MARÍA
EN EL CENÁCULO
EL DESCENDIMIENTO DEL ESPÍRITU
SANTO, GUSTAV DORÉ.
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Jesús
no subió a los cielos sin dejar a sus apóstoles una promesa
consoladora que endulzara las lágrimas que les ocasionaba su
ausencia: la promesa de enviarles el Espíritu Santo. Los discípulos,
como ovejas sin pastor, después de recibir la bendición postrera de
su divino Maestro, se dirigieron al Cenáculo para aguar dar allí,
en la oración y el retiro, la venida del Espíritu Consolador. María
estaba en medio de ellos, porque en la ausencia de Jesús, era la
compañera inseparable de los desconsolados huérfanos y la columna
de la naciente Iglesia.
Diez
días habían pasado en expectativa de la promesa de Jesús, cuando
en la mañana del décimo todos los congregados en el Cenáculo
sintieron un ruido a manera de viento impetuoso que sacudió la casa
desde sus cimientos. Era el Espíritu Santo que descendía sobre los
apóstoles en forma de lenguas ondulantes de fuego, que ardían sobre
la cabeza de cada uno de ellos como una ancha cinta batida por el
viento.
Desde
ese momento se operó en los discípulos una completa transformación.
Los que antes eran tímidos y cobardes, que habían huido en
presencia de los enemigos de su Maestro, dejándolo abandonado entre
sus manos, preséntanse con frente alta y corazón animoso delante de
los tribunales de la nación, que les intimaban la orden de callar,
para decirles con acento varonil y resuelto: «Antes que a los
hombres obedeceremos a Dios.» -Podéis, si lo tenéis a bien,
mandarnos al patíbulo; pero callar... non
possumus,
-no podemos. Los que eran pobres é ignorantes pescadores se
trasformaron en sapientísimos doctores de las cosas divinas y en
inspirados maestros de las verdades de la fe, y se esparcen por todo
el mundo conocido para predicar el Evangelio. Tanto fue el entusiasmo
de que se sintieron poseídos, tanto el amor que ardía en sus
corazones, que las gentes que los veían los creyeron tomados del
vino. ¡Cual seria el gozo de Maria al contemplar estos estupendos
prodigios!-Ella, tan interesada como el mismo Jesús en la
prosperidad de la grande obra fundada al precio de su sangre, debió
sentir inmenso júbilo al ver a esa falange de denodados atletas que
iban a extender por el mundo el fruto de la pasión de su Hijo
arrancando a los infieles de las sombras de la muerte.
La
oración de María en el Cenáculo, fue sin duda, la más poderosa
para apresurar el advenimiento del Espíritu Santo. Por su mediación
debemos nosotros alcanzar también los dones y gracias de ese mismo
Espíritu. Aquel que puso en el dedo de María el anillo de es posa y
que cubrió su seno con la sombra de su poder para obrar el prodigio
de la Encarnación del Verbo, no puede olvidar la efusión de
sus dones en favor de aquellos por quienes se interesa. ¡Y cuánta
necesidad tenemos de esos dones y gracias! -Cobardes, no nos
atrevemos muchas veces a confesar con la frente erguida y corazón
entero la fe de Jesucristo delante del mundo que la desprecia y la
insulta. Ignorantes de las cosas divinas y de las vías de la
santificación, necesitamos del espíritu de luz que alumbre nuestras
inteligencias, que nos haga conocer nuestros únicos verdaderos
intereses, que son los de la propia salvación, y que nos señale la
ruta que a ellos conduce. Tibios y pusilánimes para las cosas de
Dios, habemos menester del espíritu de amor que inflame nuestro
corazón en las llamas de la caridad divina, y que llenándolo de
Dios, destierre de él todo afecto desordenado a las criaturas.
Siempre desidiosos en el servicio de Dios y en lo que concierne a la
santificación de nuestras almas, necesitamos del espíritu de piedad
que nos haga solícitos en el cumplimiento de aquellos ejercicios de
piedad y de devoción, que son para el alma como el rocío y el riego
para las plantas, sin los cuales no podrá producir fruto de
santidad. Invoquemos a María siempre que tengamos necesidad de
algunos o de todos esos dones, seguros de que su intercesión
poderosa nos los alcanzara con abundante profusión.
EJEMPLO
María Luz de los ciegos
SAN JUAN BOSCO.
Hay
en Turín, consagrado a María Auxilia dora, un templo venerando y
eminentemente popular. Cuando en 1865, el San Vicente de Italia, Don
Bosco, fundador de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, echó
los cimientos de esa iglesia apenas tenía 40 céntimos en caja.
Concluidos los trabajo en 1868 el valor alcanzaba a mas de un millón
de liras. Y
tamaña
empresa se había realizado sin correr una sola suscripción. ¿Quién
proporcionó los recursos?-María; si, porque los fieles que
incesantemente llegaban a Don Bosco con una piadosa ofrenda
significábanle al mismo tiempo era sólo el pago de una deuda
contraída con la Madre de Dios de quien habían alcanzado un
señalado favor. Cada piedra de ese santuario, cada uno de los
exvotos sin número que relucen en sus muros atestigua una gracia de
María Auxiliadora. Sin que sea posible mencionar tantos hechos
extraordinarios, baste la relación del siguiente:
Vivía
en Vinovo, aldea cercana a Turín, una joven llamada María Stardero,
la cual tuvo la desgracia de perder totalmente la vista. Ansiosa de
recobrarla concibió el pensamiento de hacer una peregrinación a la
iglesia de Maria Auxiliadora, y un sábado del mes que le esta
consagrado, acompañada de su tía se presentó en el templo. Después
de breve oración ante la imagen de Nuestra Señora, fue conducida a
la presencia de Don Bosco, en la sacristía, y allí tuvo con él
esta conversación:
-¿Cuanto
tiempo hace que estáis enferma?
-Ya
mucho tiempo, pero hace como un año que nada veo.
-¿Habéis
consultado a los médicos? ¿Qué dicen? ¿No os han medicinado?
-Hemos
usado toda clase de remedios sin resultado alguno, respondió la tía.
Los médicos no dan la menor esperanza... -y se echó a llorar.
-¿Distinguís
los objetos grandes de los pequeños?
-No,
señor; no distingo nada absolutamente.
-¿Veis
la luz de esa ventana?
-No,
señor; nada veo.
-¿Queréis
ver?
-Señor,
soy pobre, necesito la vista para buscar la subsistencia; ¿no he de
quererlo?
-¿Os
serviréis de los ojos para bien de vuestra alma y no para ofender a
Dios?
-Lo
prometo con todo mi corazón.
-Confiad
en la Santísima Virgen; ella os sanara.
-Lo
espero, mas entretanto estoy ciega.
-
Veréis.
-¡Ver
yo!
Entonces
Don Bosco con tono y ademán solemnes exclamó:
-A
gloria de Dios y de la bienaventurada Virgen María, decid ¿que
tengo en la mano?
La
joven abrió los ojos, los fijó en el objeto que Don Bosco le
presentaba, y gritó:
-Veo...
una medalla... y de la Santísima Virgen.
-Y
en este otro lado de la medalla, pregunta Don Bosco, mostrándoselo,
¿qué hay?
-Un
anciano con una vara florida: es San José.
Renunciamos
a describir lo que entonces pasó; sólo añadiremos que habiendo
María extendido la mano para coger la medalla, cayó ésta al suelo,
yendo a parar a un rincón de la sacristía, y la misma María, por
orden de Don Bosco, la buscó y la encontró, con lo que dejó a
todos perfectamente convencidos de la realidad de la curación, la
cual fue tan completa como prodigiosa, porque María Stardero no ha
vuelto a padecer de los ojos.
JACULATORIA
Madre
de Dios, madre mía,
mi
vida, mi cuerpo y mi alma
te
ofrezco desde este día.
ORACIÓN
¡Augusta
esposa del Espíritu Santo! fuente inagotable de gracias y de
bendiciones, dignaos alcanzarnos de vuestro divino Esposo los
dones que tan profusa mente otorgó a los apóstoles reunidos en el
Cenáculo: el don de sabiduría, que disipa los errores de
nuestra inteligencia, haciéndonos comprender la vanidad de los
falsos bienes de la tierra y la excelencia de los bienes del cielo;
el don de entendimiento que nos instruya acerca de nuestros deberes y
de todo lo que concierne a los intereses de nuestra santificación;
el don de fortaleza, que nos comunique entereza bastante para
desafiar las burlas y desprecios del mundo, hollando sus máximas con
santa energía; el don de ciencia, que nos esclarezca acerca de las
verdades eternas; el don de piedad, que nos haga amar el servicio de
Dios; y, en fin, el don de temor, que nos inspire un santo respeto
mezclado de amor por Dios. Bien sabéis ¡Virgen bendita! que
nuestras pasadas resistencias a las inspiraciones del Espíritu Santo
nos hacen indignos de sus beneficios; pero, ayudados de vuestras
oraciones obtendremos del autor de todo don perfecto las gracias que
nos son necesarias para vivir santamente en la tierra y llegar un día
a la eterna felicidad. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Invocar al Espín tu Santo en solicitud de sus dones, rezando
devotamente el himno Ven
a nuestras almas.
2.
Rezar cinco Salves en honor de la pureza inmaculada de María.
3.
Hacer una comunión espiritual pidiendo a Jesús, por intercesión de
María, que encienda nuestra alma en el fuego del divino amor.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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