INSTRUCCIÓN
RELIGIOSA
EL
CRISTIANISMO
SUS
DOGMAS, ORACIONES,
MANDAMIENTOS
Y SACRAMENTOS
TERCERA
PARTE
LO
QUE SE HA DE OBRAR
DOCTRINA
DE LA CARIDAD
MANDAMIENTOS
DE LA LEY DE DIOS
PRECEPTOS
DE LA IGLESIA – VIRTUDES CRISTIANAS
La
caridad.
La
caridad consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios.
En
el amor de Dios y del prójimo está comprendida toda la ley de Dios.
El
amor de Dios.
Hemos
de amar a Dios sobre todas las cosas, porque Él es infinitamente
bueno, y porque de Él recibimos todo bien.
Siendo
Dios infinitamente bueno, merece amor infinito.
Sólo
el mismo Dios puede amarse como Él merece ser amado.
Nosotros,
ya que no podemos amar a Dios como Él merece ser amado, amémosle
tanto cuanto podamos.
La
medida de nuestro amor a Dios sea amarle sin medida, amarle cada día
más y más.
Dios
es quien nos da y conserva continuamente todo cuanto tenemos; sin su
ayuda no podemos mover ni un dedo de la mano; y nos tiene preparado
un Paraíso eterno de delicias infinitas.
Nuestro
corazón debe, pues, ser todo para Dios.
Todas
las demás cosas debemos amarlas tanto cuanto nos conducen a Dios, y
detestarlas tanto cuanto nos apartan de Dios.
El
verdadero amor de Dios consiste en guardar sus mandamientos.
Nuestro
Señor Jesucristo dijo: Si
alguno me ama guardará mi palabra,
esto es, mis mandamientos (San Juan, XIV, 23).
La
regla, pues, para conocer si uno ama a Dios, es ver si guarda sus
mandamientos.
Todos
los hombres, a excepción de alguno muy depravado, dicen que aman a
Dios; pero muchos lo dicen falsamente, porque no cumplen sus
mandamientos.
No
queramos nosotros decirlo falsamente, sino con verdad.
Repitamos
con mucha frecuencia y de todo corazón la siguiente jaculatoria:
Dios
mío, os amo sobre todas las cosas, porque Vos sois infinitamente
bueno y porque de Vos recibo todo bien.
El
amor al prójimo.
Hemos
de amar al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Debemos
recordar siempre que el prójimo es imagen e hijo de Dios, y un
hermano nuestro.
Es
imagen de Dios: todo
hombre lleva grabada en el alma la imagen de Dios.
Es
hijo de Dios: todos
podemos y debemos llamar a Dios Padre
nuestro.
Es
hermano nuestro: todos
descendemos de Adán y Eva, y tenemos un mismo Padre, que es Dios.
Todo
hombre tiene un Ángel que lo guarda.
Estas
consideraciones deben infundir en nuestros corazones un gran respeto
y amor a todo ser humano.
Nuestro
prójimo, o semejante, es todo el que está o puede ir al Cielo.
Todas
las personas de este mundo son nuestro prójimo, aún los malos; pues
mientras viven, pueden hacerse buenos e ir al Cielo.
Nuestro
respeto y amor debe ser para toda persona de cualquier raza,
religión, idea u opinión.
Pero
no se debe decir: Yo respeto toda religión, idea u opinión; porque,
si éstas son falsas, constituyen un error.
El
error, el vicio, el pecado no merecen ser respetados, sino
destruidos.
Ataca
al error, pero respeta a la persona: dice
San Agustín.
Con
tal que no se haga con espíritu de venganza, no es contra la caridad
desear y aún procurar que los malos sean castigados por la autoridad
competente.
Hemos
de tratar a nuestro prójimo como nosotros queremos ser justamente
tratados.
Todos
queremos que
se nos trate muy bien, con toda consideración; tratemos,
pues, así a los demás.
Los
brutos animales no son nuestro prójimo.
No
obstante, se deben evitar dos extremos: hacerlos sufrir sin
necesidad, y tratarlos con tanto regalo como si fuesen personas.
Los
dos mandamientos de la caridad.
1º-
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu mente.
2º-
Amarás al prójimo como a ti mismo.
Los
diez mandamientos de la ley de Dios, o el Decálogo.
Yo
soy el Señor Dios tuyo:
El
primero: No tendrás otro Dios más que a Mí.
El
segundo: No tomar el Nombre de Dios en vano.
El
tercero: Acuérdate de santificar las fiestas.
El
cuarto: Honra al padre y a la madre.
El
quinto: No matar.
El
sexto: No fornicar.
El
séptimo: No hurtar.
El
octavo: No levantar falso testimonio.
El
noveno: No desear la mujer de tu prójimo.
El
décimo: No codiciar los bienes ajenos.
El
Decálogo contiene explícita o implícitamente todos los deberes del
hombre en relación a Dios, al prójimo y consigo mismo.
Dios
en sus mandamientos manda que hagamos el bien y evitemos el mal; por
esto cada mandamiento contiene un precepto y una prohibición.
Dios
ha impreso estos mandamientos en el corazón del hombre y los dio a
Moisés en el Monte Sinaí, escritos en dos tablas de piedra.
Los
tres primeros, contenidos en la primera tabla, tienen por fin directo
el honor de Dios.
Los
otros siete, contenidos en la segunda tabla, tienen por fin directo
el bien del prójimo.
Nuestro
Señor Jesucristo confirmó los diez mandamientos y los perfeccionó
con los consejos evangélicos.
Podemos,
debemos y es absolutamente necesario, cumplir con los divinos
mandamientos, para salvarnos.
Podemos:
Dios
conoce nuestras fuerzas y si Él manda el cumplimiento de los
mandamientos, es porque sabe que podemos cumplirlos.
Si
encontramos alguna dificultad en cumplirlos, pidamos a Dios su
gracia, e infaliblemente Él nos ayudará y nos hará fácil lo que
para nosotros fuera difícil y aún imposible.
Debemos:
porque Dios lo quiere, lo manda, y nadie como Él tiene más, ni
tanto derecho a ser obedecido.
Lo
exige el bien común y la sana razón.
El
código de todos los países civilizados está basado en la ley de
Dios.
Es
absolutamente necesario cumplir los mandamientos:
porque sólo cumpliéndolos nos libraremos del infierno y
conseguiremos el Cielo.
Basta
quebrantar un solo mandamiento en cosa grave para merecer la eterna
condenación.
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