Segunda
Decena
Tercera parte
Excelencia
del Santo Rosario por las oraciones de que está compuesto
11a
Rosa
34)
El Credo o Símbolo de los Apóstoles -que se reza sobre la cruz del
Rosario- por ser un santo resumen y compendio de las verdades
cristianas, es una oración de gran mérito, porque al fe es la base,
el fundamento y el principio de todas las virtudes cristianas, de
todas las virtudes eternas y de todas las oraciones agradables a
Dios. "Accedentem ad Deum credere oportet" (1). Quien se
acerca a Dios ha de empezar por creer, y cuanto mayor sea su fe,
tanta más fuerza y mérito en sí misma tendrá la oración y tanta
más gloria dará a Dios.
No
me detendré a explicar las palabras del Símbolo de los Apóstoles;
pero no puedo menos de aclarar estas tres primeras palabras: "Credo
in unum Deum", "Creo en Dios", que encierran los
actos
de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad.
Tienen maravillosa eficacia para santificar el alma y abatir a los
demonios. Con estas palabras han vencido muchos santos las
tentaciones, principalmente las que iban contra la fe, la esperanza y
la caridad durante su vida o en la hora de la muerte. Éstas fueron
las últimas palabras que San Pedro mártir escribió con el dedo
sobre la arena lo mejor que pudo, cuando rota la cabeza por un
sablazo de un hereje estaba a punto de expirar.
35)
Como la fe es la única llave para entrar en tod os los misterios de
Jesús y María encerrados en el Santo Rosario, co nviene empezarlo
rezando el Credo con muy devota atención, y cuanto mayor y más viva
sea nuestra fe, tanto más meritori o será el Rosario. Es preciso
que la fe sea viva y animada por la caridad: es decir, que para rezar
bien el Rosario es necesario estar en gracia de Dios o en busca de
esta gracia; es necesario que la fe sea fuerte y constante; es decir,
que no hay que buscar en la práctica del Santo Rosario solamente el
gusto sensible y el consuelo espiritual, o -lo que es lo mismo- que
no hay que dejarlo porque se tenga una enormidad de distracciones
involuntarias en el espíritu, un inexplicable tedio en el alma, un
pesado fastidio y un sopor casi continuo en el cuerpo. No son
precisos gusto, ni consuelo, ni suspiros, fervor y lágrimas, ni
aplicación continua de la imaginación, para rezar bien el Rosario.
Bastan la fe pura y la buena intención.
"Sola
fides sufficit" (2).
12a
Rosa
36)
El padrenuestro u oración dominical tiene la primera excelencia en
su autor, que no es hombre ni ángel, sino el Rey de los ángeles y
de los hombres, Jesucristo.
Convenía
-dice San Cipriano- que aquel que venía a darnos la vida de la
gracia como Salvador nos enseñase el modo de orar como celestial
Maestro. La sabiduría de este divino Maestro se manifiesta bien en
el orden, la dulzura, la fuerza y la claridad de esta oración
divina; es corta, pero rica en enseñanzas, inteligible para la gente
sencilla y llena de misterios para los sabios.
El
padrenuestro encierra todos los deberes que tenemos para con Dios,
los actos de todas las virtudes y la súplica de todos nuestros
bienes espirituales y corporales.
Contiene,
dice Tertuliano, el compendio del Evangelio. Aventaja, dice Tomás de
Kempis, a todos los deseos de los san tos, contiene en compendio
todas las dulces sentencias de los salmos y de los cánticos; pide
cuanto necesitamos, alaba a Dios de un modo excelente, eleva el alma
de la tierra al cielo y la une estrechamente con Dios.
37)
San Crisóstomo dice que quien no ora como el divino Maestro ha orado
y enseñado a orar no es su discípulo, y Dios Padre no escucha con
agrado las oraciones que compuso el espíritu humano, sino las de su
Hijo, que Él nos ha enseñado.
Debemos
rezar la oración dominical con la certeza de que el Eterno Padre la
oirá favorablemente, puesto que es la orac ión de su Hijo, al que
siempre atiende, y nosotros miembros de Cristo. ¿Cómo ha de negarse
tan buen Padre a una súplica tan bien funda da, apoyada como está
en los méritos e intercesión de tan digno Hijo?
San
Agustín asegura que el padrenuestro bien rezado quita los pecados
veniales. El justo cae siete veces cada día. La oración dominical
contiene siete peticiones por las cuales podemos remediar estas
caídas y fortificarnos contra los enemigos. Es oración corta y
fácil para que, como somos frágiles y estamos sujetos a muchas
miserias, recibamos rápido auxilio , rezándola frecuente y
devotamente.
38)
Salid de vuestro error, almas devotas que despreciáis la oración
que el mismo Hijo de Dios ha compuesto y ordenado para todos los
fieles; vosotros, que sólo estimáis las oraciones compuestas por
los hombres, como si el hombre, aun el más esclarecido, supiese
mejor que Jesucristo cómo debemos orar. Buscáis en los libros de
los hombres el modo de alabar y orar a Dios, como si os avergonzaseis
del que su Hijo nos ha prescrito. Os persuadís de que las oraciones
que están en los libros son para los sabios y para los ricos y el
Rosario es sólo para las mujeres, para los niños, para el pueblo,
como si las alabanzas y oraciones que leéis fueran más hermosas y
agradables a Dios que las contenidas en la oración dominical. Es
peligrosa tentación sentir hastío de la oración queJesucristo nos
ha
recomendado
para aficionarse a las oraciones compuestas por los hombres. No
desaprobamos las compuestas por los santos para excitar a los fieles
a alabar a Dios, pero no podemos sufrir que las prefieran a la
oración que salió de la boca de la Sabiduría Encarnada y que dejen
el manantial para correr tras los arroyos y que desdeñen el agua
clara para beber la turbia. Porque al fin el Rosario, compuesto de la
oración dominical y de la salutación angélica, es esa agua clara y
perpetua que brota del manantial de la gracia, mientras que las otras
oraciones que buscan en los libros no son sino pequeños arroyos que
se derivan de ella.
39)
Podemos llamar dichoso a quien, rezando la oración del Señor, pese
atentamente cada palabra; ahí encuentra cuanto necesita y cuanto
pueda desear.
Cuando
rezamos esta admirable oración, cautivamos desde el primer momento
el corazón de Dios, al invocarle con el dulce nombre de Padre.
"Padre
nuestro", el más tierno de todos los padres, todopoderoso en la
creación, admirabilísimo en la conservación del universo,
amabilísimo en su Providencia, bonísimo e infinitamente bueno en la
Redención. Dios es nuestro Padre, nosotros somos hermanos, el cielo
es nuestra patria y nuestra herencia. ¿No nos inspirará esto, al
mismo tiempo, el amor a Dios, el amor al prójimo y el
desprendimiento de todo lo terreno? Amemos, pues, a un Padre como
ése, y digámosle mil y mil veces:
"Padre
nuestro, que estás en el cielo." Vos que lle náis el cielo y
la tierra por la inmensidad de vuestra esencia, que estáis presente
en todas partes; Vos que estáis en los santos por vues tra gloria,
en los condenados por vuestra justicia, en los justos por vuestra
gracia y en los pecadores por vuestra paciencia que los sufre, haced
que recordemos siempre nuestro origen celestial, que vivamos como
verdaderos hijos vuestros, que tendamos siempre hacia Vos solamente
con todo el ardor de nuestros deseos.
"Santificado
sea tu nombre." El nombre del Señor es santo y temible, dice el
profeta-rey, y en el cielo, según Isaías, resuenan las alabanzas
con que los serafines aclaman sin cesar la santidad del Señor Dios
de los ejércitos. Deseamos que toda la ierrat conozca y adore los
atributos de este Dios tan grande y tan santo: que sea conocido,
amado y adorado de los paganos, de los turcos, de los judíos, de los
bárbaros y de todos los infieles; qu e todos los hombres le sirvan y
glorifiquen con fe viva, firme esperanza y ardiente caridad,
renunciando a todos los errores; en una palabra, que todos los
hombres sean santos porque Él lo es.
"Venga
a nosotros tu reino." Es decir, que reinéis en nuestras almas
por vuestra gracia, durante la vida, a fin de que merezcamos después
de nuestra muerte reinar con Vos en vuestro reino, que es la soberana
y eterna felicidad que creemos, esperamos y deseamos, esa felicidad
que nos está prometida por la bondad del Padre, que nos fue
adquirida por los méritos del Hijo y que nos es revelada por las
luces del Espíritu Santo.
"Hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo." Sin duda, nada puede
sustraerse a las disposiciones de la divina Providencia, que tiene
todo previsto y arreglado antes del suceso, ningún obstáculo es
capaz de impedirle el fin que se ha propuesto, y cuando pedimos a
Dios que se haga su voluntad, no es que temamos, dice Tertuliano, que
alguno se oponga eficazmente a la ejecución de sus
designios,
sino que aceptamos humildemente cuanto le plugo ordenar respecto a
nosotros; que cumplimos siempre y en todas las cosas su santa
voluntad, manifiesta en sus mandamientos, con tanta prontitud, amor y
constancia como los ángeles y bienaventurados le obedecen en el
cielo.
40)
"Danos hoy nuestro pan de cada día." Jesucristo nos enseña
a pedir a Dios cuanto necesitamos para la vida del cuerpo y la del
alma. Por estas palabras de la oración dominical confesamos
humildemente nuestra miseria y rendimos homenaje a la Providencia,
declarando que creemos y queremos obtener de su bondad todos los
bienes temporales. Bajo el nombre de pan pedimos lo que es
indispensable para la vida, excluyendo lo superfluo. Este pan lo
pedimos hoy, es decir, que limitamos al día nuestras solicitudes,
confiando a la Providencia el mañana. Pedimos el pan de cada día,
confesando así nuestras necesidades que siempre renacen y mostrando
la continua dependencia en que estamos de la protección y socorro de
Dios.
"Perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden." Nuestros pecados -dicen San Agustín y Tertuliano- son
deudas que contraemos con Dios, y su justicia exige el pago hasta el
último céntimo. Por tanto tenemos todas esas tristes deudas. A
pesar del número de nuestras iniquidades, acerquémonos a Él
confiadamente y digámosle con verdadero arrepentimiento: Padre
nuestro, que estás en el cie lo, perdónanos los pecados de nuestro
corazón y de nuestra boca, los pecados de acción y de omisión que
nos hacen infinitamente culpables a los ojos de vuestra justicia;
porque, como hijos de un padre clemente y misericordioso, perdonamos
por obediencia y por caridad a nuestros ofensores.
Y
"no permitas que", por infidelidad a vuestras gracias,
"sucumbamos a las tentaciones" del mundo, del demonio y de
la carne. Y "líbranos del mal", que es el pecado, del mal
de la pena temporal y de la pena eterna que hemos merecido.
"¡Amén!"
Palabra de gran consuelo que es, dice San Jerónimo, como el sello
que Dios pone al fin de nuestras súpl icas para asegurarnos de que
nos ha escuchado, como si Él mismo nos respondiese:
¡Amén!
Sea como pedís, ciertamente lo habéis conseguido, pues tal es el
significado de la palabra ¡Amén!
13a
Rosa
41)
Honramos las perfecciones de Dios en cada palabra que decimos de la
oración dominical. Honramos su fecundidad con el nombre de Padre.
Padre que tenéis desde la eternidad un Hijo que es Dios como Vos
mismo, eterno, consubstancial, que es una misma esencia, una misma
potencia, una misma bondad, una misma sabiduría con Vos, Padre e
Hijo que amándoos producís al Espíritu Santo, que es Dios, tres
personas adorables que son un solo Dios.
¡Padre
nuestro! Es decir, Padre de los hombres por la creación, por la
conservación y por la redención. Padre misericordioso de los
pecadores. Padre amigo de los justos, Padre magnífico de los
bienaventurados.
Que
estás. Por esta palabra admiramos la inmensidad , la grandeza y la
plenitud de la esencia de Dios, que se llama con verdad "El que
es" (3): es decir, que existe esencialmente, necesariamente y
eternamente, que es el Ser de los seres, la causa de todos los seres;
que encierra eminentemente en sí mismo las perfecciones de todos los
seres; que está en todos por su esencia, presencia y potencia, sin
estar encerrado en ellos. Honramos su sublimidad, su gloria y
majestad en estas palabras: que estás en e l cielo, es decir, como
sentado en vuestro trono, ejerciendo vuestra justicia sobre todos los
hombres.
Adoramos
su santidad deseando que su nombre sea santificado. Reconocemos su
soberanía y la justicia de sus leyes ansiando la llegada de su reino
y que le obedezcan los hombres en la tierra como lo hacen los ángeles
en el cielo. Creemos en s u Providencia rogándole que nos dé
nuestro de pan de cada día. In vocamos su clemencia pidiéndole el
perdón de nuestros pecados. Reconocemos su poder al rogarle que no
nos deje caer en la tentación. Nos confiamos a su bondad esperando
que nos librará del mal. El Hijo de Dios, que glorificó siempre a
su Padre por sus obras, ha venido al mundo para que le glorifiquen
los hombres y les enseñó la manera de honrarle con esta oración
que Él mismo se dignó dictarles. Debemos, pues, rezarla con
frecuencia, con atención y con el mismo espíritu que Él la ha
compuso.
14a
Rosa
42)
Cuando rezamos atentamente esta divina oración, hacemos tantos actos
de las más elevadas virtudes cristiana s cuantas palabras
pronunciamos. Diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo,
hacemos actos de fe, adoración y humildad; y deseando que su nombre
sea santificado y glorificado, aparece en nosotros un celo ardiente
por su gloria.
Pidiéndole
la posesión de su reino, practicamos la esperanza. Deseando que se
cumpla su voluntad en la tierra como en el cielo, mostramos espíritu
de perfecta obediencia. Al pedirle el pan nuestro de cada día,
practicamos la pobreza de espíritu y el desasimiento de los bienes
de la tierra. Rogándole que nos perdo ne nuestros pecados, hacemos
un acto de arrepentimiento; y perdonando a los que nos ofendieron,
ejercitamos la misericordia en su más alta perfección. Pidiéndole
socorro en las tentaciones, hacemos actos de humildad, de prudencia y
de fortaleza. Esperando que nos libre del mal, practicamos la
paciencia. En fin, pidiéndole todas estas cosas no solamente para
nosotros, sino también para el prójimo y para todos los fieles de
la Iglesia, hacemos oficio de verdaderos hijos de Dios, le imitamos
en la caridad, que alcanza a todos los hombres, y cumplimos el
mandamiento de amar al prójimo.
43)
Detestamos todos los pecados y observamos todos los mandamientos de
Dios cuando al rezar esta oración siente nuestro corazón de acuerdo
con la lengua y no tenemos ninguna intención contraria al sentido de
estas divinas palabras. Pues cuando reflexionamos que Dios está en
el cielo -es decir, infinitamente
elevado
sobre nosotros por la grandeza de su majestad-, entramos en los
sentimientos del más profundo respeto en su presencia; y,
sobrecogidos de temor, huimos del orgullo, abatiéndonos hasta el
anonadamiento. Al pronunciar el nombre del Padre recordamos que
debemos la existencia a Dios por medio de nuestros padres, y del
mismo modo nuestra instrucción por medio de los maestros, que
representan aquí, para nosotros, a Dios, de quien son vivas
imágenes; y nos sentimos obligados a honrarles, o - por mejor
decir-a honrar a Dios en sus personas, y nos guardamos muy bien de
despreciarlos y afligirlos.
Cuando
deseamos que el santo nombre de Dios sea glorificado, estamos muy
lejos de profanarlo. Cuando miramos el reino de Dios como nuestra
herencia, renunciamos en absoluto a los bienes de este mundo; cuando
sinceramente rogamos para nuestro prójimo los bienes que deseamos
para nosotros mismos, renunciamos al odio, a la disensión y a la
envidia. Pidiendo a Dios nuestro pan de cada día, detestamos la gula
y la voluptuosidad que se nutren de la abundancia.
Rogando
a Dios verdaderamente que nos perdone como nosotros perdonamos a
nuestros deudores, reprimimos nuestra cólera y nuestra venganza,
devolvemos bien por mal y amamos a nuestros enemigos. Pidiendo a Dios
que no nos deje caer en el pecado en el momento de la tentación,
demostramos huir de la pereza y que buscamos los medios de combatir
los vicios y buscar nuestra salvación. Rogando a Dios que nos libre
del mal, tememos su justicia y somos felices por que el temor de Dios
es el principio de la sabiduría. Por el temor de Dios evita el
hombre el pecado.
15a
Rosa
44)
La salutación angélica es tan sublime, tan elevada, que el Beato
Alano de la Roche ha creído que ninguna criatura puede comprenderla
y que sólo Jesucristo, hijo de la Santísima Virgen, puede
explicarla.
Tiene
origen su principal excelencia en la Santísima Virgen, a quien se
dirigió, de su fin, que fue la Encarnación del Verbo -para la cual
se trajo del cielo- y del arcángel San Gabriel, que la pronunció el
primero.
La
salutación resume en la síntesis más concisa toda la teología
cristiana sobre la Santísima Virgen. Se encuentra en ella una
alabanza y una invocación. Encierra la alabanza cuanto forma la
verdadera grandeza de María; la invocación comprende todo lo que
debemos pedirle y lo que de su bondad podemos alcanzar. La Santísima
Trinidad ha revelado la primera parte; Santa Isabel, iluminada por el
Espíritu Santo, añadió la segunda;y la Iglesia en el primer
Concilio de Éfeso en 430, ha puesto la conclusión, después de
condenar el error de Nestorio y de definir que la Santísima Virgen
es verdaderamente Madre de Dios. El Concilio ordenó que se invocase
a la Santísima Virgen bajo esta gloriosa cualidad, expresada por
estas palabras: "Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte."
45)
La Santísima Virgen María fue aquella a quien se hizo esta divina
salutación para llevar a cabo el asunto más grande e
importante
del mundo, la Encarnación del Verbo Eterno, la paz entre Dios y los
hombres y la redención del género humano. Embajador de tan dichosa
nueva fue el arcángel Gabr iel, uno de los primeros príncipes de la
corte celestial. La salutación angélica contiene la fe y la
esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los apóstoles; es
la constancia y la fuerza de los mártires, la ciencia de los
doctores, la perseverancia de los confesores y la vida de los
religiosos. Es el cántico nuevo de la ley de gracia , la alegría de
los ángeles y de los hombres, el terror y la confusión de los
demonios.
Por
la salutación angélica, Dios se hizo hombre, y la Virgen Madre de
Dios; las almas de los justos salieron del limbo, las ruinas del
cielo se repararon y los tronos vacíos se ocuparon de nuevo, se
perdonó el pecado, se nos dio la gracia, curáronse las
enfermedades, resucitaron los muertos, se llamó a los desterrados,
se aplacó la Santísima Trinidad y obtuvieron los hombres la vida
eterna. En fin, la salutación angélica es el arco ris, el emblema
de la clemencia y de la gracia dadas al mundo por Dios.
16a
Rosa
46)
Aun cuando no hay nada tan grande como la Majestad Divina, ni nada
tan abyecto como el hombre -considerado como pecador-, sin embargo,
esta Majestad Suprema no desdeña nuestros homenajes; se complace
cuando cantamos sus alabanzas. Y la salutación del ángel es uno de
los cánticos más her mosos que podemos dirigir a la gloria del
Altísimo. "Canticum novum cantabo
tibi"
(4): Entonaré un cántico nuevo. Este cántico nuevo que David
predijo se cantaría a la venida del Mesías es la salutación del
Arcángel.
Hay
un cántico antiguo y un cántico nuevo. El antig uo es el que
cantaron los israelitas en reconocimiento de la creación, la
conservación, la libertad de su esclavitud, el paso del Mar Rojo, el
maná y todos los demás favores del cielo. El cántico nuevo es el
que cantan los cristianos en acción de gracias por la Encarnación y
por la Redención. Como estos prodigios se realizaron por la
salutación del ángel, repetimos esta salutación para agradecer a
la Santísima Trinidad estos beneficios inestimables. Alabamos a Dios
Padre, porque tanto amó al mundo que llegó a darle su único Hijo
para salvarle. Bendecimos al Hijo porque descendió del cielo a la
tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido.
Glorificamos
al Espíritu Santo porque ha formado el cuerpo purísimo de Jesús,
que fue la víctima de nuestros pecados. Con este espíritu de
agradecimiento debemos rezar la salutación angélica, acompañándola
de actos de fe, esperanza, amor y acción de gracias por el beneficio
de nuestra salvación.
47)
Aunque este cántico nuevo se dirige directamente a la Madre de Dios
y encierra sus elogios, es, no obstante, muy glorioso para la
Santísima Trinidad, porque todo el honor que rendimos a la Santísima
Virgen vuelve a Dios, causa de todas sus perfecciones y virtudes.
Dios Padre es glorificado porque honramos a la más perfecta de sus
criaturas. El Hijo es glorificado porque alabamos a su purísima
Madre. El Espíritu Santo es glorificado porque admiramos las gracias
de que fue colmada su Esposa.
Del
mismo modo que la Santísima Virgen, con su hermoso Magnificat,
dedica a Dios las alabanzas y bendiciones que le tributa Santa Isabel
por su eminente dignidad de Madre del Señor, envía también
inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le hacemos por la
salutación angélica.
48)
Si la salutación angélica da gloria a la Santísima Trinidad, es
también la más perfecta alabanza que podemos dirigi r a María.
Santa
Matilde, deseando saber por qué medio podría testimoniar mejor la
ternura de su devoción a la Madre de Dios, fue arrebatada en
espíritu, y se le apareció la Santísima Virgen levando sobre el
pecho la salutación angélica escrita en letras de oro, y le dijo:
"Sabe, hija mía, que nadie puede honrarme con una salutación
más agradable que la que me ofreció la Beatísima Trinidad, por la
cual me elevó a la dignidad de Madre de Dios. Por la palabra "Ave",
que es el nombre de Eva, supe que Dios, con su omnipotencia, me había
preservado de todo pecado y de las miserias a que estuvo sujeta la
primera mujer.
El
nombre de "María", que significa Señora de luz, indica
que Dios me llenó de sabiduría y de luz, como astro brillante, para
iluminar el cielo y la tierra.
Las
palabras: "llena de gracia", expresan que el Espíritu
Santo me colmó de tantas gracias, que puedo comunicarlas con
abundancia a quienes las piden por mediación mía.
Diciendo:
"el Señor es contigo", se me recuerda el gozo inefable que
sentí en la Encarnación del Verbo divino.
Cuando
se me dice: "bendita tú eres entre todas las mujeres",
alabo a la divina misericordia, que me elevó a tan alto grado de
felicidad.
A
las palabras: "bendito es el fruto de tu vientre, Jesús",
todo el cielo se regocija de ver a Jesús, Hijo mío, adorado y
glorificado por haber salvado a los hombres."
17a
Rosa
49)
Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen reveló al Beato
Alano de la Roche -y sabemos que este gran devoto de María confirmó
con juramento sus revelaciones-, hay tres más notables: la primera,
que es señal probable y próxima de eterna reprobación tener
negligencia, tibieza y aversión a la salutación angélica, que ha
reparado el mundo; la segunda, que los que sienten devoción a esta
salutación divina poseen una gran señal de predestinación; la
tercera, que los que han recibido del cielo el favor de amar a la
Santísima Virgen y servirla por afecto deben cuidar con el mayor
esmero de continuar amándola y sirvién dola hasta que
Ella
los coloque en el cielo, por medio de su Hijo, en el grado de gloria
conveniente a sus méritos.
50)
Todos los herejes, que son hijos del diablo, y que llevan las señales
evidentes de la reprobación, tienen horror al avemaría; aprenden el
padrenuestro, pero no el avemaría y preferirían llevar sobre sí
una serpiente antes que un Rosario.
Entre
los católicos, los que llevan el signo de la reprobación no se
cuidan apenas del Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con
fastidio y precipitadamente.
Aunque
yo no aceptara con fe piadosa lo revelado al Beato Alano de la Roche,
mi experiencia me basta para estar persuadido de esta terrible y
dulce verdad. Yo no sé, ni veo con claridad cómo es que una
devoción aparentemente tan pequeña puede ser señal infalible de
eterna salvación, y su defecto, signo de reprobación; y no
obstante, nada más cierto.
Nosotros
mismos vemos que quienes en nuestros días profesan las doctrinas
nuevas condenadas por la Iglesia, a pesar de su piedad aparente,
descuidan la devoción del Rosario y con frecuencia lo separan del
corazón de quienes les rodean, con los pretextos más hermosos del
mundo. Se guardan muy bien de condenar abiertamente el Rosario y el
escapulario, como hicieron los calvinistas; pero su manera de
conducirse es tanto más perniciosa cuanto más sutil. Hablaremos de
ello a continuación .
51)
Mi avemaría, mi Rosario, son mi oración y mi muy segura piedra de
toque para distinguir a los que van dirigidos por el espíritu de
Dios de los que están bajo la ilusión del espíritu maligno. He
conocido almas que parecían volar, como las águilas , hasta las
nubes, por su sublime contemplación, y que, no obstante, eran
desdichadamente engañadas por el demonio, y sólo pude descubrir sus
ilusiones al verlas rechazar el avemaría como algo que resultaba
poco para ellas.
El
avemaría es un rocío celeste y divino que, al caer en el alma de un
predestinado, le comunica admirable fecundidad para producir toda
clase de virtudes; y cuanto más regada está el alma por esta
oración, más se ilumina su espíritu, más se abrasa su corazón y
fortifica contra sus enemigos.
El
avemaría es un dardo penetrante e inflamado, que, unido por un
predicador a la palabra de Dios que anuncia, le da fuerza para
atravesar y convertir los corazones más duros, aun cuando no tenga
el orador extraordinario talento natural para la predicación.
Ésta
fue la secreta arma que, como dejo dicho, enseño la Santísima
Virgen a Santo Domingo y al Beato Alano para convertir a los herejes
y a los pecadores. Éste es el origen de la práctica de los
predicadores de rezar un avemaría al principio de sus predicaciones,
según asegura San Antonino.
18a
Rosa
52)
Esta divina salutación atrae sobre nosotros la bendición abundante
de Jesús y María, porque es principio inf alible que Jesús y María
recompensan magnánimamente a quienes les gl orifican: devuelven
centuplicadas las bendiciones que reciben. "Ego diligentes me
diligo... ut ditem diligentes me et thesauros eorum repleam"
(5). Es lo que claman claramente Jesús y María: "Amamos a
quienes nos aman, los enriquecemos y henchimos sus tesoros."
"Qui seminat in benedictionibus, in benedictionibus et metet"
(6): Los que siembran bendiciones, recogerán bendiciones .
Ahora
bien, rezar debidamente la salutación angélica ¿no es amar,
bendecir y glorificar a Jesús y María? En cada avem aría decimos
una bendición doble, una a Jesús y otra a María: "Bendita tú
eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre,
Jesús." Por cada avemaría rendimos a María el mismo honor que
Dios le rindió, saludándola con el arcángel Gabriel. ¿Quién
podrá creer que Jesús y María -que tantas veces hacen bien a
quiene s les maldicen-lancen maldición contra quienes les honran y
bendicen con el avemaría?
La
Reina de los cielos, dicen San Bernardo y San Buenaventura, no es
menos agradecida y cortés que las personas de má s alta condición
del mundo; las aventaja en tal virtud como en todas las demás
perfecciones y no dejará que la honremos resp etuosamente sin darnos
el ciento por uno. María -dice San Buenaventura- nos saluda con la
gracia si la saludamos con el avemaría: "Ipsa salutabit nos cum
gratia si salutaverimus eam cum Ave Maria."
¿Quién
podrá comprender las gracias y bendiciones que operan en nosotros el
saludo y las miradas benignas de la Santísima Virgen?
Desde
el momento en que oyó Santa Isabel el saludo que le hacía la Madre
de Dios, fue llena del Espíritu Santo, y su niño saltaba de gozo.
Si nos hacemos dignos del saludo y la bendición recíprocos de la
Santísima Virgen, seremos sin duda llenos de gracia, y un torrente
de consuelos espirituales inundará nuestra s almas.
19a
Rosa
53)
Está escrito: "Dad y se os dará" (7). Tomemos l a
comparación del Beato Alano:
"Si
yo os diese cada día ciento cincuenta diamantes, ¿no me
perdonaríais aunque fuerais mi enemigo? ¿No me otorgaríais como a
amigo todas las gracias posibles?
¿Queréis
enriqueceros con bienes de gracia y de gloria? Saludad a la Santísima
Virgen, honrad a vuestra bondadosa Madre."
"Sicut
qui thesaurizat, ita et qui honorificat matrem" (8). El que
honra a su Madre, la Santísima Virgen, es como el que atesora.
Presentadle,
al menos, cincuenta avemarías diariamente, cada una de las cuales
contiene quince piedras preciosas, que le son más agradables que
todas las riquezas de la tierra. ¿Qué no podréis esperar de su
liberalidad? Ella es nuestra Madre y nuestra amiga. Es la Emperatriz
del Universo, que nos ama más que todas las madres y reinas reunidas
amaron a hombre alguno, porque, como dice San Agustín, la caridad de
la Virgen María excede a todo el amor natural de todos los hombres y
de todos los án geles.
54)
Nuestro Señor se apareció un día a Santa Gertrudis contando
monedas de oro; ella tuvo curiosidad de preguntarle qué contaba.
"Cuento -respondió Jesucristo- tus avemarías: son la moneda
con que se compra mi paraíso."
El
devoto y docto Suárez, de la Compañía de Jesús, estimaba de tal
modo la salutación angélica, que decía que con gusto daría toda
su ciencia por el precio de un avemaría bien dicha.
55)
El Beato Alano de la Roche se dirige así a la Santísima Virgen:
"Que quien te ama, oh excelsa María, escuche esto y se llene de
gozo: El cielo exulta de dicha, y de admiración la tierra, cuando
digo Ave María. Mientras aborrezco al mundo, en amor de Dios me
inundo cuando digo Ave María. Mis temores se disipan, mis pasiones
se apaciguan, cuando digo Ave María. Se aumenta mi devoción y
alcanzo la contrición cuando digo Ave María. Se confirma mi
esperanza, mi consuelo se agiganta, cuando digo Ave María. Mi alma
de gozo palpita, mi tristeza se disipa, cuando digo
Ave
María, porque la dulzura de esta suavísima salutación es tan
grande que no hay término apropiado para explicarla debidamente, y
después que hubiera uno dicho de ella maravillas, resultaría aún
tan escondida y profunda que no podríamos descubrirla. Es corta en
palabras, pero grande en misterios; es más dulce qu e la miel y más
preciosa que el oro. Es preciso tenerla frecuentemente en el corazón
para meditarla y en la boca para leerla y repetirla devotamente."
"Auscultet
tui nominis amator, o Maria, coelum gaudet, omnis terra stupet cum
dico Ave Maria; Satan fugit, infernus contremiscit, cum dico Ave
Maria; mundus vilescit, cor in amore liquescit, cum dico Ave Maria;
terror evanescit, caro marcescit, cum dico Ave Maria; crescit
devotio, oritur compunctio, cum dico Ave Maria; spes proficit,
augetur consolatio, cum dico Ave Maria; recreatur animus, et in bono
confortatur aeger affectus, cum dico Ave Maria. Siquidem tanta
suavitas hujus benignae salutationis, ut humanis non possit explicari
verbis, sed semper manet altior et profundior quam omnis creatura
indagare sufficiat. Haec oratio parva est verbis, alta mysteriis,
brevis sermone, alta virtute, super mel dulcis, super aurum pretiosa;
ore cordis est jugiter ruminanda labiisque puris frequentissime
legenda ac devote repetenda."
Refiere
el mismo Beato Alano, en el capítulo 69 de su Salterio, que una
religiosa muy devota del Rosario se apareció después de su muerte a
una de sus hermanas y le dijo: "Si pudiera volver a mi cuerpo
para decir solamente un avemaría, aun cuando fuera sin mucho fervor,
por tener el mérito de esa oración, sufriría con gusto cuantos
dolores padecí antes de morir." Hay que advertir que había
sufrido durante varios años crueles dolores.
56)
Miguel de Lisle, Obispo de Salubre, discípulo y colega del Beato
Alano de la Roche en el restablecimiento del Santo Rosario, dice que
la salutación angélica es el remedio de todos osl males que nos
afligen, con tal que la recemos devotamente en honor de la Santísima
Virgen.
20a
Rosa
Breve
explicación del avemaría.
57)
¿Estáis en la miseria del pecado? Invocad a la divina María;
decidle: "Ave", que quiere decir: "Te saludo con
profundo respeto, oh Señora, que eres sin pecado, sin desgracia."
Ella os librará del mal de vuestros pecados.
¿Estáis
en las tinieblas de la ignorancia o del err or? Venid a María;
decidle: "Ave, María", es decir: "Iluminada con los
rayos del sol de justicia." Ella os comunicará sus luces.
¿Estáis
separados del camino del cielo? Invocad a M aría, que quiere decir:
Estrella del mar y Estrella polar que guía nuestra
¿Estáis
afligidos? Recurrid a María, que quiere dec ir: "mar amargo",
que fue llena de amarguras en este mundo, al presente cambiada en mar
de purísimas dulzuras en el cielo. Ella convertirá vuestra tristeza
en alegría y vuestras aflicciones en consuelos.
¿Habéis
perdido la gracia? Honrad la abundancia de gracias de que Dios llenó
a la Santísima Virgen; decidle:
"Llena
de Gracia" y de todos los dones del Espíritu Santo. Ella os
dará sus gracias.
¿Os
sentís solos y abandonados de Dios? Dirigíos a María y decidle:
"El Señor es contigo" más noble e íntimamente que en los
justos y los santos, porque eres con Él una misma cosa; pues, siendo
tu Hijo, su carne es tu carne, y, dado que eres su Madre, estás con
el Señor por perfecta semejanza y mutua caridad. Decidle, en fin:
"Toda
la Trinidad Santísima está contigo, pues Tú e res su Templo
precioso." Ella os colocará bajo la protección y salvaguardia
de Dios.
¿Habéis
llegado a ser objeto de la maldición de Dios? Decid: "Eres
bendita entre todas las mujeres" y de todas las naciones por tu
¿Estáis
hambrientos del pan de la gracia y del pan de la vida? Acercaos a la
que ha llevado el pan vivo que descendió del cielo; decidle:
"Bendito es el fruto de tu vientre", que concebiste sin
detrimento de tu virginidad, que llevaste sin trabajo y que diste a
la vida sin dolor. Sea bendito "Jesús", que rescató del
cautiverio al mundo, que curó al mundo enfermo, resucitó al hombre
muerto, hizo volver al desterrado, justificó al hombre criminal,
salvó al hombre condenado. Sin duda vuestra alma será saciad a del
pan de la gracia en esta vida y de la gloria eterna en la otra. Amén.
58)
Concluid vuestra oración con la Iglesia, y decid: "Santa
María", santa en cuerpo y alma, santa por tu abnegación
singular y eterna en el servicio de Dios, santa en calidad de Madre
de Dios, que te ha dotado de una santidad eminente, como convenía a
tan infinita dignidad.
"Madre
de Dios" y también Madre nuestra, nuestra Abogada y Mediadora,
Tesorera y Dispensadora de las gracias de Dios, procúranos
prontamente el perdón de nuestros pecados y nuestra reconciliación
con la Majestad divina.
"Ruega
por nosotros, pecadores", pues tienes tanta compasión con los
miserables, que no desprecias ni rechazas a los pecadores, sin los
cuales no serías la Madre del Salvador.
"Ruega
por nosotros ahora", durante el tiempo de esta corta vida frágil
y miserable; "ahora", porque sólo nos pertenece el momento
presente; ahora, que estamos acometidos y rodeados noche y día de
poderosos y crueles enemigos.
"Y
en la hora de nuestra muerte", tan terrible y peligrosa, en que
nuestras fuerzas estarán agotadas, en que nuestros espíritus y
nuestros cuerpos estarán abatidos por el dolor y el terror; en la
hora de nuestra muerte, en que Satanás redoblará sus esf uerzos por
nuestra eterna perdición; en esa hora en que se decidirá nuestra
suerte dichosa o desgraciada para toda la eternidad. Ven en auxilio
de tus pobres hijos; Oh Madre compasiva, abogada y refugio de los
pecadores; aleja de nosotros en la hora de la muerte a los demonios,
enemigos y acusadores nuestros, cuyo aspecto horroroso nos espanta.
Ven a iluminarnos en las tinieblas de la muerte.
Condúcenos,
acompáñanos al tribunal de nuestro Juez , tu Hijo, intercede por
nosotros para que nos perdone y nos reciba en el número de tus
escogidos en la mansión de la gloria eterna. "Amén." Así
sea.
59)
¿Quién no admirará la excelencia del Santo Rosa rio, compuesto de
dos partes divinas: la oración dominical y la salutación angélica?
¿Hay oración más grata a Dios y a la Santísima Virgen, más
fácil, más dulce y más saludable para los hombres? Tengámo slas
siempre en el corazón y en la boca para honrar a la Santísima
Trinidad, a Jesucristo nuestro salvador y a su Santísima Madre.
Además, al fin de cada decena es conveniente añadir el gloria:
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el
principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén.
NOTAS
(1)
Heb 11,6.
(2)
Pange lingua.
(3)
Éx 3,14.
(4)
Sal 144,9.
(5)
Prov 8,17,21.
(6)
2 Cor 9,6.
(7)
Lc 6,38.
(8)
Si 3,5.
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