ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
La Sangre de Jesús es condigna satisfacción del pecado
- Grandes penitencias han hecho los santos. San Pablo, primer ermitaño, vivió cerca de cien años en el desierto (Breviario Romano, 15 de Enero), y San Simón Estilita se estuvo durante muchos sobre una columna (Martirologio Romano, 5 de Enero); mortificándose ambos con ayunos y cilicios. Otros se ejercitaron en indecibles austeridades. De entre los mártires, quien ha sido quemado, quien descuartizado, quien obligado a beber plomo derretido, quien bárbaramente lapidado. Ahora bien todos estos padecimientos juntos, sin la Sangre de Jesús, son insuficientes para satisfacer por una sola culpa ¡Tan grave es! No os atreváis, pues, cristiano, a cometer jamás el maldito pecado.
- El pecado, como ofensa a Dios, requería una satisfacción infinita, que el hombre miserable no podía dar. Por tanto nuestra perdición hubiera sido irremediable, si el misericordioso Señor no se hubiera hecho hombre y expiado nuestras culpas con el mérito de su Sangre Preciosa. Siendo ésta la Sangre del hombre-Dios, tiene un valor infinito, y por consiguiente es por sí sola bastante para obtener nuestro rescate. ¿Cuánto entonces no debemos amar esta Sangre divina? ¿Qué tierna devoción no debemos sentir hacia ella?
- La vida animal está puesta en la sangre; y Dios había decretado que el pecado se borrase con la sangre de la víctima (Levítico, XVII). Pero con la sangre de los animales y aún la de todos los hombres, es imposible cancelar las culpas, por ser ella de valor finito; por esto fue necesario que Jesús consumara nuestra redención con la efusión de su Sangre. Demos, pues, las gracias y amemos tiernamente la Preciosa Sangre, que nos ha librado de nuestra irreparable perdición.
Ejemplo: La beata Elena de Udine, tanto siendo casada como siendo monja, meditó continuamente la Pasión de Jesús; por cuyo amor dormía sobre la desnuda tierra; se flagelaba cruelmente y los viernes se alimentaba con solo una fruta y bebía hiel y vinagre, Jesús se le aparecía clavado en la cruz y ensangrentado, en la sagrada hostia, cuando ella oía Misa o comulgaba. Para gozar aún mejor de los frutos de la Preciosa Sangre, en 1450 fue a Roma en ocasión del año santo, haciendo a pie centenares de millas, llevando 33 piedrecitas dentro de los zapatos, así de ida como de vuelta. Conociendo que las mortificaciones, aunque grandes, por sí solas no bastan para satisfacer por el pecado, no quiso otra gracia del Papa Nicolás V, sino la indulgencia en artículo de muerte. Después de tres años de penosas enfermedades, estando próxima a morir, para confortarla, se le apareció María con Jesús manando Sangre; y ella, habiéndose hecho aplicar la dicha indulgencia y leer la Pasión, alzó la cabeza hacia la cruz y expiró (Torelli, Siglos Agustinianos, año 1458, n. 25, etc.). Amemos también nosotros entrañablemente esta Sangre, único precio condigno de nuestro rescate, y mediante ella, libres de la merecida condenación, alcanzaremos la vida eterna, la felicidad que nunca tendrá fin.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
Obsequio: Antes de empezar cualquiera acción, diréis; Eterno Padre, yo os ofrezco la Sangre Preciosísima de Jesucristo en descargo de mis pecados y por las necesidades de la Santa Iglesia. Y ganaréis cada vez cien días de indulgencia.
Jaculatoria
La Sangre sea
Siempre alabada
Que de los cielos
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ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¿Qué habría sido de mí, querido Señor mío si no hubieseis derramado vuestra sangre por mi salvación?
No pudiendo yo satisfacer por los pecados cometidos, me habría irremisiblemente perdido, Sangre Preciosísima de mi Jesús; vos sóla habéis podido satisfacer por mí a la Divina Justicia y vos sóla sois, por tanto, mi salvación. ¡Cuánto agradecimiento por ello os debo! Quiero, pues, honraros y amaros siempre en esta vida, para poderos honrar y amar eternamente también en la otra.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
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