CONSAGRADO
A HONRAR EL SEXTO DOLOR DE MARIA
LONGINOS, FRA ANGÉLICO.
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
La
muerte habla puesto término a los dolores de Jesús, pero no así a
los de María. Los judíos querían que el sagrado cuerpo del
Salvador fuese bajado de la cruz para que el sangriento espectáculo
del Calvario no turbase la solemnidad del siguiente día, que era el
de Pascua. Con este fin, poco después de haber espirado, presentase
allí un grupo de soldados que empuñaban aceradas lanzas. A la vista
de aquella soldadesca indisciplinada, María que tenía aún fijos
sus ojos en el ensangrentado cadáver de Jesús se siente estremecer,
sospechando la ejecución de alguna nueva barbarie. ¿Qué vais a
hacer, desapiadados verdugos? Ese hombre ha muerto ya; respetad al
menos sus mortales despojos, dejad siquiera ese mezquino consuelo a
su pobre madre.-Esto les diría la desconsolada Señora, cuando un
soldado levantando en alto su lanza, la enristra contra el desnudo
costado del Salvador. Con la violencia de tan rudo golpe, estremécele
la cruz, tiembla el exánime cadáver y gruesas gotas de sangre y
agua desprendidas del corazón de Jesús caen a la tierra. Eran las
postreras gotas que quedaban en el sagrado cuerpo, era su corazón la
única parte que había conservado sana.
María
lanza un grito de angustia; pero la punta de la lanza había
penetrado ya en el corazón divino y lo había dividido en dos
partes. Esta fue, dice San Bernardo, la espada que le profetizó
Simeón, no de acero, sino de dolor. Porque en los demás dolores
tenía al menos a su Hijo, que se compadecía de sus penas, y que
templaba su amargura con el amor que la demostraba. Pero ahora no ve
ya en su presencia sino un cadáver yerto, ya no escucha su voz ni
mira fijarse en ella sus divinos ojos. Sola y desamparada, no ve en
torno suyo sino orne-les verdugos que se ensañan todavía, no ya en
un enemigo indefenso, sino en un cadáver despedazado. Sus ojos
buscan en vano una mano compasiva que pueda impedir aquellas indignas
profanaciones. ¡Nadie responde a sus clamores, nadie se compadece de
su dolor!
Un
doctor escritor afirma que, según los principios de la ciencia, era
imposible que pudiese existir sangre y agua en el corazón de Jesús.
Por manera que el haber derramado esas dos sustancias es un claro
prodigio de la omnipotencia divina, que ha querido indicar con tan
apropiados símbolos los efectos de la pasión. Con la sangre aplacó
la divina indignación y con el agua purificó la tierra de los
crímenes que la afeaban, haciéndola digna de ser presentada a Dios
como una ofrenda. Quiso Jesús que la última herida que lacerase su
cuerpo fuese la de su corazón, para poder así saborear todas las
amarguras de una agonía lenta y trabajosa; pues si su corazón
hubiera sido herido antes de esta manera, eso habría bastado para
hacerlo espirar instantáneamente. Ese corazón amante rebosaba de
amor por los hombres, aun después de haber dejado de latir. No le
había bastado morir de amor, quiso todavía ser alanceado después
de muerto para hacernos comprender que su amor sobrevive a la misma
muerte. ¡Ah! ¿Y quién no amará a ese corazón que tanto sufrió
por amar a los hombres? ¿Cómo ser insensible a tan espléndidas
manifestaciones de caridad? Para nos otros fueron todos los latidos
de ese corazón llagado mientras vivió; para nosotros fue también
la honda herida abierta en él después de muerto. Quiso dejarnos en
esa llaga un refugio en las adversidades de la vida, un puerto en
medio de las tempestades y un blando ni do en que pudiéramos reposar
nosotros, aves fugitivas del tiempo, fatigadas de volar en busca de
los bienes instables y de los falsos goces del mundo.
EJEMPLO
María es inagotable en sus
misericordias
CAPILLA DE LA MEDALLA MILAGROSA,
PARÍS.
No
hace muchos anos que un caballero residente en Paris, después de
haber manifestado en su infancia disposiciones para la virtud,
abandonó a los dieciocho años las practicas religiosas y se dejó
arrebatar por los tempestuosos halagos de las pasiones, en cuya
triste vida se agitó, como una barca sin timón, durante veinte
años.
En el largo transcurso de este tiempo, no entró jamás en un templo
ni levantó hacia Dios un latido de su corazón. Esto no obstante,
llevaba siempre consigo una medalla milagrosa, que conservaba, mas
como recuerdo de su madre, que como objeto de pie dad. Algunas veces
tomándola en sus manos, habla repetido la jaculatoria que lleva al
pie: ¡Oh
María! concebida sin pecado, ¡rogad por nosotros!.. A
menudo la conversión de grandes pecadores es debida a algún resto
de devoción a María.
Este
caballero tenía una hermana religiosa carmelita que no cesaba de
rogar a la Santísima Virgen por su conversión. Esta Madre de
misericordia, que tiene la llave del arca santa de las gracias
divinas, oyó propicia las oraciones de la buena religiosa y
resolvió llamar a la puerta del corazón del pecador. Una no che que
salía de la casa de tino de sus amigos de impiedad, oyó una voz
clara y distinta, que le decía: -«Augusto, Augusto, la misericordia
de Dios te espera.» El caballero miró a su alrededor para ver quien
le hablaba, y no vio a nadie... la calle estaba solitaria y el
silencio era absoluto. - «Esta voz, decía él narrando después lo
que le habla acontecido, esta voz era positivamente la de mi hermana
religiosa. En ese instante vino a mi mente el recuerdo de Dios y el
horror de mi vida. Parecióme que mis pecados llenaban el platillo de
la balanza divina y que no faltaba mas que un grano de arena para
colmar la medida y atraer sobre mí las venganzas del cielo...»
Este
nuevo Azulo, sorprendido por la voz de la gracia en el camino de la
perdición, llegó a su casa profundamente preocupado de lo que
acababa de sucederle. «Esto no es natural, decíase para sí; aquí
se oculta necesariamente un misterio.» Por espacio de ocho días la
gracia luchó con este corazón obstinado.
El
domingo siguiente por la tarde salió de su casa, mas que nunca
agitado por los contrarios pensamientos que batallaban en su alma;
Dios y el mundo le solicitaban en opuestas direcciones. Así
caminaba, abismado en estas ideas, cuando acertó a pasar por un
templo en que se rezaba el Santo Rosario, ofreciendo cada decena por
distintas clases de pecadores. El que llevaba el coro dijo al
comenzar una decena. «Recemos esta decena por el pecador más
próximo a su conversión.»
El
caballero, al oír esto, exclamó: -«Este pecador soy yo... »
cayendo de rodillas y derramando lagrimas de arrepentimiento,
prometió a Dios volver al seno de su amistad.
Al
día siguiente se dirigía a un convento de trapenses para hacer
allí, al amparo del silencio y del retiro, una prolija y fervorosa
confesión.
Después
de ocho días, dejó con pesar aquellos claustros silenciosos, asilo
de la penitencia y santa morada de la paz. Volvió al mundo: pero el
recuerdo de la Trapa y de aquellos días venturosos no lo abandonaban
un momento. -Dios me llama a la soledad, decía para si... Este
pensamiento, lejos de amedrentarle, calmaba las agitaciones de su
espíritu y derramaba bálsamo dulce y suave en las heridas de su
corazón. Un mes después tomaba nuevamente el camino de la Trapa;
pero esta vez no iba ya a buscar la purificación en las aguas de la
penitencia, sino la santificación en las austeridades de la vida
cenobítica. Allí vivió con la vida de los ángeles y murió con la
muerte de los predestinados.
Si
anhelamos la conversión de algún pecador cuyos extravíos nos sean
particularmente dolorosos, pongamos su causa en manos de la que es
fuente inagotable de misericordias y seguro refugio de pecadores.
JACULATORIA
¡Oh
corazón sin mancilla!
sé
nuestro amparo en la muerte
y
nuestro asilo en la vida.
ORACIÓN
¡Oh
María! ¡Oh madre dolorida! recoge en tu seno amoroso esas gotas de
purísima sangre que destilan del corazón de tu Hijo al golpe de la
lanza, para que no caigan sobre la tierra. Pero no, Señora mía,
deja que empapen esta tierra maldita, regada con las lágrimas de
tantas generaciones desgraciadas y manchada por los crímenes de
tantas generaciones culpables. Esa sangre clamara al cielo como la
del inocente Abel; pero no para pedir venganza contra los
delincuentes, sino para alcanzar paz y bendiciones sobre el mundo.
Deja ¡oh María! que el hierro aleve abra honda herida en el corazón
de Jesús, porque esa haga preciosa será el refugio del desvalido y
el puerto contra las tempestades de la vida; allí ira el pobre en
busca de la riqueza que jamás se agota; allí iremos todos a beber
el agua que purifica y conforta. Concédenos, por el dolor que
sufriste al ver lanceado a tu Hijo, un amor ardiente y generoso al
corazón de Jesús, que tanto sufrió por nosotros; que jamás
olvidemos sus beneficios y paguemos con la ingratitud o la
indiferencia sus admirables finezas; que nuestro corazón, herido de
amor por él, se desprenda de los lazos que lo atan al mundo y lo
hacen esclavo de las criaturas. Dadnos alas, como de paloma, para
volar hacia él y construir en esa cavidad amo rosa nuestro nido,
donde descansaremos de las persecuciones de nuestros enemigos y
disfrutaremos de esa unión dulcísimo que comienza en la tierra por
el amor y se consuma en el ciclo por el eterno desposorio del alma
con su Dios. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Ingresar en alguna Cofradía o Congregación que tenga por objeto
honrar al Sagrado Corazón de Jesús, o si esto se hubiese hecho,
renovar su consagración a este su divino Corazón.
2.
Hacer una comunión espiritual en agradecimiento del amor que nos
profesa el Sagrado Corazón de Jesús y de sus inmensos beneficios.
3.
Hacer un acto de reparación y desagravio por las injurias de que es
objeto en el Sacramento del Altar.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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