viernes, 9 de octubre de 2015

VIDA DE LA BIENAVENTURADA MARGARITA MARÍA III

DÍA 3




Un día Margarita, hallándose rodeada de su pequeño pueblo, fue sorprendida por su hermano Crisóstomo, que le dijo: “Hermana mía ¿queréis haceros maestra de escuela?-
-“perdóname querido hermano” respondió, “ si yo no cuidase de estos pobres niños tal vez estarían sin instrucción” Con frecuencia era una u otra de las tres personas ya indicadas las que interrumpían a Margarita en su infantil apostolado, entonces no pasaban las cosas tan suavemente, pues al instante maestra y alumnos eran echados implacablemente de la habitación donde se habían refugiado.
Mucho tiempo hacía ya que nuestro señor apremiaba a Margarita para que respondiese a la voz misteriosa de su amor que la llamaba al claustro. Ella le prometía cada día un pronto rendimiento, pero las semanas y los meses pasaban, y la pobre ovejita del señor se aprisionaba más y más con los lazos de la familia y las espinas del mundo halagüeños partidos se presentaban, querían que Margarita los aceptase. ¿Quién la liberaría de estas trabas?
Nuestro Señor no le escaseaba las advertencias, multiplicando sus divinas caricias o sus severos reproches, varias veces, se digno mostrarse a ella bajo la figura del Ecce Homo y en el estado en que le puso la flagelación, reprochándole sus largas resistencias a la gracia. En esos momentos el corazón de Margarita parecía al instante vencido, poco después la lucha comenzaba de nuevo y siempre quedaba indecisa…; mas Nuestro Señor usó de una tan misericordiosa y divina perseverancia en solicitar a esta alma que se había escogido, que al fin triunfó. Fue un día después de la sagrada comunión cundo venció las dilaciones de su sierva diciéndole: “Si tu me eres fiel y me sigues, te enseñaré a conocerme y me manifestaré a ti.”







Desde esta época, el crucifijo llegó a ser el maestro preferido de la bienaventurada. En esa escuela sagrada confortaba su alma para las horas solemnes de las últimas luchas con el mundo. Cuando se sentía herida por el dolor, iba a pedir fuerza a Aquel que no hiere sino para sanar, y arrojándose a los pies de su Señor crucificado, le decía: “¿oh mi amado Salvador, cuan dichosa sería yo si imprimieses en mi vuestra dolorosa imagen!” y El le respondía: “Eso es lo que pretendo, con tal que tú no me resistas y contribuyas por tu parte...” Semejantes aspiraciones hacia el dolor y el sufrimiento, ¿no son bastantes a revelar el alma de una Santa? ¿ Puede darse súplica mas sublime? Por lo demás ya hacía muchos años que Margarita ensayaba reproducir en si algunos de los rasgos de su Jesús llagado de amor por los hombres: ella se mantenía de austeridades puede decirse, y la sola narración de las mortificaciones conque atormentaba su cuerpo es capaz (aún a distancia de dos siglos) de hacer temblar el ánimo mas esforzado. El suyo, sostenido con la gracia de Dios, no flaqueó en los últimos asaltos que hubo de pasar antes de poner una barrera eterna entre el mundo y su corazón.
La santísima Virgen ayudo poderosamente y bajo su bendita protección tuvo margarita la seguridad que entraría, a pesar de todo, en una casa de Santa María. Propusiéronle varios Monasterios; pero le parecía siempre que su divino Maestro no la quería en ninguno de aquellos. En fin, se le nombró Paray, y entonces, según su propia expresión, se le dilató el corazón de alegría. Esta seguridad de la voluntad de Dios no tardó en ser dulcemente confirmada en el alma de la joven pretendienta, pues l presentarse por primera vez en el locutorio oyó distintamente esta palabra interior: “ ¡Aquí es donde te quiero!” Quedó tan gozosísima, que arregló sin dilación los negocios temporales y volvió muy pronto a hacer su entrada definitiva al lugar de su descanso, este es el nombre que se complacía en dar “ al querido Paray”.
Era el 20 de junio de 1671, Margarita tenía 24 años. En el momento de pisar el umbral de clausura, su corazón libró una suprema lucha. Fué, dice ella, como si el alma se la arrancaran del cuerpo. Pero su Dios la esperaba detrás de las rejas, para inundarla de consuelos. Pronto se abre la puerta, Margarita entra en la casa del Señor, y conoce El se digno a romper el “ saco de su cautividad” revistiéndola de un “manto de alegría”. ¿Ya era para siempre de su vencedor muy amado!
El monasterio de Paray -le-Monial, fundado en 1626 por el de Lyon en Bellecour, tenía por superiora a la madre Margarita GerónimaHersant, profesa del primero de París. Era maestra de novicias la venerada hermana Ana Francisca Thouvant, la primera de las religiosas recibidas en el convento de Paray cuando su fundación. Almas las dos de experiencia y santidad, estas buenas madres acogieron a la joven Margarita como un rico presente del cielo a su comunidad. Reconociendo en ella una hija de elección y acrisolada virtud, la trataron según se acostumbra hacer con los amigos de Dios, no escaseándole las pruebas ni las contradicciones. Una de las primeras palabras de la directora a su bienaventurada postulanta ha quedado célebre. Ardiendo en deseo de saber hacer oración (ciencia que creía ignorar) la hermana Margarita rogó a su maestra se la enseñase. Por única respuesta, la hermana Francisca le dijo: “Id y poneos delante de Nuestro Señor como un lienzo de espera delante de un pintor!” Obedeció: y al momento Nuestro Señor se hizo el Maestro Divino de tan dócil discípula, y sobre la tela purísima de esta alma predilecta comenzó entonces a pintar su adorable semejanza, descubriéndole al mismo tiempo los designios de crucifixión que tenía sobre ella.















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