Para
rezar en familia
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
En
una Hora Santa como ésta, hora de silencio y de plegaria íntima,
confió Jesús-Eucaristía los anhelos de su Corazón a Margarita
María, su primer apóstol. ¡Oh!, qué momento de ventura, qué
solemne instante aquél, en que la tierra volvió a resonar con la
súplica ardorosa del Dios-Hombre, que, gimiendo, mendigaba amor...
Sí, pedía amor, y ofrecía en pago, no los tesoros ya entregados en
la Cruz..., regalaba, en esa noche radiante y deliciosa más que el
cielo, nos entregaba su adorable Corazón...
Cristianos
fervorosos: ¡Hosanna en las alturas!... ¡Él nos pertenece desde
entonces por entero!...
Almas
reparadoras: ¡Hosanna acá en la tierra!... ¡Él es nuestro en la
vida y será nuestro más allá de los umbrales de la muerte!...
Oremos,
hermanos, y si lo amamos, levantemos un clamor de fe y de caridad,
roguémosle nos descubra, en esta Hora Santa, las ansias vehementes
de su apasionado Corazón... “Revélanos, Señor Jesús, a tus
amigos, descúbrenos aquí, como a tu dichosa confidente los anhelos,
los propósitos de triunfo que encerraste en esta prodigiosa
devoción.
Di,
Señor, ¿qué pides?... Habla sin tardanza, reclama con imperio,
exige..., pues ya ves cómo esperamos sedientos tu palabra... Somos
tus consoladores..., queremos ser el nido blando en que descanse tu
cabeza destrozada; y acéptanos, como a Gabriel, de aliento y de
sostén en tu agonía redentora... Míranos, Señor, como miraste a
la Verónica, pues nuestras almas deben ser el lienzo de pureza que
recojan tus hermosas lágrimas... Aquí estamos los fidelísimos, los
resueltos, que hemos querido velar una hora con tu Corazón
agonizante... Habla, Jesús Sacramentado, ya que todos éstos que
rodean el Calvario del altar solicitan, como el Cireneo, el premio
anticipado de llevar tu Cruz.
Corazón
Divino, cuéntanos en este instante de divina confidencia tus
ambiciones de reinado, confíanos tus anhelos de victoria... Ordena,
Jesús, que muramos por tu amor, y moriremos. Háblanos por esa
herida del Costado, que, desde hace ya tres siglos, está venciendo
con ternura y con perdón al mundo... Que no nos hablen otros...
háblanos Tú, Jesús-Eucaristía, y viviremos...”.
(Pausa)
(Pedidle
gracia para escuchar su voz divina)
Voz
de Jesús. Acércate, alma querida, soy Yo, no temas... No
traigo majestad que te espante... vengo pobre, me llego a ti
desamparado... no tengo en este instante más resplandores de gloria
que mis llagas, ni más tesoro que este Corazón que te ha querido
tanto... Soy el Nazareno, hijo del pueblo, nacido en un establo... He
sido un artesano humilde y pobrecito... he caminado descalzo y he
sufrido incertidumbres y penurias infinitas por el amor del pueblo.
Quiero reinar en él..., quiero ser su Soberano..., quiero que los
humildes, que los que trabajan, que los que sufren, acepten la
realeza amabilísima de mi Corazón Divino... ¡Oh, sí!... Quiero
que el pueblo sea mío, conquistado en la desnudez de Belén y del
Calvario..., quiero y reclamo que la muchedumbre que llora, que
padece hambre de pan y sed de justicia, adore, crea, espere y ame...,
quiero que sea mía... Vosotros, mis amigos íntimos, preparadme esa
Pascua y el trono y la diadema en la Hora Santa... Clamad ante el
altar, rogad sin tregua y devolvedme así el alma de ese pueblo, que
me arrebatan indignados los que reniegan de la Cruz y de mi sangre.
Haced venir a mí a los pobres...; entronizadme en sus hogares, soy
Jesús, el Nazareno pobre...
(Pausa)
Las
almas. Sí, Jesús, Tú reinarás entre los pobres, y el
pueblo, vencido por tu dulce Corazón, te aclamará su Rey...
Cediendo, pues a tu reclamo, recoge la plegaria que va a resonar
ahora mismo en tu Sagrario.
Por
tus lágrimas vertidas en la cueva humilde de Belén.
(Todos
en voz alta)
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus lágrimas derramadas en secreto en el Nazaret de tus cariños.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus lágrimas lloradas en la muerte de tu amigo Lázaro.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus lágrimas sentidas que te arrancaron la ruina de tu pueblo y de
tu patria.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus lágrimas de sangre que empaparon el huerto de Getsemaní, mil
veces venturoso.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus lágrimas amargas, arrancadas por la pérfida traición de Judas.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus lágrimas de desengaño, lloradas en la triple negación de Pedro
y en el abandono de todos tus apóstoles.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus lágrimas de desconsuelo, derramadas al ver destrozado el Corazón
de tu Madre en la Vía Dolorosa.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus postreras lágrimas con que, en el Calvario, te despediste de la
tierra, y en especial, de los pobres tus amigos.
Triunfa
entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
(Pausa)
Voz
de Jesús. ¡Cómo os bendice mi Corazón, consolado por
la súplica ardorosa que acabáis de hacerle!... Sí, triunfaré; soy
Rey; para esto nací y vine al mundo. Ese mundo ingrato, como un mar
embravecido, me rechaza... En la barca de mi Iglesia atravieso las
edades ofreciendo la calma, la libertad, la paz a los humanos... ¡Ay,
la tempestad arrecia!... Hay gobernantes que quieren el naufragio de
la Iglesia, esta Arca salvadora... y hay muchos hombres ricos,
sabios, poderosos, que, como el inicuo Sanedrín, traman la ruina del
sacerdocio y de mi templo... Mi Vicario está afligido... mi
soberanía, desconocida oficialmente... dispersos, por el huracán
del odio, y desterrados mis apóstoles y amigos... Profanados muchos
lugares de retiro y oración...; conculcados mis derechos y mi Ley...
Soy Rey porque soy Jesús, el Hijo del Dios vivo. ¡Ah!, los que
amáis de veras la gloria de mi nombre... vosotros, al menos, mis
amigos, pedid conmigo, pedid al cielo la victoria sacrosanta de mi
Iglesia... no olvidéis que sus congojas son las mías... Quien la
ultraja, ultraja y hiere mi Divino Corazón...
(Pausa)
Las
almas. Hemos oído, Jesús, la sentencia de blasfemia
contra Ti y tu santa Iglesia... y también el grito de dolor que te
arranca esa ingratitud de los poderosos, a quienes diste autoridad...
y de las naciones a quienes otorgaste libertad por tu Evangelio...
Perdona,
Monarca escarnecido, y confunde a tus enemigos... te lo pedimos con
apremio fervoroso.
Por
la desnudez y el desamparo de tu maravilloso nacimiento.
(Todos,
en voz alta)
Triunfa
en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por
la oscuridad en que viviste tantos años en el taller de Nazaret.
Triunfa
en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por
tu fuga tan penosa hasta el Egipto, perseguido por encarnizados
enemigos.
Triunfa
en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por
tu retiro de cuarenta días de plegaria y penitencia en las soledades
del desierto.
Triunfa
en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por
el desdén de los Doctores de Israel, por las afrentas con que
recibían la predicación de tu Evangelio.
Triunfa
en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por
la ingratitud con que te lastimaron tantos a quienes bendijiste con
bendición de milagros portentosos.
Triunfa
en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por
la veleidad incomprensible de ese pueblo que pagaba tus favores
pidiendo para Ti la sentencia de la Cruz...
Triunfa
en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
(Pausa)
Voz
de Jesús. Almas fervorosas, si por lo menos, tuviera mi
Corazón; ya tan lastimado y perseguido, el refugio tan ambicionado
del hogar... el calor de la familia. ¡Ay, ese santuario caería
hecho pedazos si Satán y el mundo consiguieran desterrarme de él, a
Mí, que soy la vida en el amor! ¡Oh, preguntad a Lázaro, a Marta y
a María, mis amigos de Betania, qué mal resiste, qué dolor no se
endulza, qué herida no se cicatriza, cuando Yo, Jesús, traslado mis
reales al seno de un hogar que adora y ama!... Padres que arrastráis
una vida fatigosa, abrumados por el peso de incertidumbre y
responsabilidades, dejadme entrar a vuestro hogar... Yo soy el sol de
paz, de fuerza: Yo soy el alma de una vida nueva...
Madres
acongojadas..., que sufrís por vosotras y por vuestros hijos...
madres dolorosas, como mi dulce Madre..., ¿por qué no me invitáis
a bendecir la aurora y el crepúsculo, la paz y la tribulación, las
risas y las lágrimas del hogar querido?... Vosotros, testigos
cariñosos de la mística agonía de mi Corazón en el Sagrario,
sabed que vuestra fe y que vuestro apostolado podrán abrirme las
puertas del hogar, que se me cierran culpablemente tantas veces.
Velad por mis derechos, y orad... pedid que reine en la familia
cristiana y a pesar del infierno, triunfará mi Corazón...
(Breve
pausa)
Las
almas. Jesús, errante Peregrino... ven... No quedes en el
umbral de nuestras casas, empapados tus cabellos y tu túnica en el
rocío de la noche... Ven... y entra..., y avasalla las familias de
nosotros todos, que te amamos... ¡Oh, sí! Jesús Esposo, Jesús
Hermano, Jesús Amigo..., ven... Reina en todos los hogares..., te lo
rogamos.
Por
el amor filial que profesaste a tu divina Madre, por las ternuras y
los desvelos de su Corazón Inmaculado.
(Todos
en voz alta)
Triunfa
en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por
el afecto de santa intimidad que profesaste al Carpintero humilde, a
quien llamaste padre.
Triunfa
en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por
el cariño de predilección con que trataste a Juan, el apóstol de
tus inefables confidencias...
Triunfa
en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por
la simpatía que tuviste siempre por los pequeñitos del rebaño, por
los niños, tus amigos fidelísimos...
Triunfa
en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por
aquella amistad envidiable, deliciosa, de Betania..., donde no había
sino un solo sufrimiento insoportable y era el de tu ausencia.
Por
tu frente despedazada con la corona de espinas crudelísimas.
(Todos
en voz alta)
Triunfa
en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus manos perforadas en castigo de habernos bendecido y perdonado.
Triunfa
en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus pies divinos traspasados, que dejaron en la tierra las huellas de
la paz y del amor.
Triunfa
en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus labios, que hablaron sublime caridad, y sintieron sed de nuestras
almas pobrecitas.
Triunfa
en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus ojos divinales, que prendieron la luz del Paraíso y que lloraron
para no ver las culpas, sino para lavarlas para siempre.
Triunfa
en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por
tu cuerpo sacrosanto, convertido en llaga viva para dar la vida al
mundo.
Triunfa
en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por
tu Costado, abierto por la lanza venturosa, y en el que queremos
guarecernos en la vida, en la muerte y en la eternidad.
Triunfa
en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
(Pausa)
Voz
de Jesús. No quiero que os alejéis de este Sagrario,
amigos de mi Corazón, sin recordaros una queja, siempre viva como el
llanto que me arrancaron tantos, que se llaman y que son mis amigos;
tantos justos..., que me corresponden con tibieza... que me ofenden,
midiéndome su amor. ¡Ay!..., si supierais cómo llora, angustiado,
el Corazón de vuestro Dios, mirado con cortés indiferencia y con
respetuosa frialdad por los hijos de la propia casa... por aquellos
que he sentado, día a día, al banquete de mis gracias... por
aquéllos que han vivido, hace años, al sol de mis favores... por
millares de almas que serían santas con sólo hundirse en el abismo
de mi pecho, en que nacieron, y en que han crecido, por predilección
gratuita de mi amor, tan mal correspondido... ¡Ah!, son almas que me
pertenecen, pero a quienes la tibieza abate..., son corazones buenos,
pero sin celo por mi gloria; me ven llorar en mi patíbulo y no
lloran...; me encuentran solitario en esta cárcel..., y se cansan de
mi soledad...; no me hablan..., hay un hielo que las mata y que me
hiere... Se van y, como mis apóstoles, me dejan a solas con mis
angustias y mis ángeles.
Almas-verónicas
que estáis aquí, sedientas de beber mis lágrimas amargas, hacedme
un desagravio, por la herida tan cruel que me infiere la falta de
fineza, de generosidad y de celo de tantos de los míos... Cantadme
amor, y amor apasionado, y amor ardiente...; cantad el triunfo de mi
gloria, el triunfo de mi Corazón, a fin de que olvide la tristeza de
verme tantas veces lastimado de los hijos predilectos..., herido
cruelmente, en mi propio hogar... Vosotros, que ardéis en mi caridad
y en fervor de celo..., tened piedad de aquel Jesús que busca
confidentes, apóstoles y amigos... y no los encuentra..., porque
hablo, redimo y santifico con la Cruz... Vosotros, que me amáis de
veras, consoladme con celo y amor de santidad.
(Breve
pausa)
Las
almas. También yo, Señor Jesús, he sido de los tibios
que se mantuvieron a distancia de tu Corazón, por temor del
sacrificio... He temido las santas exigencias de tu caridad y de tu
ternura...; he temido verme prendido en las redes de tu hermosura...;
he recelado de caer en tus brazos, y tener que rendirme sin reserva y
para siempre a tu Corazón, irresistible, vencedor... Perdona,
Jesús..., perdona también y olvida esa culpa de apatía, de pobreza
en el cariño, de irresolución en el sacrificio, de tantos amigos
que Tú predestinaste a mucha gloria y santidad... Perdónanos y
triunfa...
Por
las primeras palabras de ternura con que, cuando niño, hiciste
sonreír a tu dulce Madre.
(Todos)
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus palabras de bienaventuranza en el sermón de la Montaña.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus palabras de intimidad y de consuelo a tus amigos tan amados de
Betania.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus palabras vencedoras de los doce apóstoles, simiente y esperanza
de tu
Iglesia.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus palabras de inefable bendición para la infancia, siempre
predilecta.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus palabras de caridad y de esperanza que recogieron los enfermos,
los tristes y los pobres.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus palabras de promesa incomparable para los atribulados, los
humildes y los desprendidos de la tierra.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
tus palabras de infinita dulcedumbre con que te despediste de los
tuyos en la noche del incomparable Jueves Santo.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por
las siete últimas palabras con que nos legaste tu espíritu y tu
Madre, al expirar en la cima del Calvario.
Triunfa
en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Voz
de Jesús. He venido a prender fuego a la tierra, y ¿qué
he de querer sino que arda? Con ese fin de caridad, he aquí en esta
Hostia, el Corazón que ha amado a los hombres hasta la muerte, y
muerte permanente de altar, de Eucaristía... Me encadené por
vosotros a la tierra... y la tierra me tiene relegado en cautiverio
de indiferencia, de desdén y de cruel olvido: mi cárcel es de
hielo. ¿Dónde están mis redimidos?... ¿Dónde las almas
consoladas y libradas de la muerte? ¿Dónde los que alimenté con
pan milagroso en el desierto?... ¿Qué se han hecho los ciegos del
alma, los leprosos de corazón, sanados en esta fuente prodigiosa,
que es mi pecho atravesado?... ¡Ah, gemid conmigo, vosotros mis
amigos, que habéis venido a interrumpir el silencio doloroso de mi
prisión de amor! Estoy encarcelado y habéis venido a visitarme...
¡Oh, no me dejéis!... Llevadme, ahora al mundo y contadle mi amor y
mi cautiverio de vuestros amantes corazones... Id ahora al mundo y
contadle mi amor y mi abandono... Traedlo aquí... Que venga
dolorido, ansioso de consuelo... Traedme almas, despertad en ellas
sed de comulgar... Predicad mi Santa Eucaristía... y glorificad la
Hostia donde vivo Yo, Jesús de Nazaret, de Betania y del Calvario...
Venid a mí, en este Sacramento; honradme en él, amad y haced amar
mi
entristecido Corazón.
(Pausa)
Las
almas. No es otra, Jesús-Eucaristía, nuestra ambición
de amor sino arrastrar las almas hasta el Sagrario... y conseguir
que, enamoradas de ti, busquen asilo eterno en tu Sagrado Corazón.
Por esto, colocamos en un altar de oro, en el Corazón Inmaculado de
María, una plegaria que endulzará las amarguras de tu prisión...
Escúchanos, Jesús Sacramentado:
Por
el ultraje de tu prisión del Huerto, y por el beso inicuo que te
entregó.
(Todos)
Triunfa
en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por
la bofetada cruel que afrentó la hermosura de tu faz divina.
Triunfa
en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por
la irrisión cruel y la sangrienta befa de que fuiste objeto toda la
noche angustiosa del Jueves Santo.
Triunfa
en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por
la ignominia de la flagelación de esclavo, a que te condenó un juez
cobarde.
Triunfa
en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por
el vilipendio a la majestad de tu persona al ser vestido y tratado
como loco.
Triunfa
en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por
la afrenta crudelísima de ser equiparado y aun pospuesto a un
villano criminal.
Triunfa
en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por
la fiereza del verdugo que, sin respetarte en la agonía blasfemando,
colocó en tus labios moribundos la hiel de nuestra ingratitud.
Triunfa
en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
(Breve
pausa)
Señor,
Tú reinarás por tu Divino Corazón, a pesar de Satán y sus
secuaces; ¡sí, Tú reinarás!
El
pueblo será tuyo, pues le dominarás con cetro blando de
misericordia y él, tranquilo o agitado, te cantará como el mar y te
aclamará su Rey... Apresura, pues,
Jesús,
el triunfo prometido de tu dulce Corazón.
Señor,
Tu reinarás, glorificado por tu Santa Iglesia... Ella pondrá en tu
frente una diadema de almas, y Tú serás exaltado por encima de
todas las potestades del cielo, de la tierra y del abismo...
Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón.
Señor,
Tú reinarás, cantado y bendecido en el hogar creado por tus dolores
y santificado por tu Madre... En él serás “entronizado”, por
tus ternuras. Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu
dulce Corazón.
Señor,
Tú reinarás, atrayendo al abismo de la vida, a tu Corazón, los
empedernidos pecadores, que no adoran y que no aman... Tú
quebrantarás sus cadenas y los harás libres, en el cautiverio de tu
amor... Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce
Corazón.
Señor,
Tú reinarás desde la Hostia Sacrosanta, Tú vencerás en el
comulgatorio, dominarás la tierra por la amable omnipotencia de tu
Divina Eucaristía... Sí, por ella recobrará los dominios que
conquistó tu amor hasta la sangre, hasta la muerte de Cruz, hasta el
exceso de tu inmolación sacramental... Apresura, pues, Jesús, el
triunfo prometido de tu dulce Corazón... Apresúrate, Maestro, y
sálvanos por él...
(Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
El
divino fuego que viniste a prender en la tierra, se ha encendido,
Jesús, amado, en nuestras almas, y llevados de él, ya no sabemos
pedir ni desear sino tu gloria.
Tú
lo dijiste al revelar las maravillas de tu Corazón; él es el
supremo y el último recurso de redención humana. Apoyados, pues, en
tus revelaciones, acudimos a tu altar en busca de palabras de vida
eterna, y a tu Corazón adorable, anhelosos de aquellas aguas que
deben regenerar el mundo, inflamándolo en tu caridad.
¡Oh!,
sé Rey de los ingratos, que te miran como un Soberano derrocado en
sus almas infelices; reconquístalos, Jesús, por tu perdón.
Sé
Rey de los apóstatas que te miran como Monarca de escarnios, y que
ríen, desdeñosos, al quebrar el cetro de tu divina realeza;
vuélveles la luz perdida y véngate de sus ofensas, perdonando esas
traiciones.
Sé
Rey de las muchedumbres soliviantadas por aquellos sanedristas,
Jesús, que te aborrecen... Calma ese océano rugiente de almas
pervertidas, desorientadas..., impera por tu Evangelio y gana el
corazón del pueblo por tu Sagrado Corazón.
Sé
Rey de tantos buenos, pero tímidos y apáticos, que temen exagerar
en el tributo de amor encendido que te deben... Derrite el hielo,
sacude el sopor maligno en que viven tantos, mientras el mundo te
juzga y te condena.
Sé
Rey en los hogares, ¡oh, sí!; traslada a ellos tus reales, inspira
Tú la vida de trabajo, de amores y de penas de las familias que te
han brindado el sitial de honor entre los padres y los hijos...
Sé
Rey, en fin, en los Sagrarios; rompa ya el silencio de tu cárcel un
himno inmenso, universal, de familias, de pueblos y naciones, himno
de amor que diga, del uno al otro confín de la tierra redimida:
¡Alabado sea el Divino Corazón, por quien hemos alcanzado la
salud!... ¡A él, sólo a él, gloria y honor por los siglos de los
siglos!... ¡Venga a nos tu reino!... Amén.
(Cinco
veces, en voz alta)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
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