DÍA
3
Un
día Margarita, hallándose rodeada de su pequeño pueblo, fue
sorprendida por su hermano Crisóstomo, que le dijo: “Hermana mía
¿queréis haceros maestra de escuela?-
-“perdóname
querido hermano” respondió, “ si yo no cuidase de estos pobres
niños tal vez estarían sin instrucción” Con frecuencia era una u
otra de las tres personas ya indicadas las que interrumpían a
Margarita en su infantil apostolado, entonces no pasaban las cosas
tan suavemente, pues al instante maestra y alumnos eran echados
implacablemente de la habitación donde se habían refugiado.
Mucho
tiempo hacía ya que nuestro señor apremiaba a Margarita para que
respondiese a la voz misteriosa de su amor que la llamaba al
claustro. Ella le prometía cada día un pronto rendimiento, pero
las semanas y los meses pasaban, y la pobre ovejita del señor se
aprisionaba más y más con los lazos de la familia y las espinas del
mundo halagüeños partidos se presentaban, querían que Margarita
los aceptase. ¿Quién la liberaría de estas trabas?
Nuestro
Señor no le escaseaba las advertencias, multiplicando sus divinas
caricias o sus severos reproches, varias veces, se digno mostrarse a
ella bajo la figura del Ecce Homo y en el estado en que le puso la
flagelación, reprochándole sus largas resistencias a la gracia. En
esos momentos el corazón de Margarita parecía al instante vencido,
poco después la lucha comenzaba de nuevo y siempre quedaba
indecisa…; mas Nuestro Señor usó de una tan misericordiosa y
divina perseverancia en solicitar a esta alma que se había escogido,
que al fin triunfó. Fue un día después de la sagrada comunión
cundo venció las dilaciones de su sierva diciéndole: “Si tu me
eres fiel y me sigues, te enseñaré a conocerme y me manifestaré a
ti.”
Desde
esta época, el crucifijo llegó a ser el maestro preferido de la
bienaventurada. En esa escuela sagrada confortaba su alma para las
horas solemnes de las últimas luchas con el mundo. Cuando se sentía
herida por el dolor, iba a pedir fuerza a Aquel que no hiere sino
para sanar, y arrojándose a los pies de su Señor crucificado, le
decía: “¿oh mi amado Salvador, cuan dichosa sería yo si
imprimieses en mi vuestra dolorosa imagen!” y El le respondía:
“Eso es lo que pretendo, con tal que tú no me resistas y
contribuyas por tu parte...” Semejantes aspiraciones hacia el
dolor y el sufrimiento, ¿no son bastantes a revelar el alma de una
Santa? ¿ Puede darse súplica mas sublime? Por lo demás ya hacía
muchos años que Margarita ensayaba reproducir en si algunos de los
rasgos de su Jesús llagado de amor por los hombres: ella se mantenía
de austeridades puede decirse, y la sola narración de las
mortificaciones conque atormentaba su cuerpo es capaz (aún a
distancia de dos siglos) de hacer temblar el ánimo mas esforzado.
El suyo, sostenido con la gracia de Dios, no flaqueó en los últimos
asaltos que hubo de pasar antes de poner una barrera eterna entre el
mundo y su corazón.
La
santísima Virgen ayudo poderosamente y bajo su bendita protección
tuvo margarita la seguridad que entraría, a pesar de todo, en una
casa de Santa María. Propusiéronle varios Monasterios; pero le
parecía siempre que su divino Maestro no la quería en ninguno de
aquellos. En fin, se le nombró Paray, y entonces, según su propia
expresión, se le dilató el corazón de alegría. Esta seguridad de
la voluntad de Dios no tardó en ser dulcemente confirmada en el alma
de la joven pretendienta, pues l presentarse por primera vez en el
locutorio oyó distintamente esta palabra interior: “ ¡Aquí es
donde te quiero!” Quedó tan gozosísima, que arregló sin dilación
los negocios temporales y volvió muy pronto a hacer su entrada
definitiva al lugar de su descanso, este es el nombre que se
complacía en dar “ al querido Paray”.
Era
el 20 de junio de 1671, Margarita tenía 24 años. En el momento de
pisar el umbral de clausura, su corazón libró una suprema lucha.
Fué, dice ella, como si el alma se la arrancaran del cuerpo. Pero
su Dios la esperaba detrás de las rejas, para inundarla de
consuelos. Pronto se abre la puerta, Margarita entra en la casa del
Señor, y conoce El se digno a romper el “ saco de su cautividad”
revistiéndola de un “manto de alegría”. ¿Ya era para siempre
de su vencedor muy amado!
El
monasterio de Paray -le-Monial, fundado en 1626 por el de Lyon en
Bellecour, tenía por superiora a la madre Margarita GerónimaHersant,
profesa del primero de París. Era maestra de novicias la venerada
hermana Ana Francisca Thouvant, la primera de las religiosas
recibidas en el convento de Paray cuando su fundación. Almas las
dos de experiencia y santidad, estas buenas madres acogieron a la
joven Margarita como un rico presente del cielo a su comunidad.
Reconociendo en ella una hija de elección y acrisolada virtud, la
trataron según se acostumbra hacer con los amigos de Dios, no
escaseándole las pruebas ni las contradicciones. Una de las
primeras palabras de la directora a su bienaventurada postulanta ha
quedado célebre. Ardiendo en deseo de saber hacer oración (ciencia
que creía ignorar) la hermana Margarita rogó a su maestra se la
enseñase. Por única respuesta, la hermana Francisca le dijo: “Id
y poneos delante de Nuestro Señor como un lienzo de espera delante
de un pintor!” Obedeció: y al momento Nuestro Señor se hizo el
Maestro Divino de tan dócil discípula, y sobre la tela purísima de
esta alma predilecta comenzó entonces a pintar su adorable
semejanza, descubriéndole al mismo tiempo los designios de
crucifixión que tenía sobre ella.
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