DESTINADO A HONRAR EL DOLOR DE MARIA EN LA PROFECÍA DE SIMEON
VIRGEN DEL VALLE, MIGUEL ÁNGEL
GONZÁLEZ JURADO.
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Cuando
José y María penetraban llenos de júbilo en el sagrado recinto
llevando las palomas del sacrificio, un santo anciano llamado Simeón
se sintió iluminado por una inspiración divina. Bajo los pobres
pañales del hijo del pueblo reconoció al Mesías prometido; y
tomándolo de los brazos de su Madre, lo levantó en alto, inundadas
sus rugosas mejillas por lágrimas de gozo. Dirigióse en seguida a
María, y después de un largo y triste silencio, la dijo con voz
profética: «Tu alma será tras pasada con una espada de dolor»,
porque este niño será el blanco de las persecuciones de los
hombres.
A
la luz de esta siniestra profecía, vio la dolorida Madre el cuadro
sombrío de la pasión de su Hijo. Ella inclinó suavemente la
cabeza, como una caña se dobla al soplo de la tempestad, y sintió
que una espada de doble filo se introducía en sus entrañas de
madre. Desde ese momento, toda felicidad concluyó para ella, y
aceptando sin quejarse la disposición divina, acercó sus labios al
cáliz que bebería durante su vida entera. Cuando estrechaba a su
Hijo amorosamente entre sus brazos, y lo colmaba de maternales
caricias, las palabras de Simeón venían a derramar gotas de hiel en
la copa de sus goces de madre. No le fue con cedido a María lo que
es dado a todas las madres: gozar en paz del amor de sus hijos e
indemnizarse de los rigores de la suerte con una sonrisa amorosa de
sus labios entreabiertos por la inocencia. Ella veía a todas horas
escrita en la frente de Jesús la sentencia de muerte que los hombres
habían de fulminar contra él en recompensa de sus beneficios. Esa
idea lúgubre la sorprendía en el sueno, la molestaba en las
vigilias, la perseguía durante el trabajo y la perturbaba durante
las escasas horas del descanso. ¡Ah! ¡La túnica de Jesús, tejida
por sus propias manos, antes de ser tenida con la sangre del Hijo,
fue empapada en las lágrimas de la Madre!...
Los
tormentos de los mártires, los rigores de los penitentes, las penas
interiores de las almas atribuladas nada tienen de comparable con
este dolor. Los mártires sufrieron por un momento, pero María
sufrió durante su vida entera. Sin embargo, a esos presagios
siniestros, a esas imágenes sombrías y desgarradoras, ella opone
una fe generosa y una resignación heroica. Adora de antemano
los designios de Dios y saluda con efusión la hora de la salvación
del linaje humano efectuada por los padecimientos del hijo de sus
entrañas. Hija ilustre de Abrahán, ella se prepara a trepar a la
montaña del sacrificio, a aderezar el altar y a poner fuego al
holocausto. Todo eso era preciso para la salud del mundo y exigido
por la gloria de Dios, y no trepida un momento en sacrificarse con
tal de dar cima a tan gloriosas empresas.
En
su largo y prolongado martirio soporta do con tan heroica
resignación, María nos en seña a sufrir y a sobrellevar con
alegría la cruz de los pesares de la vida. La verdadera gloria y el
verdadero mérito se fundan principalmente en el sufrimiento y en la
cruz. El sacrificio es la corona y el perfume del amor, y quien ama a
Dios no puede menos que resignarse a los trabajos y penalidades
a que so mete la virtud de sus siervos y prueba los quilates del amor
que le profesan. Quien ama a Dios anhela sufrir por él para darle la
prueba de la firmeza de su amor. Servir a Dios en medio de los
consuelos es servirlo por interés y amarlo sin merecimientos. Por
eso las almas amadas de Dios son las que arrastran una cruz más
penosa, porque él se complace en habitar cerca de los que padecen.
Se engaña quien crea alcanzar el cielo sin sufrir. Después que
Jesucristo y después que María alcanzaron el triunfo a fuerza de
padecer, ningún elegido podrá conquistar la victoria sino
padeciendo. Si queremos ser los discípulos de Jesús, es preciso que
tomemos su cruz y marchemos sobre sus huellas ensangrentadas, pues no
seria justo que el discípulo fuera de mejor condición que el
Maestro.
El
sacrificio es necesario, porque sin él la santificación es
imposible. El hombre que no se somete a esa ley imperiosa, renuncia a
su felicidad, que no puede obtenerse sino a costa del sufrimiento.
Por más que trabajemos, la desgracia y los pesares nos seguirán a
todas partes como nuestra propia sombra. El rey en su trono, el rico
en sus palacios, el labriego en su rústica morada, el menesteroso
bajo su techo de paja están asediados de penalidades. Dios lo ha
dispuesto así para que no nos ha gamos la ilusión de que la tierra
es el paraíso y de que esta aquí el término de la jornada. Y bien,
si nadie esta exento de padecer, ¿cómo es que no hacemos provechoso
el sufrimiento, aceptándolo con resignación y con espíritu de
penitencia? ¿Cómo es que el dolor nos arranca injustas quejas y nos
sumerge en la desesperación? No nos quejemos y desesperemos cuan do
sobrevengan sobre nosotros las olas de la tribulación; levantemos al
cielo nuestros ojos llorosos en busca de consuelo, de resignación y
de fuerza; pero al mismo tiempo bendigamos a Dios, que nos concede
los medios más seguros para alcanzar la posesión de la felicidad y
que nos permite de esa manera asemejamos a Jesús y a María.
EJEMPLO
María, Arca de paz y alianza eterna
Uno
de los testimonios más espléndidos de predilección en favor de sus
devotos, dados por María en la serie de los siglos, es la
institución del Santo Escapulario del Carmelo.
Cuando
los solitarios que vivían desde la mas remota antigüedad en la
célebre montaña del Carmelo se vieron obligados a trasladarse a
Europa a causa de las hostilidades de los Sarracenos, ingresó en su
piadoso instituto un varón ilustre llamado Simón Stok, que bien
pronto llegó a ser el mayor ornamento de la Orden.
Deseoso
desde muy niño de la perfección evangélica, fue transportado por
el espíritu de Dios a la soledad de un desierto, a la edad de doce
anos, donde tuvo por celda y santuario la concavidad de un añoso
tronco carcomido por el tiempo.
Treinta
y tres anos hacia que moraba, desconocido de los hombres, en aquella
apartada soledad, cuando una revelación de la Santísima Virgen, de
quien era enamorado devoto, le hizo saber el arribo de los ermitaños
del Carmelo a las playas de Inglaterra y el deseo que ella abrigaba
de que ingresase en esta orden tan grata a sus maternales ojos.
Admitido
entre los solitarios del Carmelo, creció su entusiasmo por María y
su celo por dilatar su culto y hacerlo amar de los hombres. Elevado
mas tarde al rango de Superior general de la Orden, suplicó durante
muchos años a María que atestiguase su predilección por sus hijos
del Carmelo con alguna gracia que atrajese a su regazo mayor número
de devotos. Al fin accedió María a las instancias de su
siervo, y un día que oraba fervorosamente al pie de su venerada
Imagen, vio abrirse el cielo y descender a su celda la Reina de los
ángeles, resplandeciente de luz y de belleza.
Traía
en sus manos un escapulario, y poniéndolo en las de Simón le dijo
con amorosa sonrisa: -«Recibe, amado hijo, este escapulario para ti
y para tu Orden, en prenda de mi especial benevolencia y protección
- Por esta libren se han de conocer mis hijos y mis siervos; en él
te entrego una señal de predestinación y una escritura de paz y
alianza eternas, con tal que la inocencia de vida corresponda a la
santidad del habito. El que tuviere la dicha de morir con esta
especial divisa de mi amor no padecerá el fuego eterno, y por
singular misericordia de mi Divino Hijo gozara de la
bienaventuranza.»
Basta
considerar estas palabras para comprender que la Santísima Virgen
distingue a los hijos del Carmelo con una especial predilección
entre todos los redimidos con la sangre de su Hijo. Ella ha firmado
una escritura de paz y alianza eterna: es decir, una promesa de
protección que se extiende hasta las regiones de la eternidad, con
tal de que por su parte procuren evitar el pecado, los que visten el
Escapulario.
Y
como si esto no bastase, todavía añadió una nueva promesa en favor
de los carmelitas, hecha al Papa Juan XXII.
Este
insigne devoto de María y decidido protector de la Orden carmelitana
fue favorecido con una aparición de la Santísima Virgen en la que
le dirigió estas palabras: «Yo, que soy la Madre de misericordia,
descenderé al Purgatorio el primer sábado después de la muerte de
mis cofrades, los carmelitas y libraré de sus llamas a los que estén
allí, y los conduciré al monte santo de la vida eterna.”
¿Quién
será el hijo de María que, sabedor de los insignes privilegios de
que esta revestido el santo Escapulario deje de revestir con él su
pecho como con un escudo de protección?
JACULATORIA
Fuente
de todo consuelo,
envíame
desde el cielo
tu
maternal bendición.
ORACIÓN
¡Oh
María! la más atribulada de las madres, permitid que nos unamos en
este día a los dolores que experimentó vuestro Corazón desde el
momento en que os fue anunciada la amarga suerte de vuestro Hijo. Vos
sois bella y amable desde vuestra aurora, ya sea que llevéis en
vuestros brazos a éste divino niño cuyas gracias os embellecen, ya
sea que seáis glorificada en el cielo entre los resplandores de la
gloria; pero más bella y más amable aparecéis a nuestros ojos,
cuando os contemplamos sumergida en un mar de angustias y pesares y
cuando vemos que dolorosas lágrimas inundan vuestros ojos. ¡Es tan
dulce para el que sufre encontrar en el objeto de su amor y de su
culto los mismos dolores y las mismas penas! Virgen afligida,
nosotros tenemos en Vos una madre que ha compartido sus lágrimas con
nosotros y que ha acercado a sus labios una copa mas amarga que la
nuestra. Vos habéis sido víctima del dolor, por eso sois tan
misericordiosa; y como sabéis por experiencia lo que es el
sufrimiento, sabéis compadeceros de los que sufren, ofreciéndoles
vuestros consuelos. Oh María! alcanzadnos de vuestro Hijo la gracia
de la resignación para soportar con santa alegría las aflicciones,
los pesares, las miserias y las desgracias de la vida, a fin de
unirnos a Vos y mezclar con los vuestros nuestros dolores y
merecimientos, y para que, llorando en vuestra compañía, podamos
alcanzar también las recompensas que están reservadas a los que
padecen con verdadero espíritu de penitencia. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Rezar siete Salves en honra de los dolores de María, pidiéndole que
nos enseñe a sufrir con fruto.
2.
Hacer un acto de mortificación de los sentidos uniéndose a los
dolores de María.
3.
Sufrirlo todo de todos sin incomodarse ni quejarse.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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