martes, 6 de octubre de 2015

VIDA DE LA BIENAVENTURADA MARGARITA MARÍA II



No tardó la cruz en plantarse por sí misma en este corazón generoso. Las pruebas de margarita comenzaron con la muerte de su padre. Entonces la pusieron de pensionista en el convento de las Clarisas de Charolles, donde hizo la primera comunión antes de los 9 años. Amada de las maestras y compañeritas, pronto se hubiera dejado arrastrar á los inocentes placeres de su edad, si la Providencia no hubiera tenido cuidado en derramar tantas amarguras sobre esos mismos placeres, que la pobre niña, comprendiendo la lección muda, vió que no debía apoyarse en ninguna cosa de este mundo, porque fuera de Dios todo es nada, y no dá nada al alma.
En estos pensamientos se entretenía, cuando la atacó una enfermedad estraña que acabo de ilustrarla moralmente, mientras que su pobre cuerpo era reducido al último extremo. La sacaron del convento, y durante cuatro años languideció con tan inexplicables sufrimientos que ningún remedio consiguió aliviarla. Un día Margarita hizo voto de ser religiosa y hacerse hija de la Santísima Virgen en algún Orden reformado, si conseguía la curación. La Madre de las misericordias no esperaba más que esto para consolar a su afligida hija: al momento quedó sana.
Vuelta á la vida, no temió Margarita seguir la inclinación de su natural amable y recrearse gozosamente según el mundo. Ella misma dice que en esta época tomaba gusto en adornarse y divertirse cuanto podía. Pero ¡qué bien supo Nuestro Señor detenerla sobre el borde de este resbaladizo precipicio! La Señora de Alacoque, desde la muerte de su marido, se hallaba despojada de toda autoridad en su propia casa, sufriendo una verdadera servidumbre. Margarita debía compartirla. Las dos se veían sometidas á los caprichos de tres personas reunidas, de las cuales dependían tan absolutamente, que les era inútil aún el pensar hacer nada sin su triple permiso. Esta situación era un martirio de cada día, y para Margarita, una ocasión poco común de hacer el ensayo y el noviciado de la propia renuncia. Lo que más le costaba en esta situación vecina de la mendicidad en que entonces se hallaba, era el verse desprovista de todo para cuidar a su madre en sus frecuentes enfermedades. Una vez, entre otras, se sintió abrevada de angustias, viendo á esta buena madre sufrir cruelmente de una grave erisipela en la cabeza, y que nadie quería acercársele ni curar su llaga. Sin “otro ungüento que los de la divina Providencia”, la bienaventurada hija se encarga ella misma de la operación, y fue de tal modo bendecida su confianza en Dios, que en pocos días el peligroso mal estaba curado.
Midiendo Margarita por sus propios sufrimientos la intensidad de la de los pobres, se hizo en ésta época la consoladora y hermana de la caridad de todos. Fatigarse sirviéndolos, era su dulce descanso, lavar y besar sus llagas, su dulce alegría; porque detrás de éstas pobres criaturas víctimas de la miseria, veía a Jesucristo su Salvador y su Dios, y para contentarlo ¿qué no hubiera ella hecho? Por este mismo amor se constituyo madre é institutriz de innumerables niños pobres, pero ¡con qué santo ardor desempeñaba esa laboriosa tarea! Recorría la aldea, y de tal modo sabía atraer en pos de sí á los amados protegidos, que en poco tiempo, se vió rodeada de tan inocente y numerosa multitud que apenas podía albergarles cuando llegaba la hora de la lección de catecismo. Un día Margarita, hallándose rodeada de su pequeño pueblo, fue sorprendida por su hermano Crisóstomo, que le dijo: “Hermana mía ¿queréis haceros maestra de escuela?-
















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