Día 5
Según
la palabra de San Francisco de Sales: “Dios bosqueja á sus Santos
sobre el Tabor, pero no los perfecciona sino en el Calvario”, y en
Margarita María, más que en ninguna otra alma debía verificarse
eso; en efecto, Nuestro Señor tuvo cuidado de instruirla por sí
mismo. Algún tiempo despues de la profesión, le mostró una
grande cruz toda cubierta de flores, asegurándola que poco á poco
esas flores caerían quedando solo las espinas. Nada podía ser más
agradable á esta amante del dolor como semejante anuncio hecho por la
boca de la Verdad misma. Se preparó, pues, y á medida que la
palabra de Nuestro Señor se cumplía, ella besaba con más ardor
esas bienaventuradas espinas, prendas del amor de su Salvador.
La
hermana Margarita María desempeñó todos los empleos de la
religión, excepto el cargo de Superiora y el oficio de portera. La
fé le hacía mirar á Dios presente en todas partes; sin embargo,
ninguna ocupación le era tan dulce como la de cantar sus alabanzas
en el divino oficio. Privada á menudo de este consuelo con
frecuentes extinciones de voz, la Bienaventurada se anonadaba
entonces profundamente por el sentimiento de su bajeza, adorando á Dios con un silencio lleno de amor. Una noche mientras maitines,
Margarita María se unía así de corazón y de espíritu al Te Deum
que cantaban todas sus hermanas. Abismada en la atención santa que
tenía á las palabras del oficio, apercibe súbitamente una luz
divina que venía á posarse entre sus brazos bajo la figura de un
niño, hermoso como el sol. Le hizo sentir mil suavidades
interiores; pero temerosa que fuese un ángel de Satanás, le dijo:
“¡Si sois Vos, Dios mio, haced que cante vuestras alabanzas!” Al
momento la sierva de Dios recobró la voz y se puso a cantar
fervorosamente, sin que las redobladas caricias del Santo Niño Jesús
la distrajesen de la atención que tenía al rezo. Agradó eso tanto á Nuestro Señor, que le dijo: “He querido probar por qué motivo
tú recitabas mis alabanzas; si hubieses estado un momento menos
atenta á ellas, yo me hubiera retirado”. En otra ocasión fué la
Santísima Virgen la que visitó á la Bienaventurada, honrándola
hasta el extremo de darle a su divino Hijo para que lo llevase en sus
brazos, entregándoselo con estas palabras: “Este es Aquel que te
enseñará lo que debes hacer”.
Repetir
todas las palabras interiores que Margarita María escuchó de los
lábios de su adorable Maestro, citar cada una de las visiones
admirables con que fué favorecida sería imposible. Su vida entera
no es más que un tejido de favores sobrenaturales, encadenados unos á otros con una maravillosa y divina prodigalidad. En efecto, antes
de llegar á las grandes revelaciones de su Sagrado Corazón ¿por
cuántas comunicaciones íntimas no se había ya manifestado este
adorable Corazón á su humilde sierva? Pero el tiempo de la misión
especial de la Bienaventurada se acercaba, era el año 1673.
Hallándose delante del Santísimo Sacramento, Nuestro Señor se le
apareció, y, descubriéndole su Corazón de una manera inefable, le
dijo: “Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los
hombres y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí
mismo las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame
por tu medio”.
Algún
tiempo despues, un día que la Comunidad se ocupaba en la labor
comun del cáñamo, y que segun su costumbre se había ido la
Bienaventurada a trabajar en un pequeño pátio contíguo al Coro de
las religiosas, a fin de estar más cerca del Santísimo Sacramento,
se le apareció de nuevo el Corazón de Jesús. Estaba rodeado de
Serafines que cantaban en admirable concierto:
El
amor triunfa, el amor goza.
El
amor del Sagrado Corazón regocija.
Los
bienaventurados Espíritus invitaron a Margarita María a cantar con
ellos. Detenida por el sentimiento de su indignidad, no se atrevió a
hacerlo; entonces estos gloriosos habitantes del Cielo le propusieron
una asociación y fué prometerle que ellos ocuparían siempre su
puesto delante del Santísimo Sacramento pidiéndole en retorno les
diese parte en su amor paciente. Desde ese tiempo la Bienaventurada
cuando oraba, no daba otro nombre a los ángeles, que sus divinos
asociados.
Vemos
ya a Margarita María encargada de hacer conocer el amor y el Corazón
de su Dios a los hombres. Muy pronto lo será también de decirles
sus sufrimientos y llamarlos a la reparación. En una ocasión,
Nuestro Señor se quejaba a ella (pero con acentos de desgarradora
tristeza), de la ingratitud inmensa de sus criaturas, diciéndole que
esta frialdad le era más sensible que todo lo que había sufrido en
su Pasión, “pues, añadió, si ellos correspondiesen algo a mi
amor, yo consideraría como nada lo que he hecho por ellos… tú, al
menos, prosiguió el Salvador, dame este consuelo de suplir cuanto
puedas a su ingratitud.” Para eso, la mandó arrostrara todas las
humillaciones, y le recibiese en la sagrada Comunión, los primeros
viernes de cada mes; Luego le advirtió que la haría participar
todas las noches del jueves al viernes, de la mortal tristeza que El
quiso sentir en el Huerto de los Olivos, ordenándola se levantase de
once á doce de la noche y postrada con el rostro pegado a la tierra,
apaciguara la justicia de su Padre irritada contra los pecadores.
Tal
es el origen santificante de la práctica conocida bajo el nombre de Hora Santa.
La
Bienaventurada comunicó todo a su Superiora, sin cuyo consentimiento
no quería Nuestro Señor que se rindiese á sus más formales
mandatos. La madre de Saumaise, así que la hubo escuchado, la
humilló cuanto pudo, lo cual fue para la Sierva de Dios un placer y
alegría inexplicables.
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