domingo, 25 de junio de 2017

MES DE PREPARACIÓN PARA LA ENTRONIZACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Día 26


EN LOS HOGARES
Por el Presbítero Rodolfo Vergara Antúnez
Año 1895


Breve reseña de la Entronización del Sagrado Corazón
Fundada por el Padre Mateo Crawley- Boevey SS.CC.


La inspiración que tuvo el Padre Mateo, autor de la Hora Santa (ver aquí) en Paray le Monial, lugar de las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque, para crear su Apostolado de la Entronización, puede resumirse en las palabras del Papa Benedicto XV, quien aprobó la obra de la entronización mediante una carta fechada el 27 de abril de 1915. En ella la definió así: «La Entronización es la instalación de la imagen del Sagrado Corazón, como en un trono, en el sitio más noble de la casa, de tal suerte que Jesucristo Nuestro Señor reine visiblemente en los hogares católicos». Se trata, pues, no de un acto transitorio, sino de una verdadera y propia toma de posesión del hogar por parte de Jesucristo Rey, que debe ser permanentemente el punto de referencia de la vida de la familia, que se constituye en súbdita de su Corazón adorable.
Si se desea que la Entronización produzca frutos maravillosos, dice el Fundador, forzosamente la ceremonia debe prepararse bien, por eso le proponemos a nuestros lectores durante el mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón, la meditación de este misterio insondable de amor por los hombres con los escritos del Padre Rodolfo Vergara Antúnez, autor del Mes de María, (ver aquí) para que el día 30 se pueda realizar la ceremonia que publicaremos. También les proporcionamos una imagen en alta resolución que pueden imprimir y enmarcar para poner el lugar más destacado del hogar (aquí).


 

DÍA VIGÉSIMOSEXTO
Oración con que se comenzarán los ejercicios de cada día del Mes.


Adorable Corazón de Jesús, trono de misericordia y manantial inagotable de gracias, dignaos aceptar los homenajes de amor y de agradecimiento que traeremos al pie de vuestro altar durante la serie de bellos días consagrados a vuestra gloria como preparación para entronizarte en nuestros hogares. Obedientes a la dulce voz de vuestro Corazón, venimos a ofreceros el débil tributo de nuestros consuelos para haceros olvidar la ingratitud incomprensible con que tantos pecadores corresponden a la inmensidad de vuestros beneficios. La voz de nuestras alabanzas subirá cada día a las alturas de vuestro trono para apagar el eco de las blasfemias con que os ultrajan tantas almas rescatadas con vuestra Sangre Preciosa. Nuestros corazones, profundamente conmovidos por la amargura de vuestras quejas, vienen aquí a protestaros que os aman y que os amarán mientras les concedáis la vida, con toda la efusión y la ternura de que son capaces. Queremos reparar las ofensas que recibís continuamente de los infieles que no tienen la dicha de conoceros, de los herejes que tienen la desgracia de negaros y de los impíos que tienen la audacia de haceros implacable guerra. Nosotros hemos sido, es verdad, del número de los ingratos que os ofenden; pero, sinceramente arrepentidos de nuestros pasados extravíos, aceptad, ¡oh Corazón misericordioso! las reparaciones que os ofrecen nuestros dolores y nuestras lágrimas; las oraciones y sacrificios que te presentaremos durante este mes para que reines en nuestros corazones, nuestras familias, en la sociedad y el mundo entero ¡Viva Cristo Rey!


CONSIDERACIÓN

Amor del Corazón de Jesús en la comunión sacramental



El salvador del mundo no es solamente en la Eucaristía una víctima propiciatoria. Al instituir el sacrificio de la nueva ley, dijo a sus apóstoles, y en su persona a todos los cristianos: “Tomad y comed.” La naturaleza de los elementos que ha escogido para ocultar su santa y gloriosa humanidad nos indica que la Eucaristía no es solamente un sacrificio, sino también un banquete en que se sirve su carne y su sangre bajo las apariencias del pan y del vino. “Mi carne, dice, es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida; y el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.”
¡Oh sin igual maravilla del amor! Jesucristo, la luz, la paz, el gozo, el redentor del mundo, el tesoro del cielo, el sol de la eternidad, hace al hombre la donación completa de su cuerpo, de su sangre, de su alma, de si divinidad, uniéndose a él en la intimidad más completa. Dios se dio por la encarnación a la humanidad en general; en la Eucaristía se da a cada alma en particular. No bastaba a su amor su unión con nuestra naturaleza, haciéndose hombre para rescatar a la raza infortunada de Adán. Quiso que la carne de Cristo redentor entrase en cada hombre real y sustancialmente, como el alimento material entra en el organismo humano, a fin de sostener, reparar, conservar y acrecentar nuestra vida sobrenatural con un alimento divino. Jesucristo en la comunión se enlaza dulcemente con el alma y la enciende con su calor, le infunde su vida, la sostiene con su poder, la fortifica con su gracia, la regala con su amor, la transforma en sí mismo y llega a ser la carne de su carne, el corazón de su corazón, el alma de su alma, de modo que el cristiano puede decir: “No soy yo quien vivo; es Jesucristo el que vive en mí.”
El verdadero amor tiende irresistiblemente a la unión. Mirad a la madre cuando acaricia a su pequeño hijo: ella lo estrecha contra su pecho como si quisiera incorporarlo en su propio ser y convertirlo en sí misma. Jesucristo que ama a las almas, según su testimonio, micho más que las madres a sus hijos, ha encontrado en la comunión un medio de satisfacer esta aspiración del amor. Se une al hombre, no obstante su miseria, y lo estrecha y acaricia con ternura inefable, y lo diviniza en cierto modo dándole su divinidad por nutrición. Y como esa unión maravillosa es una prenda de su infinito amor, ella produce en las almas bien dispuestas goces tan íntimos, delicias tan puras que la lengua humana no puede expresar. ¿No habéis hecho alguna vez una comunión fervorosa? Si habéis disfrutado de esta felicidad, podréis decir con experiencia: “cuan suave, cuan dulce es el Señor.” Entonces habéis comprendido que la comunión es el vestíbulo del cielo, porque sólo en la patria de los eternos goces pueden sentirse emociones como las que despierta en el alma la presencia sacramental de Jesús. ¿No os habéis olvidado entonces de la tierra y de sus dolores, y os habéis creído trasportados a una región alta y serena en que concluyen las penalidades del destierro y empiezan las dulzuras de la patria?
¡Y qué incomprensible dignación la de Jesús! Se ha visto a grandes de la tierra descender de la altura de sus palacios hasta la humilde morada de uno de sus vasallos para sentarse junto al lecho de sus dolores, consolarlo, asistirlo, curar sus llagas y remediar su miseria. El mundo ha visto esa acción una grandeza mayor que en el esplendor y el poder de los tronos. Pues bien, Jesucristo hace mucho más que eso en la comunión. No desciende de un palacio o trono de la tierra, sino de las alturas esplendorosas del cielo; no viene a sentarse junto al lecho de los dolores físicos o morales del hombre, sino en medio de su corazón para descubrir más fácilmente el secreto de sus penas. Y a estas dulces intimidades del amor convida a todos, a los más grandes y a los pequeños; porque en el banquete eucarístico, a diferencia de los banquetes del mundo, no se excluye a nadie; y a un podemos agregar que los más humildes y los más desgraciados tienen asiento de preferencia.
¡Ah! Y ¿Cómo no admirar la grandeza del Amor que inventa tales prodigios? ¿Quién habría podido imaginarse que un Dios se abismase hasta unirse y confundirse con sus pobres criaturas para darles a gustar consuelos celestiales y hacerlas participantes de su propia vida? Por incomprensible que sea esta maravilla de amor, el hecho es que el Corazón de Jesús ha realizado y realiza diariamente en millones de almas este portento de incomparable bondad.



Práctica Espiritual


Examinar atentamente la conciencia para descubrir nuestra pasión dominante y aplicarnos a corregirla.


Oración final.


¡Oh Corazón Sacratísimo de Jesús!, quisiéramos que todos los corazones se reuniesen para amaros y que todos los labios se abriesen para bendeciros en un solo cántico de reconocimiento y de alabanza. Quisiéramos traer a vuestros pies todo lo que hay de grande y hermoso en el cielo y en la tierra; y que todas las criaturas salidas de vuestra mano omnipotente se unieran a nosotros para ensalzar vuestras grandezas y celebrar vuestras obras de bondad y de misericordia. Pero ya que esto no es posible, recibid, Señor, como débil expresión de nuestro amor, las flores con que nuestra familia adorna vuestra imagen, las luces con que iluminamos el trono de vuestra gloria y los cánticos de gratitud que cada día modulan nuestros labios. No miréis la pobreza de nuestras ofrendas, sino el amor con que os las presentamos; y en cambio, abrid en este Mes bendito los tesoros de vuestras gracias y derramadlas sobre vuestros amantes hijos, que atraídos por el encanto de vuestro Corazón y congregados en torno de vuestro altar, quieren glorificaros en estos santos días, para merecer la dicha de amaros eternamente en el cielo. Amén.











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