CONSAGRADO
A HONRAR EL SEPTIMO DOLOR DE MARIA
DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ, DUCCIO DI
BUONINSEGNA.
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Temerosos
los discípulos de que el sagrado cuerpo del Salvador sufriera nuevos
ultrajes, si permanecía por más tiempo en la cruz, solicitaron de
Pilatos autorización para bajarlo del suplicio y darle honrosa
sepultura. Pilatos consintió sin dificultad en ello; Jesús fue
desenclavado de la cruz por manos de sus discípulos.
En
este instante redóblanse las penas de María. El mundo iba a
devolver a sus brazos maternales los fríos despojos de su adorado
Hijo; pero ¡ay! ¡en qué estado le devuelven los hombres a aquel
que con tanto gozo concibiera en sus entrañas! afeado, denegrido,
ensangrentado. Era el más hermoso entre los hijos de los hombres;
mas ahora apenas conserva la figura de hombre. ¡Recibe, ¡oh
Madre! el triste presente que te da el mundo en pago de los
beneficios que ha recibido de tu mano. .!
María
alza ansiosamente sus brazos para recibir al Hijo que hacia tanto
tiempo que anhelaba estrechar contra su pecho. Toma en sus manos los
clavos ensangrentados, los mira, los besa y los deja silenciosamente
al pie de la cruz. Coloca sobre sus rodillas el cuerpo despedazado de
Jesús; lo estrecha amorosa mente en sus brazos; le quita las espinas
de su cabeza, como si quisiera de este modo aliviar los pasados
dolores de su hijo ya difunto; contempla, llena de espanto, las
profundas heridas que las espinas, los clavos y la lanza habían
abierto en su frente, manos y costado. Mézclanse sus rubios cabellos
con los ensangrentados de Jesús; empapa con sus lagrimas el exánime
cadáver e imprime en él ósculos llenos de amor y de ternura. “Hijo
mío, ex clama, ¿qué ola ha sido ésta que te ha arrebatado
violentamente del seno de tu madre? ¿Qué mal has hecho a los
hombres que te han puesto en tan lamentable estado? -Responde, Hijo
mío, responde por piedad.” -Pero ¡ay! muda esta esa lengua que
habló tantas maravillas; cárdenos esos labios que pronunciaron
tantas palabras de vida, de amor y consuelo; oscurecidos los ojos que
con una sola mirada calmaban las tempestades; heridas las manos que
dieron vista a los ciegos, oído a los sordos y vida a los muertos-
¿Qué haré yo sin ti? ¿Quién tendrá piedad de una madre
desamparada? ¡Oh Belén! ¡Oh Nazaret! apartaos de mi memoria, los
goces que en días lejanos disfruté en vuestro seno se han
convertido en espinas punzadoras...”
De
esta suerte se lamentaría la dolorida Madre teniendo en sus
brazos
el cuerpo de Jesús. ¡Pobre madre! aun le quedaba que apurar otro no
menos amargo trago. Los discípulos arrancan de los brazos de María
el cuerpo de su Hijo para conducirlo al sepulcro; y ella tiene el
dolor de seguir hasta la tumba esos res-tos queridos, y después de
acariciarlos por última vez ve colocar sobre ellos una pesada losa.
No hay nada más cruel para el corazón de una Madre que ver entregar
a la tierra el fruto de sus entrañas. ¡Oh, cuanto hubiera dado
María por tener el consuelo de ser sepulta da con Jesús en el
sepulcro! - -
En
el corazón atribulado de María se levan taba un pensamiento que
hacia aún más penoso su martirio. Ella veía, a través de los
siglos venideros, que los padecimientos y la muerte de Jesús habían
de ser ineficaces para un gran número, y que a pesar de los azotes,
las espinas y la cruz, multitud de pecadores se habían de condenar.
Veía que la pasión de su Hijo no estaba aún terminada y que en la
serie de los siglos sus heridas hablan de ser mil y mil veces
nuevamente abiertas -No contristemos con nuestra ingratitud y con
nuestros pecados el lacerado corazón de María, que bastante ha
padecido ya por nosotros. Ella nos dice amorosamente desde el cielo:
Pecadores, volved al corazón herido de mi Jesús. Venid; contemplad
las llagas que en él han abierto vuestros pecados; no renovéis esas
llagas, mirad que renováis también mis dolores y que así
demostráis sentimientos mas crueles que los de los verdugos. Ellos
no lo conocían; pero Vosotros sabéis que es vuestro Dios, vuestro
Redentor. Ellos obedecían a las órdenes de jueces inicuos, vosotros
obedecéis a vuestras pasiones y a vuestros desordenados deseos.
Ellos, en fin, no habían recibido ningún beneficio de Jesús, pero
vosotros habéis sido res catados con su sangre.
EJEMPLO
María, Salud de los enfermos.
BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE
L´EPINE.
En
1872 había en una comunidad de Nuestra Señora de los Dolores de la
ciudad de Cholón una religiosa que padecía, desde siete años, una
parálisis que la colocó al borde del sepulcro. Rebelde a todos los
recursos de la ciencia, los médicos hablan declarado que no les
quedaba nada que hacer. La enferma era muy devota de María, y a Ella
clamó en el extremo de su aflicción. Una noche se le apareció en
sueño la superiora del Convento, que habla muerto hacía algunos
meses, y le dijo que quedaría curada de su enfermedad si hacía una
peregrinación al santuario de Nuestra Señora de l'Epine, situado a
una jornada del Convento.
La
enferma pidió con vivas instancias que se la condujera a este
santuario animada de la más segura esperanza de que allí obtuviera
su curación. Pero el mal, que cada día tomaba mayores creces, hacía
poco menos que imposible la traslación a un lugar tan distante, pues
tenía todo un lado del cuerpo sin acción ni movimiento. Pero fue
preciso acceder a los reiterados ruegos de la paciente y
transportarla con indecible trabajo en un vehículo, acompañada y
sostenida de varias personas. Durante el trayecto su estado se agravé
considerablemente y se redoblaron sus padecimientos hasta el punto de
inspirar muy serios temores por su vida. Pero, al fin, venciendo
innumerables dificultades, llegó al santuario y fue acomodada como
mejor se pudo en la capilla de la Santísima Virgen.
El
capellán de la comunidad subió al altar para celebrar el santo
sacrificio de la misa, después de haber rezado con los circunstantes
una parte del Rosario y cantado el Salve
Regina.
Poco antes de terminar la misa, sintió la enferma una conmoción
violenta en toda la parte enferma de su cuerpo, y poniéndose de
rodillas por si sola, exhaló un grito de júbilo, diciendo. ¡Estoy
sana! En seguida se levantó sin ningún auxilio extraño y fue a
arrodillarse a la tarima del altar para dar gracias a su soberana
bienhechora. Al verla, todos los circunstantes quedaron estupefactos,
y derramando lágrimas de ternura y admiración, exclamaban:
¡Milagro, milagro! - El cura, testigo presencial de aquel prodigio,
entonó el Te
Deum y
levantó un acta que firmaron todos los que lo habían presenciado.
La
que acababa de tener la dicha de ser objeto de un favor tan especial
de la Santísima Virgen fue sacada en triunfo de la Iglesia. Nadie se
cansaba de mirarla, como si no pudiesen dar crédito a sus propios
ojos. No fue menos patética la escena al llegar al monasterio. Todos
prorrumpieron en entusiastas aclamaciones, cuando vieron bajar del
carruaje con la firmeza y precipitación de la que nunca ha estado
enferma, a la que pocas horas antes habían visto partir
arrastrándose trabajosamente, como un cuerpo a quien la vida
abandona de prisa.
Se
dirige en seguida a casa del médico, que pocos días antes la había
abandonado, desesperando de su curación. Jamás hombre alguno se
hallé más perplejo; y rindiéndose a la evidencia declaró que
aquella curación instantánea y completa no era obra natural.
¿Con
cuánta razón la Iglesia saluda a María con el titulo de Salud
de los
enfermos?
Ella,
que tiene siempre remedios divinos para curar las dolencias del alma,
los tiene también para poner término a los males del cuerpo que
aquejan a sus devotos cuando la invocan con confianza filial.
JACULATORIA
Haz
que en mi alma estén de fijo
para
que siempre llore,
las
llagas del Crucifijo.
ORACIÓN
¡Oh
María! permíteme que yo pueda acompañarte siempre en tu amarga
soledad; yo no quiero dejarte sola, quiero unir mis lágrimas a las
tuyas para llorar la muerte de mi Redentor. ¡Ah! madre atribulada,
tú no lloras sólo por la muerte de tu Hijo, que lloras también por
mí; porque yo he muerto muchas veces por el pecado y muchas veces he
contristado tu corazón de madre con mis ofensas; mil veces he
renovado los tormentos de la pasión con mis ingratitudes y he
pisoteado la sangre vertida por mí en la cruz. Pero tú que eres
misericordiosa y compasiva, tú que perdonaste a los verdugos que
crucificaron a Jesús, tú que amas a los pecadores con entrañas de
madre, alcánzame la gracia de ser en adelante el compañero de tus
dolores y de tu soledad, por mi fidelidad y amor a Jesús y por la
compasión de sus padecimientos. Haz nacer en mi corazón un horror
sincero al pecado que fue la causa de tus dolores y de los de Jesús;
que viva siempre arrepentido de todas las culpas con que he manchado
mi vida pasada, para que, llorándolas amargamente en la tierra,
merezca gozar un día de la eterna bienaventuranza. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Ingresar en alguna Cofradía o Congregación que tenga por objeto
honrar al Sagrado Corazón de Jesús, o si esto se hubiese hecho,
renovar su consagración a este su divino Corazón.
2.
Hacer una comunión espiritual en agradecimiento del amor que nos
profesa el Sagrado Corazón de Jesús y de sus inmensos beneficios.
3.
Hacer un acto de reparación y desagravio por las injurias de que es
objeto en el Sacramento del Altar.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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