Para
rezar en familia
Glosa
de las Siete Palabras
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
Narrador:
Pongámonos en la presencia del Dios misericordioso del
Calvario... Aquí, a dos pasos de nosotros, en esa Hostia divina,
está Jesús, y ese altar es el Gólgota en que sigue redimiendo a un
mundo que lo desconoce. Acerquémonos, y recojamos, con amor y fe,
sus últimas palabras como el testamento de su Corazón Agonizante...
(Haced
con fe viva un breve acto de adoración)
(Breve
pausa)
Llegados
que fueron a la cumbre, crucificaron a Jesús, entre dos malhechores.
¡Qué
hermoso será el cielo si tan bello y tan sublime es el Calvario, en
la muerte del Señor Jesús!... Ved...: en este instante se ha
descorrido el velo de misterio que nos ocultaba a Jesucristo, la
Belleza increada, el Santo de los santos... Clavad con fe los ojos en
aquel altar... Ése es, ¡oh maravilla!; sí, ése es el verdadero
Gólgota, la montaña de la gran expiación... No temáis...;
levantad vuestra mirada, y fijadla en aquella Hostia... Ángeles del
Santuario, gemid en silencio... No turbéis la mística agonía del
Amado... Sólo nosotros, sus redimidos, podemos hablarle con voces de
amargura... Avancemos para recoger sus últimas palabras, pues
tenemos derecho al postrer aliento de Jesús... Subamos al Calvario,
María Dolorosa nos aguarda...; acerquémonos, la arrepentida
Magdalena nos da dulcísima confianza... Oremos al lado de San Juan,
el amigo fidelísimo del Maestro moribundo... “Ecce Deus...”. Así
tenéis a nuestro Dios, clavado en el patíbulo... ¡Miradlo!...
(Cortado)
¡Ay!
¡Cuán cierta fue la palabra del Profeta: “De la cabeza a la
planta de los pies no hay parte sana en su Cuerpo sacrosanto”! Su
frente, ungida por los besos de María, destrozada por espinas...;
abrasados por la sed de aquellos labios que, al sonreír, evocaron
una aurora de paz divina en las almas afligidas...; lívida su boca,
que tuvo néctar de dulzura para todas las heridas...; sus ojos, en
los que brotó para el culpable el fulgor de la esperanza, velados
por la nube roja de su sangre... En sus manos perforadas y en sus
pies atravesados están escritas la historia de los pródigos, a
quienes persiguió, sin tregua, el Corazón del Buen Pastor... ¡Ahí
está seguramente nuestra historia de culpa y de perdón!... ¡Oh,
qué gracia tan inmensa y tan poco meditada la de ese perdón de su
ternura! Oídle: quiere renovar ahora esa absolución de caridad...
Su cuerpo, convertido en una sola llaga, se estremece; gimiendo
levanta su cabeza..., contempla, con mirada de infinita luz y de amor
infinito, este mundo que lo mata y, dejando hablar su Corazón en
aquella Hostia que adoramos, exclama sollozando: ¡Padre, perdónalos,
pues no saben lo que hacen!
(Lento)
Jesús:
“No mires, Padre, las espinas de mi corona. Yo las he
buscado, son los abrojos naturales de esta tierra desgraciada...
Perdona la soberbia humana y la ignorancia de la misión que me
confiaste... Perdona a mis verdugos y a mis amigos cobardes...
Perdona las culpas de los grandes, de los pequeños y de los
pobres... No castigues..., que las criaturas son polvo y son
tinieblas... Perdona a los padres y a los hijos...: ¡son tantos los
abismos del camino!... Olvida las flaquezas, perdona las perfidias,
pues todos son ovejas mías. ¡Pobrecitas...! No las hieras, Padre,
pues no saben lo que hacen...
(Pausa)
Las
almas. Y ahora déjame, Jesús Crucificado, unirme a tu
plegaria. Divino Salvador de las almas, cubierto de confusión, me
postro en tu presencia, y, dirigiendo mi vista al solitario
Tabernáculo, siento oprimido el corazón al ver el olvido en que te
tienen relegado tantos de los redimidos. Pero ya que con tanta
condescendencia permites que una mis lágrimas a las que vertió tu
dulce Corazón, te ruego, Jesús, por aquellos que no ruegan, te
bendigo por los que te maldicen, y con toda mi alma, te alabo y te
adoro, en todos los Sagrarios de la Tierra.
Acepta,
pues, el grito de expiación, que un pesar sincero arranca de
nuestros corazones afligidos: ellos te piden piedad.
Por
mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos...
(Todos,
en voz alta)
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
las infidelidades y profanaciones de los días santos...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
las impurezas y escándalos públicos...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
los que corrompen la niñez y extravían la juventud...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
la desobediencia sistemática a la santa Iglesia...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y de los
hijos...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
los atentados cometidos contra el Romano Pontífice...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
los trastornadores del orden público social cristiano...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
el abuso de los sacramentos, y el ultraje a tu augusto Tabernáculo...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Por
la cobardía, o los ataques de la prensa, por las maquinaciones de
sectas tenebrosas...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
Y,
en fin, Jesús, por los justos que vacilan y por los pecadores
obstinados que resisten a tu gracia...
¡Piedad,
oh Divino Corazón!
(Pausa)
Es
tan blando el Corazón de Jesucristo, y qué bien se le habla,
haciendo la Hora Santa, aquí a sus pies ensangrentados... Acabamos
de reclamar piedad por los pecadores, y al instante, el eco dulce,
benigno, de su voz, resuena como música de paz, que anuncia un cielo
que se acerca...
El
malhechor de la derecha le ha hablado en nombre de todos los
caídos... Los que vamos a morir, y tal vez muy pronto, oigamos al
amable Redentor, que nos responde, hablándonos del cielo: “Hoy
mismo estarás conmigo en el Paraíso...”.
Jesús:
El arrepentimiento te ha abierto ya el cielo de mi
Corazón...; aguarda, alma dichosa, que se disipe el sueño de esta
vida y cantarás, te lo prometo, ¡oh, sí!, cantarás, con los
penitentes y los ángeles, las misericordias de tu Dios... Almas
pecadoras que gemís, refugiaos en estas mis llagas, que abrieron
vuestras culpas...; no temáis..., nunca es tarde para solicitar mi
caridad... Queréis también nombrarme a hermanos vuestros, que
luchan y agonizan..., hablad... Que para todos soy víctima, soy
hermano vuestro..., soy Jesús.
(Lento
y cortado)
Corazón
de Jesús, dulcísimo con los infelices pecadores, un pecador te
habla.
Corazón
de Jesús, amabilísimo con los pobres, un mendigo aquí te espera.
Corazón
de Jesús, salud de los dolientes, un enfermo te visita.
Corazón
de Jesús, camino de los extraviados, un pródigo te busca.
Corazón
de Jesús, suavidad de los que lloran, un desgraciado llama a tu
santuario.
Corazón
de Jesús, amigo fidelísimo del hombre, un amigo ingrato está aquí,
y te llora.
Corazón
de Jesús, quietud en las incertidumbres de la tierra, un alma
combatida te llama en su socorro.
Corazón
de Jesús, hoguera inextinguible del amor, un alma quiere abrasarse
en los ardores de tu caridad.
Corazón
de Jesús, agonizante, esperanza de los moribundos. “Memento”,
acuérdate de los que en esta misma hora luchan con la muerte. Como
el ladrón arrepentido, promételes, Jesús, que al expirar sobre tu
pecho, quedarán contigo en ese incomparable Paraíso... Ten piedad
de los agonizantes... Envíales, Señor, el ángel de Getsemaní, y
acerca a sus labios, que ya no pueden llamarte, el cáliz de tu
Corazón piadoso... Jesús, sé Jesús con los moribundos más
desamparados.
(Pedid
por los agonizantes).
(Pausa
larga)
Narrador:
Apoyada en la Cruz, fija la mirada en el divino
agonizante, está María... Ella, que arrulló con cantares de
paloma, rodeada de ángeles, a este mismo Jesús, entonces pequeñito,
dormido en sus rodillas... ¡Cómo pasaron fugaces los días de
Belén!... Se disiparon, como un éxtasis, los treinta años de
Nazaret inolvidable... Sólo ayer, Él... sí, esta misma víctima de
amor, Jesús Infante, le pedía un mendrugo de pan y un abrazo
maternal... Sus cabellos, coronados ayer con las flores de sus besos,
empapados hoy en la sangre del Hijo-Dios... ¡Ah!, pero Él es
siempre su Jesús... Él la quiere con amor más fuerte que la
muerte... Antes que ésta llegue a arrebatarle, quiere hablar a la
Virgen Madre de un supremo encargo... Pueblo amante, recibamos de
rodillas el legado venturoso de Jesús crucificado... “Mujer, ahí
tienes a tu hijo y a tus hijos..., te los doy, son los redimidos con
tus lágrimas; te los confío, son los rescatados con el precio de la
sangre que me diste... Y tú, Juan, apóstol y amigo regalado, ahí
tienes a tu Madre, ámala en mi nombre, consuélala en mi
ausencia, recógela en tu casa... y que Ella sea consuelo y Madre de
todos, de todos los dolores... Almas compasivas que me rodeáis en el
calvario de este altar, sabed que María es Madre vuestra y es
también mi Madre: somos hermanos desde esta Hora Santa de amorosa
Redención...”.
(Pausa)
Las
almas. ¿Qué podré obsequiarte, buen Jesús, en retorno
del don sagrado de tu Madre?... La recibo con amor del alma, y le doy
asilo, bajo el mismo techo pobre que Tú no desdeñaste... Y, en
retorno de agradecimiento, te ofrezco por sus manos virginales los
dolores de estas almas que Tú tanto quieres...
¡Pobrecitas!...
En nombre de Ella, por María Dolorosa, te ruego las visites en sus
duelos, las alientes en sus incertidumbres, las ilumines en sus
dudas...
¡Ah!
Por ella, por la Virgen Mártir, te conjuro que endulces, compasivo,
las lágrimas de tantas madres, de aquellas que lloran al borde de
una tumba, siempre abierta, de algún hijo...; te ruego, por aquellas
madres, sobre todo, que padecen mortales angustias por la vida
espiritual, por la salvación eterna de sus hijos... Y puesto que el
Corazón Inmaculado de María es el altar de sus predilecciones,
permite Jesús, que en él te ofrezcamos una acción de gracias
rendida, solemne, como desagravio de reconocimiento por la ingratitud
humana... Por manos, pues, y en unión de tu dulce Madre, te decimos:
Por
habernos prevenido con el don gratuito e inapreciable de la fe...
(Todos,
en voz alta)
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
el tesoro de la gracia y por la virtud de la esperanza en aquel cielo
que es término de los dolores de esta vida...
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
el arca salvadora de tu Iglesia, perseguida y siempre vencedora.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
la piedad incomprensible con que perdonas toda culpa en los
Sacramentos del Bautismo y de la Santa Confesión.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
las ternuras que prodigas a las almas doloridas, que, sufriendo, te
bendicen en sus penas y en la Cruz...
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
los ardides santos de tu caridad en la conversión maravillosa de los
más empedernidos pecadores...
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
los bienes de la paz o de la prueba, de la enfermedad o la salud, de
la fortuna o la pobreza, con que sabes rescatar a tantas almas...
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
los singulares beneficios de tantos ingratos, mal nacidos, que
olvidan y que abusan de salud, de dinero y de talentos, que sólo a
ti, Jesús, te deben...
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
el obsequio celestial que nos hiciste al confiarnos el honor y la
custodia de tu Madre, el Corazón de María Inmaculada.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Por
tu Eucaristía Sacrosanta, por ese cautiverio y por esa compañía
tuya deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades...
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
Y,
en fin, por aquel inesperado Paraíso que quisiste revelarnos en la
persona de tu sierva Margarita..., por el don maravilloso,
incomprensible, de tu Sagrado Corazón.
Gracias
infinitas a tu amable Corazón.
(Pausa)
Narrador:
Tengamos tranquila resignación y paz en la Vía dolorosa
de la vida... ¡Cuánto más horrendo fue el martirio de Jesús en su
patíbulo!... ¡Qué espantosa soledad la del Maestro crucificado, en
el abandono inconcebible de aquellos mismos que vivieron saciándose
en el banquete espléndido de su amor, de su hermosura y de sus
prodigios!... ¿Dónde están ahora?... ¡Ah! Pero hay algo mucho más
desgarrador aún para su alma, anegada en todos los oprobios... Él
mismo va a decíroslo en el grito de infinita angustia que se escapa
del oprimido pecho del adorable Nazareno, que ya muere: “¡Dios
mío, Dios mío! ¿Por qué Tú también has querido abandonarme?...
Vine donde aquellos que me mandaste redimir...; no me recibieron, y
han levantado en una cruz a su propio Salvador... Padre, hágase tu
voluntad... Pero si ellos han desgarrado mis manos y mis pies. Tú,
¿por qué has querido abandonarme?...
¡No
se haga, sin embargo, mi voluntad, sino la tuya!... Mas en cambio de
este tu abandono, salva a todos los que me confiaste. Que, en mi
Corazón herido, sean uno conmigo, como Tú, y yo somos uno en el
amor... ¡Qué acerbo cáliz, Padre!... Mi Corazón estalla,
torturado en esta soledad de lo infinito... Padre, ¿por qué has
querido abandonarme?...”.
(Pausa)
Las
almas. Buen Pastor, yo adivino cuál es el dolor que te
arranca ese clamor de amargura indecible: es la muerte eterna del
impío, que se pierde por abandonarte a ti. ¡Ah, y son tantos los
que viven sumidos en el abismo de las sombras, sin fe, sin amor, sin
esperanza!... Acuérdate, Jesús, de ellos. Por el abandono de tu
Padre, no quieras, Redentor bendito, no quieras abandonarlos... Por
ellos, por los descreídos del hogar; por ellos, por los negadores de
la enseñanza y de la Prensa; por ellos, por los aborrecedores de tu
nombre y los verdugos que maldicen tu Cruz y tus altares, te ruego,
con todo el ardor de mi alma... suplícote, Jesús, que los atraigas,
que los perdones, por la mansedumbre y la agonía de tu adorable
Corazón.
(Pausa)
(Pedid
por la conversión de los impíos).
Narrador:
¿Por qué, hoy día, ese inusitado movimiento de odio
contra Jesucristo, el manso ajusticiado del Calvario? ¿Por qué esa
cólera del pueblo y la blasfemia oficial de las alturas, y el
encarnizamiento de los sabios en borrar tu nombre de sobre la faz de
la tierra? ¡Ay! ¡gemid, almas fervientes!... Sus implacables
enemigos están acumulando todas las hieles de la ingratitud y de la
perfidia, para aplicársela a aquellos labios, que después de veinte
siglos de ignominia, no se cansan de repetir, desde esa Hostia una
palabra en que nos lega toda su alma dolorida... Recogedla con
cariño: “¡Sitio!... Tengo sed...”. Sed abrasadora de sentirme
amado, sed ardiente de vivir vuestra vida trabajada, sed incontenible
de daros paz, felicidad... y después un cielo eterno... Tengo sed de
vuestras almas, sed quemante de vuestras lágrimas; lloradlas en mi
pecho... Almas consoladoras, ¡oh!, dadme de beber, y en pago os
abriré en mi Costado, las fuentes de la vida... ¡Amadme! Tengo
sed!...
(Pausa)
Las
almas. Jesús, también nosotros, cansados en la travesía
del desierto, sentimos sed de aquellas aguas vivas que Tú nos
prometiste: sed de ti..., que no será apagada sino cuando venga tu
reinado en el triunfo de tu amante Corazón... No nos basta, Señor,
tu misericordia. Tus intereses son los nuestros. Tenemos ansias, sed
de tu reinado... Te pedimos, pues, que cumplas con nosotros las
promesas que hiciste a tu confidente Margarita, en beneficio de las
almas que te adoran en la hermosura indecible, en la ternura
inefable, en el amor incomprensible de tu Sagrado Corazón. Por esto
te gemimos con tu Santa Iglesia, te suplicamos por la Virgen Madre,
te exigimos, por el honor inviolable de tu nombre, que establezcas
ya, que apresures el reinado de tu amante Corazón.
(Todos,
en voz alta)
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
(Las
doce promesas):
1ª.
Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te
arrebaten las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados
de la vida.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
2ª.
Adelántate, Jesús y triunfa en los hogares. Reina en ellos por la
paz inalterable prometida a las familias que te han recibido con
hosannas.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
3ª.
No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen
aflicciones y amarguras que Tú solo prometiste remediar.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
4ª.
Ven..., porque eres fuerte, Tú, el Dios de las batallas de la vida;
ven, mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial, en el
trance de la muerte...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
5ª.
Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú, la
inspiración y recompensa de todas las empresas.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
6ª.
Y tus predilectos, quiero decir, los pecadores, no olvides que para
ellos, sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
7ª.
¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a
quienes debes inflamar con esta admirable devoción!...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
8ª.
“Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho
atravesado; permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a
que aspiramos...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
9ª.
Tu imagen ha sido entronizada, a pedido tuyo, en muchas casas...; en
nombre de ellas te suplico sigas siendo, en todas, su amable Dueño y
el sólo Soberano...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
10ª.
Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en
aquellos sacerdotes que te aman y te predican como Juan, tu apóstol
regalado.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
11ª.
Y a cuantos propaguen esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus
inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra de tu Corazón,
vecina de aquélla en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
12ª.
Y por fin, Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos
compartido tu agonía en la Hora Santa... Por esta hora de consuelo y
por la Comunión Reparadora de los Primeros Viernes, cumple con
nosotros tu promesa infalible..., te pedimos que en la hora decisiva
de la muerte...
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
(Pausa)
Jesús:
“¡Que mi paz sea con vosotros!”, almas amigas de mi
Corazón, pues tuve sed y me disteis de beber. Ahora sí, confiado el
honor de mi nombre en vuestro celo, puedo exclamar: “Todo está
consumado”. Y si algo faltare a mi obra redentora, completo ¡oh,
Padre! Lo que falta a mi pasión con la misericordia de mi Corazón
inagotable... Te devuelvo, Padre, a los que me confiaste...; si
alguno se ha perdido, no fue por falta de misericordia... Te pido,
por mi cruz y mi ternura, que incrementes el número de los elegidos,
de los santos en mi Iglesia... Consuma, Padre, la obra de este tu
Unigénito Crucificado, glorificándome en la tierra que bebió mi
sangre... Te devuelvo mi alma y las almas redimidas, pero déjales mi
Corazón, herencia de los caídos, de los pobres y de cuantos sienten
ansias de crecer en intimidad de amor conmigo...
(Pausa)
Las
almas. Tú lo has dicho, Jesús, tu Corazón nos
pertenece... Consuma, pues, por Él tu obra, santificando a todos
éstos que tienen voluntad de seguirte hasta el mismo sacrificio.
Aumenta nuestra fe, aviva la esperanza, colma la medida de la caridad
que te debemos...
Consuma,
Jesús, tu obra en el triunfo social de tu santa Iglesia...; confunde
a los poderes que la oprimen...; desbarata con tu soplo las huestes
de los hipócritas, de los soberbios, de los impuros enemigos que la
asaltan con furor...; habla, Dios de luz, y retrocederán los hijos
de las tinieblas, de los errores, de las perversas doctrinas...;
habla, Dios de amor, y será salvo tu Vicario...; y consumada tu
obra, del uno al otro confín de la tierra, será aclamada la dulce e
irresistible omnipotencia de tu Corazón vencedor...
Señor,
consuma tu obra, aliviando los tormentos de un terrible
Purgatorio...; apiádate, Jesús, y abrevia el plazo de las almas que
sufren justiciera expiación..., de aquéllas sobre todo, que esperan
en esas llamas el rocío de mis plegarias, parientes, benefactores y
amigos, a quien debo el refrigerio de mis sufragios tan amados,
benignísimo Jesús...
Tú
me los arrebataste... ¡Bendito seas!... dales tu paz, no quieras
olvidarlos...
(Pedid
el triunfo del Corazón de Jesús en su Iglesia militante y en el
Purgatorio).
(Pausa)
Narrador:
Así, de tinieblas, vestía la naturaleza en la Hora Santa
del primer Viernes Santo de este mundo. Los cánticos de Jerusalén
celestial han cesado...; el cielo entero ha descendido, y de
rodillas, ante Jesús Hostia, espera recoger el último latido del
Corazón del Hombre-Dios... Almas creyentes, estamos verdaderamente
en la cumbre consagrada del Calvario: ¡es la Hora Santa!... Una gran
voz resuena en las alturas, voz que dice: “¡En tus manos, Padre,
encomiendo mi espíritu!” E inclinando su cabeza destrozada, muere
de amor Jesús Crucificado... Su corazón lo llevó a la muerte...
¡Viva su amante Corazón, que nos llevó a la vida!...
Las
almas. ¡Oh, Jesús, amor de mis amores, acepta por manos
de María Dolorosa la ofrenda de mi ser todo entero, de mi vida... Yo
no me pertenezco, Señor, soy todo tuyo! Y en esta donación me
olvido de mí mismo y me consagro por el triunfo de tu Divino
Corazón... Acéptame, Jesús, y escucha ahora mi última plegaria:
(Cortado)
Cuando
los ángeles de tu santuario te bendigan en la Eucaristía de mis
amores... y yo me encuentre en la agonía..., acuérdate del pobre
siervo de tu Divino Corazón...
Cuando
las almas justas de la tierra te alaben y te lloren, encendidas en
amor... y yo me encuentre en la agonía..., sus dolores y sus
lágrimas son las mías, acuérdate del pródigo vencido por tu
Divino Corazón...
Cuando
tus sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles te aclamen
Soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos...
y yo me encuentre en la agonía..., sus ardores y su celo son los
míos... acuérdate del apóstol de tu Divino Corazón...
Cuando
tu Iglesia ore y gima ante el Sagrario, para redimir contigo el
mundo..., y yo me encuentre en la agonía..., acuérdate del amigo de
tu Divino Corazón...
Cuando,
en la Hora Santa, tus almas regaladas, sufriendo y reparando, te
hagan olvidar abandonos, sacrificios y traiciones... y yo me
encuentre en la agonía..., sus coloquios contigo y sus holocaustos
son los míos..., acuérdate de este pobre altar y de esta víctima
de tu Divino Corazón...
Cuando
tu divina Madre te adore en la Santa Eucaristía, y repare ahí los
crímenes sin cuento de la tierra..., y yo me encuentre en la
agonía..., sus adoraciones son las mías... acuérdate del hijo de
tu Divino Corazón... ¡Oh, sí!, acuérdate de esta miserable
criatura que Tú tanto amaste; acuérdate que le exigiste se olvidara
de sí misma por tu amor... Más no, Señor..., olvídame, si
quieres, con tal que me dejes olvidado para siempre en la llaga
hermosa de tu dulce Corazón.
(Pausa)
¿Qué
tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?... Despójame de
todo, de tus propios dones, pero abísmame en las llamas de tu Santo
Corazón.
¿Qué
sé yo, que Tú no me hayas enseñado?... Olvide yo la ciencia de la
tierra y de la vida; pero conózcate mejor a ti, ¡oh amable
Corazón!...
¿Qué
valgo yo, si no estoy a tu lado?...
¿Qué
merezco yo, si a ti no estoy unido?... Úneme, pues, a ti con vínculo
más fuerte que la muerte...; renuncio a todas las delicias de tu
amor, en cambio de este otro Paraíso, el de tu tierno Corazón... Y
en él sepulta, sí, los yerros que contra ti he cometido... y
castiga y véngate de todos ellos, hiriendo mortalmente, con dardos
de encendida caridad, al que tanto te ha ofendido... Y si te he
negado, déjame reconocerte en la Eucaristía en que Tú vives...; si
te he ofendido, déjame servirte en eterna esclavitud de amor
eterno...; porque es más muerte que vida la que no se consume en
amar y en hacer amar tu olvidado, tu adorable, tu Divino Corazón...
¡Venga a nos tu reino!
(Pausa)
Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto Final de Consagración
Jesús
dulcísimo, Redentor del género humano, míranos postrados
humildemente ante tu altar. Tuyos somos, tuyos queremos ser, y a fin
de estar más firmemente unidos a ti, he aquí que hoy día cada uno
de nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Muchos,
Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon, al quebrantar tus
mandamientos. Compadécete, Jesús, de los unos y de los otros, y
atráelos a todos a tu Santo Corazón. Sé Rey, Señor, no sólo de
los fieles que jamás se separaron de ti, sino también de los hijos
pródigos que te abandonaron; haz que vuelvan pronto a la casa
paterna, no sea que perezcan de miseria y de hambre.
Sé
Rey de aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas y desunió
la discordia; tráelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe,
para que luego no quede ya más que un solo rebaño y un solo pastor.
Sé
Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría
o del islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira,
finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo,
que en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre
ellos, como bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un
día contra sí. Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad
segura, otorga a todos los pueblos la tranquilidad del orden; haz que
del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola aclamación:
¡Alabado sea el Divino Corazón, por quien hemos alcanzado la salud;
a Él gloria y honor, por los siglos de los siglos! Amén.
(Cinco
veces, en voz alta)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
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