominicano, Vida del Santo, 29 de abril). Igualmente recibiremos nosotros de Jesús alivio en los trabajos y valor para padecer, si fijamos la vista en el mismo crucificado. El pensar que sufrió siendo inocente y que nosotros padecemos mucho menos de lo que hemos merecido; el reflexionar que no hemos vertido ni una sola gota de sangre por Él, que toda la suya la derramó por nosotros, ciertamente ha de confortarnos en sumo grado en nuestros padecimientos.
Ejemplo: Un hombre, habiendo dejado el mundo, se hizo religioso. Mas el demonio furioso de ver encerrado en el claustro a quien en medio del siglo fácilmente habría podido vencer, lo asaltó con vehementes tentaciones. Representábale el maligno que le sería imposible llevar una vida tan austera; y poniéndole ante la imaginación las comodidades de la casa paterna, y el duro lecho y pan negro del convento, trataba de persuadirlo a que sin tantas austeridades podía salvarse fuera de la religión. Combatido así por mil dudas, aquel fuese a orar a los pies del crucifijo; y en lo mejor de la oración, vio manar prodigiosa Sangre del sagrado costado, y oyó una voz que le decía: “Mira esta Sangre derramada por ti, acuérdate de ella en las austeridades y todo te será fácil y suave” (San Buenaventura Perfección de vida, c. 6). Feliz él, que siguiendo tal consejo soportó los rigores todos de la vida religiosa! Feliz también el que lo imite, pues con este medio sufrirá en paz toda tribulación.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
Obsequio. En toda contrariedad repetid: Hágase la voluntad de Dios.
Jaculatoria
La vida mía
¡Cuán penosa es!
Dame paciencia,
Sangre preciosa.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Jesús mío, cuanto habéis sufrido por mí! ¡entre cuán fieros tormentos habéis derramado vuestra Sangre por salvarme! ¡y a mí me agrada tan poco el padecer!
Y yo, que tantas veces he merecido las penas del infierno, ¿me quejaré de las breves tribulaciones de este mundo? ¿me lamentaré hasta de la más pequeña incomodidad? Pero si a vos no me asemejo en el padecer, ¿cómo podré entrar con vos en la gloria? Ah! De hoy en adelante quiero grabar en mi mente vuestra imagen, toda bañada de Sangre, para sufrir, animado por ella, toda tribulación. Sangre Preciosa, derramada entre las más acerbas penas, de vos espero las fuerzas para sufrir con paciencia en esta vida a fin de poder gozar en la otra.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario