INSTRUCCIÓN
RELIGIOSA
EL
CRISTIANISMO
SUS
DOGMAS, ORACIONES,
MANDAMIENTOS
Y SACRAMENTOS
SEGUNDA
PARTE
LO
QUE SE HA DE ORAR
La
Esperanza.
Esperanza
es una virtud sobrenatural por la cual confiamos firmemente alcanzar
la gloria celestial.
Fundamos
nuestra esperanza en los méritos de Jesucristo y nuestras buenas
obras.
Los
méritos de Jesucristo y nuestras buenas obras son como dos alas para
que nuestra alma pueda volar al cielo.
Los
méritos de Jesucristo no nos faltarán jamás; lo que podrá
faltarnos serán nuestras buenas obras.
El
gran medio para asegurar estas buenas obras y la perseverancia en
ellas hasta la muerte es la oración.
La
Oración.
Oración
es
levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes.
La
oración es: mental y vocal.
Oración
mental
es la que se hace ejercitando las potencias del alma.
Las
potencias del alma son tres: memoria, entendimiento y voluntad.
En
la oración mental: la memoria recuerda alguna verdad cristiana; el
entendimiento reflexiona sobre ella, y la voluntad hace varios actos,
como dolor de los pecados, propósito de confesarse y de mudar de
vida.
El
que hace bien la oración mental, aunque sea solo un cuarto de hora
diariamente, conservará fácilmente la gracia de Dios.
Dice
San Alfonso: “El que ora se salva; el que no ora, se condena”.
Oración
vocal
es la que se hace con palabras exteriores, como cuando rezamos el
Padre Nuestro.
En
la oración vocal se debe evitar la precipitación.
Se
debe orar con atención, humildad, confianza y perseverancia.
La
distracción involuntaria no quita el mérito o valor de la oración.
Es
necesario orar frecuentemente, porque Dios lo manda, y de ordinario
sólo por medio de la oración concede las gracias espirituales y
temporales que necesitamos.
Conviene
orar al levantarse o acostarse y a menudo, especialmente en las
tentaciones o peligros.
La
oración bien hecha, nos alcanza siempre del Señor lo que pedimos u
otra cosa mejor.
Jesucristo
dijo:
Pedid y recibiréis.
La
oración que se hace pidiendo la salvación de la propia alma, tiene
un efecto infalible.
Debemos
pedir ante todo e incondicionalmente el perdón de nuestros pecados,
la gracia de Dios y la perseverancia en ella hasta la muerte.
Los
demás bienes hemos de pedirlos condicionalmente, esto es, si son
para mayor gloria de Dios y bien de nuestra alma.
Cuando
Dios no nos concede lo que le pedimos, es porque oramos mal, o porque
pedimos cosas no conducentes a nuestro bien espiritual.
Debemos
pedir en nombre de N. S. Jesucristo, como Él nos lo enseña y lo
practica la Santa Iglesia, quien termina las oraciones con estas
palabras: “Por nuestro Señor Jesucristo”.
Oración
jaculatoria
es una oración brevísima, por ejemplo: ¡Dios mío, os amo de todo
corazón! ¡Antes morir que pecar!¡Virgen Santísima, ayudadme!,
etc.
Conviene
hacer muy a menudo oraciones jaculatorias, pues, son de mucha
utilidad y un medio muy eficaz para vencer las tentaciones.
El
Padre Nuestro.
Padre
Nuestro, que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre;
venga a nos el tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra como
en el cielo.
El
pan nuestro de cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes
caer en la tentación; mas líbranos del mal. Amén.
Los
Apóstoles dijeron a Jesús: “Maestro, enseñadnos a orar”.
Jesús
les respondió: “Cuando queráis orar, decid: Padre nuestro, etc.”.
El
Padre nuestro se llama oración dominical, porque la compuso N. S.
Jesucristo para enseñarnos a orar.
Por
consiguiente, es la mejor de las oraciones; contiene todo cuanto
debemos pedir.
En
el Padre nuestro hay siete peticiones.
Empezamos
diciendo: Padre
nuestro.
¡Padre!
¡Qué palabra tan consoladora, tan propia para inspirarnos
confianza!
Sólo
porque Jesucristo nos lo ha dicho, podríamos animarnos a llamar
Padre al que es el Ser Supremo, Señor del cielo y de la tierra.
Dios
es nuestro Padre: El nos ha criado a su imagen, nos conserva y
gobierna con su providencia, y por la gracia somos sus hijos
adoptivos y herederos del cielo.
Llamamos
a Dios: “Padre nuestro”, y no: “Padre mío”, porque todos
somos sus hijos; por lo cual hemos de mirarnos y amarnos todos como
hermanos.
Decimos:
“que
estás en los cielos”,
para levantar nuestra mente y corazón hacia el cielo, que es el
lugar donde Dios manifiesta a sus hijos el esplendor de su gloria.
Primera
petición:
santificado
sea el tu nombre.
Pedimos
que Dios sea conocido y amado de todo el mundo.
Esta
es la primera petición, porque el primer deseo de nuestro corazón
debe ser buscar la gloria de Dios, antes que nuestros intereses y
provecho.
Buscamos
la gloria de Dios, si procuramos cumplir bien su santa ley.
Segunda
petición:
Venga
a nos el tu reino.
El
reino de Dios es su gracia en esta vida y su gloria en la otra.
La
Iglesia militante se llama también reino de Dios; pedimos que todos
los hombres la conozcan y formen parte de ella.
Tercera
petición:
Hágase
tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.
Pedimos
la gracia de hacer siempre la voluntad de Dios; no que Dios haga la
nuestra.
Cuarta
petición:
El
pan nuestro de cada día dánosle hoy.
La
palabra pan significa todo lo necesario para la vida del alma y del
cuerpo.
Quinta
petición:
y
perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores.
La
palabra deudas
significa pecados.
La
palabra deudores
se refiere a los que nos
han ofendido.
Los
que no quieren perdonar al que los ofendió, al rezar el Padre
nuestro, se condenan por sí mismos, diciendo a Dios que les perdone,
como ellos perdonan a su prójimo.
Sexta
petición: y
no nos dejes caer en la tentación.
Tentación
es una incitación al pecado.
El
pecado está, no en tener tentaciones, sino en consentirlas.
Dios
permite que seamos tentados:
1º-
Para probar nuestra fidelidad.
2º-
Para darnos ocasión de perfeccionar nuestra virtud.
3º-
Para que tengamos más mérito y premio.
Por
esto, no pedimos que no tengamos tentaciones, sino que no caigamos en
ellas.
Séptima
petición:
Mas
líbranos del mal.
Pedimos
nos libre Dios del sumo mal, que es el pecado y su castigo.
Pedimos
a Dios que nos libre de los otros males, según convenga para nuestro
bien espiritual.
Las
penas de esta vida, lo mismo que las tentaciones, son permitidas por
Dios para nuestro bien espiritual, porque:
1º-
Estas penas nos hacen comprender claramente que este mundo es un
destierro, un valle de lágrimas; y nos hacen concebir deseos de ir
pronto al cielo.
2º-Estas
penas nos hacen más semejantes a Jesucristo, que fue propiamente
Varón
de dolores.
Es
justo le acompañemos en el sufrimiento, si queremos acompañarle en
la gloria.
3º-
Estas penas, sufridas con paciencia, son motivo de gran mérito y
premio para el cielo.
Son
tesoros preciosísimos que el Señor nos ofrece.
Si
los hombres conociesen el valor de estas penas, pedirían a Dios que
no se las quitase, sino que les diese más y la debida paciencia para
sufrirlas.
Amén,
al fin del Padre nuestro, quiere decir: Así
sea, así lo espero.
El
Padre nuestro debe rezarse frecuentemente, sin precipitación, como
está en el catecismo, sin cambiar, añadir o quitar palabras.
Después
del Padre nuestro, para alabar a la Santísima Virgen y pedir su
poderosa intercesión, se suele rezar el Ave María.
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