PREPARACIÓN
PARA LA CONSAGRACIÓN DE SÍ MISMO A
JESUCRISTO, LA SABIDURÍA
ENCARNADA, POR LAS MANOS DE
MARÍA.
San
Luis María Grignon de Monfort
(Nota:
La preparación dura 33 días. Las oraciones están al final de la
lectura de cada ocasión)
LA
PERFECTA CONSAGRACIÓN
A
JESUCRISTO
CONTENIDOS
ESENCIALES
DE
LA CONSAGRACIÓN
120
La plenitud de nuestra perfección consiste en asemejarnos, vivir
unidos y consagrados a Jesucristo. Por consiguiente, la más perfecta
de todas las devociones es sin duda alguna, la que nos asemeja, une y
consagra más perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, María es la
creatura más semejante a Jesucristo. Por consiguiente, la devoción
que mejor nos consagra y hace semejantes a Nuestro Señor es la
devoción a su santísima Madre. Y cuanto más te consagres a María,
tanto más te unirás a Jesucristo.
La
perfecta consagración a Jesucristo es, por lo mismo, una perfecta y
total consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Esta es la
devoción que yo enseño, y que consiste-en otras palabras- en una
perfecta renovación de los votos y promesas bautismales.
Artículo
I
CONSAGRACIÓN
PERFECTA Y TOTAL
121
Consiste, pues, esta devoción, en una entrega total a la Santísima
Virgen, para pertenecer, por medio de Ella, totalmente a Jesucristo.
Hay que entregarle:
1.
el cuerpo con todos sus sentidos y miembros;
2.
el alma con todas sus facultades;
3.
los bienes exteriores -llamados de fortuna- presentes y futuros;
4.
los bienes interiores y espirituales, o sea, los méritos, virtudes y
buenas obras pasadas, presentes y futuras.
En
dos palabras: cuanto tenemos, o podamos tener en el futuro, en el
orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, sin reserva
alguna –ni de un céntimo, ni de un cabello, ni de la menor obra
buena–, y esto por toda la eternidad, y sin esperar por nuestra
ofrenda y servicio más recompensa que el honor de pertenecer a
Jesucristo por María y en María, aunque esta amable Señora no
fuera -como siempre lo es– la más generosa y agradecida de las
creaturas.
122
Conviene advertir que en las buenas obras que hacemos hay un doble
valor: la satisfacción y el mérito, o sea, el valor satisfactorio o
impetratorio y el valor meritorio. El valor satisfactorio o
impetratorio de una buena obra es la misma obra buena en cuanto
satisface por la pena debida por el pecado u obtiene alguna nueva
gracia. En cambio, el valor meritorio o mérito es la misma obra
buena, en cuanto merece la gracia y la gloria eterna.
Ahora
bien, en esta consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen
le entregamos todo el valor satisfactorio, impetratorio y meritorio.
Es decir, las satisfacciones y méritos de todas nuestras buenas
obras. Le entregamos nuestros méritos, gracias y virtudes, no para
que los comunique a otros -porque nuestros méritos, gracias y
virtudes, estrictamente hablando, son incomunicables; únicamente
Jesucristo, haciéndose fiador nuestro ante el Padre, ha podido
comunicarnos sus méritos-, sino para que nos los conserve, aumente y
embellezca, como veremos más adelante. Le entregamos nuestras
satisfacciones para que las comunique a quien mejor le plazca y para
mayor gloria de Dios.
123
De donde se deduce que:
1.
por esta devoción entregas a Jesucristo, de la manera más perfecta
–puesto que lo entregas por manos de María–, todo cuanto le
puedes dar y mucho más que por las demás devociones, por las cuales
le entregas solamente parte de tu tiempo, de tus buenas obras,
satisfacciones y mortificaciones.
Por
esta consagración le entregas y consagras todo, hasta el derecho de
disponer de tus bienes interiores y satisfacciones que cada día
puedes ganar por tus buenas obras, lo cual no se hace ni siquiera en
las órdenes o institutos religiosos. En éstos se dan a Dios los
bienes de fortuna por el voto de pobreza, los bienes del cuerpo por
el voto de castidad; la propia voluntad, por el voto de obediencia, y
algunas veces la libertad corporal, por el voto de clausura.
Pero
no se entrega a Dios la libertad o el derecho de disponer de las
buenas obras, ni se despoja uno, cuanto es posible, de lo más
precioso y caro que posee el cristiano, a saber: los méritos y
satisfacciones.
124
2. Una persona que se consagra y entrega voluntariamente a Jesucristo
por medio de María, no puede ya disponer del valor de ninguna de sus
buenas obras; todo lo bueno que padece, piensa, dice y hace pertenece
a María, quien puede disponer de ello según la voluntad y mayor
gloria de su Hijo.
Esta
entrega, sin embargo, no perjudica en nada a las obligaciones del
estado presente o futuro en que se encuentre la persona; por ejemplo,
los compromisos de un sacerdote, que, por su oficio u otro motivo
cualquiera, debe aplicar el valor satisfactorio e impetratorio de la
Santa Misa a un particular. Porque no se hace esta consagración sino
según el orden establecido por Dios y los deberes del propio estado.
125
3. Esta devoción nos consagra, al mismo tiempo, a la Santísima
Virgen y a Jesucristo. A la Santísima Virgen, como al medio perfecto
escogido por Jesucristo para unirse a nosotros, y a nosotros con Él.
A Nuestro Señor, como a nuestra meta final, a quien debemos todo lo
que somos, ya que es nuestro Dios y Redentor.
Artículo
II
PERFECTA
RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS
BAUTISMALES
126
He dicho que esta devoción puede muy bien definirse como una
perfecta renovación de las promesas del Santo Bautismo. De hecho,
antes del Bautismo, todo cristiano era esclavo del demonio, a quien
pertenecía. Por su propia boca o las de sus padrinos, renunció en
el Bautismo a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y eligió a
Jesucristo como a su Dueño y Señor, para depender de El en calidad
de esclavo de amor.
Es
precisamente lo que hacemos por la presente devoción: renunciar –la
fórmula de consagración lo dice expresamente– al demonio, al
mundo, al pecado y a nosotros mismos y consagrarnos totalmente a
Jesucristo por manos de María. Pero hacemos algo más: en el
Bautismo hablamos ordinariamente por boca de otros –los padrinos–
y nos consagramos a Jesucristo por procurador. Mientras que en esta
devoción nos consagramos por nosotros mismos, voluntariamente y con
conocimiento de causa.
En
el Santo Bautismo no nos consagramos explícitamente por manos de
María ni entregamos a Jesucristo el valor de nuestras buenas
acciones. Y después de él quedamos completamente libres para
aplicar dicho valor a quien queramos o conservarlo para nosotros. Por
esta devoción, en cambio, nos consagramos expresamente a Nuestro
Señor por manos de María y le entregamos el valor de todas nuestras
buenas acciones.
127
“Los hombres hacen voto en el Bautismo –dice Santo Tomás– de
renunciar al diablo y a sus pompas”. Y “este voto –había dicho
San Agustín– es el mayor y más indispensable”. Lo mismo afirman
los canonistas: “El voto principal es el que hacemos en el
Bautismo”. Sin embargo, ¿quién cumple este voto tan importante?
¿Quién observa con fidelidad las promesas del Santo Bautismo? ¿No
traicionan casi todos los cristianos la fe prometida a Jesucristo en
el Bautismo? ¿De dónde proviene este desconcierto universal? ¿No
es, acaso, del olvido en que se vive de las promesas y compromisos
del Santo Bautismo y de que casi nadie ratifica por sí mismo el
contrato
de alianza hecho con Dios
por sus padrinos?
128
Es tan cierto esto, que el concilio de Sens, convocado por orden de
Ludovico Pío para poner remedio a los desórdenes de los cristianos,
juzgó que la causa principal de tanta corrupción de las costumbres
provenía del olvido e ignorancia en que vivían las gentes acerca de
los compromisos del Santo Bautismo, y no encontró remedio más
eficaz para combatir tamaño mal que excitar a los cristianos a
renovar las promesas y votos bautismales.
129
El
Catecismo del concilio de Trento,
fiel intérprete de las intenciones de este santo concilio, exhorta a
los párrocos a hacer lo mismo y a acostumbrar al pueblo fiel a
recordar y creer que los cristianos han sido consagrados a
Jesucristo,
Señor
y Redentor nuestro. Estas son sus palabras: “El párroco exhortará
al pueblo fiel para hacerle comprender que nosotros, más que
cualquier hombre, debemos ofrecernos y consagrarnos eternamente como
esclavos a Nuestro Señor y Redentor”.
130
Ahora bien, si los concilios, los Padres y la misma experiencia nos
demuestran que el mejor remedio contra los desórdenes de los
cristianos es hacerles recordar las obligaciones del Bautismo y
renovar las promesas que en él hicieron, ¿no será acaso razonable
hacerlo ahora de manera perfecta mediante esta devoción y
consagración a Nuestro Señor por medio de su amantísima Madre?
Digo de “manera perfecta” porque para consagrarnos a Jesucristo
utilizamos el más perfecto de todos los medios, que es la Santísima
Virgen.
RESPUESTA
A ALGUNAS OBJECIONES
131
Alguien puede objetar que esta devoción es nueva o sin importancia.
No es nueva: los concilios, los Padres y muchos autores antiguos y
modernos hablan de dicha consagración a Jesucristo o renovación de
las promesas del Santo Bautismo como de una práctica antigua
aconsejada por ellos a todos los cristianos. No es de poca
importancia, puesto que la fuente principal de todos los desórdenes,
y, por consiguiente, de la condenación de los cristianos, procede
del olvido e indiferencia respecto de esta práctica.
132
Pudiera alguno decir que esta devoción nos imposibilita para
socorrer a las almas de nuestros parientes, amigos y bienhechores,
dado que nos hace entregar a Nuestro Señor, por manos de la
Santísima Virgen, el valor de todas nuestras buenas obras,
oraciones, mortificaciones y limosnas.
Le
respondo:
Primero,
que no es creíble que nuestros amigos, parientes y bienhechores
salgan perjudicados porque nos entreguemos y consagremos sin reserva
al servicio de Nuestro Señor y su santísima Madre. Suponerlo sería
menoscabar el poder y bondad de Jesús y de María, quienes sabrán
ayudar a nuestros parientes, amigos y bienhechores sea con nuestra
módica renta espiritual, sea con otros medios.
Segundo,
que esta devoción no impide orar por los demás –vivos o
difuntos–, aunque la aplicación de nuestras buenas obras dependa
de la voluntad de la Santísima Virgen. Al contrario, nos llevará a
rogar con mayor confianza. Sucede como a la persona rica que hubiera
cedido todos sus bienes a un gran príncipe para honrarlo más: ella
rogaría con mayor confianza a este príncipe que dé una limosna a
un amigo suyo que se la pide. El príncipe hasta se sentiría feliz
de encontrar la oportunidad de manifestar su gratitud a quien se ha
despojado de todo para honrarlo y se ha empobrecido para
enriquecerlo. Lo mismo cabe decir de Nuestro Señor y de la Santísima
Virgen, que jamás se dejarán vencer en gratitud.
133
Otro objetará tal vez: “Si doy a la Santísima Virgen todo el
valor de mis acciones para que lo aplique a quien Ella quiera, ¡quizá
tenga yo que padecer largo tiempo en el purgatorio!”
Esta
objeción proviene del amor propio y de la ignorancia que tenemos
respecto a la generosidad divina y la de la Santísima Virgen. Y se
destruye por sí sola. ¿Es posible, acaso, que una persona ferviente
y generosa que vela con mayor empeño por los intereses de Dios que
por los propios, da a Dios sin reserva cuanto posee -de suerte que ya
no puede dar más: Non
plus ultra-,
tiene como única aspiración la gloria de Dios y el reinado de
Jesucristo por medio de su santísima Madre y se sacrifica totalmente
para alcanzar este fin..., será posible -repito- que persona tan
noble y generosa sea más castigada en la otra vida por haber sido en
ésta más generosa y desinteresada que las otras? ¡Nada de esto! El
Señor y su Madre santísima -lo veremos en seguida- se mostrarán
generosísimos en este mundo y en el otro, en el orden de la
naturaleza, de la gracia y de la gloria, precisamente con esta
persona.
134
Conviene ver ahora –con la mayor brevedad– los motivos
que hablan en favor de esta devoción, los admirables efectos
que produce en las almas fieles y sus principales prácticas.
Primera
Semana
Empleada
en adquirir el conocimiento de sí mismo
Prácticas
Espirituales:
Emplearan
todas su oraciones y acciones de piedad en pedir el conocimiento de
sí mismos y la contrición de sus pecados; harán todo en espíritu
de humildad. Para eso podrán, si quieren, meditar lo que he dicho
de nuestro mal fondo y no considerarse durante los seis días de esta
semana sino como caracoles, babosas, sapos, cerdos, serpientes y
machos cabríos; o bien estas tres palabras de San Bernardo: Piensa
en lo que has sido, simiente pútrida; lo que eres, vaso de
estiércol; lo que llegarás a ser, comida de gusanos. Rogarán
a Nuestro Señor y a su Santo Espíritu que los ilumine con estas
palabras: ¡Señor,
que vea! O
¡Señor,
que te conozca!
O también ¡Ven,
Espíritu Santo!,
y dirán todas la letanías al Espíritu Santo. Recurrirán a la
Santísima Virgen y le pedirán esta gracia grande que debe ser el
fundamento de las otras, y para ello dirán todos los días el Ave
María Stella y sus letanías.
Oraciones
de la Primera Semana:
LETANÍAS
DEL ESPÍRITU SANTO
Señor,
ten piedad de nosotros.
Cristo,
ten piedad de nosotros.
Señor,
ten piedad de nosotros.
Cristo,
óyenos.
Cristo,
escúchanos.
Dios,
Padre celestial,
Dios,
Hijo, Redentor del mundo,
Dios,
Espíritu Santo,
Trinidad
Santa, un solo Dios,
Espíritu,
que procede del Padre y del Hijo,
Espíritu
del Señor, que al comienzo
de
la creación planeando sobre las aguas,
las
fecundaste
Espíritu
por inspiración del cual han
hablado
los santos hombres de Dios,
Espíritu
cuya unción nos enseña
todas
las cosas
Espíritu,
que das testimonio de Cristo,
Espíritu
de verdad que nos instruís sobre
todas
las cosas
Espíritu
que sobreviene a María,
Espíritu
del Señor que llena todo el orbe,
Espíritu
de Dios que habita en nosotros,
Espíritu
de sabiduría y de entendimiento,
Espíritu
de consejo y de fortaleza,
Espíritu
de ciencia y de piedad,
Espíritu
de temor del Señor,
Espíritu
de gracia y de misericordia,
Espíritu
de fuerza, de dilección y de sobriedad,
Espíritu
de fe, de esperanza, de amor y de
paz
Espíritu
de humildad y de castidad,
Espíritu
de benignidad y de mansedumbre,
Espíritu
de multiforme gracia,
Espíritu
que escrutas hasta los secretos de Dios
Espíritu
que ruegas por nosotros con gemidos
inenarrables
Espíritu
que descendiste sobre Cristo en
forma
de paloma
Espíritu
en el cual renacemos,
Espíritu
por el cual se difunde la caridad en
nuestros
corazones
Espíritu
de adopción de los hijos de Dios,
Espíritu
que en lenguas de fuego sobre los
Discípulos
apareciste.
Espíritu
con el cual fueron los Apóstoles henchidos
Espíritu
que distribuyes (vuestros dones)
a
cada uno como quieres,
Sednos
propicio, perdónanos, Señor.
Sednos
propicio, escúchanos, Señor.
De
todo mal,
De
todo pecado,
De
las tentaciones e insidias del diablo,
De
toda presunción y desesperación,
De
la resistencia a la verdad conocida,
De
la obstinación y de la impenitencia,
De
la impureza de la mente y del cuerpo,
Del
espíritu de fornicación,
De
todo espíritu malo,
Por
tu eterna procesión del Padre y del Hijo,
Por
la Concepción de Jesucristo, hecha por
operación.
Por
tu descenso sobre Cristo, en el Jordán.
Por
tu advenimiento sobre los Discípulos.
En
el día del juicio,
Pecadores,
te rogamos, óyenos.
Para
que, así como vivimos por el espíritu,
obremos
también por el espíritu,
Para
que, recordando que somos templo
del
Espíritu Santo, no lo profanemos,
Para
que, viviendo según el espíritu, no
cumplamos
los deseos de la carne,
A
fin de que por el espíritu mortifiquemos
las
obras de la carne,
Para
que no te contristemos a ti, Espíritu
Santo
de Dios,
Para
que seamos solícitos en guardar la
unidad
de espíritu en el vínculo de la paz,
Para
que no creamos a todo espíritu,
te
rogamos, óyenos.
Para
que probemos a los espíritus si son de
Dios,
te rogamos, óyenos.
Para
que te dignes renovar en nosotros el
espíritu
de rectitud, re rogamos...
Para
que nos confirmes por tu espíritu
soberano,
te rogamos, óyenos.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del
mundo,
perdónanos, Señor.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del
mundo,
escúchanos, Señor.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del
mundo,ten
piedad de nosotros.
Oremos
Asístanos,
te pedimos, Señor, la virtud del
Espíritu
Santo, que purifique clementemente
nuestros
corazones y nos preserve de todo
mal.Por
Jesucristo Nuestro Señor.
Así
sea.
AVE
ESTRELLA DE LA MAR
Ave
estrella de la mar,
Augusta
Madre de Dios,
Permanentemente
Virgen,
Puerta
del cielo, feliz.
Recibiendo
Tú aquel Ave
Por
la boca de Gabriel,
Ciméntanos
en la paz,
Mudando
el nombre de Eva.
Desata
el lazo al culpable,
Muestra
la luz a los ciegos,
Líbranos
de todo mal,
Consíguenos
todo bien.
Que
eres Madre muéstranos;
Reciba
por Ti las preces
Quien,
nacido por nosotros,
Quiso
ser el fruto tuyo.
Virgen
única, sin par,
Entre
todas la más dulce,
Líbranos
de nuestras culpas,
Haz
que seamos mansos, castos.
Concédenos
vida pura,
Vía
segura prepara:
Para
que, viendo a Jesús,
Siempre
juntos nos gocemos.
Se
alabanza a Dios Padre,
Al
sumo Cristo esplendor,
con
el Espíritu Santo,
a
los Tres un solo honor.
Amén.
LETANÍAS
A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Señor,
ten piedad de nosotros.
Cristo,
ten piedad de nosotros.
Señor,
ten piedad de nosotros.
Cristo,
óyenos.
Cristo,
escúchanos
Dios,
Padre celestial,
ten
piedad de nosotros.
Dios
Hijo, Redentor del mundo,
ten
piedad de nosotros.
Deus,
Dios Espíritu Santo,
ten
piedad de nosotros.
Santa
Trinidad, un solo Dios,
ten
piedad de nosotros.
Santa
María, ruega por nosotros*
Santa
Madre de Dios,
Santa
Virgen de las vírgenes,
Madre
de Cristo,
Madre
de la divina gracia,
Madre
purísima,
Madre
castísima,
Madre
sin tacha,
Madre
siempre Virgen,
Madre
inmaculada,
Madre
amable,
Madre
admirable,
Madre
del buen consejo,
Madre
del Creador,
Madre
del Salvador,
Virgen
prudentísima,
Virgen
venerable,
Virgen
digna de alabanza,
Virgen
poderosa,
Virgen
clemente,
Virgen
fiel,
Espejo
de justicia,
Trono
de Sabiduría,
Causa
de nuestra alegría,
Vaso
espiritual,
Vaso
honorable,
Vaso
insigne de devoción,
Rosa
mística,
Torre
de David,
Torre
de marfil,
Casa
de oro,
Arca
de la Alianza,
Puerta
del cielo,
Estrella
de la mañana,
Salud
de los enfermos,
Refugio
de los pecadores,
Consuelo
de los afligidos,
Auxilio
de los cristianos,
Reina
de los Ángeles,
Reina
de los Patriarcas,
Reina
de los Profetas,
Reina
de los Apóstoles,
Reina
de los Mártires,
Reina
de los Confesores,
Reina
de las Vírgenes,
Reina
de todos los Santos,
Reina
concebida sin pecado original,
Reina
asunta a los cielos,
Reina
del sacratísimo Rosario,
Reina
de la paz.
Cordero
de Dios, que quitas los pecados
del
mundo, perdónanos, Señor.
Cordero
de Dios, que quitas los pecados
del
mundo, escúchanos, Señor.
Cordero
de Dios, que quitas los pecados
del
mundo, ten piedad de nosotros.
Ruega
por nosotros santa Madre de Dios,
para
que seamos dignos de alcanzar las
promesas
de Jesucristo.
Oremos
Concédenos,
Señor Dios, a tus siervos, te
lo
pedimos, la gracia de gozar perpetua
salud
de cuerpo y alma, y por la gloriosa
intercesión
de la Bienaventurada siempre
Virgen
María, de ser librados de la tristeza
(de
la vida) presente y de gozar de la eterna
alegría.
Por Cristo Nuestro Señor.
Amén.
*(por
cada título a Ntra Señora decir: ruega por nosotros)
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