Para
rezar en familia
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
Adorámoste,
Jesús Sacramentado, y bendecímoste, que por la gracia de tu Corazón
Divino estás redimiendo el mundo... Sálvanos en él, como lo
prometiste a tu sierva Margarita María... sálvanos, te lo rogamos,
por el amor de tu Madre Inmaculada...
(De
rodillas, y con gran recogimiento interior, pedidle luz para conocer
su Divino Corazón y gracia para amarle y darle gloria).
(Breve
pausa)
(Lento
y cortado)
Confidencia
de Jesús. No me habéis elegido vosotros a Mí... Yo os he
predestinado a vosotros y os he seleccionado entre millares para que
participéis aquí, en Hora Santa y sublime de intimidad conmigo, de
las confidencias, de las ternuras y de las gracias que os tengo
reservadas en mi lastimado Corazón...
Acercaos,
tendedme los brazos, arrancadme las espinas, brindadme consuelo...,
pues desfallezco de amor y de amargura..., acercaos. ¡Oh he amado
tanto..., tanto!... Si os encontráis aquí en la cena deliciosa de
mi caridad, vecinos al Señor de los ángeles, sintiendo los ardores
de mi Corazón... es porque os preferí gratuitamente... Vosotros sí
que sois los míos..., habéis sido los siervos y sois, ahora, los
hijos... Venid, pues, y comed conmigo, a la sombra de Getsemaní, el
pan de mis dolores...
Necesito
desahogar mi alma con vosotros, pues en ella hay tristezas que los
ángeles no conocen, y lágrimas que no corren en el cielo... Siento
ansias de hablaros en confidencia dolorosa, la más íntima... Que si
no podéis penetrar todo el abismo de mis congojas, no importa;
lleváis, como Yo, una fibra que solloza, y que, herida por la
tempestad, gime con angustia... Los espíritus angélicos vienen a
sostenerme en este huerto de la agonía...; pero vosotros estáis
mucho más cerca que ellos del mar de mis quebrantos...; vosotros
podéis beber mis lágrimas..., podéis endulzarlas, sufriendo mi
pasión y mis dolores... Desentendeos, pues, del mundo, dejad su
mentira y el recuerdo de sus devaneos, y aquí a mis plantas,
condoleos con el Dios encarcelado, que quiere participaros amor
doliente, amor crucificado..., aquel amor que, entre estremecimientos
de agonía, dio la paz y dio la vida al mundo.
(Pausa)
Las
Almas. Haz, Señor Jesús, que vea..., haz que saboree la hiel de
tus tedios infinitos...; concédeme el favor de penetrar con fe
vivísima en tu alma dolorida... Divino Agonizante, sé benigno y
aunque soy un pecador, pon en esta Hora Santa el cáliz de Getsemaní
en mis labios: dadme de beber en tu Corazón... ¡“Sitio”, tengo
sed de Ti, Jesús-Eucaristía!
(Breve
pausa)
Voz
del Sagrario. Vosotros me conocéis, hijitos míos, porque
escucháis mis palabras de vida eterna... y al conocerme a Mí
conocéis a mi Padre, pues Yo soy el camino que a Él conduce... Pero
¡ay!, pensad en que hay millones de hermanos vuestros, creados para
adorarme, redimidos para bendecirme, y que levantan contra el cielo
este grito de blasfemia: ¡“No hay Dios”!... Hasta mi trono de
paz, hasta ese altar de mansedumbre, llega ese grito airado, eco de
la rebeldía de Luzbel... Esos mismos que me niegan, viven de mi
aliento y se agitan en el piélago de mi bondad, y, sin embargo, me
proscriben de palabra, me rechazan en sus obras...
Yo,
sólo Yo, no existo para ellos... Mi nombre los perturba, mi yugo
suave los aterra, mi Calvario los irrita... ¡Me blasfeman!...
(Breve
pausa)
¡Buscan
la paz! ¿Qué paz puede sentir el que no adora, el que no espera, el
que no me ama a Mí que soy la Vida?... ¡Ah!, y con qué
tranquilidad prescinden de mi persona en todo, absolutamente en todo
lo grande y lo pequeño de su vida... Yo no tengo parte en la ternura
de sus madres, en el desvelo de sus padres, ni en el cariño de los
hijos... Se me excluye en absoluto de las alegrías del hogar... No
se me llama ni por un recuerdo vago, en sus duelos, al abrirse alguna
tumba crudelísima... En sus empresas, en sus proyectos, en tantas
incertidumbres y desgracias, me tienen relegado al más completo
olvido... ¿Lo creeréis, amados míos? Yo, Creador y Redentor, no
tengo en millares de almas la parte que en su corazón y pensamiento
tienen los servidores, las avecillas y las flores de sus casas...
¡Así me paga el mundo el haberme entregado por su amor a la muerte,
más que de Cruz, de Eucaristía!...
(Recemos
en voz alta, con fe ardorosa, un Credo, en reparación solemne de la
negación de Dios y de Jesucristo en que viven tantos infelices
descreídos).
(Pausa)
Voz
del Sagrario. Llevo hace siglos el corazón doliente y anegado en
lágrimas; ¡ay, cuántas almas, cuyo precio fue mi sangre, se
condenan!... Destinadas a abrasarse en las llamas de mi amor, han
caído ya, por millares, al abismo de otras llamas horrendas,
vengadoras... ¡Y son mías!... Oídlas..., maldicen, desde lo
profundo de su infierno, mi cuna de Belén, mi pobreza, primer
llamado a los humanos... Maldicen esa Cruz, marcada con sangre en su
conciencia... maldicen mi Iglesia, que les ofreció los tesoros de la
redención... maldicen mi Eucaristía, desdeñada por ellos, que
hubieran vivido eternamente, si se hubieran alimentado con el pan de
la inmortalidad, mi Corazón Sacramentado... ¡Ah, y cuántos de esos
réprobos, estuvieron alguna y muchas veces, como estáis vosotros, a
mis plantas!... ¡Y se perdieron!... Los llamé, corrí tras ellos,
los estreché en mis brazos..., pero rompieron todas las cadenas...,
eligieron el gozar por un instante, y después, llorar con llanto
eterno... Y maldicen con eterna maldición... ¡Y fueron míos!...
¡Oh, dolor de los dolores!... ¡Cómo laceró, en Getsemaní, mi
alma esa sentencia de reprobación irrevocable!... ¡Y fueron míos
todos..., mías fueron esas legiones incontables de condenados al
suplicio de una cólera infinita!... Los tuve aquí, sobre mi pecho,
al borde del abismo de mi amante Corazón... y me los arrebató otro
abismo..., y para siempre... y son hoy día lágrimas arrancadas para
siempre a mis ojos... criaturas despedidas para siempre de mi
reino... hijos desechados, por los siglos de los siglos, del hogar
del cielo. Tras ellos se han cerrado las puertas de un infierno..., y
ved, mi Corazón herido ha quedado abierto por fuerza de esa angustia
inenarrable..., ha quedado abierto para que vosotros, que me amáis,
tengáis en él una vida superabundante, un cielo..., una vida
eterna...
(Breve
pausa)
Las
Almas. Beso tus manos atravesadas, Jesús, y por tu agonía del
Huerto, libra a los consoladores de tu Corazón de las llamas del
infierno...
Beso
tus pies despedazados, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a
los amigos de tu Corazón de una reprobación eterna...
Beso
tu Costado abierto, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los
apóstoles de tu Corazón del suplicio de maldecirte eternamente...
(Breve
pausa)
Voz
del Maestro. ¿Y sabéis por qué camino fácil se llega a la
reprobación final?... Hiriendo mi Corazón con pecado de fea
ingratitud..., abusando de la misericordia de este Dios, que es todo
caridad.... Soy Jesús, esto es, Salvador... Vine para los que tenían
necesidad de medicina, de paz y fortaleza, y, sobre todo, para los
que necesitan perdón..., misericordia..., y mucho amor. A esos
enfermos les mostré la piscina de toda sanidad; mi Corazón, que lo
absuelve todo... ¡Oh, y de esa ternura han abusado tantos!... Jamás
negué el perdón a quien me lo pidió con humilde contrición,
jamás... Por esto, porque mi bondad es infinita..., porque espero
con paciencia inalterable al pródigo..., porque, a su regreso,
olvido sus olvidos y hago fiestas para celebrar a la oveja que llega
ensangrentada al redil de mis amores..., por esto, tantos colman la
medida y se condenan en el abuso de la absolución que les otorgo...
Deteneos, hijos míos, en la pendiente de ese camino, y llorad el
extravío fatal de tantos hermanos vuestros que me hieren, porque soy
Jesús dulcísimo con ellos... Pedidle perdón por el abuso de su
misericordia, especialmente en los Sacramentos de Confesión y
Eucaristía, diciéndole:
¿Qué
tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?
¿Qué
sé yo, que Tú no me hayas enseñado?
¿Qué
valgo yo, si no estoy a tu lado?
¿Qué
merezco yo, si a Ti no estoy unido?...
Perdóname
los yerros que contra Ti he cometido...
Pues
me creaste, sin que lo mereciera.
Y me
redimiste, sin que te lo pidiera...
Mucho
hiciste en crearme,
Mucho
en redimirme,
Y no
serás menos poderoso en perdonarme,
Pues
la mucha sangre que derramaste,
Y la
acerba muerte que padeciste,
No
fue por los ángeles que te alaban.
Sino
por mí y demás pecadores que te ofenden...
Si
te he negado, déjame reconocerte;
Si
te he injuriado, déjame alabarte;
Si
te he ofendido, déjame servirte,
Porque
es más muerte que vida
La
que no está empleada en tu santo servicio...
(Pausa)
Confidencia
de Jesús. Tengo una amable confidencia que haceros todavía;
recibidla con especial cariño, pues quiero hablaros de Mi Madre...
Jamás estuvo ausente de mi Corazón, María..., y su nombre
repercutía en él con especial ternura, en mis horas de soledad y de
agonía... En Getsemaní, ¡oh! cuánto pensé en Ella... La vi
llorar amargamente la muerte del Hijo y de los hijos..., y su dolor
hizo desbordar el cáliz de mis amarguras... Atado a la columna,
despedazaron mi carne, y al hacerlo, flagelaron también a la Virgen
Inmaculada, que me dio esa carne pura, para ser hermano vuestro en su
regazo... Y en ese mismo instante, mientras salpicaban los verdugos
las paredes del calabozo con mi sangre..., vi, en el transcurso de
las edades, el ultraje que harían a mi Madre, los que negarían su
maternidad divina, ofendiendo al mismo tiempo al Hijo y a la Madre...
Muchos otros pretenden adorarme, y la relegan a un glacial olvido,
que hiere en lo más vivo mi Corazón filial... María es vuestra...,
amadla, hacedla amar... ¡Oh, dadme un gran consuelo en esta Hora
Santa!: unid mis lágrimas a las de mi dulce Madre, al consolar mi
entristecido Corazón.
(Pedid
perdón al Señor Jesús por el dolor que le causan tantos católicos
indiferentes con su Madre, tantos disidentes y protestantes que le
rehúsan su amor y que menosprecian o niegan la dignidad y
prerrogativas de la Virgen María).
(Breve
pausa)
Y
ahora, habladme vosotros, cuyos nombres tengo escritos en mi Divino
Corazón...; habladme palabras que broten de lo más íntimo de
vuestras almas, unidas a la mía por lazos de dolor y de cariño
inmenso... Si tenéis tristezas, contádmelas...; si sentís el tedio
de la vida, y al mismo tiempo el sobresalto de la muerte,
decídmelo... ¡Oh!, habladme sobre todo de las santas ambiciones que
sentías de verme consolado..., y luego de contemplarme, Rey de amor,
por la misericordia de mi Sagrado Corazón...; hablad, que vuestro
Dios escucha.
(Pausa)
Las
almas. Señor Jesús, en esta Hora Santa traemos a tus plantas
una queja amabilísima. Nos presentamos cargados los hombros con tus
mercedes, colmada el alma con tus favores, mientras Tú arrastras
fatigado, agonizante, la Cruz de nuestras iniquidades... ¡Ah!, no es
posible, Maestro, que para el culpable destines principalmente la
deliciosa pesadumbre de tu largueza y el cáliz de tus ternuras..., y
que reserves para Ti la hez de la agonía... y la hiel de los olvidos
y de las perfidias incontables de la tierra... Comparte, pues, Jesús
Sacramentado; comparte con nosotros en la Hora Santa todas tus
tristezas, y aunque no lo merezcamos, acéptanos de Cireneos en la
vía desolada, dolorosa, que conduce a la cima del Calvario... Desde
luego, te agradecemos los sinsabores de la vida... No sólo los
aceptamos resignados, en expiación justísima de tantas culpas
propias y ajenas, no, Jesús: te bendecimos por las espinas que has
hecho brotar en nuestro camino con fines de misericordia... ¡Ay!, no
ignoras cómo se resiente nuestra naturaleza en los combates de la
enfermedad... de la pobreza..., de la calumnia..., de la
ingratitud..., de los olvidos..., del cansancio de la vida..., de la
tristeza..., de las incertidumbres... Estamos hablando con Jesús de
Nazaret, Hermano nuestro, cuyo Corazón de carne, ¡oh, encantadora y
divina flaqueza!..., se resintió con las debilidades de la miseria
humana... Te bendecimos, Jesús, por aquellas decepciones que nos
desapegan de las criaturas. Permites que nos acerquemos a ellas,
esperas tantas veces que un afecto legítimo busque en ellas consuelo
para el corazón..., energía y paz para el espíritu... Y luego, Tú
mismo rompes esas ligaduras y desgarras esas almas..., exiges, con
soberano imperio, un corazón entero...
¡Gracias,
Jesús, por esas tus divinas y amables crueldades..., gracias! Y así
como juegas con el corazón del hombre para santificarle, así
también juegas, Dueño irresistible, con la salud de tus hijos..., y
sacas de sus dolencias la santidad del alma, así también sabes
trocar los quebrantos de la fortuna en manantial de fe; y, en
ocasiones, del hambre y de la desgracia, sacas la resurrección y la
vida... Bendito seas, mil y mil veces, Corazón providente, benigno,
salvador, que, de nuestras grandes desolaciones, sabes producir
efluvios de paz, dulzuras inefables y delicias de cielo...
Divino
agonizante de Getsemaní, te bendecimos y alabamos por las
tribulaciones y pruebas con que has querido hacernos participantes de
las glorias de tu sangre...
Espinas
del Corazón Sagrado de Jesús, formadme la corona que aprisione el
mío...
Torturas
y agonía del Corazón Sagrado de Jesús, apagad mi sed de amor
terreno y de ventura...
Cruz
bendita y llamas del Corazón Sagrado de Jesús, crucificad mi
sensualidad y orgullo...
Herida
sangrienta del Corazón Sagrado de Jesús, dadme entrada en ese
Huerto de la agonía, del amor hermoso y de una sublime santidad.
(Pausa)
El
anatema de justicia tremenda que te arranca tantas almas, atraviesa
tu propio Corazón, Salvador amado..., y hiere también los nuestros,
ansiosos de glorificarte, de ver santificado tu nombre y utilizada tu
sangre en toda la redondez de la tierra...
¡Oh,
quedaríamos felices aunque no arrebatáramos sino un alma al averno
con nuestro clamor de desagravio, aquí, en la Hora Santa, para
gloria de tu Corazón Sacramentado!... Recoge esa plegaria, Señor, y
salva a tantos que están en peligro de perderse...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
(Todos
en voz alta)
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los soberbios negadores que rechazan la existencia de un Dios,
Creador del Cielo y de la tierra, y de todo cuanto existe...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los infelices que niegan, Salvador amado, tu Encarnación
maravillosa, que no quieren que Tú seas nuestro Hermano por
naturaleza humana...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los que propagan estas negaciones y hacen de ellas bandera de
combate, en contra de tu Evangelio y de tus derechos soberanos...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los que, seducidos por esas palabras tenebrosas apostatan de tu fe y
reniegan de tu amor y de tu ley...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los que conspiran con rabia de infierno en la destrucción de las
instituciones cristianas, y que han jurado derrocarte en la ruina de
tu Iglesia...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los que en odio a tu persona pretenden borrar tu Cruz de la
conciencia del niño, del alma del pueblo y del hogar...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los que, con apariencia de luz y con delicadeza de formas pretenden,
sin violencia, eliminar, Señor, tu persona divina de todas las
actividades de la vida...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
A
los que por ignorancia lastimosa hacen caso omiso de tu palabra y
viven tranquilos lejos del ambiente de la fe y de las insinuaciones
de tu gracia...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
Y,
en fin, Jesús, a los millares de almas que, en lejanas tierras,
viven, se agitan y duermen en sombras letales de paganismo, de
herejía y de muerte...
Conviértelos,
Jesús, por tu Divino Corazón.
(Pausa)
Las
Almas. Has querido confiarme, Jesús, el Corazón de la Virgen
Madre a fin de reparar tus penas y las suyas por la ofensa de
aquellos que pretenden ser cristianos y que rechazan tu última
palabra a Juan en el Calvario: “Hijo, en ella, en María, ahí
tienes a tu Madre...”. Señor, la acepto confundido y te ofrezco,
en desagravio, los dolores, las penas, los llantos, las plegarias de
todas las madres que te adoran en la tierra y que aclaman a María
como Reina... Tú sabes, Maestro, qué caudal de amor y de sinceridad
hay en sus almas de heroínas... Tú sabes cuánto valen, cómo oran,
cómo aman, cuánto sufren... Jesús, por el recuerdo de María
Inmaculada, por las lágrimas que Tú lloraste al verla llorar en tu
ausencia, en las afrentas de tu pasión ignominiosa, escucha a las
madres que redimen, padeciendo, a tus pies ensangrentados... Míralas
cómo piden, con fe ardorosa, la redención de sus hogares...,
escucha cómo te aclaman Rey sobre la cuna de sus hijos, sobre el
sepulcro de sus esposos... Ellas te piden, Señor, la victoria
decisiva de tu Corazón...; en él confían todos los tesoros de su
amor... ¡Ay!... ¡Son tantas las que temen por el porvenir cristiano
de sus hijos!... ¡Son tantas las que padecen con ellos las tristes
consecuencias de sus primeros extravíos!... ¡Son tantas las que
ven, con ojos llorosos, que las diversiones mundanas, que las
amistades y las lecturas peligrosas, amenazan las conciencias y tal
vez la eterna salvación de los suyos! Tú les confiaste, adorable
Nazareno, las almas del esposo y de los hijos, y ellas las
depositaron, con amor, sobre el altar de tu Sagrado Corazón... ¡Oh,
Jesús!... Acuérdate en esta Hora Santa de tu Madre, como te
acordaste de ella en el Huerto de Getsemaní... y, en obsequio a sus
ternuras, a sus virtudes y a sus dolores, salva el hogar, salva la
familia... Señor; si una sola madre conmovió tu Corazón y obtuvo
la resurrección de su hijo, ¡ay!, a pedido de tantas madres
doloridas en esta hora omnipotente, santifica el santuario del hogar,
que Tú ambicionas como Rey de amor...
(Pedídselo
con fervor del alma).
(Pausa)
Tú
mismo solicitaste, amable Prisionero del altar, la compañía
consoladora de la Hora Santa... Tu caridad nos ha vencido; ya ves;
hemos venido, dejándolo todo,
todo,
para reclamar, con santo apremio, el advenimiento de tu reino... ¿Qué
esperas, Jesús, para vencer, cuando ésta es la hora de la
misericordia y del poder irresistible de tu amor?... Antes, pues, de
dejarte sumido en la suavísima penumbra de tu prisión sacramental,
déjanos exclamar con grito de una caridad triunfante:
(Todos
en voz alta)
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
1ª.
Promesa. Pronto, Jesús, sí, reina, presto, antes que Satán y el
mundo te arrebaten las conciencias y profanen, en tu ausencia, todos
los estados de la vida...
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
2ª.
Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la
paz inalterable prometida a aquellos que te han recibido con
Hosannas.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
3ª.
No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen
aflicciones y amarguras que Tú solo prometiste remediar.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
4ª.
Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven,
mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance
de la muerte.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
5ª.
Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú la
inspiración y recompensa de todas las empresas.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
6ª.
Y tus predilectos, quiero decir; los pecadores, no olvides que para
ellos, sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
7ª.
¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a
quienes debes inflamar con esta admirable devoción!
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
8ª.
“Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho
atravesado...; permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad
a que aspiramos.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
9ª.
Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas...; en
nombre de ellas te suplico sigas siendo, en todas, el Soberano muy
amado.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
10ª.
Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en
aquellos sacerdotes que te aman y que te predican, como Juan, tu
apóstol regalado.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
11ª.
Y a cuantos enseñen esta devoción sublime; a cuantos publiquen sus
inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla
en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
12ª.
Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos
hemos compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de
consuelo, y por la Comunión de los Primeros Viernes, cumple con
nosotros tu promesa infalible; te pedimos que en la hora decisiva de
la muerte.
¡Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón!
(Pausa)
Señor
Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos
quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre, si tu amor lo
consintiera... Nos vamos, llevando paz, consuelos, nueva vida... ¡Ah!
Pero, sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado
a ti, Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de
amor, que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita
María... Atiende, pues, Señor Jesús, acoge manso y bueno nuestra
última oración:
(Lento
y cortado)
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la perseverancia de fe y de
inocencia de los niños que comulgan..., sé su Amigo.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el consuelo de los padres del
hogar cristiano..., sé su Vida.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el amor de la multitud que
sufre, de los pobres que trabajan..., sé su Rey.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la dulcedumbre de los
afligidos, de los tristes..., sé su Hermano.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la fortaleza de los tentados,
de los débiles..., sé su Victoria.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el fervor y la constancia de
los tibios... sé su amor.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el celo ardiente y victorioso
de tus apóstoles..., sé su Maestro.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el centro de la vida
militante de la Iglesia..., sé su lábaro triunfante.
Corazón
agonizante de Jesús, triunfa..., y sé en la Eucaristía, la
santidad y el cielo de las almas..., sé su paraíso de amor..., sé
su Todo.
Y
mientras llega el día eterno de cantar tus glorias, déjanos,
dulcísimo Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial herida
del Costado, murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón, esta
palabra triunfadora: ¡Venga a nos tu reino!
(Pausa)
Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
¡Oh,
amantísimo Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de
mi espíritu; sobre el ara santa de tu Corazón, en que te ofreces
por mi amor, deposito todo mi ser; mi cuerpo, que respetaré como
templo en que Tú habitas; mi alma, que cultivaré como jardín en
que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de
tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu
gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo;
mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes,
que florecerán al abrigo de tu protección; mis pasiones, que se
someterán al yugo de tus mandamientos, y hasta mis pecados, que
detestaré, mientras haya odio en mi pecho y que lloraré sin cesar
mientras haya
lágrimas
en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo,
así como Tú, ¡oh Corazón divino!, has querido ser siempre todo
mío. Todo tuyo para siempre; no más culpas, ni más tibiezas... Yo
te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti, por los que te
odian; rogaré, gemiré y me sacrificaré por todos los que te
blasfeman. Tú, que penetras los corazones y sabes la sinceridad de
mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente;
dame el triunfo en las batallas de la tierra, y cíñeme después con
la corona inmortal en las mansiones de la gloria... Pero que mi
recompensa seas Tú, y mi Cielo eterno, la herida deliciosa de tu
amable Corazón... ¡Venga a nos tu reino!...
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
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