Para
rezar en familia
El
Reinado íntimo, familiar y social-nacional del Corazón de Jesús
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
¿Hemos
penetrado alguna vez por nuestra meditación en el significado
profundo de la hermosísima fiesta de Epifanía?...
¡Oh,
qué cuadro embelesador aquél; en una cuna pajiza tirita de frío el
Rey de los cielos..., sostenido en los brazos de María, el más rico
de sus tronos, sonríe dulcísimo y bendice amabilísimo, Aquél,
cuyos dominios comprenden el Universo!
Se
acercan ya los Reyes Magos... Han hecho una larga travesía, han
salvado enormes distancias, pues vienen a cumplir con un deber
imperioso: quieren reconocer de rodillas al gran Libertador, al Rey
de reyes, al Conquistador, tanto tiempo esperado, de las almas, de
las sociedades y de los pueblos, en la persona del Divino Infante...
Antes
que los Magos del Oriente, ya el cielo mismo había aclamado con
cantares de victoria la realeza de victoria de ese Niño envuelto en
pañales y reclinado en un pesebre... Y después de los ángeles, los
dichosos pastores habían acudido a su vez para presentarle el
homenaje por excelencia, el de su amor, besando con ternura sus pies
divinos y estrechándolo sobre sus pechos con sencillo abandono....
No
falta, pues, sino un trono, más regio por cierto que esa cuna
miserable..., y también una púrpura, más espléndida aún que el
manto de la Virgen-Madre...
Vedlo
ya en su verdadero trono, por Él mismo elegido: ¡la Cruz!
Contempladlo,
realzada ahí su hermosura celestial, levantado así por encima de
todas las potestades de cielos y de tierra... ¡Qué hermoso, qué
dominador, qué dulce este Rey, cubierto con la púrpura escarlata de
su sangre preciosísima!...
No
falta ahora sino la reproducción indispensable de una nueva
Epifanía; aquella en que las almas y las naciones, herencia que su
Padre le ha confiado, vengan a postrarse ante su altar, y
reconociendo su Realeza Divina, se sometan a su imperio de luz, de
paz, de misericordia y de amor...
Pero
¡qué!... Su Reinado ha comenzado ya hace veinte siglos y su
victoria se ha extendido desde entonces como un piélago de luz
esplendorosa y profunda... que ha penetrado la humanidad regenerada,
y la ha informado de un alma nueva, de una hermosura divina... Esa
victoria la va acentuando de día en día el Pentecostés permanente
de la Iglesia, a medida que ésta arraiga en la tierra la Soberanía
del Señor Crucificado...
Pero
he aquí que un acontecimiento sobrenatural viene dando, desde hace
cosa de tres siglos, un impulso decisivo al carro victorioso del Rey
de amor... Un Pentecostés de fuego se ha levantado... parte de
Paray-le-Monial y parece envolver ya y abrasar el mundo,
transformando las almas y las sociedades... reanimando a los
apóstoles..., confirmando las esperanzas y enardeciendo los anhelos
de la Iglesia...
¡Oh,
qué hermoso grito de victoria y de amor aquél que llena ya los
ámbitos de la tierra, del uno al otro polo, grito de júbilo y
plegaria de esperanza que dice: “Corazón divino de Jesús, venga a
nos tu reino!”.
Ya
viene, ¡oh, sí!, se acerca triunfante el Rey de amor... Mirad cómo
ostenta sobre el pecho, enardecido por la caridad, su Corazón Divino
como un Sol que siembra incendios en su carrera... Ved cómo avanza
bendiciendo con dulzura... Ved cómo atrae, cómo llama con un gesto
de ternura imperiosa, irresistible...
Y si
dudáramos todavía que la hora de un triunfo divino parece
acercarse, oíd trémulos de santa emoción, una palabra de Jesús,
armonía que hace saltar de júbilo a sus apóstoles y amigos, a la
vez que provoca el espanto entre los secuaces del infierno...
Jesús
ha hablado, el Señor lo ha dicho, el Rey divino lo ha afirmado: “¡Yo
quiero reinar por mi Sagrado Corazón y reinaré!...”.
Transportados de gozo, respondamos nosotros esta tarde, en nombre de
nuestros hogares, en nombre de nuestra patria, y haciendo eco a la
voz de la Iglesia: “¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de
amor!...”.
(Todos)
(Dos
veces)
¡Hosanna
al Hijo de María, al Rey de amor!
¡Rogámoste,
Jesús, que seas nuestro Rey!
(Todos)
(Dos
veces)
Rogámoste,
Jesús, que seas nuestro Rey!
¡Hosanna
al Corazón de Cristo-Rey!
Estas
aclamaciones, por sinceras que sean, no bastan... El corazón de
Jesús reclama con derecho obras vivas de amor vivo que ratifiquen el
Hosanna que resuena todavía clamoroso en el Sagrario...
“¡Cuántas
veces, ¡ay!... recibiste, Señor, oraciones de labios... y después
de la oración, la lanzada en tu Divino Corazón!”.
No
una, sino mil veces, por desgracia, se ha reproducido el cambio
sacrílego de decoración de Jerusalén, tu pueblo...
Ved:
al cabo apenas de una semana, los himnos de victoria se trasforman en
vocerío de cólera que pide su muerte...; y aquellas mismas manos
que aplaudían con palmas y laureles, recogen con furor las piedras y
luego los azotes...
(Con
vehemencia)
“No
así nosotros, Jesús, ¡oh!; no así, ¡Rey de reyes!... El agasajo
de esta Hora Santa no será efímero como el del Domingo de Ramos...
Tú,
Maestro adorable, que lees en el fondo de nuestras almas, sabes con
qué lealtad y con cuánto ardor no sólo te amamos, sino que
queremos a nuestra vez verte amado, extendiendo tu reinado en las
almas y en la sociedad... Te lo decimos, Jesús, con el corazón en
los labios.
Con
este fin, Señor, te hemos pedido esta cita; con este único objeto
nos hemos congregado ante este trono de gracia y de misericordia...
Venimos, pues, a recabar las órdenes para el combate, resueltos como
estamos a darlo todo, a sacrificarlo todo, con tal de entronizarte
victorioso, preparando y precipitando la hora de tu reinado de
amor...
¡Ah!
La victoria será ciertamente nuestra; pues Tú, el Omnipotente, eres
nuestro Prisionero..., más cautivo aún, si cabe, de tus amigos, que
no lo fuiste en Getsemaní, de tus verdugos... Pero esta vez, Jesús
amado no querrás, por cierto, renovar el milagro con que hace siglos
escapaste de las manos de veleidosos entusiastas e interesados que,
en beneficio propio, te querían proclamar su Rey... No así en esta
Hora Santa, en la que tus servidores leales y tus apóstoles
abnegados te aclaman Rey para tu propia gloria... ¡No romperás,
pues, las cadenas de amor, Tú, el cautivo del amor!... Tu gloria que
es la única nuestra... y tus intereses, nuestros solos intereses, te
lo exigen, Dios de caridad... Manda, reina e impera aquí como Rey;
díctanos tu voluntad, ya que son tantos los que de palabra y de obra
niegan tu soberanía y tus derechos...
Algo
y mucho hemos aprendido, ciertamente, por tu confidente y nuestra
hermana Margarita María... Pero, ¿no querrás Tú mismo, Señor,
mostrarnos... no fuera sino un destello de aquel Sol de tu Corazón,
que le revelaste a ella?... Tenemos hambre de conocerte mejor, de
amarte y de hacerte amar... Danos, pues, si no todo el banquete de
Paray-le-Monial, que no merecemos... ¡oh!... danos siquiera una
migaja sabrosa, empapada en el cáliz de tu Corazón..., y que nos
revele sus designios... sus misericordias y ternuras... Pruébanos
una vez más que porque eres
Jesús...
que porque eres Rey de amor, eres espléndido como no lo fue jamás
rey alguno de la tierra... Y ahora queremos oírte... Háblanos,
Jesús”...
(Mucho
recogimiento y silencio)
Voz
de Jesús. “Quid dicunt de me?” “¿Qué dicen de mí?”...
¿Qué opinan los hombres de vuestro Maestro, hijos del alma?...
¿Pensáis
que creen de veras en mi verdad y en mi justicia? ¿Pensáis que
creen, sobre todo, en mi amor; que creen en él con fe inmensa?...
Porque debéis saber, ante todo, amigos y apóstoles de mi Sagrado
Corazón, que el primer reinado que quiero establecer es un reinado
íntimo en la conquista de vuestros corazones... Sí, ahí... donde
sólo yo puedo penetrar..., ahí quiero, ante todo, echar los
fundamentos sólidos de mi soberanía divina...
Vuestro
interior, ese debe ser mi Reino por excelencia... Reino todo él de
luz, de claridad inefable, puesto que yo soy la luz bajada a la
tierra..., a fin de que todo aquél que cree en Mí no ande en
tinieblas...
(Lento
y marcado)
Los
hombres creen candorosa y firmemente en la sabiduría de los sabios y
en la sinceridad de infelices intrigantes...
Creen
en la amistad deleznable de las criaturas y en la lealtad del corazón
humano...
Creen
en las promesas y en las adulaciones engañosas e interesadas de los
grandes...
Sí,
creen fácilmente en la nobleza moral, en la rectitud y en la bondad
de los hombres; siendo así que día a día sufren sorpresas y
decepciones matadoras... Cosa extraña, sangra todavía la herida
abierta por la deslealtad humana, y en esa misma llaga, todavía
fresca, reflorece, como por encanto, la fe, la confianza en otra
criatura... ¡Así no creéis en Mí, vuestro Jesús!
¡Ah,
qué proceder tan distinto observa el hombre conmigo, su Señor!...
Yo, que me dejé herir para evitaros tantas heridas mortales... Yo,
que soy el único amigo fiel y fidelísimo... Yo, que soy la verdad
que no miente y la sabiduría que no engaña... Yo, el amor infinito
de un Dios que jamás olvida... sí, Yo, que consentí en ser clavado
a un patíbulo para aguardar en los umbrales de un Paraíso al
verdugo arrepentido..., ¡sólo Yo no encuentro aquella gran fe que
debiera reconocerme como al Señor de las inteligencias y como al
único Legislador de las conciencias!
Y,
sin embargo, sólo Yo soy y seré, a través de los siglos, la luz
indefectible, la única luz de los mortales...
¡Ah!...
Si supierais cuánto anhelo obtener esta victoria de luz divina, de
inmensa luz en vuestras almas, pobres de fe... ¡Oh, dadme esa
victoria; ella no depende sino de vosotros! ¿Por qué motivos
clarean tanto a veces las filas de aquellos que vienen con hambre de
amor en busca mía al comulgatorio?... ¡Ah!... Yo los quisiera mil
veces más numerosos; pero la falta de fe viva los aleja de mi
sacrosanta Eucaristía...
¡Oh
dolor!... La ignominia y también un respeto mal entendido, detienen
a tantos por falta de fe en el camino que los llevará a mi
Corazón...
¡Pobrecillos!...
Sufren de sed y no vienen al manantial de aguas vivas, que soy Yo...
¡Qué distinto sería, hijitos míos, si creyerais con fe ardiente
en mi amor!... ¡Ah! Entonces aquel temor infundado que agosta y
esteriliza vuestro afecto y que lastima mi Divino Corazón, no sería
capaz de deteneros cuando oís que os llamo....
¡Aumentad
la luz del alma; creced en fe, amigos míos!... Si supierais quién
es Aquel que os aguarda en este altar... Quien Aquel que os llama a
grandes voces desde el Sagrario... ¡Oh, qué de secretos íntimos os
revelaría, con qué fuerza de caridad abrasaría y transfiguraría
vuestras almas pobrecitas, si os dejarais iluminar, arrastrar y
penetrar por las claridades de una fe ardiente!... ¿Queréis
embriagaros de mi hermosura?... ¿Deseáis embelesaros en las
magnificiencias de mi amor y de mi misericordia?
Dejadme,
entonces, saturar de luz divina vuestras almas... Creed, ¡oh!, creed
en Mí... Sí, creed en Mí, vosotros los hijos de mi Sagrado
Corazón; pero no con una fe cualquiera; creed con una fe ardorosa...
Creed, sobre todo, en el amor de mi adorable Corazón...
Y si
de veras deseáis, como me lo decís, que Yo me establezca como
Soberano en vuestras almas con una victoria de intimidad... pedidme,
ante todo, que aumente el don de vuestra fe...
(Si
de esta Hora Santa no sacáramos más provecho práctico que el de
renovar nuestra fe tan lánguida, habríamos dado un gran paso para
gloria del Sagrado Corazón... No olvidemos que uno de los mayores
males de la época actual, no es tanto la incredulidad de los
infelices negadores, cuanto la fe anémica, tímida, de los amigos
del Señor... Pidamos esta gracia incomparable de una gran fe al
Sagrado Corazón).
Las
almas. Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: coloca tus manos
creadoras sobre nuestros ojos nublados, y reanima nuestra fe. Manda
como Rey de luz, Señor, y caerán deshechas las escamas que
enfermaban nuestra vista sobrenatural... ¡Oh, haz que te veamos
claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
(Todos)
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Luz
de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en
aquellas horas tan contadas de paz, de dicha tranquila y sabrosa...;
en aquellas horas tan fugaces de sol, en las flores tan escasas de la
vida... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y reina
aumentando en Ti nuestra fe!
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Luz
de nuestras almas, Jesús muy amado, queremos verte y encontrarte en
la amargura secreta de tantas y tantas penas que Tú sólo
conoces..., en aquellas desolaciones del corazón que las criaturas
no pueden ni comprender, ni menos endulzar... ¡Oh, haz que te veamos
entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Luz
de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en
aquellas luchas desesperadas, entre la naturaleza miserable y la
conciencia..., entre nuestros devaneos y ambiciones y las crueles
realidades de la vida... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente
y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Luz
de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte
sobrenaturalizando aquellas legítimas aspiraciones de bienestar que
provienen del deseo de asegurar el porvenir temporal y cristiano de
los nuestros... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente y reina
aumentando en Ti nuestra fe!
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Luz
de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en
aquellas horas de penosa incertidumbre, cuando el horizonte se
oscurece y se presenta amenazante..., cuando el cielo y la tierra
parecen olvidarnos... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y
reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Luz
de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en
todos aquellos innumerables sacrificios que el deber nos impone, y,
sobre todo, cuando marcas el hogar que te ama, con la cruz de los
pesares... ¡Oh, haz que te veamos
entonces
claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Luz
de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en
el problema delicado de nuestra vida interior de conciencia...,
cuando por nuestro bien permites luchas, contrariedades y sinsabores
que nos toman de sorpresa... ¡Oh, haz que te veamos entonces
claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
Señor,
confesamos que Tú, y sólo Tú, eres el Camino, la Verdad y la
Vida... ¿A quién acudiremos, cuando sólo Tú tienes palabras de
vida eterna?...
Habiéndose
encontrado, pues, Jesús en nuestro camino azaroso, te detenemos y
nos abalanzamos a Ti exclamando: “¡Hijo de David, ten piedad de
nosotros..., abre nuestros ojos..., haz en ellos la luz, una gran
luz, para poder ver siempre y verte en todas las cosas, y reina
aumentando en Ti nuestra fe!”.
Reina
aumentando en Ti nuestra fe.
(Pausa)
Bajó
un día el ángel del Señor a Nazaret, y anunció a María, la Reina
de las vírgenes, que si consentía en ser la Madre del Mesías, éste
reinaría, salvando a Israel y al mundo...
Pero
el Cielo ponía como condición el que María aceptara previamente la
construcción de un arca salvadora: ¡un hogar!... Y si daba su
consentimiento, Ella, María, sería la Reina y la Virgen-Madre de
ese hogar constituido, y desde ese trono dulce y formidable, el Hijo
de Dios dominaría sobre la Casa de Jacob y sobre todas las razas
redimidas...
No
es éste el caso de hoy día. No es un ángel, sino el Rey de los
ángeles, quien se presenta a nosotros ofreciéndonos una segunda
redención en el Reinado social de su Divino Corazón... Ahí está
muy clara y terminante la petición transmitida en su nombre por
Margarita María.
Pero,
como en Nazaret, el Rey del Paraíso exige siempre un arca, la misma;
un trono vivo, el mismo. Quiere avasallar el mundo, reinando ante
todo en el hogar, manantial y santuario de la vida.
Esta
petición del Señor no es nueva... Sus designios no han cambiado
desde que Él mismo construyó con mano creadora, la familia, con el
fin de perpetuar la victoria del Calvario... Sí, los hogares son su
creación, y constituyen su dominio... Pero, !ay!..., en cuántos de
ellos es Jesús un desconocido... de cuántos de ellos se le ha
desterrado... ¿Es de veras el Rey, o es de hecho un mendigo en
millares de familias?
Vedlo
recorrer el mundo golpeando a las puertas de los hogares... Y, en
respuesta... aquí se le pregunta con altanería quién es... más
allá se le increpa con insolencia, se le exigen credenciales... ¡Ah,
y no faltan quienes lo despiden..., con aparente cortesía o con
ultraje abierto, según los intereses mezquinos del momento!... ¡Ahí
se realiza después de siglos aquellas palabras acerbas de San Juan:
“Vino a sus dominios, y los suyos no quisieron reconocerlo!”.
¡Ah,
si esas almas, si esos hogares supieran quién es Aquel que en hora
de misericordia y de ventura llama a sus puertas... si conocieran a
Aquel que al entrar les traería el tesoro, tan deseado y jamás
encontrado, de la paz!...
¡Oh,
cuántas maravillas realizaría ese Amigo-Rey si reinara con
soberanía de amor en la vida interior de esos hogares!
Ahí,
a dos pasos, nos está escuchando el Rey divino y desterrado...
Aprovechemos que calla, como si dormitara en el Sagrario, para
meditar aquí a sus plantas un cuadro, hecho con la hermosura
celestial de sus lágrimas y de sus sonrisas... Saboread toda la
belleza y penetrad el significado de esta parábola, semejante a
aquellas que el Maestro Divino contaba, despidiendo sobre la claridad
en sus palabras arrobadoras.
(Con
gran unción)
Escuchad:
es plena noche..., y noche de crudo invierno... Una alfombra de nieve
cubre el suelo, y sopla inclemente el cierzo helado... Hacia media
noche, un Peregrino de incomparable hermosura, jadeante de fatiga,
húmedo los cabellos, golpea suavemente a la puerta de una pobre
cabaña...
Se
le abre presto..., y al entrar bendice, diciendo: “¡Que mi paz sea
con vosotros!”.
La
armonía de esta voz sobrehumana despierta sin sobresalto, uno
después de otro los pequeñitos del hogar... Se diría que una voz
secreta y misteriosa los ha ido llamando dulcemente uno por uno...
Vedlos, han acudido presurosos y están todos agrupados alrededor del
misterioso Peregrino... Le han dado con afecto un asiento al lado de
la lumbre...
Y,
observándolo de más cerca los pequeñitos, “mirad, se dicen en
voz queda, mirad qué ojos hermosísimos tiene este Señor..., pero
se diría que ha llorado..., ¿verdad?..., y que lleva una pena
grande dentro del pecho..., que le duele el Corazón...”.
Y
los mayorcitos, después de un momento de silencio, hablando entre
sí, observan con emoción: “Oh, qué bueno y qué tierno este
Señor... Pero, ved: tiene lastimadas las manos, y la frente, muy
herida...”.
El
hermoso Peregrino despliega los labios... habla; y al hablar descubre
poco a poco y revela todo un cielo... ¡Ah, y qué cielo!... ¡Todos,
grandes y pequeños, sin decirlo, piensan, adivinan que ese cielo...
lo lleva Él mismo dentro del pecho, y en su Corazón!...
Cosa
extraña... Desde que ha entrado, una brisa de paz inefable embalsama
ese hogar que se siente sobrecogido a la vez que mil veces dichoso...
Y a medida que el Peregrino dulcísimo habla..., se olvidan y
desvanecen, o, más bien, se suavizan todas las penas...; no se
siente ya el frío glacial que soplaba cuando, hace un instante,
pedía hospedaje... Toda su persona despide un suavísimo calor
celestial..., y, por esto, en santo abandono, todos le cercan, pues,
sin darse cuenta de ello, llevaban un hielo mortal en el alma...
¡Oh,
confianza deliciosa! Sin que lo haya dicho, todos presienten,
adivinan que ese Peregrino es un Rey... ¡Qué, lo saben..., y ni
pequeños ni grandes temen su majestad! ¡Ah, no!... Los grandes no
temen porque han sufrido, y este personaje atrae y consuela...; y los
pequeños tampoco..., porque se sienten amados, porque son almas de
lirio...
Pero
a medida que habla..., ¡oh, cómo penetran suave y profundamente en
las almas los ojos de ese Rey-Peregrino!... Ya lo ha visto todo de
una mirada...; las heridas, frescas siempre en el corazón de
aquellos padres... En la delicadeza exquisita de su Corazón no ha
nombrado a los ausentes..., pero hace sentir que los conoce y ama a
todos... Sí...; ha contado ya los vacíos en ese hermoso hogar...
Ahí están los niños, los pequeñitos, pero no están todos... ¿Qué
se hicieron..., dónde están los otros, los mayores?
¡Ay,
la jaula de oro se ha ido despoblando!... ¡Y si no fuera sino esto
sólo; pero no!... Otras penas, otros sinsabores más crueles aún
han ido cercando de espinas esa casita que lo alberga con tanto
cariño... Pero ya lo sabe todo el Peregrino misterioso... Y en el
relámpago de una mirada profunda, deliciosa, les ha dicho que lo
sabe... Sin más, ved; los padres han caído a sus pies, regándolos
con lágrimas... Parecen guarecerse ahí, así como las avecitas,
cuando sopla el huracán, buscan por instinto el abrigo del nido o de
una roca...
Arroja
entonces sobre ellos una mirada de inefable compasión, y dice: “¡No
lloréis sin esperanza..., llorad, sí, pero llorad amando; llorad
conmigo, pues Yo os conozco y os amo tanto!... Vuestros pesares y
vuestras lágrimas me han traído a vuestro hogar!”.
Y
cuando, desahogado el corazón, los consolados padres levantan la
mirada..., ¿qué ven?... El divino Huésped llora también con
ellos... Y a medida que esas lágrimas de amor humedecen la frente y
los cabellos de los pequeñitos que, en silencio, se han arrojado
sobre su Pecho, entre sus brazos... una calma indefinible..., una paz
desconocida, enteramente nueva, inefable, parece cernirse sobre este
hogar venturoso... Diríase que el cielo entero ha trasladado sus
reales a ese rincón.
Un
instante más y el Peregrino enjuga su lágrimas para clavar con
deliciosa sonrisa sus miradas de compasión infinita y amor inmenso
en esa Betania tan sencilla y tan hermosa, oasis apacible de un Rey
desterrado... Y sereno ya el rostro, radiante de hermosura, exclama
con un tono de dulcísima tristeza: “Yo también tuve muchos
hijos..., pero muchos de ellos me han olvidado y me han abandonado...
Y aquí me tenéis, siempre de camino en busca de ellos, para
ofrecerles mi perdón... Amigos del alma, sabed que la tempestad de
hielo que azota esta noche allá fuera los campos, es benigna
comparada con el huracán de dolor que estalla aquí dentro de mi
afligido Corazón...”.
Y
esto diciendo, muestra su Costado... ¡Oh, qué herida profunda la
suya!... Su túnica está todavía empapada en sangre. Está
conmovido y calla...; pero un instante después continúa: “La
acogida de amor que me habéis brindado sabré pagarla con
esplendidez soberana..., porque, sabedlo, hijitos, ¡Yo soy Rey...!
Mas no temáis... ¡Oh, no, pues soy un Rey de amor!”.
(Lentamente
y con pasión de amor)
“Y
ahora acercaos más: quiero confiaros un secreto..., el secreto de mi
Corazón: si queréis ser felices, ¡amadme!... Y por amor,
confiádmelo todo, todo en este hogar... Confiadme tristezas y duelos
de ayer..., incertidumbres y angustias del día de mañana...
Confiadme estos pequeñitos, tesoro vuestro y mío..., y abandonadme
la suerte temporal y eterna de los otros que no están aquí..., de
los que se fueron... Grabad, pues, este secreto de paz inalterable;
amadme, amad-me con inmenso amor”.
El
rocío de esas palabras, que son al mismo tiempo luz y fuerza,
enternecen y provocan un torrente de dichosas lágrimas, como no las
lloró jamás ese sencillo hogar... ¡Oh, más que llanto es un himno
de esperanza, un cántico de júbilo y de amor!... Corren todavía
esas dichosas lágrimas y ya están todos a los pies del Peregrino;
besándoselos conmovidos... Y alentados por esa mano que acaricia
blandamente a los pequeñitos, éstos, y luego los padres, exclaman
con vehemencia: “¡Danos tu nombre, oh, Rey de amor!... ¡Dinos
quién eres!...” “Yo soy Jesús, el Hijo de María..., –les
contesta con la voz, y con los brazos extendidos– venid, Yo soy
vuestro Rey...”.
¡Oh,
sí! –responde con un grito de alegría Betania toda entera–:
eres nuestro Rey; pero... ¡quédate, convive con nosotros..., vive
nuestra vida de hogar!... ¡Quédate, sé nuestro amigo!
(Pausa)
Si
supierais cuánto desea el Señor que éste, más que un cuadro o una
parábola, sea una dichosa y divina realidad en nuestros hogares...
Durante esta Hora Santa está llamando a las puertas de vuestras
casas..., golpea con insistencia de caridad, pues quiere entrar como
Rey y os pide quedarse entre vosotros como amigo fiel.
Sí;
más que nunca quiere reinar en los hogares con un reinado total y
vivido, reinado íntimo y práctico... Antes de terminar este
ejercicio quiere Él mismo haceros esta petición... Contestadle con
una promesa tan solemne como leal y sincera...
Voz
de Jesús. Heme aquí; me presento a vosotros como el Rey de
mansedumbre que os trae en su corazón un tesoro de paz, y que viene
a ofreceros su gloriosa amistad... Pero recordad que no podéis
servir a la vez a dos amos opuestos... Yo, vuestro Señor, y el mundo
no podemos sentarnos al banquete de vuestro amor... Decidme, pues,
¿cuál de los dos elegís como Rey de amor de la familia?
Las
almas. Corazón de Jesús, Tú solo serás nuestro Rey.
Voz
de Jesús. ¿Y quién será el amigo que participe de la vida de
hogar?
Las
almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de
Betania.
Voz
de Jesús. Es decir, ¿qué puedo entonces mandar como en mi casa
e imponer mi ley a vuestro hogar?... ¿Me aceptáis, pues, entonces
de veras como Rey?...
Las
almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz
de Jesús. ¿Y quién será el amigo íntimo a quien contéis las
penas secretas y los sinsabores de familia?
Las
almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de
Betania.
Voz
de Jesús. ¿Me reconocéis, por tanto, el derecho pleno de
reclamar, según mi beneplácito, personas y bienes en vuestro
hogar?... Y más aún, ¿aceptáis con amor que Yo mismo trace el
derrotero en el porvenir de la familia?... Responded, pues: ¿seré
Yo de veras el amo de la Casa?
Las
almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz
de Jesús. Y cuando por disposiciones de Mi Sabiduría os imponga
la Ley del sufrimiento, ¿quién será en las horas de lucha el Amigo
que aliente y el Consolador a quien llaméis llorando?
Las
almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de
Betania.
Voz
de Jesús. Pero si me reconocéis como Rey, será preciso que
ejerza mi Soberanía en vuestra casa... Y como todo en ella me
interesa, ¿aceptáis que tome parte y que ordene como el Amo
indiscutible, aun los detalles vulgares y menudos de vuestra vida
cotidiana?...
Las
almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz
de Jesús. Pero no sólo porque, Rey y Señor, tengo ese derecho
absoluto... Yo soy vuestro Jesús... ¿Queréis, pues que como amigo
de ternura me interese en aquella vida fatigosa, ordinaria de cada
día? ¿Seré Yo realmente el Amigo en la labor, en la alegría y en
las penas del camino trillado de la vida de familia?...
Las
almas. Sólo Tú, Divino Nazareno, sólo Tú, fiel Amigo de
Betania.
Voz
de Jesús. ¿Quedo, pues, entonces aceptado libremente como el
Señor y el Consejero divino en las decisiones graves de familia, en
aquellas horas negras en que las criaturas ingratas se desentiendan
de vosotros?... ¿Me pedís que desde ahora reine e impere en vuestra
casa con la misma libertad con que mando en las alturas de mi
cielo?...
Las
almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz
de Jesús. Y, en fin, hijos queridos, en la hora de inevitables
separaciones... Cuando la muerte, en alas de una enfermedad mortal e
imprevista, venga a visitaros porque Yo la mando... decidme, ¿quién
será entonces, en ese momento de suprema congoja, quién será el
Amigo íntimo, el primero y el último de los Amigos en el hogar de
mi Divino Corazón?...
Las
almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel amigo de
Betania.
(Y
aquí una gran promesa: en toda ocasión de duelo, tribulación o
alegría; como también en los aniversarios de dolor o de fiesta,
renovad el homenaje de la familia al Corazón de Jesús, entronizado
como Rey de amor y conviviendo vuestra vida como Amigo fiel y divino
de Betania).
(Pausa)
Para
que la victoria social del Corazón de Jesús sea en realidad
espléndida y dé todos los resultados de gracia prometidos, es
preciso que no se reduzca únicamente a una victoria parcial en la
familia... Ello es mucho, pero no es todo... Procuremos que en día
no lejano se le aclame Rey Divino de los pueblos... Trabajemos con
denuedo en obtener para su bandera una victoria nacional...
¡Qué
de veces durante la guerra europea oyó Jesús esta súplica!:
“Dadnos pronto, Señor, la victoria que nos es debida en justicia,
y confirma, Señor, con ella nuestros derechos...”.
Cuán
contados fueron, por el contrario, los creyentes que, empleando el
lenguaje de verdadera sabiduría cristiana, dijeron con humildad y de
rodillas: “Señor Jesús, Rey desterrado en tantas sociedades. Rey
ultrajado en tu soberanía, Rey coronado de espinas, otórganos
pronto la gracia inmensa y salvadora de tu propia victoria... Corazón
de Jesús, venga a nos tu reino... y lo demás dánoslo, cuando Tú
quieras, por añadidura.
Vivimos,
a la verdad, una hora providencial, la hora del Sagrado Corazón, Rey
y Centro del Mundo Católico y de la Iglesia... A Él se tornan todas
las miradas suplicantes, pidiéndole que salve tantas naciones
minadas por la base... tantos pueblos en disolución y vecinos a la
muerte... El único Libertador será este Rey de amor, y si no,
nuestra sociedad rodará al abismo... Los grandes intereses, pues, de
orden y de paz, de justicia y de felicidad de familias y naciones
reclaman imperiosamente su Reinado Salvador...
Por
desgracia, no razonan así muchos pueblos y gobernantes, que se diría
coligados en contra de Cristo Señor nuestro; y que así cavan su
propia tumba... ¡Qué de extraño que el mundo hierva en una
agitación de horrenda turbación y se sienta más que desgraciado y
herido de muerte, cuando los que le gobiernan han desterrado al
Príncipe de paz y le tienen clavado a un patíbulo de ignominia... y
si, condenando al ostracismo a Aquel que es la vida, llaman por ende
a la muerte con su cortejo espantable de desgracias mortales!
La
sociedad actual se siente agitada por una confusión que viene de lo
hondo... Se está partiendo como la roca del Calvario porque,
desgraciadamente, nuestra sociedad moderna es el Calvario vivo de un
Dios desconocido y ultrajado... No hay para tanto mal sino un
remedio, y es: que el mundo, como el Centurión, acepte de rodillas
la realeza del Señor Crucificado..., que legisladores y pueblos
acaten su Evangelio..., que grandes y pequeños bendigan su cetro de
luz y de misericordia..., que hogares y pueblos beban la vida, una
vida nueva, en el manantial de su Corazón Sacrosanto.
Por
esto, no terminaremos la Hora Santa sin llamar en nuestro socorro a
este Rey-Salvador... Le llamaremos a grandes voces, pues urge el que
establezca su Reinado...
Pero
ya que este Ejercicio es, ante todo, una plegaria de reparación
solemne, acerquémonos con entero abandono al Rey de amor.
Entronizado como Rey de dolor y de ignominia en el banquillo de los
criminales por la obra sacrílega de la sociedad moderna...
Postrémonos con un corazón dolorido ante ese Rey Crucificado,
rindámosle el homenaje de adoración y de amor que le niegan tantos
pueblos apóstatas... ¡Oremos con fervor!
Las
almas. No quieras guardar para Ti solo, ¡oh, Rey de amor! el
inmenso caudal de tus dolores... Dígnate mostrar a éstos, tus
amigos, las cinco llagas de tu cuerpo lacerado...
El
patíbulo no fue ayer, Señor, sigue siendo hoy día el
trono sangriento y permanente en que te ha clavado la ingratitud de
aquéllos a quienes prometiste, y para quienes conquistaste un
Paraíso...
¡Oh,
acércate, Jesús!, pues queremos, esta tarde, convertir en fuente de
vida y en soles de gloria tus cinco llagas... Queremos convertir en
sitial de honor, en trono de misericordia, tu Cruz... Queremos y
pedimos que desde ella atraigas irresistiblemente a tu Sagrado
Corazón la multitud de pueblos renegados...
¡Oh,
sí! Permite que, llevados de la mano por María, Reina Dolorosa, nos
acerquemos dolientes; y que aplicando nuestros labios a tus heridas
deliciosas, pongamos en ellas el refrigerio de reparación generosa y
de amor ardiente que Tú mismo pediste a tu Confidente Margarita
María.
Adoremos
la llaga de la mano derecha, abierta por la escuela sin Dios, y,
besándola con un vivo amor, digamos tres veces:
(Todos)
Te
amamos, Jesús, por aquellos que te odian.
Adoremos
la llaga de la mano izquierda, abierta por la ley tan inicua como
infame del divorcio, y, besándola con inmenso amor, digamos tres
veces:
Te
amamos, Jesús, por aquellos que te ultrajan.
Adoremos
la llaga del pie derecho, abierta por el crimen que destruye el hogar
cristiano y lo profana, y, besándola con amor, digamos tres veces:
Te
amamos, Jesús, por aquellos que te azotan.
Adoremos
la llaga del pie izquierdo, abierta por el delirio de legislaciones
anticristianas, y, besándola con un inmenso amor, digamos tres
veces:
Te
amamos, Jesús, por aquellos que te traicionan.
Adoremos
la llaga del Costado, constantemente perforado por los pecados de
apostasía y de desconocimiento de la persona divina de Nuestro
Señor, y, sobre todo, por el ultraje sangriento del jansenismo,
pecado que se atreve a insultar la ternura y la misericordia
infinitas del Corazón de Jesús... Besando con especial fervor esta
herida, la más deliciosa, digamos tres veces:
Te
amamos, Jesús, por aquellos que te desconocen.
(Pausa)
(Hagamos
brevemente, pero en silencio, una reparación por los pecados de la
patria y de sus gobernantes).
Las
almas. Escucha ahora, Maestro adorable, nuestra última plegaria.
Olvida, Jesús, en obsequio a esta Hora Santa, el silencio de tantos
Pilatos que, abusando del poder que les fue conferido para tu gloria,
han pretendido sentenciarte a muerte... Perdona, Rey de amor,
semejante extravío... Y en consideración a los justos, a tus
amigos, salva a tantos pueblos desgraciados..., sálvalos en la
conquista gloriosa de tu amor, y para calmar la tempestad. ¡Corazón
de Jesús, extiende y afianza tu reinado social!
(Todos)
Corazón
de Jesús, extiende y afianza tu reinado social.
Bien
sabes, Señor, que son muchos los sanedristas, doctores y
legisladores modernos que se han empeñado con tesón infernal en
borrar tu nombre, en eliminar tu espíritu y en descartar tu persona
divina de las instituciones sociales y públicas... ¡Ah, levántate
victorioso, León de Judá, sal de tu Sagrario, Rey de Amor! Y para
calmar la tempestad, ¡Corazón de Jesús, extiende y afianza tu
reinado social!
Corazón
de Jesús, extiende y afianza tu reinado social.
Animosos
siempre los traidores de la raza de Judas, hace tiempo ya que han
resuelto y que trabajan con rabia de infierno en destruir Nazaret, en
arrasar, después de haberla profanado, en arrasar hasta los
cimientos la ciudadela de la familia cristiana... ¡Oh, dulce y
adorable Nazareno!, te pedimos por María, por Ella, tu Madre y la
nuestra, que avances más victorioso que nunca en medio de la
tormenta... Ven, Rey de amor, y cerniéndote triunfante sobre un
mundo trastornado, avienta como un polvo despreciable los Judas y los
sanedristas modernos; y para calmar la tempestad, ¡Corazón de
Jesús, extiende y afianza tu reinado social!
(Todos)
(Tres
veces)
Extiende
y afianza tu reinado social.
Pon
ahora, Rey de amor, atento oído y el Corazón a la plegaria de
despedida de tus apóstoles y amigos:
Oración final
En
presencia, ¡oh, Jesús!, de la Reina Inmaculada y de los ángeles
que te adoran en esta Hostia Sacrosanta, a la faz del cielo y también
de la tierra rebelde y mal agradecida, te reconocemos, Señor, como
el único Soberano y Maestro y como la fuente única de toda
autoridad, de toda belleza, de toda verdad y de toda virtud...
Por
esto, de rodillas y en espíritu de reparación social, te decimos:
no reconocemos un orden social sin Dios ni contra Dios; la base de
todo orden social es tu Evangelio, Jesús.
(Todos)
La
base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús.
No
reconocemos ninguna ley de verdadero progreso sin Dios ni contra
Dios; la ley de todo progreso es la tuya, Jesús.
La
ley de todo progreso es la tuya, Jesús.
No
reconocemos las utopías de una civilización sin Dios ni contra
Dios; el principio de toda civilización es tu Espíritu, Jesús.
El
principio de toda civilización es tu Espíritu, Jesús.
No
reconocemos una justicia sin Dios ni contra Dios; la justicia
integral eres Tú mismo, Jesús.
La
justicia integral eres Tú mismo, Jesús.
No
reconocemos la noción de derecho sin Dios ni contra Dios; la fuente
del derecho es tu Código inmutable, Jesús.
La
fuente del derecho es tu Código inmutable, Jesús.
No
reconocemos una libertad sin Dios ni contra Dios; el único
libertador eres Tú mismo, Jesús.
El
único libertador eres Tú mismo, Jesús.
No
reconocemos una fraternidad sin Dios ni contra Dios; la única
fraternidad es la tuya, Jesús.
La
única fraternidad es la tuya, Jesús.
No
reconocemos ninguna verdad sin Dios ni contra Dios; la verdad
sustancial eres Tú mismo, Jesús.
La
verdad sustancial eres Tú mismo, Jesús.
No
reconocemos un amor verdadero sin Dios ni contra Dios; el Amor
increado eres Tú mismo, Jesús.
El
Amor increado eres Tú mismo, Jesús.
(Final,
tres veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
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