Complaciéndose
la piedad católica en llamar a Margarita María el Apóstol del
Sagrado
Corazón,
ha parecido que una Vida
compendiada
de esta gran sierva de Dios sería muy propia para hacer el bien á
los fieles, en un tiempo en que la devoción al Corazón de Jesús
toma cada día mayores proporciones, y en el cual las almas se
vuelven como por instinto hacia este divino Corazón, esperando de él
la salvación del mundo.
Margarita
Alacoque nació en el territorio de Verosvres, en el Charolais (donde
su padre era Notario real), el 22 de julio de 1647, y fue bautizada
el 25 del mismo mes. Tuvo por padrino a su tío paterno, Cura de la
parroquia y su madrina fue la esclarecida y poderosa Señora Doña
Margarita de Saint Amour, esposa del Señor Fautrières-Corcheval,
Caballero de Verosvres.
La
gracia tomó desde luego posesión del alma de esta criatura
predestinada. Niña aún, tenía ya su conversación en el cielo,
donde estaba su tesoro, y por consiguiente, donde vivía su corazón.
A
la edad de cuatro años, pidió su noble madrina el favor de
llevársela algún tiempo al castillo de Corcheval. El lujo y los
placeres del gran mundo no empañaron el esplendor de su inocencia,
ni tampoco los malos ejemplos y el peligroso contacto de una criada
poco cristiana á quien la niña fue confiada; pues adivinando
Margarita que Dios no habitaba en el corazón de aquella persona,
huía constantemente de ella y buscaba la compañía de otra mujer
del castillo, que tenía verdadera virtud, aunque oculta bajo
apariencias groseras y nada á propósito para atraer el afecto de
las criaturas.
La
más dulce alegría de margarita era ir á rezar á la Capilla de los
trabajadores, y allí arrodillada lo más cerca posible del
tabernáculo, se la hubiera tomado por un ángel; de hecho, esta
elegida de Dios era ya la hermana de los ángeles, y sus dorados
sueños era el asemejarse a ellos en la pureza. Por lo que cediendo a
los atractivos del Espíritu Santo, repetía constantemente: “¡Dios
mío, yo os consagro mi pureza! Os hago voto de perpetua castidad”
Una vez sobretodo pronunció estas palabras entre las dos elevaciones
de la misa. Así prevenía N. S. Jesucristo con bendiciones de
dulzura á esta inocente alma, mostrándose ya celoso en señalarla
con su divino sello.
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