DÍA VIGÉSIMO CUARTO
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
La Sangre de Jesús aviva nuestra esperanza
I. El demonio al principio nos instiga a pecar con el pretexto de que la misericordia divina es infinita, y después del pecado nos empuja hacia la desesperación, mostrándonos como imposible que Dios nos perdone tan graves excesos. No nos dejemos vencer de tales engaños, que son la ruina de muchos, antes bien hagamos cuanto nos enseña San Juan: Hijitos míos, dice, no pequéis, y si ya habéis pecado, arrepentidos volved a Dios; puesto que tenemos por abogado cerca de Él a Jesús mismo, que ha dado su Sangre por salvarnos (San Juan, II, 1,2). Esta Sangre intercede por nosotros. ¿Qué podemos temer entonces? Si nos arrepentimos de corazón, es seguro el perdón.
II. Jesús nunca ha rechazado de sí al pecador arrepentido, sino que siempre como padre piadoso, ha abrazado al hijo pródigo. Más aún, cual amante pastor ha venido del cielo a la tierra en busca de la oveja descarriada, y ha derramado su Sangre por salvarla. Llenos, pues, de confianza, postrémonos a sus pies a llorar las culpas pasadas, aunque enormes e innumerables, seguros de que no nos ha de negar el perdón, quien no nos ha negado su Sangre.
III. No pocas veces pone el demonio, aún en el corazón de los justos, vanos temores y desconfianzas acerca de su salvación eterna. Más tales tentaciones luego se vencerán reflexionando sobre lo que dice San Pablo: “Justificados por la Sangre de Jesús, por la misma seremos salvados de la ira divina” (San Buenaventura sobre San Lucas XXII, 44). ¿Cómo se puede dudar, dice San Agustín, de que Jesús nos quiere salvar, cuando para obtenernos el paraíso, ha muerto y ha derramado su Sangre? (Seguridad nos dio Dios, donde se derramó la Sangre del Señor. Comentario sobre la Epístola Primera del Apóstol San Juan). ¡Ah! Confiados prosigamos viviendo rectamente, que por los méritos de la Sangre Preciosa seguramente nos salvaremos.
Ejemplo: El beato Santiago de Bevagna, habiendo recibido de su madre dinero para que se mandara hacer un traje, lo gastó, en cambio, en adquirir un hermoso crucifijo; a cuyos pies pasaba largas horas, y los viernes la noche entera, meditando sus penas. Enfurecido el infierno, lo asaltó con terribles tentaciones, incitándolo a desesperar de la propia salvación; pero él, rezando ante su crucifijo, quedó victorioso. Como que la santa imagen, manando prodigiosamente Sangre del costado, lo roció todo, diciéndole: “Santiago, sea para ti esta Sangre señal segura de salvación”. Por lo cual aquél vivió siempre amante de la Preciosa Sangre, y después que murió, mientras se le hacían los funerales, se oyó una voz que dijo: “No hay necesidad de sufragios, porque está en el Cielo” (Marchese, Diario Dominicano, Vida del Beato, 22 de Agosto). Alma tentada del demonio a desesperarte, imita al beato Santiago en el amor a la Preciosa Sangre, y cesará en ti todo vano temor acerca de tu eterna salud.
Se medita y pide lo que se desea conseguir.
Obsequio: Haced alguna obra de misericordia a vuestro prójimo.
Jaculatoria
Dadme, Dios mío,
Al Cielo ir,
La Sangre vuestra
A bendecir.
Oración para este día
Dios mío, si vuelvo los ojos a mi vida pasada, la veo toda sembrada de pecados; si miro al presente mí conciencia, oh, qué reproches yo siento; si pienso en el futuro, oh, qué temor de nuevas caídas experimento, en razón de mi comprobada fragilidad: ¿qué esperanza puedo entonces abrigar de mi eterna salvación? ¡Ah, Sangre Preciosísima de mi Jesús, vos sois mi única esperanza! Aunque son grandes mis pecados, mucho más valéis Vos, que los habéis reparado por mí; si es extrema mi debilidad, vuestra potencia es suma; si son excesivas mis faltas, son de infinito valor vuestros méritos. Por Vos, pues, seguro del perdón, lloro y detesto mis pecados; y en Vos confiado, me propongo empezar y seguir una buena vida; después de la cual, mediante vuestros méritos, espero el premio eterno del Cielo, que con vuestra efusión me habéis obtenido.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
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