El
Secreto Admirable del Santísimo Rosario
Primera parte
(San
Luis María Grignion de Montfort)
Rosa
Blanca
A
los sacerdotes
1)
Ministros del Altísimo, predicadores de la verdad, clarines del
Evangelio, permitidme que os presente la rosa blanca de este librito
para introducir en vuestro corazón y en vuestra boca las verdades
que en él se exponen sencillamente y sin aparato.
En
vuestro corazón, para que vosotros mismos emprendáis la práctica
santa del Rosario y gustéis sus frutos.
En
vuestra boca para que prediquéis a los demás la excelencia de esta
santa práctica y los convirtáis por este medio . Guardaos, si no lo
lleváis a mal, de mirar esta práctica como insignificante y de
escasas consecuencias, como hace el vulgo y aun muchos sabios
orgullosos; es verdaderamente grande, sublime, divina. El cielo es
quien os la ha dado para convertir a los pecadores más endurecidos y
los herejes más obstinados. Dios ha vinculado a ella la gracia en
esta vida y la gloria en la otra. Los santos la han ejercitado y los
Soberanos Pontífices la han autorizado.
¡Oh,
cuán feliz es el sacerdote y director de almas a quien el Espíritu
Santo ha revelado este secreto, desconocido de la mayor parte de los
hombres o sólo conocido superficialmente! Si logra su conocimiento
práctico, lo recitará todos los días y lo hará recitar a los
otros. Dios y su Santísima Madre derramarán copiosamente la gracia
en su alma para que sea instrumento de su gloria; y producirá más
fruto con su palabra, aunque sencilla, en un mes que los demás
predicadores en muchos años.
2)
No nos contentemos, pues, mis queridos compañeros, en aconsejarlo a
los demás: es necesario que lo practiquemos. Bien podremos estar
convencidos de la excelencia del Santo Rosario, mas si no lo
practicamos, poco empeño se tomará quien nos oiga en cumplir lo que
aconsejamos, porque nadie da lo que no tiene "Coepit Jesus
facere et docere" (1). Imitemos a Jesucristo, que comenzó por
hacer aquello que enseñaba.
Imitemos
al Apóstol, que no conocía ni predicaba más que a Jesucristo
crucificado: y eso es lo que haréis al predicar el Santo Rosario,
que, según más abajo veréis, no es sólo un compuesto de
padrenuestros y avemarías, sino un divino compendio de los misterios
de la vida, pasión, muerte y gloria de Jesús y de María.
Si
creyera yo que la experiencia que Dios me ha dado de la eficacia de
la predicación del Santo Rosario para convertir a las almas os
pudiera determinar a predicarlo, a pesar de la moda contraria de los
predicadores, os diría las conversiones maravillosas que he visto
venir con la predicación del Santo Rosario; pero me contentaré con
relatar en este compendio algunas historias antiguas y bien probadas.
Y solamente en servicio vuestro he insertado también algunos textos
latinos de buenos autores que prueban lo que explico al pueblo en
francés.
Rosa
Encarnada
A
los pecadores
3)
A vosotros, pobres pecadores y pecadoras, un pecador mayor todavía
os ofrece esta rosa enrojecida con la Sangre de Jesucristo, para
haceros florecer y para salvaros. Los impíos y los pecadores
impenitentes claman todos los días: "Coronemus nos rosis"
(1): Coronémonos de rosas. Cantemos también nosotros, coronémonos
con las rosas del Santo Rosario.
¡Ah,
qué diferentes son sus rosas de las nuestras! Son las rosas de ellos
sus placeres carnales, sus vanos honores y sus riquezas perecederas,
que muy pronto se marchitarán y perecerán; mas las nuestras
(nuestros padrenuestros y avemarías bien dichos, junto con nuestras
obras de penitencia) no se marchitarán ni pasarán jamás y su
resplandor brillará de aquí a cien mil años como al presente.
Las
pretendidas rosas de ellos no tienen sino la apariencia de tales, en
realidad no son otra cosa que espinas punzantes durante la vida por
los remordimientos de conciencia, que los atormentarán en la hora de
la muerte (con el arrepentimiento) y los quemarán durante toda la
eternidad, por la rabia y la desesperación.
Si
nuestras rosas tienen espinas, son espinas de Jesucristo que Él
convierte en rosas. Si punzan nuestras espinas, es sólo por algún
tiempo; no punzan sino para curarnos del pecado y salvarnos.
4)
Coronémonos a porfía de estas rosas del paraíso recitando
diariamente el Rosario; es decir tres Rosarios de cinco decenas cada
uno o tres ramos de flores o coronas: 1) para honrar las tres coronas
de Jesús y de María, la corona de gracia de Jesús en su
encarnación, su corona de espinas en su pasión y su corona de
gloria en el cielo, y la triple corona que María recibió en el
cielo de la Santísima Trinidad; 2) para recibir de Jesús y de María tres coronas, la primera de mérito durante la vida, la segunda
de paz a la hora de la muerte, y la tercera de gloria en el paraíso.
Si
sois fieles en rezarle devotamente hasta la muerte, a pesar de la
enormidad de vuestros pecados, creedme: "Percipietis coronam
immarcescibilem" (2), recibiréis una corona de gloria que no se
marchitará jamás. Aun cuando os hallaseis en el borde del abismo,
o tuvieseis ya un pie en el infierno; aunque hubieseis vendido vuestra
alma al diablo, aun cuando fueseis unos herejes endurecidos y
obstinados como demonios, tarde o temprano os convertiréis y os
salvaréis, con tal que (lo repito y notad las palabras y los
términos de mi consejo) recéis devotamente todos los días el Santo
Rosario hasta la muerte, para conocer la verdad y obtener la
contrición y el perdón de vuestros pecados. Ya veréis en esta obra
muchas historias de grandes pecadores convertidos por virtud del
Santo Rosario. Leedlas para meditarlas.
Dios
solo.
Rosal
Místico
A
las almas devotas
5)
No llevaréis a mal, almas devotas, alumbradas por el Espíritu
Santo, que os dé un pequeño rosal místico, bajado del cielo para
ser plantado en el jardín de vuestra alma: en nada perjudicará las
flores odoríferas de vuestra contemplación. Es muy oloroso y
enteramente divino, no destruirá en lo más mínimo el orden de
vuestro jardín; es muy puro, bien ordenado y lo conduce todo al
orden y a la pureza; crece hasta una altura tan prodigiosa, adquiere
una tan vasta extensión, si se le riega y cultiva como conviene
todos los días, que no sólo no estorba, antes conserva y
perfecciona todas las restantes devociones. Vosotros que sois
espirituales me comprendéis bien; este rosal es Jesús y María en
la vida, en la muerte y en la eternidad.
6)
Las hojas verdes de este rosal místico representan los misterios
gozosos de Jesús y de María; las espinas, los dolorosos; y las
flores, los gloriosos; los capullos son la infancia de Jesús y de
María; las rosas entreabiertas representan a Jesús y a María en
los sufrimientos; las abiertas del todo muestran a Jesús y a María
en su gloria y en su triunfo. La rosa alegra con su hermosura: Ved
aquí a Jesús y María en sus misterios gozosos, pica con sus
espinas; ved aquí a Jesús y María en sus misterios dolorosos; regocija con la suavidad de su aroma: vedlos, en fin, en sus misterios
gloriosos.
No
despreciéis, pues, mi planta excelente y divina: plantadla en
vuestra alma, adoptando la resolución de rezar el Rosario.
Cultivadla y regadla rezando fielmente todos los días y haciendo
buenas obras y veréis cómo este grano que parecía tan pequeño
llegará a ser con el tiempo un árbol grande, donde las almas
predestinadas y elevadas a la contemplación harán sus nidos y
morada para guardarse a la sombra de sus hojas de los ardores del
sol, para preservarse en su altura de las bestias feroces de la
tierra y para ser, en fin, delicadamente alimentadas con su fruto,
que no es otro que el adorable Jesús, a quien sea honor y gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
Dios
solo.
Capullo
de Rosa
A
los niños
7)
A vosotros, amiguitos míos, os ofrezco un hermoso capullo de rosa;
es el granito de vuestro Rosario, que os parecerá tan
insignificante. Mas ¡oh, qué precioso es ese granito! ¡Qué
admirable es
ese capullo! ¡Cómo se desarrollará si rezáis devotamente vuestra
avemaría! Mucho sería pediros que rezarais el Rosario todos los
días; rezad por lo menos diariamente un tercio del Rosario con
devoción, y será una linda corona de rosas que colocaréis en las
sienes de Jesús y de María.
Creedme;
y escuchad una hermosa historia, y no la olvidéis.
8)
Dos niñas, hermanitas, estaban a la puerta de su casa rezando
devotamente el Santo Rosario. Aparéceseles una hermosa Señora, la
cual se aproxima a la más pequeña, que tenía de seis a siete años,
la toma de la mano y se la lleva. Su hermana mayor la busca llena de
turbación y, desesperada de poder encontrarla, vuelve a su casa
llorando. El padre y la madre la buscan tres días sin encontrarla.
Pasado
este tiempo, la encuentran a la puerta con el rostro alegre y gozoso.
Le preguntan de dónde viene y contesta que la Señora a quien rezaba
el Rosario la había llevado a un lugar muy hermoso y le había dado
a comer cosas muy buenas y había colocado en sus brazos a un Niño
bellísimo. El padre y la madre, recién convertidos a la fe,
llamaron al Padre Jesuita que los había instruido en ella y en la
devoción del Rosario y le contaron lo que había ocurrido. De sus
propios labios lo hemos sabido nosotros. Aconteció en el Paraguay
(1).
Imitad,
amados niños, a estas dos fervorosas niñas; rezad todos los días,
como ellas el Rosario, y mereceréis así ver a Jesús y a María:
si no en esta vida, después de la muerte, durante la eternidad.
Amén.
Sabios
e ignorantes, justos y pecadores, grandes y pequeños, alaben y
saluden día y noche con el Santo Rosario a Jesús y a María.
"Salutate
Mariam, quae multum laboravit in vobis" (2).
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