DÍA DECIMOCUARTO
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
La Sangre de Jesús suministra fuerza espiritual en la confirmación
I. Estando los apóstoles entregados a la oración el día de Pentecostés, oyeron de repente un gran ruido, semejante a un trueno y huracán; y en medio de tal torbellino, vieron resplandecer lenguas de fuego, las cuales, posándose sobre sus cabezas, los llenaron del Espíritu Santo. Este les comunicó tanta fortaleza, que predicaron la fe a costa de tormentos y la muerte, y tanta sabiduría que pudieron vencer a los enemigos de la verdad y de la justicia. Lo mismo se verifica de un modo invisible en el sacramento de la confirmación. En el se recibe realmente al Espíritu Santo, que infunde la gracia de confesar la fe y vencer las acechanzas de nuestros enemigos espirituales (San Alfonso, Teología moral. De la confirmación num. 169). ¡Oh dones verdaderamente inefables! Por esto debemos rendir siempre honor y gloria a la Preciosa Sangre que nos los ha reportado.
II. La preciosa Sangre nos ha obtenido el Espíritu Santo con sus dones en la confirmación. Como que por ella hemos sido reconciliados con Dios y por ella el Espíritu de Dios se comunica a nosotros, como observa San Juan Crisóstomo (S. Juan VIII,3 9; San Juan Crisóstomo, homilía I de pentecostés, u homilía 50 sobre San Juan). En efecto, antes de que Jesús la derramase, el Espíritu Santo no bajó a la tierra; lo que es señal evidente de que su venida es fruto de la Sangre Preciosa (Para que se supiera que este don del Espíritu Santo es fruto de la pasión de Cristo. A. Lapide, comentario sobre San Juan VIII,39). Muy justo es, entonces, que amemos a esta Sangre tan benéfica para con nosotros.
III. ¿Qué caso hemos hecho hasta ahora de la gracia del Espíritu Santo? ¡Gran Dios! Cuántas veces no hemos tenido reparo en perderla para desahogar viles pasiones; otras veces por miedo de ser despreciados, nos hemos avergonzado hasta de mostrarnos católicos y hemos consentido discursos contrarios a la religión y a la virtud, u omitido hacer el bien. Ea, no seamos en adelante tan ingratos para con la Preciosa Sangre, no entristezcamos más al Espíritu Santo, que a tan caro precio Jesús nos ha deparado.
Ejemplo: La beata Margarita María de Alacoque, siendo jovencita, al despojarse de sus atavíos, vio a Jesús herido y ensangrentado, que le dijo: «ingrata, mira como me has puesto con tus vanidades». Lloró ella a tal vista y tales palabras, pero ni aún así logró ella desasir su corazón de aquellas fruslerías, ni vencer el respeto humano que contra su voluntad hacia recibir visitas, y pagarlas, con desmedro de su espíritu. Finalmente se decidió a entregarse a Dios; y recibida la confirmación, con la gracia en ella dada, venció los obstáculos que durante dos años le había opuesto el mundo, y se hizo religiosa. En tiempo de carnaval, se le apareció Jesús cubierto de heridas, cargando con la cruz y manando Sangre que le corría por todos lados, y adolorido le dijo: « ¿No habrá nadie que tenga piedad de mí y se compadezca de mi dolor? He aquí el lamentable estado a que me reducen en este tiempo los pecadores». Otra vez que se le apareció la invitó a plantar en su corazón la cruz que él, destilando Sangre, llevaba sobre la espalda. Y ella abrazándose de la cruz, sostuvo la áspera guerra que el mundo, el demonio y la carne le hicieron hasta su muerte. Después de la cual voló al cielo, a recibir la corona merecida por sus victorias (Languet, Vida de la Beata. Traducida del francés). Alma cristiana, imita a esta santa, soportando las cruces y venciendo el respeto humano y ganarás el cielo. No hay que desanimarse: Jesús que te ha dado además de su Sangre, también el Espíritu Santo, no te dejará sucumbir con tal que cooperes a su gracia.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
Obsequio: Vencer todo respeto humano al practicar el bien.
Obsequio: Vencer todo respeto humano al practicar el bien.
Jaculatoria
Por tanta Sangre,
Rey de la gloria,
Del mundo dame
Lograr victoria.
Oración para este día
Es verdad, Jesús mío, que terribles enemigos me combaten a fin de hacerme perder vuestra gracia; pero también es verdad que son mayores los auxilios que me habéis procurado por los méritos de vuestra Sangre. Habéis llegado hasta a darme el Espíritu Santo en el sacramento de la confirmación; comportado con el cual, habría podido yo siempre triunfar de mis enemigos, y sin embargo ¡Cuántas veces me he dejado vencer de ellos, por no haberme aprovechado de la gracia que entonces me fue dada! ¿Qué desprecio no ha sido este para vuestra Sangre, que me lo ha obtenido? Confieso mi error ¡oh Jesús mío!, y en adelante propongo valerme siempre de tan excelso don: resistiré a mis enemigos espirituales con la ayuda de la gracia que me ha dado el Espíritu Santo.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
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