sábado, 3 de octubre de 2015

LA CARIDAD

INSTRUCCIÓN RELIGIOSA


EL CRISTIANISMO
SUS DOGMAS, ORACIONES,
MANDAMIENTOS Y SACRAMENTOS

TERCERA PARTE

LO QUE SE HA DE OBRAR

DOCTRINA DE LA CARIDAD
MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS
PRECEPTOS DE LA IGLESIA – VIRTUDES CRISTIANAS


La caridad.


La caridad consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
En el amor de Dios y del prójimo está comprendida toda la ley de Dios.


El amor de Dios.


Hemos de amar a Dios sobre todas las cosas, porque Él es infinitamente bueno, y porque de Él recibimos todo bien.

Siendo Dios infinitamente bueno, merece amor infinito.
Sólo el mismo Dios puede amarse como Él merece ser amado.
Nosotros, ya que no podemos amar a Dios como Él merece ser amado, amémosle tanto cuanto podamos.
La medida de nuestro amor a Dios sea amarle sin medida, amarle cada día más y más.

Dios es quien nos da y conserva continuamente todo cuanto tenemos; sin su ayuda no podemos mover ni un dedo de la mano; y nos tiene preparado un Paraíso eterno de delicias infinitas.
Nuestro corazón debe, pues, ser todo para Dios.
Todas las demás cosas debemos amarlas tanto cuanto nos conducen a Dios, y detestarlas tanto cuanto nos apartan de Dios.

El verdadero amor de Dios consiste en guardar sus mandamientos.
Nuestro Señor Jesucristo dijo: Si alguno me ama guardará mi palabra, esto es, mis mandamientos (San Juan, XIV, 23).

La regla, pues, para conocer si uno ama a Dios, es ver si guarda sus mandamientos.
Todos los hombres, a excepción de alguno muy depravado, dicen que aman a Dios; pero muchos lo dicen falsamente, porque no cumplen sus mandamientos.

No queramos nosotros decirlo falsamente, sino con verdad.
Repitamos con mucha frecuencia y de todo corazón la siguiente jaculatoria:
Dios mío, os amo sobre todas las cosas, porque Vos sois infinitamente bueno y porque de Vos recibo todo bien.


El amor al prójimo.


Hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Debemos recordar siempre que el prójimo es imagen e hijo de Dios, y un hermano nuestro.

Es imagen de Dios: todo hombre lleva grabada en el alma la imagen de Dios.
Es hijo de Dios: todos podemos y debemos llamar a Dios Padre nuestro.
Es hermano nuestro: todos descendemos de Adán y Eva, y tenemos un mismo Padre, que es Dios.

Todo hombre tiene un Ángel que lo guarda.
Estas consideraciones deben infundir en nuestros corazones un gran respeto y amor a todo ser humano.

Nuestro prójimo, o semejante, es todo el que está o puede ir al Cielo.
Todas las personas de este mundo son nuestro prójimo, aún los malos; pues mientras viven, pueden hacerse buenos e ir al Cielo.
Nuestro respeto y amor debe ser para toda persona de cualquier raza, religión, idea u opinión.

Pero no se debe decir: Yo respeto toda religión, idea u opinión; porque, si éstas son falsas, constituyen un error.
El error, el vicio, el pecado no merecen ser respetados, sino destruidos.
Ataca al error, pero respeta a la persona: dice San Agustín.
Con tal que no se haga con espíritu de venganza, no es contra la caridad desear y aún procurar que los malos sean castigados por la autoridad competente.

Hemos de tratar a nuestro prójimo como nosotros queremos ser justamente tratados.
Todos queremos que se nos trate muy bien, con toda consideración; tratemos, pues, así a los demás.

Los brutos animales no son nuestro prójimo.
No obstante, se deben evitar dos extremos: hacerlos sufrir sin necesidad, y tratarlos con tanto regalo como si fuesen personas.

Los dos mandamientos de la caridad.

1º- Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
2º- Amarás al prójimo como a ti mismo.

Los diez mandamientos de la ley de Dios, o el Decálogo.


Yo soy el Señor Dios tuyo:
El primero: No tendrás otro Dios más que a Mí.
El segundo: No tomar el Nombre de Dios en vano.
El tercero: Acuérdate de santificar las fiestas.
El cuarto: Honra al padre y a la madre.
El quinto: No matar.
El sexto: No fornicar.
El séptimo: No hurtar.
El octavo: No levantar falso testimonio.
El noveno: No desear la mujer de tu prójimo.
El décimo: No codiciar los bienes ajenos.

El Decálogo contiene explícita o implícitamente todos los deberes del hombre en relación a Dios, al prójimo y consigo mismo.
Dios en sus mandamientos manda que hagamos el bien y evitemos el mal; por esto cada mandamiento contiene un precepto y una prohibición.

Dios ha impreso estos mandamientos en el corazón del hombre y los dio a Moisés en el Monte Sinaí, escritos en dos tablas de piedra.

Los tres primeros, contenidos en la primera tabla, tienen por fin directo el honor de Dios.
Los otros siete, contenidos en la segunda tabla, tienen por fin directo el bien del prójimo.
Nuestro Señor Jesucristo confirmó los diez mandamientos y los perfeccionó con los consejos evangélicos.

Podemos, debemos y es absolutamente necesario, cumplir con los divinos mandamientos, para salvarnos.

Podemos: Dios conoce nuestras fuerzas y si Él manda el cumplimiento de los mandamientos, es porque sabe que podemos cumplirlos.
Si encontramos alguna dificultad en cumplirlos, pidamos a Dios su gracia, e infaliblemente Él nos ayudará y nos hará fácil lo que para nosotros fuera difícil y aún imposible.

Debemos: porque Dios lo quiere, lo manda, y nadie como Él tiene más, ni tanto derecho a ser obedecido.
Lo exige el bien común y la sana razón.
El código de todos los países civilizados está basado en la ley de Dios.

Es absolutamente necesario cumplir los mandamientos: porque sólo cumpliéndolos nos libraremos del infierno y conseguiremos el Cielo.


Basta quebrantar un solo mandamiento en cosa grave para merecer la eterna condenación.













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