MARIA
AL PIE DE LA CRUZ
DOLOROSA, ANTONIO JOSÉ MARTÍNEZ.
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
La víctima
destinada al sacrificio había trepado ya trabajosamente el áspero
recuesto del Calvario. Llegado a su cumbre descargó de sus hombros
el pesado madero y recibió la orden de tenderse sobre él. Jesús
miró con amor el instrumento del suplicio y se reclinó en él como
en el tálamo nupcial, donde había de engendrarse la salvación de
la humanidad. Ex tendió sus brazos sobre la cruz; rudos golpes de
martillo cayeron sobre los clavos que horadaron sus manos y pies,
ligándolos fuertemente al duro madero. Momentos después, la cruz se
levantaba en los aires, como se despliega un estandarte de victoria
sobre los restos hacinados de un ejército vencido.
Jamás se
presentó a la vista de los hombres un espectáculo más horroroso
que el que ofrecía el cuerpo despedazado del Redentor. Gruesos hilos
de sangre manaban de sus pies y de sus manos; su cabeza coronada de
espinas caía lánguida y sin fuerzas sobre el pecho; sus ojos
derramaban lágrimas enrojecidas de sangre; sus labios entreabiertos
parecían aguardar que por momentos se escapase el último suspiro.
Entre tanto,
la naturaleza comienza a gemir y una oscuridad lúgubre empieza a
empañar los resplandores del día. Los más animosos de los
espectadores se sobrecogen de espanto y abandonan apresuradamente
aquel teatro de sangre. Sólo una mujer, inmóvil como una estatua de
mármol, permanece de pie junto a la cruz. Indiferente a cuanto
acontecía en torno suyo, tiene clavados sus ojos en el ensangrentado
madero, y despidiendo ríos de lágrimas, parece contar una a una las
heridas del divino ajusticiado. Dibujase en su frente un dolor que la
lengua humana jamás podrá explicar, cruzan su rostro sombras de tan
terrible angustia, que conmovía a los mismos verdugos.
Es una madre
que presencia el horrible espectáculo de la muerte de su único
hijo. Es María que ve morir a Jesús. ¡Ah! ¿Quién podrá expresar
la intensidad del dolor que experimenta una madre al ver espirar a un
hijo tranquilamente entre sus brazos aunque le sea permitido
prodigarle todos los amorosos cuidados que dicta el amor? Vedla
desolada y llorosa herir los aires con sus lamentos, estrechar entre
sus brazos al hijo moribundo cual si quisiera comunicar a sus
miembros fríos el calor de sus entrañas. ¡Madres! vosotras lo
sabéis.
Pero a esa
madre desconsolada no le es dado lo que a todas vosotras, el consuelo
de prodigar a su hijo espirante sus maternales cuidados y con ellos
hacerle mas soportables sus últimos instantes. Lo ve cubierto de
llagas y ninguna puede curarle; quisiera estrecharle contra su pecho
para recibir en su seno sus últimos suspiros; levanta sus brazos con
la esperanza de alcanzarlo, pero bien pronto los deja caer
dolorosamente y los cruza sobre el pecho en ademán amoroso.
Jesús es el
hijo único de María; es un hijo que vale inmensamente mas que todos
los hijos de todas las madres juntas, y por tanto lo ama mil veces
mas que lo que todas las madres pueden amar a sus hijos. Era todo
para ella, y perdiéndolo, lo pierde todo: padre, esposo, hijos. Ella
lo ve morir; sus ojos son testigos de la crueldad con que se le
maltrata; escucha sus últimas palabras y recoge su postrer aliento.
Sin embargo, vedla: para ella no habría mayor dicha que la muerte,
porque la vida es odiosa cuando se esta separado de lo que mas se
ama; no obstante, soportando con resignación heroica su dolor,
permanece de pie junto a la cruz, como el sacerdote en el altar, para
ofrecer al Eterno Padre el sacrificio de su propio Hijo por la salud
del mundo.
El ejemplo de
María nos enseña a sufrir. Cuando la espada del sufrimiento
atraviese nuestro corazón, fijemos nuestros ojos en María al pie de
la cruz, anegada en un mar de angustias y dolores, y digámonos: si
ella sufrió tanto siendo pura e inocente, ¿qué extraño es que
suframos nosotros algo, siendo como somos pecadores dignos de eternos
castigos? -Ella busca su consuelo en la cruz, y su valentía para
presenciar la muerte de su hijo es la mejor prueba de su amor y una
fuente de incalculables merecimientos. Busquemos también nosotros
nuestro consuelo en la cruz, por que las llagas que ella abre en el
corazón atribulado atraen sobre él el bálsamo de la divina
misericordia y son fuentes de gracias y de merecimientos para los que
sufren. «La cruz reanuda admirablemente en la región de la gracia
los lazos que ella ha roto en el orden de la naturaleza.» - En los
momentos de prueba, lejos de entregarnos a la desesperación que hace
perder el mérito del sufrimiento sin aliviarlo, digamos con amor:
«Dios mío, yo acepto de vuestra mano la desgracia, como he recibido
los beneficios; éste es un medio de agradaros y de probaros mi amor
y os lo ofrezco como un débil tributo de mi reconocimiento.»
EJEMPLO
María no abandona a los que en ella
confían
ABADIA BENEDICTINA PAIX NOTRE DAME,
LIEJA BÉLGICA.
Había
en los Países Bajos una familia de judíos, de la cual nació una
niña llamada Raquel, dotada de las más admirables disposiciones
para la virtud.
Era
costumbre en esa época y en ese país que los pobres implorasen la
caridad pública entonando a la puerta de las casas de familias
acaudaladas, canciones religiosas, muchas de ellas en honra de María.
La niña, por un movimiento interior de la gracia, sentía una
complacencia inexplicable al oír esas devotas canciones y en
especial cuando llegaba a sus oídos el nombre de María. Las
prácticas de piedad cristiana la embelesaban, y siempre que le era
posible eludir la vigilancia de sus padres, se asociaba con niños
cristianos para aprender las oraciones de la Iglesia. A pesar de la
ternura de sus años, y de no conocer los rudimentos de la fe,
invocaba fervorosamente a la Reina del cielo a quien llamaba su
madre.
Sorprendiéronla
sus padres en estas inclinaciones a la religión católica, y
trataron por distintos medios de apartarla de lo que ellos llamaban
el veneno de las malas doctrinas. Viendo que los halagos, amenazas y
castigos no hacían más que enardecer el amor que su hija sentía
por la religión, resolvieron llevarla lejos del país y hacerla
instruir y educar en un lugar en que no pudiese tener comunicación
alguna con los cristianos. Sabedora Raquel del proyecto de sus
padres, invocó con el alma afligida a la Santísima Virgen;
pidiéndole durante la noche que viniera prontamente a su socorro. La
Madre bondadosa se le apareció en sueño, y le dijo que huyera de la
casa de sus padres, si quena salvarse. Obedeció la niña
inmediatamente, y salió de su casa sin ser sentida alas primera
luces de la alborada.
Una
vez fuera de su casa no sabía adónde dirigirse, pero la mano
maternal que la guiaba desde el cielo le inspiró el pensamiento de
ir a tocar a la puerta de un convento de religiosas Benedictinas que
había en la ciudad. Luego que los padres advirtieron la fuga de su
hija comenzaron a practicar las más prolijas diligencias para
descubrir su paradero. Luego que supieron donde estaba la reclamaron
con la autoridad de padres. Las religiosas hicieron presente que
ellas la habían dado asilo a instancias de la niña y que, si ella
consentía en volverse con sus padres, no tenían dificultad para
entregarla. Pero Raquel, que había hallado en el convento todo lo
que ansiaba su corazón, dijo que no saldría de allí, porque el
derecho que tenía a salvarse en la única religión verdadera era
superior al derecho que sobre ella tenían sus obcecados padres.
Estos
llevaron la cuestión ante el tribunal de Lieja, y sabiendo la niña
que debía fallarse su causa ante ese tribunal, pidió a la Superiora
le permitiese ir a defenderse por si misma.
No
pudo la Superiora negarse a esta solicitud, pues comprendía que
aquella admirable niña era manifiestamente guiada por el cielo. En
efecto, el día señalado para conocer este asunto ruidoso, Raquel se
presentó sola a abogar por su propia causa contra los defensores de
sus padres. Estos hicieron presente al tribunal que la poca edad y
falta de discernimiento de la niña, la imposibilitaba para obrar en
tan grave materia sin el consentimiento de sus padres.
Terminado
el alegato de sus adversarios, la niña, visiblemente asistida por el
Cielo, desvaneció los argumentos de sus contrarios con tanta
destreza y elocuencia que no parecía hablar una niña de pocos años,
sino un ángel. Los que refieren este hecho aseguran que jueces y
espectadores no acertaban a darse cuenta de aquel prodigio, ni
contener las lagrimas de admiración y ternura.
El
tribunal sentenció en su favor, y en con secuencia, fue restituida
al convento donde fue bautizada con el nombre de Catalina; allí
vivió y murió santamente, mereciendo por sus heroicas y excelsas
virtudes ser colocada en los altares, siendo conocida y venerada con
el nombre de
Santa Catalina de Judea.
JACULATORIA
Junto
a la cruz consolarte
y
en tu llanto acompañarte,
quiero,
madre dolorida.
ORACIÓN
¡Quién
me diera ¡oh madre atribulada! torrentes de lágrimas para llorar
con Vos al pie de la cruz y acompañaros en vuestra amarga
desolación! Jamás mujer ni criatura alguna fue víctima de más
terribles sufrimientos: parece que Dios se hubiera complacido en
inventar tesoros de dolores para atormentaros. Yo veo vuestra alma
sumergida en un océano insondable de amarguras, mil agudas espadas
despedazan vuestro corazón de madre; ríos de lágrimas se derraman
de vuestros ojos y se arrancan de vuestro pecho ayees tan lastimeros,
que conmueven a los mismos feroces verdugos de Jesús. ¿Quién ha
sufrido más que Vos? ¿Quién ha experimentado Jamás dolores más
intensos? ¡Oh corazón virginal, corazón llagado por el amor,
Corazón abrevado de hiel y coronado de espinas! yo os adoro, os amo
con todas las efusiones del amor de un hijo amante y agradecido: Vos
sufristeis por mí; por mi amor y por mi salvación entregasteis a la
muerte a vuestro adorado Hijo; por salvar al hijo culpable,
sacrificasteis al hijo inocente. ¡Oh gran sacerdotisa del Calvario y
corredentora de los hijos de Adán! recibid hoy el homenaje de
nuestro amor reconocido en las lágrimas que nuestros ojos vierten al
contemplaros tan atribulada al pie de la cruz. Yo en adelante quiero
compartir con Vos vuestros dolores y no olvidaré Jamás la
sangrienta tragedia que desgarró vuestro corazón maternal. Con
cededme la gracia de vivir y morir abrazado con la cruz del
sacrificio, como un débil reflejo de la heroica abnegación con que
Vos presenciasteis las agonías y los padecimientos de Jesús, a fin
de que su friendo valerosamente por Dios, merezca algún día la
recompensa decretada para los mártires del sufrimiento y los dignos
discípulos de la cruz. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Hacer una visita a Jesús Sacramentado en acción de gracias por el
inmenso beneficio de la Redención.
2.
Rezar siete Salves en honra de los dolores de María al pie de la
cruz.
3.
Dar una limosna a los pobres en obsequio de la generosidad con que
María se asoció a los misterios de nuestra Redención.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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