lunes, 31 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 30

DÍA TRIGÉSIMO




Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


La devoción a la Sangre de Jesús conduce al paraíso
 3.

I. ¿Nos salvaremos o nos condenaremos? Este pensamiento no pocas veces perturba el corazón del cristiano. Para alejar de nosotros tal perturbación es menester que sigamos el consejo de San Pablo: "Hermanos míos, dice, tened confianza en la Sangre de Jesús, en que por ella entraréis al reino de los bienaventurados”. Pongamos toda nuestra esperanza en la Sangre Preciosa, seamos verdaderos devotos suyos, y tendremos segura entrada al paraíso. 


II.  Toda gracia, como nos asegura San Alfonso, y la misma perseverancia final, no se obtiene sino con la oración; y para que ésta sea eficaz, dice el beato Simón de Cascia, debe ir rociada de la Sangre Preciosa. Además, a fin de detestar el pecado, es medio eficacísimo la meditación, especialmente la de la Pasión, dice el ya citado doctor San Alfonso; pues al pensar, escribe Santo Tomás, que un Dios ha muerto por amor a nosotros y que para redimirnos de la culpa ha derramado su Sangre, no puede menos que empujarnos a odiar aquella y amar a quien tanto nos ha amado. Por consiguiente, la devoción a la Preciosa Sangre, haciéndonos dejar el pecado y perseverar en la divina gracia, nos conducirá seguramente a la salud eterna.


III. Al beato Enrique Susone se le apareció el alma de su madre, coronada de gloria celestial. Después haber ella meditado por treinta años continuamente la Pasión de Jesús, un día mientras consideraba su deposición de la cruz, enfermó de puro dolor, y el Viernes Santo murió mártir de compasión hacia su Señor. En efecto, la devoción a la Preciosa Sangre es la vía segura que conduce al Cielo. San Juan lo dice claro: “Bienaventurados los que se lavan con la Sangre del Cordero divino: las puertas del paraíso les están abiertas a fin de que libremente entren”. Todos los que están en el paraíso, allí han llegado por haberse lavado y purificado con la Sangre Preciosa. Nutramos también nosotros una tierna devoción a la Preciosa Sangre, amemos el precio de nuestra redención, bañémonos en ella, frecuentando los Sacramentos y meditando cada día el amor con que Jesús entre duras penas la derramó; y de esa manera seguramente llegaremos al puerto de la eterna salvación.

Ejemplo: Santa Teresa, siendo de niña muy buena y piadosa, con la lectura de novelas y la conversación frecuente con una jovencita que siempre le hablaba de amoríos y vanidades, empezó a aficionarse a ellas. Pero mientras un día estaba en entretenida conversación con una persona a la cual tenía afecto, se le apareció Jesús, como cuando fue azotado, chorreando Sangre de todos lados; y ella, aunque quedó conmovida del todo ante aquella vista, sin embargo, no supo arrancar de su corazón aquel mundano afecto. Pero después contemplando una imagen de Jesús, todo llagado y ensangrentado, se sintió totalmente compungida; y meditando de continuo la Pasión de Jesús, no sólo comenzó a vivir virtuosamente, sino que llegó a muy sublimo estado de perfección. Jesús se le apareció muchas veces, especialmente en la hostia consagrada, ora, crucificado, ora coronado de espinas, ora manando Sangre, ora, habiendo ella comulgado, le hizo sentir la boca y la persona rociada de la Sangre Preciosa. Por lo cual, el divino amor tanto penetró en ella que, Él mismo, más bien que la enfermedad, la privó de la vida; y su alma, saliendo del cuerpo bajo la forma de una cándida paloma, junto con Jesús allí presente, voló al Cielo. Y sin embargo, en una visión que tuvo, le fue mostrado a Teresa un puesto preparado para ella en el Infierno. ¿Cómo entonces se libró de él? Recibiendo a menudo la Sangre Preciosa sacramentalmente en la comunión y místicamente en la meditación. Durante todo lo que nos queda de vida, honremos de esa manera también nosotros a la Sangre de Jesús; y con tal devoción viviremos santamente, y tendremos nosotros también la suerte de pasar de este mundo al parso para gozar eternamente de aquella incomprensible felicidad que Jesús nos ha merecido con la efusión de su Preciosísima Sangre.


Se medita y se pide lo que se desea conseguir


Obsequio: Pedid perdón a Jesús de las negligencias cometidas en este mes, y en compensación ofreced el corazón a quien os ha dado la Sangre.


Jaculatoria
Sangre Preciosa
Del Hombre Dios,
A ti consagro
Mi corazón.




Oración para este día


Dios mío y Salvador mío querido, ¿tendré yo la suerte feliz de ir al paraíso a ver Vuestra hermosa faz y a gozar de Vos por toda la eternidad? Ah! Con este fin me habéis criado, y con este fin habéis derramado toda Vuestra Sangre; pero yo me he vuelto indigno con tantos pecados. ¡Ea! Jesús mío, suplid Vos mi indignidad con Vuestra Sangre; por ella os ruego que ablandeis el corazón, me hagáis llorar y detestar mis culpas, me deis la perseverancia final, y me encendáis todo de Vuestro santo amor. No, no quiero ir al Infierno a blasfemar de Vos, sino que quiero ir al Cielo a bendeciros. Ya que me habéis dado vuestra Sangre; ¡ea! No me neguéis el paraíso. Sangre Preciosísima, vos me habéis conquistado la gloria celestial; luego ella es mía. Yo la quiero, y por eso prometo con vuestra ayuda no mas perderla con el maldito pecado. Quiero ser vuestro tierno devoto y entrañable amante. Quiero teneros siempre impresa en mi corazón y en mi mente, para que de vos rociado obtenga libre entrada en el bienaventurado reino; y así, después de haberos amado y bendecido en la tierra, pueda amaros y bendeciros eternamente en el Cielo.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.












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