domingo, 11 de octubre de 2015

VIDA DE LA BIENAVENTURADA MARGARITA MARÍA IV

Día 4



A los dos meses de haber entrado en el monasterio, es decir, el 25 de Agosto de 1671, fiesta de San Luis, rey de Francia, Margarita vistió el santo hábito de la Orden de la Visitación. Con el velo de novicia, recibió el nombre de Margarita María. Ese día Nuestro Señor le prodigó innumerables consuelos diciéndole, que era el tiempo de sus divinos desposorios y prometiéndole que estas celestiales dulzuras serían su herencia durante todo el noviciado. El generoso amor de la novicia se alarmó al punto. ¿No tener que sufrir nada por aquel que amaba tanto? … Pero muy pronto reconoció que en las cosas de Dios, la cruz no es incompatible con las alegrías del espíritu, y esto la tranquilizó. En efecto, colmada de gracias extraordinarias por el Salvador, la hermana Margarita María fue por lo mismo tratada severamente por sus superioras. Queriendo estas convencerse de si el espíritu que la animaba era bueno o sospechoso, la sacaban con frecuencia de los ejercicios espirituales, mortificando su grande atractivo hacia la contemplación, y enviándola a barrer en lugar de hacer oración. Humilde y risueña, la fervorosa novicia se iba entonces a sus modestas y penosas ocupaciones, gozando en todas partes la presencia de su Dios, cantando alegre el ingenuo estribillo que ella había compuesto:
Cuanto más mi amor impugnan,
Más, Jesús, tu amor me inflama,
Y aunque por mi amor me aflijan
De mi amor nadie me aparta.
¡Oh corazón de mi Amor!
Víctima de amor mi alma,
Cuanto más sufra amor mío,
Más de amor será inundada.


La comunidad, aunque edificadísima de la constante virtud de esta joven hermana, no dejaba de preguntarse si sería llamada a la Visitación, donde los Santos fundadores no quieren nada extraordinario. Por tanto, se juzgó necesario diferir su recepción definitiva, y la hermana Margarita María tuvo el dolor de ver retrasarse su profesión. “¡Ah!” decía a Nuestro Señor, “¿seréis vos la causa de que me despidan?” y el Divino Maestro le respondió: “Di a tu superiora que nada tiene que temer en recibirte, que Yo respondo por ti, y si me cree solvente, seré tu fiador” La madre de Saumaise (era entonces la que gobernaba el monasterio de Paray en 1672) exigió por prueba de esta divina caución que Nuestro Señor hiciese a la hermana Margarita útil a la religión. Nuestro Señor lo prometió a su bienaventurada sierva, añadiendo que lo haría, pero de una manera que hasta entonces Él solo conocía. Tranquilizadas las superioras con esta seguridad, fijaron la profesión de la novicia al 6 de Noviembre.
Había entonces en el monasterio una pollina con su borriquillo. La maestra tenía encargado a las novicias el cuidado de que estos animales no hiciesen estragos en la huerta. La hermana Margarita María creyó que su retiro de profesión no la dispensaba de esta obediencia, de suerte que empleaba todas las horas libres corriendo tras de la burra y el borriquillo. ¡pero que grande recompensa le tenía reservada su Divino Esposo! Allí, en el humilde bosque de avellanos donde cuidaba a estos animales, se le aparecía y le hablaba. En este mismo lugar se dignó también revelarle los misterios de amor y sufrimientos de su Pasión. Así es que la Bienaventurada decía que aquel bosque era un “sitio de gracias para ella.”



El día de su profesión (6 de noviembre de 1672) Margarita María trazó bajo el dictado del divino Maestro, la línea de conducta a que debía ceñirse toda la vida sin faltar a ella un solo día. Este plan de santidad terminaba con esta humilde pero animosa divisa, escrita toda y firmada con su sangre: “Todo de Dios y nada mío. Todo para Dios y nada para mí. Todo por Dios y nada por mí.” Nuestro Señor le había dicho poco antes: “Aquí tienes la llaga de mi costado para hacer tu morada actual y eterna.” Entró, pues, en esa misteriosa morada, sumergiéndose cada día más en ella, esperando el momento en que por orden de su Dios, enseñase a todas las almas la santa ciencia de habitar y vivir en el Sagrado Corazón de Jesús.















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