lunes, 3 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 4



DÍA CUARTO







Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que profundamente estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.

María Santísima fue la primera devota de la Preciosa Sangre


I. Ocho días después de su nacimiento, Jesús quiso ser circuncidado. La circuncisión se ejecutaba haciendo un tajo en el cuerpecito del niño. La Santísima Madre, toda compasión y dolor en tal circunstancia, viendo padecer a su Hijo, primero que todos adoró la Sangre derramada por el Niño, y en espíritu le ofreció a Dios conociendo plenamente que era esa sangre divina y precio de la humana redención. ¡Oh Virgen Santa, vos habéis dado al mundo a Jesús y con él la devoción a su Sangre! Esta devoción, por tanto, será siempre el objeto más querido de nuestro corazón.

II. El Calvario fue el lugar donde principalmente Jesús derramó su Sangre por nosotros, y allí más que en parte alguna, María se mostró amante de ella. No sólo, dice San Bernardo, besó repetidas veces con tierno afecto la cruz y la tierra en los lugares que veía salpicados con la Preciosa Sangre, sino que recibido en su seno el Hijo muerto, imprimió en sus sangrientas llagas los más afectuosos besos, lavándolas con sus lágrimas (S. Bernardo. Lamentaciones de la Virgen María). ¡Tanto era su afecto hacia la divina Sangre! Luego recogió la sangre manada de las Divinas Llagas y la guardó consigo cual prenda querida, por todo lo restante de su vida (Baronio. Anales Eclesiásticos 34, n.132); y a la hora de la muerte lo dio como el más preciado don, a su hijo adoptivo Juan (Revelaciones de Santa Brígida, libro. 6, cap. 112). Quien desea, pues, ser mirado por María como hijo querido, debe ser tierno devoto de la Preciosa Sangre.

III. El amor a la Sangre divina, no se extinguió en la Santísima Virgen, con la muerte y sepultura de Jesús, sino que se mantuvo en ella siempre vivo, durante todo el tiempo que aún permaneció en la tierra. Todos los afectos de su corazón y los pensamientos de su mente, eran enderezados a Jesús, manante en Sangre; de modo que, dice el doctor San Alfonso “La mente de María estaba teñida en la Preciosa Sangre, y esta misma coloreaba cada uno de sus pensamientos” (San Alfonso, Glorias de María, p.2. Huída a Egipto). Ella misma lo reveló a Santa Brígida, diciéndole:”En cada una de mis ocupaciones, tenía yo presente la memoria de la sangrienta pasión y muerte de mi Hijo, y mientras viví, a menudo visitaba los lugares donde Él derramó su Sangre” (San Alfonso, Glorias de María, p.2. Huída a Egipto). ¡Oh amor verdadero y grande de María, hacia la Preciosa Sangre! Si queremos pues, cautivarnos de su corazón, imitémosla en esta devoción.


Ejemplo: La beata Verónica de Binasco, queriendo hacerse monja empezó a aprender a leer, rogando a la Virgen que la ayudara. La cual apareciéndosele un día le dijo: “Quiero que aprendas bien estas tres letras. La primera es blanca, es decir, no debes dejar entrar en tu corazón, afecto alguno que no sea por Jesús. La segunda es negra, a saber, no debes escandalizarte ni murmurar por los pecadores, sino rogar por sus almas, que cuestan sangre a mi Hijo. La tercera roja, es decir, que debes meditar siempre en su pasión; pues esta enciende el alma de amor divino y la enriquece con gracias especiales”. Oído lo cual entró Verónica de conversa en el monasterio de Santa Marta en Milán, donde se entregó de lleno a ejecutar cuanto le había enseñado María, especialmente a meditar los dolores de Jesús. Haciendo lo cual era arrobada en éxtasis y derramaba copiosas lágrimas, que empapaban sus vestidos. Para premiar tal devoción, la Virgen se le apareció varias veces; y por largo tiempo los sábados la llevó consigo al cielo. A veces Jesús le dio por su mano la comunión, y la hizo ver los siete principales derramamientos de su Preciosa Sangre, y le dijo que hasta una lágrima derramada por su pasión le es muy agradable, y de utilidad para quien la vierte. Habiendo tenido anticipado el anuncio de su muerte, se voló al cielo el Viernes 13 de Enero de 1497 (Bolandistas, 13 de Enero, Vida de la Beata, y Torelli, Siglos Agustinianos año 1497, n.12). Aprovechémonos, oh fieles, de la lección que dio María a esta beata, siendo devotos de la Preciosa Sangre, y participaremos también nosotros de sus favores.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir
Obsequio: Mientras oís la Santa Misa, pensad en la pasión y muerte de Jesús.


Jaculatoria
Yo quiero, oh Virgen
Por vuestro amor
A tanta sangre
Rendir honor


Oración para este día


Virgen mía querida, es justo que el hijo imite en bien a la madre, y que yo siga vuestro ejemplo de amor hacia la Preciosa Sangre. Vuestro corazón nutrió siempre la más tierna devoción a ella, y vuestra alma ardió entera por su amor. También yo, Madre mía divina, quiero abrazar una devoción tan agradable a vos: quiero ser siempre devoto de la Preciosísima Sangre. Una sola chispa del fuego en que por ella ardáis os pido que me deis, y seré vuestro fiel imitador en amar la Sangre de vuestro divino Hijo.




ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.

V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.












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