DÍA DECIMOQUINTO
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
La Sangre de Jesús se nos da de bebida en la comunión.
I. Al mismo tiempo que los hombres trataban de prender a Jesús para condenarlo a muerte, éste, abrasado de amor, nos daba en la última cena su cuerpo y Sangre con la Eucaristía. Bien preveía que algunos lo recibirían sacrílegamente, que otros despreciarían y aún herirían la hostia consagrada, y otros negarían su presencia real en ella; y sin embargo no se abstuvo de quedarse en el Santísimo Sacramento por amor nuestro. ¡Y tantos dejan pasar días enteros y aun semanas, sin visitar a Jesús sacramentado! Alma devota, al menos tú ven con frecuencia a hacer compañía al amante Señor, que día y noche está encerrado en el tabernáculo por nuestro amor.
II. La sierva de Dios, Dominga del Paraíso, pequeña todavía, pedía la gracia de poder comulgar, y Jesús para consolarla, le destiló en la lengua una gota de su Sangre (Marchese, Diario Dominicano, Vida de la Sierva de Dios, 5 de agosto). A nosotros, el amante Señor nos quiere dar no solamente su Sangre en bebida, sino también su cuerpo en comida, y nos invita, diciendo: Venid, comed mi pan, bebed el vino que os he preparado (Proverbios, IX, 5); y sin embargo ¡cuán pocos se acercan a esta mesa celestial! La mayor parte de los cristianos, por un vil respeto humano, para evitar una pequeña molestia, o por otra frívola causa, omiten comulgar; y muchos, por no dejar el pecado, dejan la comunión, y se contentan con estar unidos al demonio y no a Dios, ¡que execrable iniquidad!, ¡qué monstruosa ingratitud! Ea, siquiera nosotros comulguemos a menudo, contentemos a Jesús, que declara hallar sus delicias en estar con los hijos de los hombres (Proverbios, VIII, 31).
III. La planta que no es regada, se seca; y el alma que no es alimentada por la Sangre Preciosa, se pierde (San Juan, VI, 54). Pues esta Sangre divina, recibida en la comunión, borra los defectos que se cometen por fragilidad, preserva de caer en culpas mortales, da la victoria contra los enemigos espirituales (Mediante la Sangre de Cristo bebida, se vencen los enemigos espirituales… La Sangre de Cristo destruye el ardor de la concupiscencia y de la ira. San Buenaventura, de Eucar. Sermón 30), y haciéndonos vivir santamente, nos conduce al paraíso. Por tanto, si queremos salvarnos con seguridad, debemos embriagarnos con la Sangre Preciosa, recibiéndola a menudo, con pureza de corazón; en la Santa Comunión.
Ejemplo:
Santa Liduvina, siendo hermosa, aunque pobre, fue pedida para esposa por un hombre rico. Más ella, deseando pertenecer a Jesús y no a los hombres, rogó al Señor que la librara de aquel paso; y lo obtuvo mediante una enfermedad que la volvió pálida y macilenta. Todavía más, apenas curada de esa, le sobrevino otra enfermedad que la convirtió en una asquerosa llaga de pies a cabeza. Exhortada por un sacerdote a meditar en Jesús crucificado para animarla a sufrir con paciencia, respondió que no podía hacerlo por agudeza de sus dolores. Entonces llevóle aquél la santa comunión, la cual, apenas recibida por la sierva de Dios, le infundió tal afecto hacia la divina pasión, que desde entonces ella no supo hacer otra cosa que meditarla con la más tierna compasión. Jesús para encender todavía más tal devoción en ella, la llevó a ver los santos lugares, donde él derramó por nosotros su Sangre Preciosa, la dio a besar sus divinas llagas, y se le apareció crucificado, derramando Sangre, en medio de una partícula de luz.
Su padre al ver que salía una gran claridad de la habitación donde ella estaba enferma; entró, y atónito ante tal prodigio llamó a los demás y mandó en busca del párroco; llegado el cual, tomó aquella milagrosa partícula y la consumió. Continuando aquella en el ejercicio de meditar la pasión de Jesús y comulgando a menudo, venció muchas tentaciones, y sufrió con paciencia, durante treinta y ocho años, su dolorosa enfermedad, y después voló al cielo (Lorenzo Surio, Historia de los Santos, 14 de Abril, Apendice).
Imita, ánima mía, a esta santa, recibiendo a menudo la Sangre de Jesús en la comunión, y meditando con frecuencia como fue derramada en la pasión, y con tan fácil medio saldrás victoriosa de las tentaciones, obtendrás paciencia para las tribulaciones de esta vida, y la eterna gloria en la otra.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
Obsequio. Recibid la comunión lo más pronto que podáis, en honor de la Preciosísima Sangre.
Jaculatoria
Sangre dulcísima
del Redentor,
Riega a menudo
mi corazón
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh Jesús mío, que incomprensible es vuestro amor hacia mí! No contento con haber derramado vuestra Sangre para salvarme, me la habéis dejado también como bebida en la comunión! Un Dios viene a unirse a una miserable criatura y a habitar en un alma que tantas veces lo ha ultrajado! ¿Y cómo Jesús mío, podré yo quejarme de mi debilidad y de las fuerzas de mis tentaciones, si vos, que sois la omnipotencia y la fuerza misma, estáis pronto a venir a mí cada vez que yo quiera comulgar?
¡Oh Sangre Preciosísima, vida, sostén y victoria mía, quiero recibiros a menudo en mi corazón; porque unido a vos triunfaré ciertamente de toda tentación y me conservaré siempre en vuestra gracia.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh Jesús mío, que incomprensible es vuestro amor hacia mí! No contento con haber derramado vuestra Sangre para salvarme, me la habéis dejado también como bebida en la comunión! Un Dios viene a unirse a una miserable criatura y a habitar en un alma que tantas veces lo ha ultrajado! ¿Y cómo Jesús mío, podré yo quejarme de mi debilidad y de las fuerzas de mis tentaciones, si vos, que sois la omnipotencia y la fuerza misma, estáis pronto a venir a mí cada vez que yo quiera comulgar?
¡Oh Sangre Preciosísima, vida, sostén y victoria mía, quiero recibiros a menudo en mi corazón; porque unido a vos triunfaré ciertamente de toda tentación y me conservaré siempre en vuestra gracia.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
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