MES
DE JUNIO
DEDICADO
AL
SAGRADO CORAZÓN
DÍA
TRIGÉSIMO PRIMERO
DÍA
31
SOBRE
LAS TRES INSIGNIAS CON QUE SE
APARECIÓ
EL SAGRADO CORAZÓN
DE
JESÚS, LA CRUZ, PRIMERA INSIGNIA
ACTO
DE CONTRICIÓN
¡Dulcísimo
Corazón de Jesús, que en este Divino Sacramento estais vivo e
inflamado de amor por nosotros!
Aquí
nos tieneis en vuestra presencia, pidiendoos perdón de nuestras
culpas e implorando vuestra misericordia. Nos pesa, ¡oh buen Jesús!,
de haberte ofendido, por ser Vos tan bueno que no mereceis tal
ingratitud. Concedednos luz y gracia para meditar vuestras virtudes y
formar según ellas nuestro pobre corazón. Amén.
I
Considera, alma mía el misterioso significado de las tres insignias
o atributos, con que se dignó revelarse a la devoción de los fieles
el Sagrado Corazón de Jesús, o sean, la Cruz, la Corona de Espinas
y la herida de lanza.
Está enclavada en la Cruz, en el centro de ese
sacratísimo Corazón, para significar lo infinito de su amor, que le
movió a desearla desde el primer instante de su divina concepción
en las virginales entrañas de María; a regalarse con ella
teniéndola en pensamiento todos los instantes de su vida y a morir
afrentosamente en la misma, dando en ella su Sangre como precio de
nuestra redención. Así hemos de considerar aquella alma
benditísima, puesta ya en cruz mucho antes que lo fueran las manos y
pies del divino Crucificado y en ella ofreciéndose por nosotros y
por nuestros pecados al Eterno Padre, con superabundancia tal de
satisfacciones y desagravios, que bastara y sobrara para lavar la
culpa de mil mundos y de millones de mundos pecadores, que pudieran
todavía existir. "Toda la vida de Nuestro Señor (dice La
Imitación) cruz fue y martirio" y no sólo durante las tres
horas de la tarde del Viernes Santo agonizó el divino Salvador, sino
que agonizando estuvo continuamente. La cruz la llevó en el Corazón
desgarrado por nuestras culpas, antes que la llevase sobre sus
espaldas desgarradas por los azotes y esta su Pasión, invisible a
los, ojos del mundo, no lo era a los de su Eterno Padre y de su Madre
amantísima, y no le fue menos dolorosa.
Medítese unos minutos.
II
¡Qué sublime ejemplo, qué prácticas enseñanzas nos
da con esa primera de sus insignias el Corazón adorabilísimo de
nuestro buen Jesús! Así debieran ser como él los corazones de
todos los cristianos, o por lo menos, de los que más quieren
preciarse de ser sus amigos y devotos. En nuestro corazón hemos de
llevar día y noche clavada la Cruz de Cristo nuestro Redentor, por
medio de la contemplación amorosa de sus dolores y por el ejercicio
constante y habitual de la virtud de la mortificación. No ha de
bastarnos venerarla en los altares, o traerla pendiente del cuello, o
imprimir en nuestra frente su piadosa señal. Amemos y adoremos en
nosotros la cruz viva, la cruz realidad, más que otras cruces
simbólicas y figuradas. Cruz viva es la que refrena nuestros
apetitos y concupiscencias, abate nuestro amor propio, exige nuestra
resignación, nos aflige con las austeridades de la penitencia. Cruz
viva, aunque incruenta; cruz viva, porque se clava en lo más vivo de
nuestro ser, cuales son nuestras vanas aficiones, movimientos
desordenados, rarezas e intemperancias. Cruz no de una hora o de un
día o de un año, sino de la vida toda, que en ella nos acompaña
hasta los postreros momentos de nuestra agonía, ¡Qué pensamiento
más consolador puede ofrecérsenos en la hora de la muerte, que l de
haber así vivido y agonizado y, disponerse a morir en brazos mismos
de la cruz de nuestro amado Salvador y Redentor! ¿Y cuál otra
recomendación que esa puede, sean cuales fueren nuestras culpas,
abrirnos de par en par las puertas del paraíso?
Medítese, y pídase la gracia particular.
ORACIÓN
Y ACTO DE CONSAGRACIÓN
Rendido
a vuestros pies, ¡oh Jesús mío! ,considerando las inefables
muestras de amor que me habeis dado y las sublimes lecciones que me
enseña de continuo tu adorabilísimo Corazón, os pido humildemente
la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo
vuestro, para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que
generoso concedeis a los que de veras os conocen, aman y sirven.
¡Mira
que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos como el
mendigo de la limosna que el rico le ha de dar! Mira que soy muy
rudo, oh soberano Maestro, y necesito de tus divinas enseñanzas,
para luz y guía de mi ignorancia! ¡Mira que soy muy débil, oh
poderosísimo amparo de los flacos, y caigo a cada paso, y necesito
apoyarme en Vos para no desfallecer! Sedlo todo para mí, Sagrado
Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis
pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad. De Ti lo
espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentasteis y convidasteis
cuando con tan tiernos acentos, dijisteis repetidas veces en vuestro
Evangelio: Venid a Mí,... Aprended de Mí... Pedid, llamad... A las
puertas de vuestro Corazón vengo pues hoy, y llamo, ypido, y espero.
Del mío os hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega.
Tomadlo Vos, y dame en cambio lo que sabeis me ha de hacer bueno en
la tierra y dichoso en la eternidad. Amén.
Aquí
se rezará tres veces el Padre Nuestro, Ave Maria y Gloria, en
recuerdo de las tres insignias, cruz, corona y herida de la lanza,
con que se apareció el Sagrado Corazón a Santa Margarita María
Alacoque.
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