CONSAGRADO A HONRAR LA PRESENTACIÓN DE MARÍA EN EL TEMPLO
LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA
VIRGEN EN EL TEMPLO, GIOTTO.
Oración para todos los días del
Mes
¡Oh
María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con
nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de
amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras
oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a
vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas
¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay
flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque
el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la
más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de
nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este
Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros
pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa
cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a
nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como
hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la
dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en
el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que
ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser
algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las
madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
Tres
años habían pasado desde el día del nacimiento de María, cuando
el prematuro desarrollo de su razón advirtió a sus ancianos padres
que había llegado la hora de la separación, dando cumplimiento al
voto que habían hecho de consagrar a Dios el primer fruto de su
matrimonio.
Con
el corazón partido de dolor, los dos ancianos esposos toman el
camino de Jerusalén para depositar en el templo el tesoro más caro
de sus corazones, el consuelo de su senectud y el único embeleso de
su hogar tanto tiempo solitario. Entre tanto, María deja alegre y
contenta aquel hogar querido, porque si amaba tiernamente a sus
padres, suspiraba por vivir en la amable soledad del santuario para
consagrarse enteramente a Dios. Largos parecíanle los caminos que
veía serpentear al través de las montañas y llanuras; y cuando,
desde el fondo del valle, vio levantarse las altas cúpulas que
protegían la santa casa del Señor, su tierno corazón se derretía
en santos afectos y palpitaba de la más dulce alegría.
¡A
dónde vas, tierna niña, cuando apenas despunta en Ti la alborada de
la vida! ¿Por qué tan presto abandonas el techo de tu hogar y el
regazo y las caricias de tu madre? ¿Por qué te desprendes de sus
brazos amorosos para entregarte en manos de personas desconocidas, en
las cuales no hallaras la ternura maternal? -«El pájaro encuentra
abrigo, responde, y la tórtola su nido: y yo, tímida paloma, voy a
buscar mi nido en los altares del Señor.»- Oigo una voz que me
había al corazón y me dice: «Hija mía, olvídate de tu pueblo y
de la casa de tu padre, y el Rey se complacerá en tu belleza.» «Yo
voy en seguimiento de mi Amado, porque El es todo para mí y yo soy
toda para El. »
Colocada
la hermosa niña a la sombra del santuario del Dios de Israel, sólo
se ocupó en prepararse para desempeñar la más augusta misión que
se haya jamás confiado a humana criatura. Puesta en manos del Sumo
Sacerdote, subió en compañía de los ángeles los escalones del
santuario y se incorporó entre las vírgenes de Sión. Tierna planta
que crecerá al abrigo del mundo, fecundada por el calor de la
caridad divina y regada por mano de los ángeles.
Así
es como en la edad más tierna, María consuma su sacrificio,
buscando en el santuario un asilo para su inocencia. Allí,
desprendida de todos los afectos del mundo y profundamente recogida
dentro de si misma, se absorbe en la contemplación de las verdades
eternas y se embriaga en los purísimos goces del amor divino. Desde
el principio del mundo, jamás se había hecho al cielo una oblación
más pura, dice San Andrés de Creta; ninguna criatura había
ejecutado hasta entonces un acto de religión más agradable á Dios.
El Sumo Sacerdote acepta, en nombre de yaveh, esa oblación de
inestimable valor, coloca a la sombra del tabernáculo ese precioso
depósito y concluye bendiciendo a los dos ancianos y felices
esposos.
Hay
en el mundo ciertas almas privilegiadas a quienes Dios llama al
retiro y a la amable soledad del claustro. Con mano amorosa las
escoge entre la multitud, las segrega del mundo y las conduce al
silencio de su templo y de su casa para hacerlas sus esposas.
Esas
almas comienzan a sentir entonces un vacío que no pueden llenar los
más dulces placeres y los más agradables pasatiempos de la vida.
Atraídas por un encanto irresistible, suspiran por la soledad y
buscan en su seno la paz y el gozo que les niega el mundo, y como
tímidas palomas, atraídas por el perfume del incienso, forman su
nido en las grietas del santuario. Allí, Dios les había al corazón,
y al escuchar esa voz dulcísima, cortan todos los lazos que las
ligan al mundo y se entregan enteramente a su servicio.
¡Almas
afortunadas! vosotras sois verdaderamente las hijas predilectas del
mejor de los padres. Si él os llama, es porque quiere regalaros con
todos los tesoros de su bondad, porque quiere vivir con vosotras en
toda la dulce intimidad en que viven les esposos. Considerad que esta
gracia de inestimable precio no la otorga a todas, y ya que vosotras
habéis tenido la suerte de fijar la elección divina sin
merecimiento alguno de vuestra parte, no tardéis un instante en
acudir a su llamado. ¡Qué ingrata seríais si, despreciando la
vocación de Dios, rehusaseis enrolaros entre las santas vírgenes
que viven a la sombra del santuario! A ejemplo de María, id presto a
donde os llama el esposo de las almas. María no tarda, no delibera,
no deja para después su resolución; oye y marcha.
Dios
quiere victimas sin mancha, y no los restos despreciables, sino las
primicias del corazón. No querer pertenecer a Dios desde temprano,
es exponerse a no pertenecerle nunca, porque esa dilación voluntaria
y culpable lo aleja de las almas y acaso para no volver a tocar la
puerta que no se abrió a sus primeros toques.
EJEMPLO
María, Virgen Clemente
Santa María Egipcíaca, José de
Ribera.
Santa
María Egipciaca, célebre penitente que hace recordar en sus
extravíos y penitencia a la pecadora del Evangelio, debió a María
su maravillosa conversión. Diecisiete años hacia quo esta joven
disoluta llevaba en Alejandría una vida de escándalos, cuando se
embarcó un día para Jerusalén entre muchos cristianos que iban a
celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Allí continuó
en sus desórdenes sin tener consideración que se hallaba en el
teatro mismo en que se operé la redención del mundo. Pero un día
en que los fieles penetraban en el templo para adorar la Santa Cruz,
quiso ella seguirlos, pero sin intención de ejecutar un acto de
cristiana piedad. Era allí donde la divina misericordia la aguardaba
para torcer el rumbo de esta barca rota, que fluctuaba en medio de la
tempestad mundana. Cuando intentó penetrar en la iglesia, sintió
que una mano invisible la detenía; y cuanto mayores eran sus
esfuerzos, tanto más poderosa era la fuerza que la repelía.
Este
prodigio abrió los ojos de la pecadora, y comprendió que sus
enormes delitos la hacían indigna de ver y adorar el sagrado madero
en que Jesucristo obró nuestra redención. Una luz interior iluminó
todo su pasado y presentáronse a su mente todas sus culpas como un
escuadrón de espectros infernales. Confusa, avergonzada de sí misma
y deshecha en lágrimas, alzó la vista al cielo, y vio una imagen de
María que coronaba la fachada del templo. Se acordó entonces de que
en los años de su inocencia había oído decir que María era Madre
de misericordia, y exclamó en medio de sus sollozos: “¡Tened
compasión de esta infeliz criatura, oh Vos que sois refugio de
pecadores! pues siendo yo la mayor de todas, tengo particular derecho
a vuestra protección. No merezco que Dios derrame sobre mí las
gracias que derrama hoy sobre tantas almas fieles que se aprovechan
de la sangre de Jesucristo; pero, a lo menos, no me niegues el
consuelo de ver y adorar en este día el sacrosanto madero en que mi
dulce Redentor obró la salvación de mi alma. ¡Yo os prometo Señora
que después de este favor, me iré a un desierto a llorar mis
pecados por el resto de mi vida, y a perder en la soledad hasta la
infeliz memoria del mundo a quien he servido!.”
Animada
entonces de una dulce confianza, entra en la iglesia sin resistencia;
y postrada de nuevo a los pies de la Santísima Virgen, le pide que
sea su conductora en el camino de la salvación. No bien había
terminado su oración, cuando oye como de lejos una voz que le dice:
«Pasa el Jordán, y hallaras descanso.»
Salió
entonces de la ciudad, llevando tres panes por toda provisión. Llegó
al anochecer a las orillas del Jordán, y pasó toda la noche orando
en una iglesia dedicada á San Juan Bautista. A la mañana siguiente
purificó su alma en las aguas de la penitencia, recibió la sagrada
Eucaristía y pasó el río en una embarcación que halló en la
ribera. El desierto la recibió en sus impenetrables soledades y la
ocultó durante cuarenta y siete años a las miradas del mundo. Allí
no tuvo más sustento que raíces silvestres, ni más compañía que
las aves del cielo. La oración y la penitencia eran sus ocupaciones
y su delicia, las lagrimas su pan de cada día y los recuerdos del
mundo y las sugestiones de la concupiscencia sus implacables
enemigos.
Dios
permitió que al morir recibiese la visita de San Zócimo, primera y
única persona a quién vio durante los años que vivió en el
desierto. De su mano recibió el viático de los moribundos, después
de haberle revelado los secretos de su conversión y de su vida
penitente para edificación del mundo y eterno testimonio de la
misericordia de María.
JACULATORIA
Ven
a mi amparo, Señora,
que
un pecador os implora.
ORACIÓN
¡Oh
María! al considerar vuestra pronta, entera e irrevocable
consagración a Dios en los más tiernos años de vuestra vida, al
veros, como la paloma, ir a construir vuestro nido en el silencio de
la casa del Señor y lejos de la Babilonia del mundo, venimos a
suplicaros, os dignéis despertar en nosotros el deseo de imitaros en
vuestra entera consagración al servicio de Dios, esposo y padre de
nuestras almas. Los años de nuestra vida han transcurrido, Señora
nuestra, en la disipación y en la tibieza, dividiendo nuestro
corazón entre Dios y el mundo y acaso dando a éste la mejor par-te.
¡Cuántas veces hemos desoído los llamamientos divinos y seguido
las inspiraciones de nuestro amor propio y las sugestiones del
demonio! ¡Cuántas veces Jesús ha venido a tocar a la puerta de
nuestro corazón en solicitud de un recibimiento amoroso, y lo ha
encontrado sordo a sus clamores y ocupado en afectos terrenos y
miserables! ¡Ah Señora nuestra! Vos que sois nuestro guía y
maestra, nuestro modelo y protectora, dignaos inspirarnos un amor
ardiente a Dios para consagrarnos desde hoy a su servicio, ahogando
todo afecto que no lo tenga a Él por principal objeto. No más
afecciones puramente terrenas, no más horas perdidas en vanos
intereses, no más pensamientos pecaminosos, no más entretenimientos
inútiles, no más amor por las riquezas, honores y deleznables
placeres del mundo. Yo quiero seguiros, dulce Madre, y penetrar con
Vos en el santuario del Dios de las virtudes y buscar allí mi reposo
y mi morada para no pensar ya en otros intereses que en los de mi
santificación. Y ya que no me es dable morar con Vos en la soledad y
apartamiento del mundo, permitidme al menos hacer de mi corazón un
santuario de virtudes y de mi alma una morada del Dios vivo, para
disfrutar allí de las dulzuras que están reservadas a los felices
moradores de la soledad y a los fieles servidores del Señor. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1.
Hacer una fervorosa comunión espiritual, pidiendo a Jesús, por la
intercesión de María, que nos conceda un intenso amor a Dios.
2.
Abstenerse, por amor a María, de toda palabra de murmuración o de
crítica.
3.
Hacer un cuarto de hora de lectura espiritual.
Oración final para todos los días
¡Oh
María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre
nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a
vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a
solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos
presentarnos
a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que
haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya
penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los
enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el
fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de
las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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