lunes, 24 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 25

DÍA VIGÉSIMO QUINTO




Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.



Amor de Jesús al dar su Sangre por nosotros
I. Cogido de feroz tempestad el rey Jerjes, después de haber hecho arrojar las demás cosas, dijo a los numerosos príncipes que formaban su séquito: «Persas, si me amáis, arrojaos vosotros mismos al mar para que alivianada la nave, pueda yo sano y salvo llegar al puerto» y todos al instante ejecutaron el deseo de Jerjes (Siniscalchi, Ejercicios de San Ignacio, Meditación de las dos banderas). Grande acto de amor fue este ciertamente, pero en comparación de lo que hizo Jesús por nosotros es nada. Puesto que aquellos eran súbditos que murieron por su rey, y si no, se hubieran por si mismos ahogado, habrían perecido en el naufragio; o si de éste hubieran escapado, habrían sido el blanco de la ira de Jerjes. Jesús, si no hubiera muerto, no habría sufrido daño alguno; y sin embargo, siendo el Señor del universo, dejó la vida en un mar de Sangre, por salvarnos a nosotros, vilísimas criaturas. ¡Oh amor verdaderamente sumo! ¿Y tú, corazón mío, no amarás a quien tanto te ha amado?, ¿no te encenderás de devoción hacia la Preciosa Sangre, derramada con tanto amor por tu causa?


II. Fijemos la mirada en Jesús crucificado: observemos ese cuerpo dilacerado de la cabeza a los pies, esas llagas tan profundas que dejan ver hasta los huesos, esa Sangre que brota a torrentes de todos lados, y reflexionemos que a tal extremo se ha reducido por nuestro amor. A nosotros, que somos los que hemos pecado, nos correspondían esas penas y esos dolores, y Él los ha cargado sobre sus hombros. ¿Puede darse mayor amor que éste? ¿Y podrás alma mía, quedar insensible en presencia de tanto amor, sin derretirte de afecto hacia aquel que te ha redimido a costa de su Sangre?


III. Santa Francisca Romana vio salir de las llagas del Salvador una cadena de oro ardiendo, juntamente con un precioso líquido y comprendió que ello significa el amor de Jesús, pronto a encender de caridad todos los corazones (Amico, Vida de la Sangre, libro IV, capítulo VII). Pues la vista de aquella Sangre, dice San Juan Crisóstomo, no puede menos que despertar sentimientos de amor (Con esta Sangre el alma se enciende, Homilía 61, de la sagrada participación de los misterios al pueblo antioqueño). Quien a tal vista permanece indiferente, quiere decir que tiene un corazón de piedra: si así no es el nuestro, hemos de rendir amor a quien por nosotros ha derramado toda su Sangre.


Ejemplo: Santa Catalina de Génova, desde pequeñita, oraba siempre delante de la imagen de Jesús, depuesto de la cruz en el seno de su afligida Madre, y la consideración de esas llagas y de la Preciosa Sangre que de ellas manaba, la inflamó de tanto amor celestial, que despreciando las cosas terrenas quería hacerse monja; más por su tierna edad, no fue admitida. Andando los años sus padres la colocaron en matrimonio, y en este estado, por las grandes tribulaciones que hubo de sufrir, contrajo no leve enfermedad. Como le aconsejasen que abandonara su vida penitente a fin de recuperar la salud, así lo hizo, pero en vez de alivio, experimentó mayor molestia. Acudió enseguida a la presencia de un sacerdote y para remedio de sus males pidió confesarse. Haciendo lo cual, recibió de Dios tal conocimiento de la malicia de la culpa, que entre un mar de llanto y dolor, fue constreñida a exclamar: «Amor mío no más pecados». Vuelta a casa se le apareció Jesús chorreando viva Sangre, y de tan indeleble manera, se grabó en su alma, que de allí en adelante no pudo ella en otra cosa pensar sino en Jesús bañado de Sangre; y cada objeto le parecía regado con la Sangre Preciosa. Mediante esos favores celestiales, consiguió perfecta tranquilidad su corazón y tanto se inflamó de amor divino que el fuego interior le translucía en el rostro. Tal amor, creciendo en ella cada vez más, la condujo a un alto grado de perfección. El año 1510, cayó enferma, fue arrebatada en éxtasis y cantando con voz dulcísima las últimas palabras de Jesús: «Señor, en tus manos encomiendo mi alma» se voló al santo paraíso (Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia, libro 83, y Breviario Romano, apéndice 22 de Marzo) ¡Oh muerte verdaderamente preciosa! ¡Oh cristiano, ama de veras también tú a la Preciosísima Sangre y también tú tendrás la suerte de acabar tus días con una tan feliz muerte!


Se medita y se pide lo que se desea conseguir.


Obsequio: Decid siete Gloria Patri a la Preciosísima Sangre de Jesucristo.


JACULATORIA


Sangre vertida
Con tanto amor,
De afecto inflama
Mi corazón.




ORACIÓN PARA ESTE DÍA


Señor mío crucificado ¿porqué estáis clavado en esa cruz? Por amor mío. ¿Por qué vuestro cuerpo está todo dilacerado, traspasados con clavos los pies y las manos, y perforada de espinas la cabeza? Por amor mío. Si, por amor mío os veo cubierto de Sangre de la cabeza a los pies. ¿Y quién soy yo para que tanto me améis? Una criatura vilísima, un ingrato que tanto os he ofendido. ¡Y sin embargo vos, sumo Dios, por mi os habéis reducido a tal estado! ¡Oh amor incomprensible, amor inmenso! ¿Y yo no me resuelvo aún a amaros? ¡Ah! Conmuévete al fin ingrato corazón mío y ama a quién te ha amado tanto: da todo tu amor a quién te ha dado toda su Preciosísima Sangre. Si, amaros quiero Jesús mío, y amaros siempre en todo el resto de mi vida, para tener la suerte de amaros eternamente en el cielo.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.







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