Para
rezar en familia
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
Te
adoramos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con los nueve
coros de tus ángeles, que te ensalzan en el Paraíso.
Te
bendecimos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión con las
legiones de serafines y de santos que te adoran en tu solitario
Tabernáculo.
Te
glorificamos, Corazón de Jesús Sacramentado, en unión de amor y de
reparación ferviente con María Inmaculada y Reina del cielo en las
alturas, y la Soberana del cielo terrenal de tus Sagrarios... ¡Oh,
sí, en unión con Ella sobre todo, venimos a cantar, Jesús, tus
misericordias infinitas y a llorar tus agonías místicas, los
pecados de ingratitud del mundo y tus soledades en la Hostia!
En
unión con Ella, queremos en esta Hora Santa recorrer la Vía
Dolorosa, para convertirla, con las glorias de la Inmaculada y con
nuestros consuelos, en el camino de tus victorias, y para hacer de tu
Calvario el Tabor de triunfo de tu adorable Corazón.
Jesús
amado, después de veinte siglos, no te conocemos todavía lo
bastante en tu Santa Eucaristía; perdona y acepta en desagravio la
visión amorosa de María, las adoraciones extáticas de su Corazón
de Madre...
Jesús
benditísimo, no obstante tus larguezas y las maravillosas
invenciones de tu ternura, no te amamos aún con la generosidad sin
límites con que debiéramos corresponderte... Perdona y acepta, en
compensación de nuestra frialdad, los fuegos divinos que abrasaron
las entrañas y el alma de María el día de la anunciación
venturosa.
Jesús-Hostia,
amor de nuestros amores, vida de nuestra vida, aparta tus ojos
hermosísimos de nuestros culpables desvíos, de tantas tibiezas, de
tantos desmayos en nuestros propósitos de virtud, en nuestras
promesas de santidad... y perdona en obsequio a la Madre, cuyo
Corazón Inmaculado te ofrecemos en reparación de caridad y en
homenaje de la más cumplida y fervorosa adoración.
Jesús
divino, en honor, pues, de la Inmaculada, en agradecimiento a los
cuidados de la Virgen, en obsequio a la encantadora Nazarena, te
rogamos, Señor, que olvides los incontables olvidos de tu ley en que
han incurrido estos hijos tuyos, que vienen a llorar sus faltas y las
de tantos hermanos culpables en el cáliz de oro del Corazón de
María.
Recoge
en él nuestro llanto de arrepentimiento y prométenos reinar, Jesús,
con más intensidad de fe, de amor, de humildad y de pureza en
nuestras almas, en nuestras familias, en la sociedad entera, por el
amor y los martirios de la Virgen Madre...
(Pausa)
(Decidle
a Jesús en silencio elocuentísimo que le amáis mucho, pero que
deseáis amarlo más, inmensamente más todavía, en respuesta a su
Corazón, que solicita los nuestros. Pero ya que nuestra pobreza es
tan grande, ofrecedle el don incomparable, casi divino, del Corazón
de María... ¡Ah!, y pedidle a Ella que al ofrecerse por nosotros en
esta Hora Santa, nos consiga la gracia inapreciable de amar con santa
pasión y de hacer amar con celo infatigable al Corazón de su Hijo
Salvador).
Nadie
más que Ella tiene ciertamente el derecho de hablar de las
intimidades del Corazón de Jesús y de sus propias angustias
redentoras. Escuchémosla con filial cariño:
Voz
de María. “Yo soy, desde el día de la anunciación del
ángel, la madre del Amor Hermoso, y quiero que las almas se abrasen
en las llamas de mi caridad... En esta hora mil veces sublime y
venturosa, desde el 25 de marzo, en que Jesús y yo formamos una sola
corriente de vida, pensé en vosotros, que me llamáis vuestra
Madre... y decís verdad, porque lo soy...
(Lento
y cortado)
Como
tal he gemido, he sollozado, hijos míos, quemando con mis lágrimas
ardientes las mejillas de Jesús Infante, en Belén inolvidable... Al
arrullarlo entonces, al contemplarlo Dios e Hijo mío entre mis
brazos, al besarlo en su frente divina, yo le ofrecía, previendo con
entera certidumbre el deicidio de siglos y más siglos, que
destrozaría, con dardo de pecado, el Corazón de vuestro Salvador.
Yo, su Madre, lo levantaba en alto al Padre, rogándole, con
martirios del alma, lo aceptara por la redención de los hijos
ingratos...
(Cortado)
Besé
sus manos, que me acariciaban, y marqué sus llagas con mis besos.
Puse
mis labios en sus pies, reparando de antemano con mis ósculos las
heridas de los hierros inclementes...
Ungí
su frente con mis lloros y, sobre todo, puse mi cabeza, torturada con
pensamientos de agonía, y luego mi boca, abrasada de sed de más
amor, en su Costado ardiente, celestial... Y en ese Getsemaní de
deliciosas amarguras, ahí Jesús y yo, su Madre, resolvimos, amando
y padeciendo, la resurrección de tantos pródigos del hogar, de
tantos renegados de la Cruz y del altar”...
(Pausa)
¡Oh,
noche de paz y de tortura salvadora la que envolvió en sus tinieblas
la cuna de Jesús! Extática y de rodillas, María velaba el reposo
del Niño, del Eterno, y meditaba en otro Belén, con otra cuna de
reposo aparente y de perpetuo sacrificio: el Sagrario, contemplado en
lontananza... A través de los siglos, veía la Virgen amante y
dolorida ese portal permanente, indestructible, donde Jesús Infante
nacería millares de millones de veces entre las sombras de un altar
humilde, para ser aprisionado en seguida en la cárcel inerte, pero
dulcísima, de incontables tabernáculos... En cada uno de ellos el
Dios-Prisionero, Jesús, infinitamente pequeño, sigue dormitando,
mientras su Corazón Divino vela sobre nosotros y mientras, sobre su
Cuna-Sagrario vela la Reina de sus amores, la Virgen María. (Pausa)
Las
almas. ¡Oh, sí, Jesús-Eucaristía, al lado del dorado
copón que te aprisiona está tu Madre; ella te nos regala en esta
Hostia Sacrosanta! Bendícela, Señor, en nuestro nombre, ya que Tú
también le debes el haber realizado tu anhelo de encontrar tus
delicias entre los hijos de los hombres... Cántale con los ángeles
de tu Santuario, ensálzala con los ángeles de tu Paraíso,
glorifícala, con los hijos, con los desterrados que la llaman su
Madre, gimiendo en este valle de lágrimas. ¡Ah! En obsequio a ella,
a quien no puedes negarle nada, danos, Señor, el reinado de tu
Corazón en tu Santa Eucaristía. No quieras permitir que queden
defraudadas tus esperanzas y las de tu Madre, siempre omnipotente en
la causa de tu gloria.
(Cortado
y vehemente)
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los afligidos, como un consuelo, en aquel
Pan consagrado de cada día, que nos da la Reina de los Dolores.
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los niños como un valladar de inocencia
perfecta y de candor, mediante aquel Pan consagrado de cada día que
nos da la Reina de las Vírgenes.
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los pobres y desamparados, como un aliento
en tantas penalidades, mediante aquel Pan consagrado de cada día que
nos da la humilde Reina de los pastores de Belén.
Reina,
Jesús Sacramentado, entre los sacerdotes, como un fuego en amor de
santidad y celo, mediante aquel Pan consagrado de cada día que nos
da la Reina de los Apóstoles.
Reina,
Jesús Sacramentado, en los hogares, como virtud de fe vivísima en
las almas de los padres y los hijos, mediante aquel Pan consagrado de
cada día que nos da la Reina del edén de Nazaret.
Reina,
Jesús Sacramentado, en el Episcopado, en tu Vicario, en tu Iglesia,
con un Pentecostés de caridad abrasadora, mediante aquel Pan
consagrado de cada día, que nos da la Reina omnipotente del
Cenáculo.
Jesús
amabilísimo y adorable del Belén de los Sagrarios, paga los
desvelos, los ósculos de ternura, los abrazos, las lágrimas de tu
Madre, sus deliquios de amor junto a tu cuna pajiza, coronando a
María Inmaculada, con las glorias y los triunfos de tu Corazón
Sacrosanto.
(Pausa)
Quejas
de María. Su voz doliente es la de una Madre cruelmente
herida, que pide compasión a los hijos fieles, por la decepción de
los otros..., de los pródigos, que en el mismo hogar, oprimen con
amarguras su Corazón santísimo.
La
historia de Jesús de Nazaret no es historia antigua; es, hoy día,
una triste historia de dolores que cercan al hijo y a su Madre con el
mismo vallado de agudísimas espinas...
Que
nos hable la Virgen dolorida:
Voz
de María: “Una tierra extraña, una tierra de gentiles,
de enemigos, brindó un asilo a mi Hijo-Dios allá en Egipto... El
desierto mitigó sus ardores y sus oasis tuvieron manantiales y
refrigerios que nos negaron los ingratos, los preferidos nazarenos...
¡Ay, cómo hirió el Corazón de vuestro Dios ese desdén de
soberbia, esa envidia enconada de los de su propia casa! Ahí donde
hubieran debido aclamarlo batiendo palmas, tramaron con ira en su
contra, y buscaron piedras para ultimarlo, y un horrendo abismo para
despeñarlo con su gloria... Lloramos juntos, Jesús y María, los
desvíos de los nuestros, el desprecio altivo e injurioso de aquel
Nazaret de tantos y de tan suavísimos recuerdos... La soledad nos
hizo silenciosa compañía. Y el odio nos tejió, en ese terruño de
ternuras, nuestra primera corona de espinas... Ahí donde yo, su
Madre, le contemplé, Niño y adolescente encantador entre las flores
y las ovejitas de esa hondonada perfumada, ahí donde canté su
hermosura divina, a coro con los ángeles, lo vi maldecido, y hube de
llorar el desconocimiento con que Nazaret rechazó al manso
Redentor... ¡Ay!, su pena y la mía se ahondaban, pensando en las
edades por venir, previendo que tantos hijos desdichados, que tantos
cristianos soberbios y renegados, desconocerían a su vez, en el seno
mismo de Israel y de la Iglesia, la ley de gracia y la verdad del
Señor Jesús. ¡Oh, sí!, los vio huyendo del cercado del Pastor,
lejos y olvidados del hogar del Padre celestial... Vosotros, hijos
míos, porque sois los hermanos menores de Jesús, mi Primogénito, y
que habéis venido en busca de su Corazón Divino consoladlo en su
desamparo... Tomad mi amor, mis finezas y mis sacrificios y
ponédselos en el ara del altar, como un holocausto de reparación
cumplida. Vuestra Reina os pide para Él una íntima plegaria... Yo,
la Inmaculada, la Virgen-Madre, quiero repetirla con vosotros...”.
(Digámosla
en unión con María)
(Lento
y cortado)
Las
almas. ¡Jesús de Nazaret, retorna y queda encadenado,
como Rey, entre nosotros! No cedas, mil veces no, al clamor de un
mundo malo, que te arroja o te hiere con desprecio de altivez
satánica... Retorna y queda encadenado, como Rey, entre nosotros...
Serán muchos, Señor, los que maldigan tu nombre y nieguen tu
Evangelio; pero, mira, estamos tan resueltos, somos tan tuyos los que
te suplicamos, que no te vayas jamás, jamás, de nuestro lado;
retorna, pues, y queda encadenado, como Rey, entre nosotros...
¿Qué
haría el mundo sin Ti, que eres su paz; sin Ti, que eres su cielo?
¿Qué haría, sino gemir entre cadenas por haberte desterrado siendo
Tú su libertad?... Los desgraciados que así pudieron ofenderte, no
han sabido lo que han hecho, perdónalos... Salvador benigno, retorna
y queda encadenado, como Rey, entre nosotros... ¡Ah! los mismos que,
como los nazarenos ingratos, te arrojaron de tu suelo y de tu casa,
extrañarán un día el calor de tu Corazón, que salva y que
perdona; recordarán que Tú, que sólo Tú, has dicho la verdad,
enseñado la justicia y prodigado la misericordia... Y entonces,
muchos de esos mismos te llamarán y te rogarán con lágrimas que
vuelvas... Retorna, Jesús, retorna entonces perdonando, y queda para
siempre encadenado, como Rey, entre nosotros. Sí, para siempre; no
te vayas, no nos dejes jamás... Maestro; por eso venimos en nombre
de todos los ingratos de la tierra, y para ellos y nosotros te
pedimos:
(Todos
en voz alta)
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Venimos
a buscarte en nombre de muchos enfermos del alma, de muchos que
vacilan entre dos abismos: el del pecado y el del infierno, y para
ellos y nosotros te pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Llegamos
a tus pies en nombre de los agonizantes, que en la vida te
insultaron, que en su juventud te hirieron y olvidaron... Pobrecitos,
necesitan clemencia infinita; y por esto, para ellos y nosotros te
pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Nos
acercamos a tu Sagrario en nombre de tantos padres que han olvidado
sus deberes para contigo, en nombre de tantas madres que padecen de
amarga incertidumbre por el porvenir eterno del esposo y de los
hijos; para ellos y nosotros te pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Hemos
venido, llenos de confianza en tu misericordia, a pedirte, sin
vacilaciones, grandes prodigios y aquellos milagros de ternura,
prometida a la Hora Santa y a la Comunión frecuente y cotidiana;
venimos a pedir tu reinado en la conversión de muchos y de grandes
pecadores; para ellos y nosotros te pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Aquí
nos tienes, Señor, traídos por tu Madre; inspirados por Ella,
venimos a pedirte por las almas buenas, por tus Apóstoles, por el
sacerdocio, por los corazones que te están consagrados y que te
hicieron promesa de vivir en santidad...; para ellos y nosotros te
pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Y,
en fin, ¡oh, Dios Sacramentado!, venimos en demanda del triunfo
grande, universal, decisivo, de tu Corazón en tu santa Iglesia, en
tu Eucaristía, en tu Evangelio, en tu Vicario. Para los niños y
gobernantes, para los ricos y los pobres, para los cristianos, los
herejes y los gentiles, para todos, Jesús, para todos, y en especial
para nosotros, tus amigos, te pedimos:
Tu
Corazón Divino, Señor Jesús.
Dánoslo
hoy, Señor, en nombre y por amor al Corazón de María Inmaculada...
(Pausa)
Enseñanzas
de María.
Una Hora Santa es una solemne meditación de amor que lleva a
Jesucristo... ¿Qué camino puede llevarnos a Él que no sea el de
María, su dulce Madre? Y en estos días en que nos rodean tinieblas
tan espesas de ignorancia y de pecado, pongamos atento el oído a las
insinuaciones de esta amable soberana. Que nos enseñe, pues, los
peligros del desierto. Ella, que le atravesó llevando sobre su pecho
virginal, sano y salvo, al Hijo de su Corazón Inmaculado... Oídla...
Voz
de María. “¡Hijos de mi amor y de mis angustias,
escuchadme: No hay sino un mal grave imponderable, sólo uno, y es
perder a Jesús, cuyo Corazón es la vida, el amor y el Paraíso!...”.
Yo,
su Madre, lo perdí, durante tres días en Jerusalén, y mi alma
padeció agonías inenarrables. ¡Ay!, saberlo ausente...; vivir a
distancia de Él, no verlo, no sentirlo, no poseerlo, después de
haberlo estrechado sobre el corazón, después de haberlo visto
sonreír y llorar, después de haberle entregado toda el alma en un
beso de cariño, ¡qué suplicio horrendo!...
Mas
¿qué podré deciros si os cuento los dolores de mi alma maternal,
destrozada en la tarde del Jueves Santo con la suprema despedida?...
¿Ni qué dolor superó jamás a
mi
dolor, cuando, el amanecer del Viernes Santo, me trajo la visión de
sus ignominias, de su flagelación y de sus escarnios?... Sangre y
espinas, y blasfemias y odio y gritos de muerte; tal fue el cuadro de
desolación infinita que Dios Padre quiso poner ante mis ojos de
Madre, la más triste y dolorida de todas las madres de la tierra...
Decid, vosotros que me amáis, decidme en esta Hora Santa, si es
posible, si conocéis un dolor semejante a ese dolor...
Hijitos
míos; no queráis saber jamás cuán mortal es esa angustia. Jesús
es vuestro; yo, María, os le he entregado; es enteramente vuestro;
no queráis jamás, jamás, perderle por la culpa grave. Los que
habéis conservado todavía la pureza bautismal, la inocencia, ¡oh!,
no le lastiméis con la cruel lanzada del primer pecado mortal, que
desgarra el Costado del amabilísimo Jesús. ¡Esa primera hora de
orgullo, de placer, en contra de su ley; ese primer pecado grave,
atraviesa con dardo de fuego su Corazón ternísimo! Pero... si
hubierais ya caído, si os hubierais manchado, yo os conjuro a que
lavéis con lágrimas esa afrenta quemante del rostro de Jesús...
Recobradlo, hijos míos; venid donde Él, venid pronto, abrazaos a
sus pies y no lo dejéis ya más... ¡Os ama tanto!... ¡Amadlo!...
(Y
en especial oídme vosotras, madres de un hogar, que debe ser el
templo santo de Jesús, cuidad que el esposo y que los hijos no
pierdan, por tibieza vuestra, la compañía deliciosa de mi
Hijo-Dios.
Que
reine siempre en ellos...
Sí,
que se quede, eternamente con el padre, con la madre, con los hijos
del hogar cristiano que lo adora; que se quede en los días de
invierno y de pesar en las horas de primavera y de alegría...).
Almas
queridas, aferraos con pasión divina a Jesucristo, dejad que Él os
encadene para siempre, sobre el Corazón, entre sus brazos... ¡Ah,
no lo perdáis jamás!...
(Digámoselo
nosotros mismos al Señor Sacramentado).
Las
almas. ¡Jamás te abandonaremos, Jesús, con el auxilio
de tu gracia y de tu Madre, jamás! ¡Pero como nuestra fragilidad es
tanta, te rogamos, Salvador amado, que no nos dejes de tu mano, que
Tú también te aferres a nosotros, por tu gran misericordia...!
(Lento
y cortado)
Corazón
de Jesús, no nos dejes en la vorágine de tentaciones que nos
asedian, como fieras hambrientas del infierno; no consientas que
nosotros te perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en las grandes debilidades del corazón
humano, tan propenso a las seducciones del amor terreno; no
consientas que nosotros te perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en la desesperación de nuestros males,
porque Tú bien sabes que ciertos sufrimientos agostan, enferman de
muerte el alma; no consientas que nosotros te perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en las desolaciones y soledades en que, con
frecuencia, nos abandonan las criaturas que no saben amar, como Tú
amas, y que son indiferentes a nuestras penas o no pueden
aliviarlas...; no consientas que nosotros te perdamos.
Corazón
de Jesús, no nos dejes en el abismo de nuestras constantes recaídas,
en aquellas postraciones de nuestra endeble voluntad, tan tornadiza,
en el propósito de amarte con verdadero sacrificio; no consientas
que nosotros te perdamos.
(Breve
pausa)
Por
amor de la Virgen Madre te conjuramos a que permanezcas, Jesús,
siempre a nuestro lado, no quieras jamás dormir durante la borrasca,
en la barca tan frágil de nuestro pobrecito corazón, que hoy día
te ama.
(Todos
en voz alta)
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los momentos de amargura:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los días de debilidad moral:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los momentos de vacilación e incertidumbre:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
las horas de hastío y de cansancio:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
las ocasiones tan frecuentes de olvido de nosotros mismos:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los días de desaliento en tu servicio:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
las horas de fragilidad y de caída:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los momentos de duda peligrosa o de temible ilusión.
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
los días de enfermedad y en los peligros de muerte:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
En
nuestros postreros instantes, en las convulsiones de la suprema
agonía:
Corazón
de Jesús, en ti confiamos.
Jesús,
amor de nuestra vida y amor de nuestros amores, confiamos nuestra
existencia, nuestras tribulaciones y la esperanza final de nuestro
cielo, en tu benigno, en tu dulce, en tu misericordioso Corazón...
Dolores
inenarrables de María. Sus agonías fueron más amargas y
más hondas que el océano; las lágrimas de su alma virgen, maternal
y mártir, si se convirtieran en luz, formarían muchos soles... Que
Ella nos lo diga. ¡Háblanos tú, María, Reina de los mártires!...
Voz
de María. “Mis dolores son inenarrables, porque no son
míos; son las agonías del Corazón de mi Jesús que inundan, como
un mar embravecido, mi corazón de Madre... Es el dolor infinito de
un Hijo-Dios, el que ha torturado mi alma con aflicciones sin
medida... ¡Y cómo no iba a ser así cuando he visto bañado en
sangre, cubierto de baldones, vejado con maldiciones, pisoteado por
los soberbios, escarnecido por el fango de los caminos a mi Señor,
al Hijo de mis entrañas, a mi Dios y mi todo!... Lo he visto a
través de mis lágrimas; lo he visto, por iluminación de lo alto,
en la Vía, perpetuamente dolorosa de siglos y más siglos, siempre
jadeante, siempre desolado y triste, bajo el madero infame de todas
las perfidias... Lo he visto en lontananza, concluida su vida terrena
y la pasión de su Calvario; lo he visto arrastrado siempre por las
turbas, despojado de su realeza, coronado de espinas, burlado en su
soberanía, escupido en aquel rostro que es el encanto de todos los
bienaventurados... Lo he visto, hijos míos, en la cuesta de ese
Gólgota perpetuo, seguido por los hipócritas, por los impuros, por
los sacrílegos, por los traidores, por los blasfemos, y todos, con
ira en el alma, con hiel en las palabras, lo insultaban, a Él, que
bendecía entre sollozos y que perdonaba agonizando... Lo he visto
¡oh dolor!, buscando con la mirada, desde millares de Sagrarios
empolvados, desde la prisión del Tabernáculo, casi siempre
solitario, buscando en la distancia los ojos del amigo, del hermano,
de la esposa, del consolador y del apóstol; y ¡cuántas veces,
cuántas, no ha encontrado sino el silencio, el olvido y la soledad
de un hielo, que ha renovado la profunda herida de su pecho
destrozado!... ¡Ah, y lo he visto morir, y morir inútilmente,
estérilmente para tantos infelices pecadores, para tantos hijos
renegados de su Templo, de su Cruz y de su Ley!...
Por
lo menos, vosotros, sus amigos, que traéis el lienzo de pureza y de
cariño de la amantísima Verónica, vosotros, que lo conocéis de
cerca, subid conmigo, Su Madre, subid hasta su Costado abierto, y
ponedle ahí, en un beso apasionado, el alma, enardecida en viva
caridad. Venid, lloremos juntos tanta desventura; venid, y amemos en
nombre de un mundo que le dio la muerte con la apostasía de perversa
ingratitud...”.
(Pausa)
(No
olvidemos; la historia de la horrenda noche del Jueves Santo, del
pretorio, de la Vía Dolorosa, es historia escrita hoy con caracteres
de culpa deicida y es culpa nuestra. Pecaron nuestros padres, pecaron
los verdugos, y nosotros seguimos recayendo en el pecado. ¡Ea!,
reparemos y lavemos, si preciso fuera, con sangre, nuestra propia
afrenta. Digámosle a Jesús Sacramentado una palabra de amoroso
desagravio).
Las
almas. Señor, acuérdate que dijiste que habías venido a dar la
vida y a darla con superabundancia inagotable; te pedimos, por María
Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
(Todos
en voz alta)
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que dijiste que habías venido en busca de las ovejillas
descarriadas de Israel; ¡ah!, no las desampares entre las espinas
del camino extraviado; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por
tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que prometiste celebrar en el hogar de tus ternuras la
llegada del pródigo arrepentido, con cantares y festejos de ángeles;
te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que, invitado a la mesa de tus enemigos, de los pecadores,
aceptabas el convite para conquistarlos, en seguida, con palabras de
ternura y de esperanza; te pedimos, pues, por María Inmaculada y por
tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate que buscaste siempre con marcada preferencia a los más
caídos, y que Magdalena, la Samaritana, el Buen Ladrón y tantos
culpables, saborearon la suavidad infinita de tu Evangelio; te
pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Señor,
acuérdate, por fin, en tu vida de Hostia redentora, que perdiste la
vida terrena por perdonar al hombre, y que expiraste convidando al
cielo de tu Padre a un dichoso desdichado que endulzó tu agonía y
compró tu Paraíso con una sola palabra de arrepentimiento humilde;
te pedimos, pues, por María Inmaculada y por tu Corazón piadoso:
Que
no seas nuestro Juez, sino nuestro dulce Salvador.
Que
así sea, Jesús, en especial para aquellos que han sabido consolarte
en la Comunión Reparadora y en la bellísima plegaria de la Hora
Santa. Cumple con ellos y los suyos tus promesas de misericordia.
(Pausa)
Triunfos
de Jesús y Glorias de su Madre. El hijo de María es Dios en su
muerte y debe ser Dios en su triunfo. Los resplandores que cubren el
sepulcro despedazado, envuelven su Cruz, su Iglesia, su Tabernáculo
y glorifican a la Virgen María.
Pero
ese triunfo del Señor Crucificado, es un triunfo secreto y
misterioso, es una victoria, íntima como la gracia y como las
almas... Así es cómo ese Dios, realmente presente, pero oculto en
esa Hostia, va dominando todas las tempestades del infierno... todas
mueren ante el humilde Sagrario.
Y
esa gran victoria, inamovible, eterna, es también la victoria y la
exaltación de la Mujer purísima de María Inmaculada, unida a Él
como en las supremas angustias del Corazón del Hijo, en las
inefables alegrías de su gloria y de su triunfo.
Terminemos,
pues, esta Hora Santa con una plegaria de alabanza y con un hosanna
de júbilo.
Las
almas. Jesús adorable, ya es llegado el tiempo en que
veamos convertido tu altar en el Tabor de tus glorias, pues con este
fin revelaste a Margarita María las magnificencias de tu victorioso
Corazón... Tu Vicario y el sacerdocio, encendidos en nuevo celo; tu
Eucaristía, amada y recibida con la vehemencia de un amor inusitado;
la práctica de la Hora Santa; la consagración de los hogares,
convertidos en tus templos, todo, en fin, ¡oh, Dios Sacramentado!,
todo nos está diciendo con idioma elocuentísimo que el lábaro de
tu Corazón avanza, recuperando el mundo que derramó tu sangre...
Afianza, pues, Señor, tu reinado, y avanza más y más, ¡oh, Rey de
los amores!, te lo rogamos en nombre de María Inmaculada, en cuyos
brazos te encontramos siempre asequible y siempre a nuestro alcance.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues,
y derrama por el mundo entero las gracias prodigiosas con que
alientas y confirmas esta sublime devoción; por el Corazón
Inmaculado de María:
(Todos)
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues,
y dilata hasta los últimos confines de la Tierra el fecundo aliento
de regeneración cristiana que ofreces a las almas en este amor
incomparable; por el Corazón Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues,
y afianza la realeza de tu suavísima ternura en el hogar, en todas
las familias que te están diciendo que eres su paz y su cielo
anticipado; por el Corazón Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues,
y alienta a los apóstoles que anhelan coronarte con diadema de
almas, de muchas almas pecadoras, conquistadas con tu caridad
infinita, inagotable; por el Corazón Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues,
y cumple con tu Iglesia las solemnes promesas de victoria hechas a
Margarita María, como bendición y recompensa de este querido y
fecundo apostolado; por el Corazón Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Corazón
de Jesús; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amamos; perdona, pues,
y, en obsequio a la Virgen Madre, da a los trabajos y a las palabras
de tus apóstoles la virtud irresistible de entronizarte dondequiera
que haya un alma o un hogar que necesiten de tu gran misericordia;
por el Corazón Inmaculado de María:
Venga
a nos tu reino.
Sí,
establécelo, Señor, en la familia, en el pueblo, en el gobierno, en
la enseñanza, ¡reina por tu Corazón Divino!
Te
conjuramos por las lágrimas de tu Madre... te lo exigimos por el
honor de la Virgen Inmaculada, ¡reina en el mundo y en la Iglesia
universal, reina por tu Sagrado Corazón!
Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
(Apostolado
Digital del Sagrado Corazón, 2015)
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