INSTRUCCIÓN
RELIGIOSA
EL
CRISTIANISMO
SUS
DOGMAS, ORACIONES,
MANDAMIENTOS
Y SACRAMENTOS
***
PRIMERA
PARTE
LO
QUE SE HA DE CREER
EL
CREDO
ARTÍCULO
IX
LA
SANTA IGLESIA
CATÓLICA
LA
COMUNIÓN
DE LOS SANTOS.
La
palabra Iglesia
significa sociedad o congregación.
Iglesia
de Jesucristo es
la sociedad visible fundada por N. S. Jesucristo.
La
Iglesia de Jesucristo consta de tres partes: militante, purgante y
triunfante.
Iglesia
Militante: la
forman los que están en este mundo.
Iglesia
Purgante:
la forman los que están en el Purgatorio.
Iglesia
Triunfante:
la forman los que están en el Cielo.
Para
llegar a la Iglesia Triunfante es necesario pertenecer primero a la
Iglesia Militante.
El
noveno artículo del Credo se refiere especialmente a la Iglesia
Militante.
Jesucristo
fundó la Iglesia para que los hombres puedan hallar siempre en Ella
todos los medios necesarios para su eterna salvación.
Estos
medios son: la verdadera fe, el sacrificio y los sacramentos; además
los mutuos auxilios espirituales, como la oración, el consejo y el
ejemplo.
Para
salvarse es necesario pertenecer de hecho, o a lo menos con el deseo
implícito, a la verdadera Iglesia de Jesucristo.
La
Iglesia de Jesucristo es: perpetua e infalible.
Perpetua
significa
que ha de durar hasta el fin del mundo.
Infalible
significa que no puede errar.
Jesucristo
dijo: Las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo estaré con
vosotros hasta el fin de los siglos.
El
infierno prevalecería y Jesucristo no estaría siempre con la
Iglesia, si ésta errara o desapareciera.
La
Iglesia Católica.
La
Iglesia Católica es la sociedad de los fieles cuya cabeza es el
Papa.
Para
pertenecer a la Iglesia católica es necesario:
1º-
Estar bautizado.
2º-
Creer todas las verdades de la fe.
3º-
Reconocer al Papa como cabeza de la Iglesia.
4º-
No estar excomulgado.
No
pertenecen a la Iglesia Católica:
Los
infieles, herejes, cismáticos, apóstatas y excomulgados.
Infiel
es el que no está bautizado.
Hereje
es el cristiano que niega con pertinacia alguna verdad de la fe.
Cismático
es el cristiano que no reconoce al Papa como cabeza de la Iglesia.
Apóstata
es el que niega con acto externo la fe católica que antes profesaba.
Excomulgado
es el cristiano que ha sido privado por la Iglesia de los bienes
espirituales comunes a todos los fieles.
El
pecado, si por él no se incurre en la excomunión, no impide el
pertenecer a la Iglesia.
La
verdadera Iglesia de Jesucristo.
La
verdadera Iglesia Militante de Jesucristo es la Iglesia Católica.
La
Iglesia Católica se llama también Romana, porque el Jefe de ella es
el Sumo Pontífice de Roma.
Las
notas o señales por las cuales se reconoce la verdadera Iglesia
Militante de Jesucristo son: una, santa, católica y apostólica.
Una:
porque Jesucristo fundó una sola.
Santa:
porque Jesucristo es Santo y la fundó para santificarnos.
Católica:
la palabra católica significa universal; Jesucristo fundó su
Iglesia para todos los hombres hasta el fin del mundo.
Apostólica:
Jesucristo confió su propagación y gobierno a los apóstoles y a
sus legítimos sucesores.
Estas
notas o señales las reúne solamente la Iglesia Católica.
La
Iglesia Católica es una:
porque siempre ha tenido y tiene en todas partes una misma fe, unos
mismos sacramentos y una misma cabeza.
Es
santa:
porque su cabeza, Jesucristo, es el Santo de los santos, sus
sacramentos son santos, su doctrina es santa y hace santos a los que
la practican.
Digan
sus enemigos, si hay en la doctrina católica algo que no dirija al
hombre hacia Dios, fuente de toda santidad.
La
religión católica prescribe una pureza de costumbres admirable.
Esta
es la principal causa porque es tan odiada por los malos.
Sólo
la religión católica tiene santos,
esto es, personas de virtudes tan extraordinarias que el mismo Dios
da testimonio de ellas con hechos sobrenaturales.
Nada
prueba contra la santidad de la Iglesia que haya católicos, y aún
ministros del altar, que observen mala conducta.
La
Santa Iglesia católica condena la mala conducta de toda persona, sea
quien fuere.
El
que es malo, lo es precisamente porque no cumple con lo que prescribe
la santa Iglesia Católica.
Es
católica
por
razón de la doctrina, del tiempo y del lugar.
Por
razón de la doctrina.
La doctrina de la Iglesia Católica ha sido siempre la misma, sin
cambio alguno.
Al
declarar la Iglesia que una verdad es de fe, no establece una nueva
doctrina; solamente obliga en conciencia a creer aquella verdad, como
revelada por Dios.
En
materia de disciplina la Iglesia puede cambiar sus leyes según las
exigencias de los tiempos y lugares.
Por
razón del tiempo.
La Iglesia Católica existe desde que la fundó Jesucristo.
El
fundador de la Iglesia Católica es Jesucristo; si hubiera sido otro,
sabríamos quién fue.
Las
demás religiones, que se llaman cristianas, cuentan su existencia
desde varios años y aún siglos después de Jesucristo.
Sabemos
quiénes fueron los fundadores de esas religiones; casi todos fueron
católicos que se rebelaron contra la Santa Madre Iglesia.
El
protestantismo empezó a existir quince siglos después de N. S.
Jesucristo.
Afirmar
que el protestantismo es la verdadera religión cristiana es admitir
que la verdadera religión cristiana empezó a existir 1500 años
después de N. S. Jesucristo.
Los
mismos fundadores del protestantismo fueron católicos y después
protestantes.
El
protestantismo no fue, pues, fundado por N. S. Jesucristo, y por
consiguiente, no es la verdadera religión cristiana.
Por
razón de los lugares.
La Iglesia católica es para todos los hombres y está extendida en
toda la tierra.
La
catolicidad
es tan propia de la Iglesia Romana, que en todas partes es llamada
católica, y católicos son llamados sus hijos.
Es
apostólica,
porque viene de los apóstoles y tiene la misma doctrina que ellos
enseñaron.
Los
milagros.
Sólo
la Iglesia católica tiene el sello divino que es el milagro.
Milagro
es un hecho sensible, superior a todas las fuerzas y leyes de la
naturaleza.
Por
consiguiente, el milagro sólo puede venir de Dios.
N.
S. Jesucristo probó con milagros su divinidad.
También
los muchos milagros habidos a favor de la religión católica prueban
que es la verdadera religión.
Ninguna
otra religión puede citar milagro alguno auténtico en su favor.
El
Papa.
La
Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo, porque en
ella está el Papa.
El
Papa es el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo
en la tierra.
Jesucristo
dijo a San Pedro:
“Tú
eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella”.
“Y
a ti te daré las llaves de los cielos; y todo lo que ligares en la
tierra, ligado será en los cielos y todo lo que desatares en la
tierra será también desatado en los cielos”. (SAN
MATEO,
XVI, 18 y 19).
Con
estas palabras Jesucristo constituye a Pedro cimiento y jefe supremo
de su Iglesia.
La
Iglesia debe existir hasta el fin del mundo; luego las prerrogativas
de Pedro han de pasar a sus sucesores hasta el fin del mundo.
La
Iglesia no puede estar fuera de su cimiento.
El
cimiento de la Iglesia es Pedro y sus sucesores.
Luego
donde están Pedro y sus sucesores allí está la Iglesia.
Legítimos
Pastores de la Iglesia.
Los
legítimos Pastores de la Iglesia son el Papa y los Obispos unidos a
él.
El
Papa es el obispo de Roma, sucesor de San Pedro.
Los
Obispos son los sucesores de los Apóstoles.
Jesucristo
es el jefe principal o cabeza invisible de la Iglesia. Mas la
Iglesia, como sociedad perfecta y visible, debe tener un jefe
visible.
El
jefe visible en toda la Iglesia es el Papa quien representa a
Jesucristo en la tierra.
El
Obispo, con dependencia del Papa, es el jefe de su diócesis.
El
Obispo en la cura de almas se ayuda de los sacerdotes, y
principalmente de los párrocos.
El
Párroco con dependencia del obispo, es el jefe de su parroquia.
La
Iglesia docente.
El
Papa y los Obispos unidos a él, constituyen la
Iglesia docente.
La
Iglesia docente
ha recibido de Jesucristo la misión de enseñar
las verdades y las leyes divinas a todos los hombres.
Los
hombres reciben solamente de la Iglesia
docente
el conocimiento pleno
y seguro de
todo lo que es necesario saber para vivir cristianamente.
La
Iglesia docente,
al enseñarnos las verdades reveladas por Dios, no puede errar.
El
Papa solo, sin los Obispos, es infalible,
cuando, como Maestro de todos los cristianos, define doctrinas acerca
de la fe y costumbres.
En
todas las demás cosas el Papa no es infalible ni impecable.
La
infalibilidad del Papa no consiste en una revelación particular, ni
en una inspiración profética, sino en una asistencia divina que
preserva al Papa de todo error, cuando define las verdades reveladas.
Sin
la autoridad infalible del Jefe de la Iglesia, hubiera sido imposible
la unidad de fe y creencias.
Después
que Jesús subió a los cielos, cada cristiano hubiera entendido la
religión de Jesucristo a su modo, y no se sabría quién tendría la
razón.
Todos
vemos la diferencia de opiniones que hay sobre asuntos relativos al
orden natural.
Más
grande sería la diferencia
de opiniones
en las cosas referentes al orden sobrenatural.
El
cuerpo y alma de la Iglesia.
En
la Iglesia de Jesucristo se debe distinguir el cuerpo y el alma.
El
cuerpo de la Iglesia consiste en lo que tiene de visible y externo.
El
alma de la Iglesia consiste en lo interno y espiritual, especialmente
en la gracia de Dios.
Miembros
vivos de la Iglesia son todos los fieles que están en gracia de
Dios.
Miembros
muertos de la Iglesia son los fieles que están en pecado mortal.
Toda
persona que está en gracia de Dios pertenece al alma de la verdadera
Iglesia de Jesucristo.
Los
fieles católicos que están en pecado mortal pertenecen al cuerpo de
la Iglesia católica, pero no al alma.
Los
que no son católicos externamente, sin culpa suya, por no conocer la
religión católica, pero aman a Dios y le sirven como saben y
pueden, tienen la gracia de Dios, y pertenecen al alma de la Iglesia
católica.
Nadie
puede salvarse fuera de la Iglesia católica, esto es, no hay
salvación para quien muere sin pertenecer al alma de la Iglesia
católica.
Importancia
del noveno artículo del Credo.
Este
artículo del Credo es en cierta manera el más importante de todos.
La
autoridad infalible de la Iglesia es la que nos asegura que las
Sagradas Escrituras, el Evangelio y las verdades contenidas en el
símbolo mismo, son reveladas por Dios.
Además,
la Sagrada Escritura puede ser entendida de maneras muy diversas. De
ahí la necesidad de que haya una autoridad infalible que las
interprete rectamente.
Creemos
a la Iglesia católica, porque ella tiene todos los caracteres
necesarios que demuestran su divina institución.
Por
consiguiente, ella es nuestra maestra y guía para que podamos
alcanzar la eterna salvación.
Debemos,
pues, obedecer a la Iglesia.
Nuestro
Señor Jesucristo dijo a sus Apóstoles:
“El
que a vosotros oye, a Mí me oye; el que a vosotros desprecia, a Mí
me desprecia.
El
que no oye a la Iglesia, sea tenido como gentil y publicano”.
La
comunión de los Santos.
La
Comunión de los Santos es
la comunicación de bienes espirituales entre los fieles que están
en gracia de Dios.
La
palabra comunión
significa comunicación.
La
palabra santos
significa los fieles que están en gracia de Dios.
Bienes
espirituales son
la gracia, oraciones y demás buenas obras.
Los
fieles que están en gracia de Dios son miembros vivos de un mismo
Cuerpo Místico, del cual es cabeza N. S. Jesucristo.
En
un cuerpo la cabeza deja sentir su influencia en todos los miembros,
y los bienes de uno son bienes de los demás.
La
Comunión de los Santos se extiende también a las Iglesias
Triunfante y Purgante.
Nosotros
nos encomendamos a los Santos del Cielo y podemos aliviar a las almas
del Purgatorio.
Los
Santos del Cielo ruegan a Dios por nosotros y por las almas del
Purgatorio.
Los
que están en pecado mortal participan solamente de los bienes
externos del culto y de las plegarias de los justos para obtener el
perdón.
Tesoro
de la Iglesia.
El
tesoro de la Iglesia está
formado por la parte propiciatoria, impetratoria y satisfactoria de
las obras buenas hechas por los justos.
Toda
obra buena hecha en gracia de Dios es meritoria, propiciatoria,
impetratoria y satisfactoria.
Meritoria:
hace ganar méritos y premios para el Cielo.
Propiciatoria:
aplaca la divina justicia.
Impetratoria:
consigue gracias del Señor.
Satisfactoria:
satisface la pena temporal debida por los pecados.
La
parte meritoria es del que practica la obra buena: no se puede ceder.
Las
otras partes se pueden ceder: con ellas se forma el tesoro de la
Iglesia.
Mérito
de las obras buenas.
Las
obras buenas por razón del mérito pueden ser vivas, muertas y
mortificadas.
Vivas,
son las que se hacen en gracia de Dios.
Mientras
dura la gracia de Dios son dignas de mérito y de premio eterno.
Muertas,
son las que se hacen en pecado mortal.
Nunca
tendrán mérito ni premio.
¡Cuán
triste cosa es vivir en pecado mortal! En tal estado, aunque se
hagan obras muy buenas, no se conseguirá por ellas premio alguno en
la eternidad.
No
obstante, cuantas más buenas obras hace un pecador, más fácil es
que consiga la gracia de la conversión.
Mortificadas,
son las obras buenas hechas en gracia de Dios, si sobreviene el
pecado mortal.
Mientras
dura el pecado mortal son como muertas; pero, si se recobra la gracia
de Dios, son de nuevo vivas.
Para
que las obras buenas sean meritorias, deben hacerse con la recta
intención de agradar a Dios.
Las
obras buenas no tienen todas el mismo mérito, sino que unas son
mucho más meritorias que otras; y aún puede suceder que una sola
tenga más mérito que muchas otras juntas.
Las
obras buenas pueden ser obligatorias
y
no obligatorias o
supererogatorias.
Obligatorias,
son
las que están mandadas bajo pena de culpa, como oír Misa en los
días festivos.
Supererogatorias,
las que no son de obligación, como el oír Misa diariamente.
Las
obras buenas más recomendadas por Dios en la Sagrada Escritura son:
1º-
la oración, o sea los actos relativos al culto divino, como la Santa
Misa, etc.
2º-
el ayuno o las obras de mortificación.
3º-
la limosna, o las obras de caridad y misericordia.
Las
verdaderas riquezas son las obras buenas hechas en gracia de Dios.
La
magnitud del galardón debe excitarnos a practicar muchas buenas
obras.
Una
buena obra y el menor acto de virtud es cosa más grande y gloriosa
que todas las hazañas de los más célebres conquistadores, que las
negociaciones más importantes y que la conquista o el gobierno de un
imperio.
La
fe nos lo enseña y la razón misma lo convence, porque todo esto no
es más que la gloria de la criatura, mientras que las buenas obras y
los actos de virtud procuran la gloria del Criador.
De
aquí es menester inferir que no hay ninguna comparación, ninguna
proporción entre lo uno y lo otro.
Esta
verdad bien comprendida ¡qué alientos infunde en las almas buenas
para practicar todas aquellas obras que pueden contribuir a la gloria
de Dios! ¡Qué fervor en todos los ejercicios de piedad! ¡Qué
desprecio de todo lo que no es Dios, ni dice relación de su gloria!
Cuando
leo en el Evangelio que no quedará sin premio un vaso de agua fría
dado a un pobre, digo para mí: pues ¿qué será de otras infinitas
buenas obras de más importancia que me son fáciles, si las hago por
Dios, el cual me promete en recompensa un bien infinito por una
eternidad?
Peso
despacio estas tres cosas: un bien infinito, una eternidad y una
acción de un instante que tan fácil me es, y quedo sorprendido al
ver mi ceguedad: ¿no debería dedicarme sin tregua a aprovechar
cuidadosamente todos los instantes de mi vida para emplearlos en
buenas obras? ¡Un bien infinito por tan poca cosa! ¡Una
bienaventuranza eterna por un momento tan breve de trabajo!
Poco
después de haber muerto una persona muy piadosa, se apareció
radiante de gloria a otra, y le dijo:
“Soy
sumamente feliz; pero, si algo pudiera desear, sería el volver a la
vida y padecer mucho, a fin de merecer más gloria”; añadiendo,
que quisiera padecer hasta el día del juicio todos los dolores que
había padecido durante su última enfermedad, para lograr solamente
la gloria que corresponde al mérito de una sola Ave María.
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