martes, 25 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 26

DÍA VIGÉSIMO SEXTO





Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


La Sangre de Jesús es fuente de misericordia


I. Conducida por los escribas y fariseos, a la presencia de Jesús, una pecadora, a fin de que fuera condenada a ser lapidada, éste les dijo: «Quien de entre vosotros sea inocente, tire la primera piedra». En seguida con sus divinos dedos, se puso a escribir sobre la tierra, los pecados de ellos; por lo cual, llenos éstos de confusión, se marcharon (San Jerónimo, Diálogo contra Pelagio, Libro II). Habiendo quedado sola, turbada y compungida, la pecadora, Jesús le dijo: no temas que yo te perdono, pero cuida de no volver a pecar (San Juan, VIII). No sólo en este caso, sino frecuentemente, el Dios humanado trataba con benignidad a los pecadores, diciendo que él “no había venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (San Marcos, II, 17) ¡Tanta era su bondad hacia ellos! Alma pecadora, corre pues llena de confianza a los pies de tu Señor, y lo hallarás que está pronto a lavarte con su Sangre.

II. Mirad cuán grande, dice San Pablo, es la bondad del Señor para con nosotros; que siendo sus enemigos, ha muerto por nosotros y con su Sangre nos ha santificado y vuelto a la gracia de su Padre celestial (Romanos, V, 9,10). Todavía más, Jesús no sólo ha dado la vida y la Sangre por los pecadores, sino que estando clavado por ellos en la cruz, en el preciso momento en que sorteaban su túnica, lo insultaban y blasfemaban. Él, todo piedad y misericordia pidió a su Padre perdón para sus crucifixores. ¡Oh bondad, oh misericordia verdaderamente suma! A tal reflexión no habrá nadie por cierto, que pueda dudar del perdón, por más cargado que esté de los más enormes e innumerables delitos. Ven pues, oh pecador, a lavarte en la Sangre que Jesús ha derramado por ti, y tu alma se tornará cándida como la nieve, porque de tu corazón será borrada toda culpa.


III. Amaos unos a otros, ha dicho Jesús, como yo os he amado (San Juan, XV, 12). Él nos ha amado a nosotros, aunque pecadores y por tanto sus enemigos; es necesario por consiguiente, que también nosotros amemos a nuestros enemigos. ¿Y cómo podremos no amar al ofensor, dice San Agustín, habiendo sido ambos redimidos con la misma Sangre de Jesús? (Homilía 40, Sermón 211, Dominica V de Cuaresma, c. V.) Recordemos que éste le dijo claro: si no perdonáis, no seréis perdonados (San Mateo, VI, 15). Por esto, si queremos obtener de Dios el perdón de nuestras culpas, que Jesús nos ha merecido con la efusión de su Sangre, por amor de esta misma Sangre, debemos perdonar y amar a quien nos ha ofendido.


Ejemplo: Santa Rita de Casia, unida en matrimonio a un hombre absolutamente diverso de ella, tuvo que padecer innumerables maltratos y aún golpes de aquel; pero la vista del crucifijo, la hizo sufrir todo con invicta paciencia; hasta que mediante sus ruegos y sufrimientos, Dios convirtió al marido. Habiendo sido éste asesinado, aunque estaba por ello sumamente apenada, perdonó por amor de Jesús crucificado, a los asesinos, y consiguió que sus hijos también los perdonaran, mostrándoles el crucifijo. Muertos los cuales ella, ofreciéndolos a Dios, se hizo religiosa Agustina. Escuchando el sermón de Pasión, de labios de Santiago de la Marca, se conmovió de tal manera, que postrada a los pies del crucifijo, le pidió con insistencia, que la hiciese probar alguna de sus penas, y fue escuchada. Pues una espina separada de la corona del Redentor, fue con ímpetu a clavarse en su frente, dejándole en ella una llaga profunda y dolorosa, que la atormentó toda la vida. Después de cuatro años de cruel enfermedad, (durante la cual, rogada a que tomase un poco más de alimento, respondió: «Mi alma, aplicada a las llagas de Jesús, se nutre con otro alimento»), suavemente murió, y su alma fue vista volar al paraíso (Lorenzo Tardi, Vida de la Santa) ¡Bienaventurado el que la imita, pues tendrá la misma suerte!


Se medita y se pide lo que se desea conseguir.


Obsequio: Por amor de Jesús crucificado, perdonad cualquiera ofensa que se os haya hecho.


JACULATORIA


Por vuestra Sangre
Señor, salvad
Los pecadores,
Que tanto amáis.


ORACIÓN PARA ESTE DÍA


Misericordioso Padre mío, he aquí a vuestros pies al hijo pródigo, que arrepentido vuelve a Vos. Yo he venido de Vos y Vos habéis venido en mi busca con tantas inspiraciones que me habéis dispensado. Os he ofendido y me habéis ofrecido el perdón. He vuelto de nuevo a ofenderos y de nuevo me habéis abierto los brazos para estrecharme contra vuestro corazón. ¡Oh bondad infinita! ¿Quién podrá resistir a tamaño amor vuestro? Al fin me habéis vencido, oh divina misericordia: he aquí a vuestros pies la oveja descarriada resuelta a no apartarse jamás de vos. Lavadme querido Padre mío con Vuestra Sangre, tantas manchas, y por los méritos de la misma, dadme la gracia de amaros siempre y de no más ofenderos. Ya que también yo por amor vuestro, perdono y amo a quien me ha ofendido, siendo éste también un alma redimida con vuestra Preciosa Sangre.



ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.









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