lunes, 31 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - CLAUSURA

DIA DE CLAUSURA




Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.



SIETE OFRECIMIENTOS
De la Preciosa Sangre


1° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro amado Hijo y Nuestro Divino Redentor, por la propagación y exaltación de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única y verdadera fuera de la cual no hay salvación, por la expansión de la Fe en todo el orbe.
En seguida se dirá un Gloria Patri, etc. y después la siguiente jaculatoria
Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.


2° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro amado Hijo y mi divino Redentor, por la paz y concordia entre los gobiernos católicos, por la humillación de los enemigos de la santa fe y por la felicidad del pueblo cristiano.
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.


3° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro amado Hijo y mi divino Redentor, por que se reconozcan y arrepientan los incrédulos, sean extirpadas todas las herejías y convertidos los pecadores.
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.


4° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro amado Hijo y mi divino Redentor, por todos mis parientes, amigos y enemigos, por los pobres, enfermos y atribulados y por todos los que Vos sabéis que debo pedir y Vos queréis que pida.
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.


5° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro amado Hijo y mi divino Redentor, por todos los que hoy pasaren a la otra vida, a fin de que los libréis de las penas del infierno, y los pongáis lo más pronto posible en posesión de vuestra gloria
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.


6° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro amado Hijo y mi divino Redentor, por todos aquellos que son devotos de este gran tesoro de vuestra Sangre, por los que están unidos conmigo para adorarla y honrarla, y finalmente por los que trabajan en propagar esta devoción.
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.


7° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro amado Hijo y mi divino Redentor, por todas mis necesidades espirituales y temporales, en sufragio de las animas benditas del Purgatorio, y particularmente de las que han sido más devotas del precio de nuestra Redención y de los dolores y penas de vuestra amada Madre María Santísima.
Un Gloria Patri, etc. Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado. Un Pater Noster, Ave Maria y Gloria.


Ofrecimiento
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia! yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que continuamente estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


INVOCACIONES
A la Preciosa Sangre de Nuestro Señor


Sangre Preciosa, por mi amor vertida.
Sangre de mi Dios, noble, excelsa y rica.
Sangre Redentora, vida de mi vida.
Sangre derramada, por las culpas mías.
Sangre rubicunda, de estima infinita.
Sangre del costado, en la cruel herida.
Sangre consagrada, en hostia pacífica.
Sangre con que aplacas, tu justísima ira.
Sangre con que borraste, la escritura antigua.
Sangre que te ofreces, por quien más te pisa.
Sangre que llorando, mi Jesús vertía.
Sangre que en lágrimas, hilo a hilo corría.
Sangre que te viste, de hombres abatida.
Sangre que brotaron, agudas espinas.
Sangre que arrastrada, fuiste y escupida.
Sangre que vertieron, manos atrevidas.
Sangre dulce y suave, humana y divina.
Sangre que nutrió la dulce María.
Sangre de mi alma, Sangre de mi vida.
Sangre siempre pronta, a curar heridas.
Sangre en que se funda, la esperanza mía.
Sangre encendedora, de las almas tibias.
Sangre que haces fuerte, al que en ti medita.


- Purifica mi alma de toda malicia.

Purifica mi alma de toda malicia.







V: Adorámoste Preciosa Sangre y te bendecimos
R: Porque en la Cruz santa redimiste al mundo


ORACION




Omnipotente y sempiterno Dios, que con la Sangre de tu Hijo quisiste ser aplacado y que nosotros fuésemos redimidos, rogámoste que nos concedas de tal suerte hacer memoria del precio de nuestra salvación, que podamos en esta vida conseguir el perdón y en la eternidad, el premio de la gloria, por el mismo Jesucristo Señor nuestro, tu Hijo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amen


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.











MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 30

DÍA TRIGÉSIMO




Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


La devoción a la Sangre de Jesús conduce al paraíso
 3.

I. ¿Nos salvaremos o nos condenaremos? Este pensamiento no pocas veces perturba el corazón del cristiano. Para alejar de nosotros tal perturbación es menester que sigamos el consejo de San Pablo: "Hermanos míos, dice, tened confianza en la Sangre de Jesús, en que por ella entraréis al reino de los bienaventurados”. Pongamos toda nuestra esperanza en la Sangre Preciosa, seamos verdaderos devotos suyos, y tendremos segura entrada al paraíso. 


II.  Toda gracia, como nos asegura San Alfonso, y la misma perseverancia final, no se obtiene sino con la oración; y para que ésta sea eficaz, dice el beato Simón de Cascia, debe ir rociada de la Sangre Preciosa. Además, a fin de detestar el pecado, es medio eficacísimo la meditación, especialmente la de la Pasión, dice el ya citado doctor San Alfonso; pues al pensar, escribe Santo Tomás, que un Dios ha muerto por amor a nosotros y que para redimirnos de la culpa ha derramado su Sangre, no puede menos que empujarnos a odiar aquella y amar a quien tanto nos ha amado. Por consiguiente, la devoción a la Preciosa Sangre, haciéndonos dejar el pecado y perseverar en la divina gracia, nos conducirá seguramente a la salud eterna.


III. Al beato Enrique Susone se le apareció el alma de su madre, coronada de gloria celestial. Después haber ella meditado por treinta años continuamente la Pasión de Jesús, un día mientras consideraba su deposición de la cruz, enfermó de puro dolor, y el Viernes Santo murió mártir de compasión hacia su Señor. En efecto, la devoción a la Preciosa Sangre es la vía segura que conduce al Cielo. San Juan lo dice claro: “Bienaventurados los que se lavan con la Sangre del Cordero divino: las puertas del paraíso les están abiertas a fin de que libremente entren”. Todos los que están en el paraíso, allí han llegado por haberse lavado y purificado con la Sangre Preciosa. Nutramos también nosotros una tierna devoción a la Preciosa Sangre, amemos el precio de nuestra redención, bañémonos en ella, frecuentando los Sacramentos y meditando cada día el amor con que Jesús entre duras penas la derramó; y de esa manera seguramente llegaremos al puerto de la eterna salvación.

Ejemplo: Santa Teresa, siendo de niña muy buena y piadosa, con la lectura de novelas y la conversación frecuente con una jovencita que siempre le hablaba de amoríos y vanidades, empezó a aficionarse a ellas. Pero mientras un día estaba en entretenida conversación con una persona a la cual tenía afecto, se le apareció Jesús, como cuando fue azotado, chorreando Sangre de todos lados; y ella, aunque quedó conmovida del todo ante aquella vista, sin embargo, no supo arrancar de su corazón aquel mundano afecto. Pero después contemplando una imagen de Jesús, todo llagado y ensangrentado, se sintió totalmente compungida; y meditando de continuo la Pasión de Jesús, no sólo comenzó a vivir virtuosamente, sino que llegó a muy sublimo estado de perfección. Jesús se le apareció muchas veces, especialmente en la hostia consagrada, ora, crucificado, ora coronado de espinas, ora manando Sangre, ora, habiendo ella comulgado, le hizo sentir la boca y la persona rociada de la Sangre Preciosa. Por lo cual, el divino amor tanto penetró en ella que, Él mismo, más bien que la enfermedad, la privó de la vida; y su alma, saliendo del cuerpo bajo la forma de una cándida paloma, junto con Jesús allí presente, voló al Cielo. Y sin embargo, en una visión que tuvo, le fue mostrado a Teresa un puesto preparado para ella en el Infierno. ¿Cómo entonces se libró de él? Recibiendo a menudo la Sangre Preciosa sacramentalmente en la comunión y místicamente en la meditación. Durante todo lo que nos queda de vida, honremos de esa manera también nosotros a la Sangre de Jesús; y con tal devoción viviremos santamente, y tendremos nosotros también la suerte de pasar de este mundo al parso para gozar eternamente de aquella incomprensible felicidad que Jesús nos ha merecido con la efusión de su Preciosísima Sangre.


Se medita y se pide lo que se desea conseguir


Obsequio: Pedid perdón a Jesús de las negligencias cometidas en este mes, y en compensación ofreced el corazón a quien os ha dado la Sangre.


Jaculatoria
Sangre Preciosa
Del Hombre Dios,
A ti consagro
Mi corazón.




Oración para este día


Dios mío y Salvador mío querido, ¿tendré yo la suerte feliz de ir al paraíso a ver Vuestra hermosa faz y a gozar de Vos por toda la eternidad? Ah! Con este fin me habéis criado, y con este fin habéis derramado toda Vuestra Sangre; pero yo me he vuelto indigno con tantos pecados. ¡Ea! Jesús mío, suplid Vos mi indignidad con Vuestra Sangre; por ella os ruego que ablandeis el corazón, me hagáis llorar y detestar mis culpas, me deis la perseverancia final, y me encendáis todo de Vuestro santo amor. No, no quiero ir al Infierno a blasfemar de Vos, sino que quiero ir al Cielo a bendeciros. Ya que me habéis dado vuestra Sangre; ¡ea! No me neguéis el paraíso. Sangre Preciosísima, vos me habéis conquistado la gloria celestial; luego ella es mía. Yo la quiero, y por eso prometo con vuestra ayuda no mas perderla con el maldito pecado. Quiero ser vuestro tierno devoto y entrañable amante. Quiero teneros siempre impresa en mi corazón y en mi mente, para que de vos rociado obtenga libre entrada en el bienaventurado reino; y así, después de haberos amado y bendecido en la tierra, pueda amaros y bendeciros eternamente en el Cielo.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.












viernes, 28 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 29


DÍA VIGÉSIMO NOVENO





Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


La devoción a la Sangre de Jesús preserva del Purgatorio
I. Para evitar el Purgatorio es menester purificarse en vida de toda mancha; y eso obra en nosotros la devoción a la Preciosa Sangre. Pues, recibida esta en los Sacramentos, nos borra todos los pecados; además, si somos deudores ante la justicia divina de pena aún no satisfecha por los pecados cometidos, por la misma Sangre se nos perdona aquella, mediante las indulgencias. Por esto, lávate en la Sangre divina, figurada en el agua con que Jesús purificó del polvo de las ligerezas los pies de los Apóstoles (San Buenaventura, suplemento al sermón 28 de Eucaristía, n. 164), y tendrás parte en el Reino de Dios, y te librarás del Purgatorio.


II. Nos enseña San Pablo que por la Sangre de Jesús, mediante la fe, fueron perdonados los pecados cometidos antes de la Redención. Por tanto los justos anteriores a la Pasión del Salvador (instruidos por las profecías), tuvieron fe en Él y su Sangre (Romanos III,25..Maatini, lugar citado). Ahora, dice Santo Tomás que cuando Jesús, después de muerto, bajó con su alma al Purgatorio, libró de aquella penosa cárcel a los que habían tenido fe y devoción para con su muerte. Lo que también sucede al presente (Santo Tomás, p. III, L, .55, a. 8). Por esto Zacarías dice en sus profecías a Jesús: “Mediante tu Sangre, has hecho salir a los tuyos que estaban prisioneros, del lago que no tiene agua”, es decir, del Purgatorio, como lo explica San Buenaventura (Zacarías, IX, 11. San Buenaventura, Exposición de la misa, e. IV, en el memento de los muertos). Quien, por tanto, anhele una suerte tan feliz, sea devoto de la Preciosa Sangre.


III. La Iglesia, dice el seráfico doctor, por medio del celebrante ruega por los difuntos “creyendo firmemente que la Preciosa Sangre de Cristo sirve no sólo a los vivos, sino también para librar de las penas a los muertos” (Ibidem). Ofrezcamos, pues, esta Sangre en sufragio de ellos; con esta Sangre lavemos nuestras almas con la más tierna devoción, y así nos libraremos nosotros y libraremos a aquellos, del Purgatorio.


Ejemplo: La sierva de Dios, Ana de Jesús, terciaria de la Santísima Trinidad, rezaba siempre por su difunto marido delante de una cera bendita, que aquel acostumbraba a llevar consigo, y en el cual estaba estampado de un lado el Niño Jesús abrazado a la cruz, y del otro, los instrumentos de la Pasión. Un día, en medio del fervor de la oración, se le apareció el marido de rodillas, con la mitad del cuerpo entre las llamas, y con las manos juntas, en actitud de pedir misericordia. Vio después brotar de la imagen del Santo Niño una fuente de Sangre que cayendo sobre aquel fuego lo apagaba (Alejandro de la madre de Dios, crónica de los trinitarios descalzos, p. III, libro IX, c. 12). Con lo cual, el Señor le dio a conocer que su marido, por haber sido devoto de la Pasión, en virtud de la Sangre Preciosa, volvería pronto al Cielo. ¡Bienaventurados, pues, los devotos de la Preciosa Sangre! quines también después de la muerte, en el Purgatorio, experimentarán los favorables efectos de tan saludable devoción.


Se medita y se pide lo que se desea conseguir


Obsequio: Meditando las siete efusiones de la Sangre Preciosa, rezad treinta y tres Pater Noster por las ánimas del Purgatorio que en vida hayan sido mas devotas de las mismas; a fin de que no sólo con la oración, sino también aplicándoles las indulgencias anexas, podáis apostarles copioso sufragio .


Jaculatoria


Por vuestra Sangre,
Señor, las puertas
Del Cielo abridme
Cuando yo muera.


Oración para este día
Jesús mío, quien sabe cuántos años, tal vez cuántos siglos he merecido el Purgatorio! ¿Cómo podré estar tanto tiempo entre aquellas acerbísimas penas y en medio de aquel ardentísimo fuego? ¡Oh Sangre Preciosísima de mi Salvador, si vuestra devoción tanto sirve para librar del Purgatorio, o al menos para abreviar su duración, quiero dedicarme a ella por entero. Deseo a menudo embriagarme de Vos en los Sacramentos, ganar las indulgencia fundadas en Vuestro mérito y meditar las penas entre las cuales fuisteis derramada. ¡Ea! Purificadme Vos de toda mancha en esta vida, y abreviadme el Purgatorio. Sangre Preciosísima, tened compasión de las almas que allí están penando, ya que también por ellas habéis sido derramada. Apagad, pues, esas llamas que las devoran, y llevadlas pronto a bendeciros eternamente en el Cielo.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS




Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.


















jueves, 27 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 28

DÍAVIGÉSIMO OCTAVO





Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


Los devotos de la Preciosa Sangre serán confortados por Jesús a la hora de la muerte.

I. Terrible es la condición del moribundo. Él es atormentado de acerbos dolores en el cuerpo y de crueles angustias en el alma, sin que nadie en el mundo le pueda aportar alivio alguno. Jesús crucificado no abandona en tal estado a sus devotos sino que compasivo los socorre. “¿Puede, él mismo dice, olvidarse una madre de su hijo? Y aunque tal sucediese, yo no me olvidaré de ti, teniéndote escrito en mis manos con letras impresas por mi propia Sangre", añade San Alfonso (Isaías, XLIX, 15, 16. San Alfonso, Práctica de amor a Jesús, c. III, n. 13). ¡Oh afortunado moribundo devoto de la Sangre Preciosa! Estando en las manos del Señor, las angustias de la muerte ciertamente no te acosarán, como te lo asegura el propio Espíritu Santo (Sabiduría, III, 1). Si anhelas una tal muerte, oh cristiano, sé amante de la Preciosa Sangre.

II. Jesús agonizó en la cruz, entre los más acerbos desmayos derramando Sangre a cada momento, por los clavos, que cada vez más le destrozaban las manos y los pies, y por las espinas, que a cada movimiento de cabeza le abrían nuevamente las heridas. Quiso Él sufrir tan amarga agonía, y derramar en ella tanta Sangre, para obtenernos ayuda a nosotros en el trance de la muerte. Por esto, con verdad podemos decir con el salmista: “Cuando me halle próximo a morir, no temeré los males que me rodearán; pues tu sangrienta pasión, oh Señor, será mi sostén y mi consuelo en aquel extremo trance” (Si caminare en medio de las sombras de la muerte, tu vara y tu báculo me consolarán. Salmo XXII. Vara, es decir, la cruz de Cristo; báculo, es decir, el misterio de la cruz. San Agustín, Sermón de Cataclismo c. V, y Sermón 197 de Domínica I después de Trinidad, c. II). Ante tal consideración, ¿quién no se sentirá penetrado de amor hacia un Dios que en medio de las más atroces penas, perdió la vida por librarnos a nosotros de una angustiosa agonía, y volvernos dulce la muerte? ¿Quién no se sentirá impelido a ser devoto de la Preciosa Sangre?

III. San Francisco Javier, muriendo abandonado de todos sobre una playa, halló sumo consuelo en aquel a quien tanto había amado, en el crucifijo, que apretaba entre las manos (Giussano, Vida del Santo). San Carlos Borromeo, que durante su vida había meditado a menudo las penas de Jesús en la pasión viendo al morir una imagen de Éste, se sintió de tal manera confortado, que fue obligado a exclamar: “¡Oh, qué alivio me aporta tan querida vista!” (Massei, Vida del Santo). Convertida Santa Jacinta Mariscotti se entregó por entero al amor del Crucificado, el cual le reveló la hora de su muerte; y ella abrazando cariñosamente el crucifijo, plácidamente expiró (Flaminio de Latera, Vida de la Santa). ¿Quién de nosotros no anhela auxilios especiales de Jesús en el trance de la muerte? Procurémonoslo, pues, siendo devotos de su Sangre meditando a menudo las penas en medio de las cuales fue derramada.

Ejemplo: Elena de Massimi, niña de trece años, a menudo prorrumpía en amargo llanto, al pensar en los dolores de Jesús; se embriagaba en su Sangre, recibiendo los santos sacramentos; y cuando le fue administrado el viático, se vio junto a ella a Jesús, que con su Sangre Divina roció toda el alma de ella; la cual fue vista por San Felipe Neri, entre coro de ángeles volar al cielo (Bacci, vida de San Felipe Neri, parte III c. II. n. 9.). ¡He aquí la hermosa muerte de quien ama la Sangre Preciosa!


Se medita y se pide lo que se desea conseguir

Obsequio. Rezad tres Pater Noster, Ave María y Gloria Patri a Jesús Crucificado, rogándole que por su Sangre os asista en vuestra agonía.

Jaculatoria
Por vuestra Sangre,
al alma mía,
Jesús, concédele,
dulce agonía.


ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Salvador mío crucificado, cuando yo menos piense, me hallaré en el lecho de muerte, quién sabe entre cuantos dolores, entre cuántas tentaciones, entre cuántas ansiedades y dudas sobre mi salvación eterna! ¿Quién podrá entonces conformarme? No mis parientes, ni mis amigos, ni cualquiera otra persona del mundo; solo vos, Redentor mío, podréis ayudarme en aquella extrema hora. Y sin embargo por amor de los hombres tantas veces os he ofendido a vos. Perdóname, oh Jesús, ya que en adelante quiero aborrecer al mundo para servir y amar solo a vos, Señor mío crucificado, Quiero siempre haceros compañía al pie de la cruz, pensando con tierna compasión en las penas entre las cuales en ella agonizasteis y derramasteis por mi vuestra Sangre; y vos, por esa Sangre Preciosa y por esa vuestra dolorosa agonía, asistidme, confortadme, salvadme a la hora de mi muerte.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.

V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.















miércoles, 26 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 27

DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO





Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


La Sangre de Jesús nos estimula a salvar nuestra alma

I. Mostrando Jesús a Santa Catalina de Siena, bajo hermosísimo semblante, el alma de una pecadora convertida, le dijo: “Mira que bella es; por eso yo trabajé tanto y derramé tanta Sangre por la salvación de las almas” (R. Raimundo de Capua, Vida de la Santa. Parte II, c. IV, n. 5). De hecho Jesús por salvar almas, anduvo predicando por ciudades y aldeas durante tres años consecutivos. Y, ¡oh! cuánto sufrió por lo extenso de los viajes, por no encontrar tantas veces alojamiento o comida, y, por la ingratitud de los mismos hombres, que lo injuriaban, ora lo querían apedrear o arrojar desde una peña, ora de otros modos lo perseguían (San Juan, IV, 6, 31. VIII, 48, 59. San Lucas, IV, 29). ¡Tanto se ha fatigado Jesús por la salvación de las almas, y nosotros hasta ahora no hemos hecho nada por salvar la nuestra! ¡Qué vergüenza! Procuremos pues, de hoy en adelante, de todas veras, salvar esta alma que ha costado a Jesús tantos trabajos y además el derramamiento de toda su Sangre.


II. Además sostuvo Jesús por la salvación de las almas, los más despiadados padecimientos. Se sometió a la cruelísima flagelación de miles de fieros azotes, se dejó perforar la cabeza con agudísimas espinas, y por último quiso ser clavado en la cruz, derramando en ella hasta la última gota de su Preciosa Sangre. ¡Oh cristiano! Si Jesús ha sufrido tanto por la salud de las almas, ¿cómo es que tú en poco estimas la tuya, y por desahogar viles pasiones la pierdes? ¿Por qué con tus escándalos arruinas también las almas de los otros? ¡Ea, piensa que de esa manera te haces reo de la Sangre de un Dios! Llora pues el error cometido, y repara el malhecho, con la penitencia y el buen ejemplo, si no quieres traer sobre ti los más terribles castigos divinos.
III. San Pablo nos exhorta a huir del vicio, porque hemos sido rescatados por Jesús, ha alto precio (Habéis sido comprados con gran precio. I Corintios, VI, 20); y San Pedro nos lo repite diciendo: “Vivid santamente, pues no habéis sido redimidos con oro ni plata, sino con la Sangre Preciosa” (Seréis santos, considerando que habéis sido redimidos con la Preciosa Sangre, I Carta, I, 16, 18, 19). Aprovechémonos, oh cristianos, del saludable aviso de los santos Apóstoles, los cuales más que un tierno padre, nos aman y desean nuestro bien. Pensemos seriamente en el valer  de nuestra alma, y atendamos con la mayor diligencia a salvarla; pues ella tiene un valor infinito, como que cuesta toda la Sangre de un Dios.


Ejemplo: Habiendo instituido San Francisco de Asís la Orden de los Menores, quiso que en ella se llevase una vida austera, especialmente los viernes, en memoria de la divina pasión. Vencido por tal rigor, uno de los religiosos, le pidió licencia para volver al siglo; pero el santo, animándolo a perseverar en la religión para bien de su alma, le hizo ver que esas austeridades eran una nonada en comparación con lo que Jesús padeció por nosotros. Más, despreciando aquél tales avisos, huyó del convento. Como San Francisco rezara por él, Jesús se le apareció en la calle, goteando de sus llagas fresca y roja Sangre, y le dijo: “mira cuánto he padecido por ti, ¿y tú nada queréis sufrir por tu salvación?” Todo compungido el religioso, y deshaciéndose en lágrimas, se volvió al santo que benignamente lo acogió, exhortándolo a recordar siempre la gracia singular que había recibido. Y en efecto teniendo aquél siempre presente la extraordinaria visión, cuidó con toda diligencia de la salvación de su alma (P. Angélico de Vicenza, Vida de San Francisco de Asís).
¡Ea! Procuremos también nosotros tener de continuo ante nuestros ojos a Jesús que derrama su sangre por salvar las almas, y de esa manera también nosotros cuidaremos con todo empeño de la propia salvación.


Se medita y se pide lo que se desea conseguir.


Obsequio. Resolveos a nutrir siempre una tierna devoción hacia la divina Sangre, especialmente lavándoos en ella frecuentando los sacramentos.






Jaculatoria


Salvar yo quiero


Alma tan noble,


Que Sangre cuesta


A un Dios Hombre.





ORACIÓN PARA ESTE DÍA


Amorosísimo Redentor, fijando mis ojos en vos, clavado en ese duro madero, bien conozco cuanto os cuesto. Aquellas acerbísimas penas, aquellas profundas llagas, aquella Sangre de infinito valor, son el precio que habéis pagado por el rescate de mi alma; ¿Y yo tampoco cuido de ella? ¿y la doy al demonio por una nonada, por un desahogo de vil pasión, por un deleite bestial? ¡Qué amargura, qué desprecio os aporto de esa manera! ¡Sangre Presiosísima, vos sois el precio de mi alma, y yo no la he estimado en nada, aún más, he hecho cuanto he podido por perderla!
¡Ah! Si así me he conducido hasta ahora, de hoy en adelante estoy resuelto a trabajar con todo empeño por salvarla. Sangre de Jesús, ya que vos la habéis redimido, dadme también gracia eficaz para cuidar con la mayor diligencia de su salvación.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.