Día 7
Los milagros eran también frecuentes
en la vida de la Bienaventurada. Muchas veces Nuestro Señor se
complació en curarla súbitamente o en aumentar sus padecimientos
ordinarios, según que la Superiora mandaba a la humilde religiosa
pidiese la salud o la enfermedad, por prueba de la autenticidad de
las revelaciones que ella le confiaba.
En todo tiempo Margarita María había
tenido la más compasiva caridad hacia las almas del Purgatorio. Así
es que estas pobres almas recurrían
frecuentemente a sus méritos y oraciones, previniéndole ante
Nuestro Señor que así lo quería. Entonces la sierva de Dios se
sentía rodeada de algunas de “sus buenas amigas pacientes” para
cuyo alivio redoblaba la misma Providencia con grande intensidad sus
propios sufrimientos físicos y morales. Muchos secretos de la otra
vida, fueron revelados a Margarita María
por estas prisioneras de la Divina Justicia. Por lo demás, las cosas
futuras le eran descubiertas, y muchas veces, según el movimiento
que le inspiraba el Espíritu de Dios, predijo los acontecimientos
venideros. El Padre de la Còlombiere
por el aviso que ella le dio en un simple billetito en estos
términos: “Él me ha dicho que quiere el sacrificio de vuestra
vida aquí”, se guardó bien de salir de Paray, según había
pensado, y deseaban aquellos que querían favorecer el
restablecimiento de su salud enviándole a respirar el aire natal. El
santo religioso exhaló, pués,
su último suspiro en el mismo Paray-le-Monial, el 15 de Febrero de
1682. Algunas horas después de su muerte, la Bienaventurada tuvo
revelación de la gloria que gozaba en el Cielo, teniéndolo desde
entonces, por un poderoso intercesor cerca del Corazón Sacratísimo
de Jesús.
Mientras más adelantaba en Santidad
Margarita María, más la perseguía, con sus furiosos
dardos, el demonio. Desesperado de
no haber podido encadenar esta
alma bajo su yugo infernal, quería vengarse en su cuerpo, y al
efecto, durante mucho tiempo suscitó mil vejaciones a la Sierva de
Dios, haciéndola inhábil para todas las ocupaciones y que se le
cayesen y rompiesen los objetos que llevaba, o bien le quitaba
furtivamente la silla donde se sentaba, tirándola al suelo de
repente hasta tres veces seguidas. Un día llegó su malicia a
precipitarla desde lo alto de una escalera; pero allí, debió
declararse vencido, pues Margarita María se levantó sin haber
sufrido el menor
daño. Su ángel custodio la protegió, así como un segundo ángel,
escogido entre los Serafines, al cual había cometido Nuestro Señor
el cuidado especial de su bienaventurada discípula. Gozaba siempre
de la presencia sensible de este celestial protector, y teniendo el
honor de hablar familiarmente.
Llegó, por fin, el día en que la
devoción al Sagrado Corazón iba a salir de la sombra misteriosa que
le rodeaba todavía. El noviciado del Monasterio de Paray había sido
predestinado de toda la eternidad para ser la tierra privilegiada que
viese este santo desarrollo.
La Bienaventurada acababa de ser nombrada
maestra de las novicias ( Enero de
1685). Desde sus primeras
enseñanzas a aquellas almas inocentes, no había dejado de hablarles
del Corazón Sagrado de Nuestro Señor. Encantada del modo con que
acogían sus instrucciones, la fervorosa directora cobró ánimo, y
cuando llegó el tiempo en que debían felicitarle su día ( 20 de
Julio) rogó a las novicias hiciesen al Corazón de Jesús todos los
pequeños obsequios que tenían intención de darle a ella misma. Un
transporte lleno
de la más ingenua y tierna piedad respondió a este llamamiento. Se
dibujó una imagen del Sagrado Corazón ( las antiguas memorias dicen
que esta primera imagen fue dibujada con tinta) y todo el día se
pasó en alabanzas y bendiciones dadas al Corazón humildísimo y
dulcísimo de Jesús por este pequeño y selecto rebañito.
Un año más, y la Comunidad entera iba a
postrarse delante del Sagrado Corazón, cediendo a la invitación de
la venerable Hermana María Magdalena de Escures, columna de
observancia y hasta entonces una de las más opuestas a esta bendita
devoción. Esta segunda victoria del Sagrado Corazón se obró el 21
de Junio de 1686, viernes después de la octava del Santísimo
Sacramento.
El entusiasmo fue tan pronto y universal
en todos los espíritus y en todos los corazones que, el mismo día,
se decidió erigir una capilla al Sagrado Corazón en una extremidad
del cercado del Monasterio.
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