DÍA OCTAVO
Puesto de rodillas delante de la Imagen del Glorioso Arcángel San
Rafael, se dará principio a la Novena persignándose y levantando el
corazón a Dios, procurando alentar la confianza y avisar la Fe,
haciéndose presente con la consideración a toda la Corte Celestial
y a la Reina de los Ángeles como especial Abogada nuestra, en cuya
presencia con humildad, dolor y arrepentimiento hará de todo corazón
un Acto de Contrición y después dirá esto.
ORACIÓN
Glorioso Arcángel San Rafael, Sagrado Príncipe de los siete que
asisten en el Trono supremo del mismo Dios, si es para gloria de la
Majestad Divina y para honra de vuestra Alteza que yo consiga lo que
deseo y pido en esta Novena, alcanzadme esta gracia del Señor, y si
no enderezad mi petición y pedid para mí a Dios aquello que más me
conviene para mayor gloria suya, vida, salud y provecho de mi alma.
Amén.
DEL LIBRO DE TOBÍAS EN LA SAGRADA ESCRITURA
Ansia
de los padres de Tobías
Mas como tardase Tobías, por razón de las bodas, estaba su padre
Tobías con ansiedades, y decía: “¿Quién sabe por qué tarda mi
hijo, o por qué se ha detenido allí? ¿Ha muerto tal vez Gabelo,
y no hay quien le devuelva el dinero?” Con esto empezó a
afligirse sobremanera, y con él su mujer Ana. Ambos se pusieron a
llorar juntamente porque su hijo no volvía a ellos al tiempo
señalado. Su madre derramaba sin cesar lágrimas, y decía: “¡Ay,
ay de mí, hijo mío! ¿Para qué te hemos enviado a lejanas tierras,
lumbrera de nuestros ojos, báculo de nuestra vejez, consuelo de
nuestra vida, esperanza de nuestra posteridad? Teniendo en ti sólo
todas las cosas juntas, no te debíamos dejar ir de nosotros.” Mas
Tobías le decía: “Cálmate y no te inquietes; a nuestro hijo le
va bien; es muy fiel el varón aquel con quien le enviamos.” Pero
ella no se dejaba consolar, antes saliendo cada día fuera miraba
hacia todas partes, y recorría todos los caminos por donde se
esperaba que pudiera volver, para verlo venir, si posible fuese,
desde lejos.
Tobías
se despide de Ragüel
Entretanto Ragüel decía a su yerno: “Quédate aquí, que yo
enviaré a tu padre Tobías noticias de tu salud.” Tobías le
respondió: “Yo sé que mi padre y mi madre están ahora contando
los días y que su espíritu se consume en ansiedades.” Y después
de haber hecho Ragüel repetidas instancias a Tobías, sin que éste
en lo más mínimo oyera sus razones, le entregó a Sara, con la
mitad de su hacienda en siervos y siervas, en ganados, en camellos,
en vacas, y con una gran cantidad de dinero. Así le dejó ir de su
casa, sano y gozoso, diciendo: “El santo ángel del Señor os
acompañe en vuestro viaje, y os conduzca sanos y salvos. Que halléis
en próspero estado todas las cosas en casa de vuestros padres, y
puedan ver mis ojos, antes que muera, a vuestros hijos.” Y
tomando los padres a su hija, la besaron y la dejaron ir;
amonestándola que honrase a sus suegros, amase al marido, cuidase de
su familia, gobernase la casa y se portase de un modo irreprensible.
Vuelta
de Tobías a sus padres
Regresaron y llegaron en once días a Harán, situada a mitad del
camino que va a Nínive. Y dijo el ángel: “Hermano Tobías,
bien sabes en qué estado has dejado a tu padre. Por eso, si te
parece, adelantémonos y vengan siguiendo poco a poco los criados con
tu mujer y los animales.” Le pareció bien caminar así; y Rafael
dijo a Tobías: “Toma contigo de la hiel del pez, porque será
necesaria.” Tomó Tobías de aquella hiel, y se marcharon.
Entretanto Ana iba todos los días a sentarse cerca del camino, en la
cima de una colina, desde donde podía mirar muy lejos. Atalayando
una vez desde allí a ver si venía su hijo, lo vio de lejos, y
reconociendo inmediatamente que el que venía era su hijo, corrió a
dar la noticia a su marido, diciendo: “Mira que viene tu hijo.”
Entonces dijo Rafael a Tobías: “Cuando entrares en tu casa, adora
en seguida al Señor, Dios tuyo; y dándole gracias, acércate a tu
padre y bésalo; y al instante unge sus ojos con esta hiel del pez,
que llevas contigo; pues has de saber que luego se abrirán sus ojos,
y verá tu padre la luz del cielo y se alegrará al verte.”
En
esto el perro que los había acompañado en el viaje, se adelantó
corriendo; y como si viniese a traer una nueva, se alegraba haciendo
halagos con su cola. Levantóse entonces el padre ciego y empezó a
correr, más tropezando con los pies, dio la mano a un criado y salió
a recibir a su hijo. Lo abrazó y lo besó, haciendo lo mismo la
madre, y ambos comenzaron a llorar de gozo. Después de haber
adorado a Dios y dado gracias se sentaron.
Aquí se rezan tres Padres Nuestros y tres Ave Marías y después se
dirá a San Rafael la siguiente
Alentando cuanto se pudiere la confianza, con las palabras que a cada
uno le dictare su afecto pedirá a San Rafael el favor especial que
desea conseguir y luego para obligar más a Dios pondrá por
intercesión a la Reina de los Ángeles diciendo esta
ORACION
Soberana Reina de los Cielos y Señora de todos los nueve Coros
Angélicos María Santísima! digna Madre de mi Señor Jesucristo,
Templo vivo de la Divinidad, depósito de los tesoros de su gracia,
principio de nuestro remedio, restauradora de la general ruina del
linaje humano, nuevo gozo de los Santos, gloria de las obras del
Altísimo y único instrumento de su omnipotencia. Te confieso por
Madre dulcísima de Misericordia, Refugio de los miserables, amparo
de los pobres y consuelo de los afligidos y todo lo que en ti por ti,
y de ti confiesan los Espíritus Angélicos y de los Santos, todo lo
confieso reverente, y lo que en ti y por ti alaban a la Divinidad, y
la glorifican, todo lo alabo y glorifico, y por todo te bendigo,
magnifico, confieso y creo, por el poder Divino con vida a todos los
pobres, desvalidos, ignorantes, pecadores, grandes, pequeños,
enfermos, flacos, y a todos los hijos de Adán, de cualquier estado,
condición y sexo, Prelados, Príncipes e inferiores, para que vengan
por su remedio a su infinita y liberal Providencia, por la
intercesión de la que dio carne humana al Verbo Divino, porque sola
ella es poderosa para solicitar nuestro remedio y alcanzarle: por
tanto, Sagrada Reina de todas las Jerarquías, os pido y suplico en
nombre de todas ellas, nos alcancéis de vuestro querido Hijo la
exaltación de su Santísimo Nombre en toda la redondez del Mundo,
salud espiritual de las almas, la extirpación de las herejías, la
ruina del soberbio príncipe de las tinieblas, la universal extensión
de la Santa Iglesia, paz y concordia entre los Príncipes Cristianos,
para que todos enteramente alabemos al Santísimo Nombre de
Jesucristo, a quien sea la gloria por infinitos siglos de los siglos.
Amén
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