Día 4
A
los dos meses de haber entrado en el monasterio, es decir, el 25 de
Agosto de 1671, fiesta de San Luis, rey de Francia, Margarita vistió
el santo hábito de la Orden de la Visitación. Con el velo de
novicia, recibió el nombre de Margarita María. Ese día Nuestro
Señor le prodigó innumerables consuelos diciéndole, que era el
tiempo de sus divinos desposorios y prometiéndole que estas
celestiales dulzuras serían su herencia durante todo el noviciado.
El generoso amor de la novicia se alarmó al punto. ¿No tener que
sufrir nada por aquel que amaba tanto? … Pero muy pronto reconoció
que en las cosas de Dios, la cruz no es incompatible con las alegrías
del espíritu, y esto la tranquilizó. En efecto, colmada de gracias
extraordinarias por el Salvador, la hermana Margarita María fue por
lo mismo tratada severamente por sus superioras. Queriendo estas
convencerse de si el espíritu que la animaba era bueno o sospechoso,
la sacaban con frecuencia de los ejercicios espirituales,
mortificando su grande atractivo hacia la contemplación, y
enviándola a barrer en lugar de hacer oración. Humilde y risueña,
la fervorosa novicia se iba entonces a sus modestas y penosas
ocupaciones, gozando en todas partes la presencia de su Dios,
cantando alegre el ingenuo estribillo que ella había compuesto:
Cuanto
más mi amor impugnan,
Más,
Jesús, tu amor me inflama,
Y
aunque por mi amor me aflijan
De
mi amor nadie me aparta.
¡Oh
corazón de mi Amor!
Víctima
de amor mi alma,
Cuanto
más sufra amor mío,
Más
de amor será inundada.
La
comunidad, aunque edificadísima de la constante virtud de esta joven
hermana, no dejaba de preguntarse si sería llamada a la Visitación,
donde los Santos fundadores no quieren nada extraordinario. Por
tanto, se juzgó necesario diferir su recepción definitiva, y la
hermana Margarita María tuvo el dolor de ver retrasarse su
profesión. “¡Ah!” decía a Nuestro Señor, “¿seréis vos la
causa de que me despidan?” y el Divino Maestro le respondió: “Di
a tu superiora que nada tiene que temer en recibirte, que Yo respondo
por ti, y si me cree solvente, seré tu fiador” La madre de
Saumaise (era entonces la que gobernaba el monasterio de Paray en
1672) exigió por prueba de esta divina caución que Nuestro Señor
hiciese a la hermana Margarita útil a la religión. Nuestro Señor
lo prometió a su bienaventurada sierva, añadiendo que lo haría,
pero de una manera que hasta entonces Él solo conocía.
Tranquilizadas las superioras con esta seguridad, fijaron la
profesión de la novicia al 6 de Noviembre.
Había
entonces en el monasterio una pollina con su borriquillo. La
maestra tenía encargado a las novicias el cuidado de que estos
animales no hiciesen estragos en la huerta. La hermana Margarita
María creyó que su retiro de profesión no la dispensaba de esta
obediencia, de suerte que empleaba todas las horas libres corriendo
tras de la burra y el borriquillo. ¡pero que grande recompensa le
tenía reservada su Divino Esposo! Allí, en el humilde bosque de
avellanos donde cuidaba a estos animales, se le aparecía
y le hablaba. En este mismo lugar se dignó también revelarle los
misterios de amor y sufrimientos de su Pasión. Así es que la
Bienaventurada decía que aquel bosque era un “sitio de gracias
para ella.”
El
día de su profesión (6 de noviembre de 1672) Margarita María trazó
bajo el dictado del divino Maestro, la línea de conducta a que debía
ceñirse toda la vida sin faltar a ella un solo día. Este plan de
santidad terminaba con esta humilde pero animosa divisa, escrita toda
y firmada con su sangre: “Todo de Dios y nada mío. Todo para Dios
y nada para mí. Todo por Dios y nada por mí.” Nuestro Señor
le había dicho poco antes: “Aquí tienes la llaga de mi costado
para hacer tu morada actual y eterna.” Entró, pues, en esa
misteriosa morada, sumergiéndose cada día más en ella, esperando
el momento en que por orden de su Dios, enseñase a todas las almas
la santa ciencia de habitar y vivir en el Sagrado Corazón de Jesús.
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