CONSAGRADO A HONRAR LA VIDA OCULTA DE MARÍA EN NAZARET
LA SAGRADA FAMILIA DEL PAJARITO.
BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Desde
su vuelta del destierro, la santa familia volvió a habitar la
solitaria estancia de Nazaret en el más completo apartamiento del
mundo, oculta y desconocida de los hombres. Esta época fue, sin
embargo, la más venturosa de la vida de María, porque no es la más
feliz la vida que “pasa con estruendo como un arroyo de invierno,
sino cuando se asemeja a una corriente de agua que se desliza en
plateados hilos por entre la hierba de las praderas.” Pobre y
humilde era su condición, continuo su trabajo y escaso su alimento;
pero en cambio poseía el tesoro más preciado de la tierra, vivía
al lado de su Hijo, se embelecía en su contemplación, escuchaba
atenta sus palabras, recogía sus sonrisas, velaba su sueño, y eso
la hacía más feliz que los príncipes y reyes en medio de los
esplendores de la grandeza. Enteramente dedicada a su servicio, todo
lo dejaba y todo lo olvidaba por él, y hasta las privaciones y
contratiempos le parecían placenteros, porque Jesús todo lo
endulzaba con su ternura de hijo. La oración y el trabajo compartían
sus días y sus noches, y sólo eran interrumpidos para recibir las
lecciones de santidad y perfección que recibía de los labios de su
Hijo y de su Dios. María fue la primera y más aprovechada discípula
del Maestro divino. En la escuela de Nazaret se ejercitó en la
práctica de las más heroicas virtudes y penetró hondamente en el
conocimiento de los grandes misterios de la bondad y de la sabiduría
divinas. Jamás hubo en el mundo criatura mas honrada. Pobre y
humilde en la apariencia, tenía, sin embargo, bajo su dominio al
Criador del Cielo y de la tierra, el cual, como hijo fiel y sumiso,
la obedecía con amor y con respeto. Al considerar este espectáculo,
no se sabe qué admirar más, si la humildad del hijo o la grandeza y
dignidad de la madre. Si ser esclavo de Dios es un honor
incomparable, ¿cuánto mas debería serlo el de tenerlo por súbdito
y ser obedecido por él? -Así transcurrieron los años silenciosos,
pero fecundos en lecciones y enseñanzas de la vida oculta de María.
Treinta años de felicidad y de sosiego ocupados en el servicio de
Dios y en la práctica de las más heroicas virtudes.
Grandes
son las ventajas de la vida oculta y apartada del mundo. Nada hay que
turbe tanto el espíritu como el tumulto atronador de los pasatiempos
y diversiones del mundo. La paz huye lejos del alma que vive en medio
del ir y venir de los negocios humanos y de los intereses materiales.
No hay descanso ni reposo en la Babilonia donde se agitan los
mundanos en busca de una felicidad, que no es más que una sombra
fugitiva. La paz y el reposo sólo moran en la Jerusalén silenciosa,
cuyos moradores hallan la felicidad dentro de si mismos, en el
testimonio de una conciencia pura y del deber cumplido. Sin esta
condición, la felicidad es una palabra vana. Dios no hace oír su
voz sino en el recogimiento y el silencio del alma que se aparta del
bullicio del mundo. Sólo esas almas silenciosas y recogidas tendrán
la dicha de recibir sus inspiraciones y gustar de sus consolaciones.
Los ricos perfumes sólo se conservan en vasos bien cerrados; del
mismo modo la gracia divina sólo fructifica en almas cerradas para
las disipaciones mundanales. Es imposible servir fiel mente a Dios y
hacer el negocio de la propia santificación, cuando se ocupa la
mayor parte del tiempo en satisfacer las multiplicadas exigencias del
mundo. Es imposible no olvidar a Dios y cumplir los deberes del
propio estado, cualquiera que sea, cuando se esta pendiente de las
caprichosas exigencias de la vanidad, que no conoce límites en su
aspiraciones. El mundo es un tirano cruel cuyos antojos son leyes
imprescriptibles y cuyas veleidades no dejan tiempo para ocupaciones
mas serias. Quien quiera servirlo, necesita consagrarle la vida
entera, descuidando por necesidad el cumplimiento de los deberes que
tiene para con Dios, el prójimo y su propia santificación. De todos
esos peligros se aleja el que, como María, vive sin estrépito ni
disipaciones en el apartamiento del mundo.
EJEMPLO
María, estrella del mar
Por
los años de 1541 el Obispo de Panamá se embarcó, en viaje para
España, reclamado por asuntos de su ministerio, en una flota que
llevaba el mismo rumbo. Un cielo sin nubes, brisas bonancibles y un
mar sereno presagiaban un viaje felicísimo en los primeros días.
Pero estos signos de bonanza no duraron mucho tiempo: señales
evidentes de tormenta aparecieron en el cielo y no tardó en
desencadenarse una terrible tempestad que puso en inminente riesgo a
los antes alegres navegantes. Espantados pasajeros y tripulantes por
lo recio del temporal, llegaron a perder toda esperanza humana de
salvación. Conociendo el venerable Prelado la gravedad de la
situación, se revistió de sus ornamentos pontificales y se subió
sobre cubierta para exhortar a todos los que allí estaban para que
implorasen la protección de la Estrella
de los mares
y
se arrepintiesen de sus culpas. Todos entonaron de rodillas las
Letanías Lauretanas con el fervor que inspira la inminencia del
peligro: y confundíanse los ecos de la flébil plegaria y los
sollozos de los afligidos navegantes con los bramidos de las agitadas
olas que se precipitaban sobre los navíos como fieras enfurecidas.
Terminada
la invocación, divisaron con espanto una ola gigantesca que crecía
a medida que se aproximaba; y al verla llegar, un solo grito de
¡María!
¡Sálvanos que perecemos!... se
arrancó
de todos los labios. Y ¡oh prodigio! Aquel monte de agua que
amenazaba concluir con el navío, convirtióse repentinamente en
mansas ola, que vomitó de entre su nevada espuma, un bulto como de
una caja de madera que iba golpeando el costado derecho del
bastimento. Bien pronto aparecieron en el cielo señales de bonanza,
disipáronse las nubes y el sol brillé en el cielo límpido y sobre
un mar sereno
Atraídos
por la curiosidad, recogieron los marineros el bulto que flotaba al
lado del navío; ¡y cual no fue su sorpresa al ver que aquella caja
contenía una preciosa imagen de María con su Hijo Santísimo en los
brazos!... Aquellos felices navegantes no hallaban expresiones de
gratitud que correspondiesen a sus sentimientos, considerando que la
Santísima Virgen, no solamente los había salvado de una muerte
segura, sino que además les daba un nuevo signo de su amor,
enviándoles de una manera tan prodigiosa una imagen suya, haciendo
mensajeras de este don a las mismas olas que momentos antes los
amenazaban con el naufragio y la muerte.
Esta
imagen fue trasladada con gran veneración a Panamá por el
afortunado Obispo, donde se le venera bajo el nombre de Nuestra
Señora del Rosario en Medina de Ríoseco.
María
jamás desoye las súplicas de los hijos que la invocan en el
peligro.
JACULATORIA
Gloriosa
Reina del cielo
sé
en la aflicción mi consuelo
ORACIÓN
¡Oh
María! vos que durante treinta años no os separasteis ni un solo
momento de Jesús vuestro Hijo, viviendo íntimamente unida a él y
enteramente consagrada a su servicio en el albergue apartado de
Nazaret, otorgadme la gracia de comprender las dulzuras divinas de la
unión con Dios. Que Jesús viva conmigo bajo los velos de la fe,
como vivió con Vos bajo las sombras de la vida oculta y retirada del
mundo; que viva en mi por la unión amorosa de mi corazón con el
suyo, como vivió en Vos no formando sino un solo corazón y una sola
alma; que yo no sepa en adelante amar, ni desear, ni gustar nada
fuera de Dios; que él sea siempre mi vida, mi fuerza, el corazón de
mi corazón y el alma de mi alma, de modo que pueda exclamar con el
apóstol: “Yo vivo, pero no soy yo quien vivo; es Cristo el que
vive en mí”. Haced, Señora mía, que muera en mi el amor
desordenado a las criaturas y que, desocupado de todo afecto a los
honores, riquezas y pasatiempos del mundo, pueda consagrar a Dios, el
dueño legitimo de mi alma, todos los instantes de mi vida en el
apartamiento de la vida oculta, sin que desee ni aspire a otra cosa
que a servirlo, agradarlo, y gozarlo en esta vida para embriagarme
después en el cielo en las inefables delicias de la eterna
bienaventuranza. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Recitar el Oficio parvo de la Santísima Virgen uniéndose a las
alabanzas con que los ángeles la glorifican en el cielo.
2.
Saludar a María con el Angelus
por
la mañana, a mediodía y por la tarde.
3.
Abstenerse, por amor a María, de toda palabra de murmuración o de
crítica.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario