domingo, 11 de octubre de 2015

VIDA DE LA BIENAVENTURADA MARGARITA MARÍA V

Día 5


Según la palabra de San Francisco de Sales: “Dios bosqueja á sus Santos sobre el Tabor, pero no los perfecciona sino en el Calvario”, y en Margarita María, más que en ninguna otra alma debía verificarse eso; en efecto, Nuestro Señor tuvo cuidado de instruirla por sí mismo. Algún tiempo despues de la profesión, le mostró una grande cruz toda cubierta de flores, asegurándola que poco á poco esas flores caerían quedando solo las espinas. Nada podía ser más agradable á esta amante del dolor como semejante anuncio hecho por la boca de la Verdad misma. Se preparó, pues, y á medida que la palabra de Nuestro Señor se cumplía, ella besaba con más ardor esas bienaventuradas espinas, prendas del amor de su Salvador.

La hermana Margarita María desempeñó todos los empleos de la religión, excepto el cargo de Superiora y el oficio de portera. La fé le hacía mirar á Dios presente en todas partes; sin embargo, ninguna ocupación le era tan dulce como la de cantar sus alabanzas en el divino oficio. Privada á menudo de este consuelo con frecuentes extinciones de voz, la Bienaventurada se anonadaba entonces profundamente por el sentimiento de su bajeza, adorando á Dios con un silencio lleno de amor. Una noche mientras maitines, Margarita María se unía así de corazón y de espíritu al Te Deum que cantaban todas sus hermanas. Abismada en la atención santa que tenía á las palabras del oficio, apercibe súbitamente una luz divina que venía á posarse entre sus brazos bajo la figura de un niño, hermoso como el sol. Le hizo sentir mil suavidades interiores; pero temerosa que fuese un ángel de Satanás, le dijo: “¡Si sois Vos, Dios mio, haced que cante vuestras alabanzas!” Al momento la sierva de Dios recobró la voz y se puso a cantar fervorosamente, sin que las redobladas caricias del Santo Niño Jesús la distrajesen de la atención que tenía al rezo. Agradó eso tanto á Nuestro Señor, que le dijo: “He querido probar por qué motivo tú recitabas mis alabanzas; si hubieses estado un momento menos atenta á ellas, yo me hubiera retirado”. En otra ocasión fué la Santísima Virgen la que visitó á la Bienaventurada, honrándola hasta el extremo de darle a su divino Hijo para que lo llevase en sus brazos, entregándoselo con estas palabras: “Este es Aquel que te enseñará lo que debes hacer”.

Repetir todas las palabras interiores que Margarita María escuchó de los lábios de su adorable Maestro, citar cada una de las visiones admirables con que fué favorecida sería imposible. Su vida entera no es más que un tejido de favores sobrenaturales, encadenados unos á otros con una maravillosa y divina prodigalidad. En efecto, antes de llegar á las grandes revelaciones de su Sagrado Corazón ¿por cuántas comunicaciones íntimas no se había ya manifestado este adorable Corazón á su humilde sierva? Pero el tiempo de la misión especial de la Bienaventurada se acercaba, era el año 1673. Hallándose delante del Santísimo Sacramento, Nuestro Señor se le apareció, y, descubriéndole su Corazón de una manera inefable, le dijo: “Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame por tu medio”.
Algún tiempo despues, un día que la Comunidad se ocupaba en la labor comun del cáñamo, y que segun su costumbre se había ido la Bienaventurada a trabajar en un pequeño pátio contíguo al Coro de las religiosas, a fin de estar más cerca del Santísimo Sacramento, se le apareció de nuevo el Corazón de Jesús. Estaba rodeado de Serafines que cantaban en admirable concierto:
El amor triunfa, el amor goza.
El amor del Sagrado Corazón regocija.





Los bienaventurados Espíritus invitaron a Margarita María a cantar con ellos. Detenida por el sentimiento de su indignidad, no se atrevió a hacerlo; entonces estos gloriosos habitantes del Cielo le propusieron una asociación y fué prometerle que ellos ocuparían siempre su puesto delante del Santísimo Sacramento pidiéndole en retorno les diese parte en su amor paciente. Desde ese tiempo la Bienaventurada cuando oraba, no daba otro nombre a los ángeles, que sus divinos asociados.

Vemos ya a Margarita María encargada de hacer conocer el amor y el Corazón de su Dios a los hombres. Muy pronto lo será también de decirles sus sufrimientos y llamarlos a la reparación. En una ocasión, Nuestro Señor se quejaba a ella (pero con acentos de desgarradora tristeza), de la ingratitud inmensa de sus criaturas, diciéndole que esta frialdad le era más sensible que todo lo que había sufrido en su Pasión, “pues, añadió, si ellos correspondiesen algo a mi amor, yo consideraría como nada lo que he hecho por ellos… tú, al menos, prosiguió el Salvador, dame este consuelo de suplir cuanto puedas a su ingratitud.” Para eso, la mandó arrostrara todas las humillaciones, y le recibiese en la sagrada Comunión, los primeros viernes de cada mes; Luego le advirtió que la haría participar todas las noches del jueves al viernes, de la mortal tristeza que El quiso sentir en el Huerto de los Olivos, ordenándola se levantase de once á doce de la noche y postrada con el rostro pegado a la tierra, apaciguara la justicia de su Padre irritada contra los pecadores.
Tal es el origen santificante de la práctica conocida bajo el nombre de Hora Santa.
La Bienaventurada comunicó todo a su Superiora, sin cuyo consentimiento no quería Nuestro Señor que se rindiese á sus más formales mandatos. La madre de Saumaise, así que la hubo escuchado, la humilló cuanto pudo, lo cual fue para la Sierva de Dios un placer y alegría inexplicables.

















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