viernes, 7 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 8

DIA OCTAVO





ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que continuamente estáis recibiendo de las creaturas humanas y en especial de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.

La Sangre de Jesús libra de los divinos flagelos

  1. Dios para librar a los hebreos del castigo con que iba a afligir a los egipcios (en cuyo país aquellos se hallaban), les ordenó que después de sacrificar un cordero, señalasen con su sangre, las puertas de las propias casa. En efecto, aquella noche, el Ángel del Señor mató a todos los primogénitos de Egipto, sin hacer daño alguno a los que habitaban las casas teñidas con aquella sangre. Ahora bien, si los hebreos, dice el Pontífice Pío IX, quedaron exentos del castigo común por la sangre, figura de Jesús; ¿Cuánto más esta valdrá para salvar a sus devotos de los divinos flagelos? ¿Por qué entonces lamentarnos de las desventuras? Recurramos a la Preciosa Sangre, lavémonos con ella y será para nosotros valiosísimo escudo contra los flagelos divinos.

  1. El profeta Ezequiel vio a seis ministros de la ira divina hacer estragos entre los ciudadanos de Jerusalén, perdonando sólo a aquellos cuya frente había sido macada con una cruz. Igualmente San Juan vio a los ángeles que al castigar al mundo, sólo perdonaban a los señalados que se habían lavado con la Sangre del Cordero Divino. En ambas visiones están figurados los amantes de la Preciosa Sangre, como privilegiados para quedar exentos de los divinos castigos. Feliz también en el tiempo, quien sea devoto de la Preciosa Sangre.

  1. Si el Señor justamente indignado contra nosotros nos castiga por las faltas cometidas, como un medio eficaz para aplacar su ira, ofrezcámosle la Preciosa Sangre, encendámonos de sincera devoción a ella, bañémonos en ella acercándonos con frecuencia a los sacramentos y veremos en el hecho como es gran verdad que la Divina Sangre de que estamos rociados, desarma el brazo de Dios y nos libra de sus justos flagelos.


Ejemplo: Sta. María Magdalena de Pazzis, era tan amante del crucifijo, que al sólo mirarlo era arrobada en éxtasis. Viendo una vez que del crucifijo corría por tierra mucha Sangre, exclamó: «Quisiera ser tierra para absorberla». Un día de carnaval, mientras marchaba en procesión junto con las religiosas para aplacar la divina justicia, a fin de obtener que suspendiera los castigos merecidos por tantos pecados que en dicho tiempo se cometían, vio a Jesús cubierto de Sangre, con la cual purificada se ofreció para padecer las mismas penas que Él y de este modo aplacar la divina indignación. En otra ocasión vio a Jesús coronado de espinas, que quería sustraer a los hombres ingratos su divina gracia, y ella, ofreciéndole igualmente el rostro de Él ensangrentado, trató de aplacarlo. Jesús mismo le ordenó que le ofreciera la Preciosa Sangre por los pecadores y haciéndolo ella, desarmó a menudo la Divina Justicia. Aquí tienes, oh, cristiano el remedio de tus males; ama y ofrece por ti mismo la Preciosa Sangre.

Se medita y se pide lo que se desea conseguir.


Obsequio. Postrados a los pies de Jesús, rogadle que, por su Sangre, os libre de los castigos merecidos por el pecado.

Jaculatoria

Por vuestra Sangre,
Cordero mío
Has de evitarme
Todo castigo.

Oración para este día

Razón tenéis ¡oh Señor! para castigarnos con repetidos flagelos, siendo tan grandes en número y malicia los pecados que de continuo cometemos. Empero, considerad lo que os ofrecemos, la Sangre de vuestro Unigénito; su vista aplaque vuestra justicia, desarme vuestro brazo y nos obtenga el perdón, puesto que arrepentidos detestamos nuestras culpas y proponemos su enmienda. Sangre de mi Jesús a vos me entrego todo, en vos confío, y rociado de vos ciertamente, me libraré de los merecidos castigos.

ORACION FINAL
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi, misericordia y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V: Señor nos redimisteis con vuestra sangre
R.: Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios


OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos, amén.













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