CONSAGRADO
A HONRAR LA ASUNCIÓN DE MARÍA
ASUNCIÓN DE MARÍA, DIEGO DE RIBERA.
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Los
apóstoles, tristes y abatidos, preparaban el entierro de la Madre de
Dios. Los bálsamos más preciosos y las telas más finas fueron
traídos con inmensa profusión para honrar los restos queridos, que,
depositados en un lecho portátil, condujeron los apóstoles en sus
propios hombros. En el fondo del Getsemaní las piadosas mujeres
habían preparado una cuna de flores, que tal parecía la fosa
cineraria. Una piedra empapada en lágrimas de los fieles cubrió el
santo cuerpo. Allí velaron durante tres días alternando con los
Ángeles cantares dulcísimos que parecían arrullar el sueño de
María.
Tomas,
el que había puesto su mano en las llagas de Jesús resucitado, no
habiendo estado presente a los últimos instantes de la divina Madre,
no pudo resignarse a no ver sus restos helados para tener la
satisfacción de dejar en ellos el tributo de sus lágrimas. Fue
preciso ceder a sus instancias; todos los apóstoles y discípulos se
congregaron para levantar la losa del sepulcro y cual no fue su
sorpresa al ver que el sagrado cuerpo había desaparecido del
sarcófago, no quedando en su lugar sino las flores, frescas y
lozanas todavía, que le habían servido de lecho, mas el sudario de
finísimo lino que despedía perfume celestial.
Los
ángeles lo habían arrebatado al sepulcro y lo habían conducido en
sus alas a la mansión del gozo eterno. Porque el cuerpo en cuya
formación había intervenido el cielo y había sido el tabernáculo
de la divinidad no podía ser pasto de gusanos.
Era
necesario escribir sobre su tumba las mismas palabras que los ángeles
pronunciaron sobre el sepulcro de Jesús: «Ha resucitado, no esta
aquí.» Ved el lecho en que lo habéis colocado, vedlo vacío,
porque su cuerpo no esta ya en la tierra, sino en el cielo, en un
trono de inmensa gloria.
Sí;
María, exenta de las miserias de la naturaleza decaída, no podía
pagar a la muerte sino un corto tributo. Por eso, alzándose
majestuosa en cuerpo y alma sobre las plumas de los vientos, fue a
tocar a las puertas del empíreo, donde su santísimo Hijo le tenía
aparejado un trono de gloria sólo inferior al suyo y donde debía
ser coronada por el Eterno Padre como Reina de los ángeles y de los
hombres.
Los
ángeles al verla llegar con tan brillante cortejo, exclamarían
asombrados: «¿Quién es ésta que avanza como la aurora, que es más
bella que la luna, elegida entre millares como el sol y fuerte como
un ejército ordenado en Vd. talla?»-Y los serafines responderían:
«Es la Virgen María que sube al tálamo celeste7 en el cual el Rey
de los reyes se sienta en solio de estrellas.» Y la humilde doncella
de Nazaret exclamaría: «Mi alma glorifica al Señor, por que se ha
dignado mirar la humildad de su sierva, y he aquí que todas las
generaciones me llamaran bienaventurada.»
El
triunfo de María en su gloriosa Asunción abre nuestro corazón a la
más dulce esperanza. Ese triunfo nos enseña que las dolorosas
pruebas de la vida son breves y que los sacrificios que hacemos por
Dios o que soportamos con santa resignación, serán resarcidos en el
cielo por una gloria que la lengua humana no puede explicar. «Las
lágrimas, esa sangre del alma, triste privilegio del hombre, tributo
fatal de una maldición hereditaria, expresión común de todos los
sufrimientos y que forman el principal lo te de la virtud,» serán
enjugadas en el cielo por la mano de Dios mismo para tornarías en
otros tantos motivos de felicidad y de consuelo. Esa mano que
sostiene el mundo y que pesa con terrible pesadumbre sobre el
infierno, se cambiara entonces en mano llena de misericordia y de
bondad. No habrá una sola lágrima, por oculta y silenciosa que haya
sido, que no sea recogida por Dios y recompensada en el cielo.
He
aquí lo que esta reservado a las almas que siguen las huellas de
María estampadas en el camino real de la cruz. ¿Quién no querrá
derramarlas en abundancia si tan grandes son los premios que le están
reservados? -«Por largo que sea el camino, marchad, viajeros de la
vida, porque, en verdad os digo, las visiones de la patria valen de
sobra las penas que os impone la trabajosa jornada del tiempo.»
EJEMPLO
María, Reina del Santísimo Rosario
Christoph Willibald
Gluck.
No
hay tal vez devoción más grata a los maternales ojos de María que
la del Santísimo Rosario, práctica que ella misma se dignó
inspirar a Santo Domingo de Guzmán, y con la cual convirtió
innumerables herejes y obstinados pecadores. El que practica esta
santa devoción puede tener la seguridad de merecer una protección
especial de la Madre de Dios. Entre mil casos que pudiéramos citar,
prueba esta consoladora verdad el hecho siguiente.
El
célebre artista Gluk, tan fervoroso cristiano como hábil músico,
dio los primeros pasos en la senda del arte cantando, cuando niño,
bajo las suntuosas bóvedas de una basílica católica. Dios lo había
dotado de una voz tan maravillosa que era inmenso el numero de fieles
que concurría al templo, cuando se anunciaba que él cantaría algún
cántico sagrado.
Nada
hay que contribuya más poderosamente a desenvolver el sentimiento
religioso en las almas bien dispuestas que la practica del arte
musical en el santuario. Por eso el joven artista sentía que su fe y
piedad se acrecentaban a medida que, haciendo el oficio de los
ángeles en el cielo, cantaba las alabanzas del Señor en el templo
católico.
Salía
un día del coro, después de haber cantado admirablemente una
plegaria a María, cuando se acercó un religioso con los ojos
húmedos en lágrimas para felicitarlo por su talento artístico.
--«Quisiera tener, le dijo, algo digno de tu mérito para expresarte
la complacencia que siento al ver que empleas tus admirables talentos
en honrar al soberano Señor que te los ha dado. Pero soy pobre, lo
único que puedo ofrecerte es este rosario, que pongo en tus manos
con la súplica de que lo reces todas las tardes en honra y gloria de
la Madre de Dios: si así lo hicieres, te pronostico que el cielo
bendecirá tus esfuerzos y llegaras a ser grande entre los hombres.»
Sorprendido
y a la vez complacido de lo que acababa de oír, Gluk tomó
respetuosamente el rosario que le ofrecía aquella mano escuálida
por las austeridades, prometiendo rezar el rosario todos los días de
su vida.
No
tardó la Santísima Virgen en premiar el obsequio del joven artista.
Sus padres, comprendiendo las felices disposiciones de su hijo,
resolvieron enviarlo a Roma para que se perfeccionase en el arte.
Pero eran pobres, carecían de los recursos necesarios para educar al
niño y costear su permanencia en país extranjero. Una tarde en que
Gluk acababa de terminar su rosario, llamaron reciamente a la puerta
de su humilde morada. Era el Maestro de Capilla de la Catedral de
Viena que en cargado de ir a Italia para formar la colección de las
obras de Palestrina, llegaba por encargo del Arzobispo a proponer a
los padres de Gluk el cargo de secretario para su hijo.
Sus
deseos estaban cumplidos: Gluk iría a Roma sin sacrificio alguno y
bajo el patrocinio de un sabio profesor. Gluk dejaba a los quince
años la casa paterna para ocupar un puesto que envidiarían muchos
hombres después de una larga carrera. Su fama llegó hasta los
palacios de los reyes, quienes lo colmaron de honores. Fue el
favorito de dos reinas, Maria Teresa y Maria Antonieta de Austria, y
el preferido de la corte de Versalles.
Pero,
en medio de los honores, de la gloria y de las riquezas, no olvidó
ni un solo día la promesa que había hecho al monje al salir del
templo de su pueblo. Interrumpía los banquetes y los saraos de las
cortes para rezar el rosario con el fervor de los primeros días.
Durante los años de su larga y brillante carrera resistió con
admirable entereza a las seducciones del mundo y a la voz insidiosa
de las pasiones. Cruzó por entre las perversiones de la sociedad de
su época sin contaminarse, como la paloma vuela por encima de los
pantanos sin manchar sus blancas alas.
JACULATORIA
Ruega
por mí, ¡oh Madre mía!
para
que sufra contigo
y
contigo goce un día.
ORACIÓN
¡Qué
grato es para nosotros! ¡Oh Madre bienaventurada! ¡verte en el
cielo al lado de tu divino Hijo en un océano de inefables delicias
después de la furiosa tormenta que se descargó sobre Ti! Hijos de
vuestros dolores, queremos manifestarte hoy con nuestros himnos de
júbilo que compartimos también contigo la alegría de que disfrutas
en la mansión del perenne gozo. Jamás un hijo puede ser indiferente
así a las lágrimas como a la felicidad de su adorada madre; por eso
nosotros, que hemos llorado contigo al pie de la cruz, nos gozamos
también contigo de la gloria de que gozas al pie del árbol de la
vida. Peregrinos en este valle de lágrimas, tenemos también mucho
que padecer. Permítenos, dulce Madre, descansar en tu regazo en las
horas de la tribulación para no desfallecer en la prueba y perder el
mérito del padecimiento. ¡Oh María, ten piedad de los que llevamos
a cuestas la cruz del sacrificio; pero que no se haga, no, nuestra
voluntad, sino la de Dios! Queremos seguir en tu compañía a Jesús
hasta la muerte, para poder decir con él y como él: «Todo esta
consumado, ya no hay más que sufrir, vengan ahora las eternas
coronas y las palmas inmarcesibles.» Hasta que ese momento llegue,
dígnate sostenernos en nuestra debilidad; permítenos tomar algún
reposo en tus brazos, y en me dio de la tribulación, habla a nuestro
corazón palabras de aliento y esperanza, a fin de que, cesando un
día para siempre nuestras lágrimas, den lugar a los eternos gozos
del cielo. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Hacer una visita a la Santísima Virgen en alguno de sus Santuarios
para felicitarla por la gloria de que disfruta en el cielo.
2.
Rezar devotamente el Acordaos
por
la conversión de los pecadores.
3.
Dar una limosna para contribuir a los gastos que demanda la
celebración del Mes de María en los templos en que se practican
estos santos ejercicios.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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