Para
rezar en familia
Ultraje
público a Nuestro Señor
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
(Lento)
¡Mil
veces felices los desgraciados que, al torcer de una senda estrecha,
se encontraron a solas con Jesús!... ¡Qué bien pudieron, esos
dichosos afligidos de Jerusalén, de Naím o de Betania, desahogar el
alma en ese celestial instante, con libertad de súplica y de llanto,
en el corazón de Jesús!...
“¡Así
nos hemos encontrado contigo en esta Hora Santa venturosa, Jesús de
Nazaret y del Sagrario, así!... Míranos: los que aquí estamos
somos cabalmente esos dichosos desdichados que venimos en busca tuya,
para olvidarnos, por un momento, de nosotros, acá a tus plantas, a
tu sombra deliciosa. Sólo por ti venimos, llegamos en defensa tuya,
porque un clamor de rabia y de blasfemia nos ha advertido que tus
verdugos no se dan tregua con el propósito de desterrarte de la
sociedad y de las almas. Y si has de sufrir, si has de agonizar, si
has de morir, Jesús, he aquí el rebaño que quiere ser herido al
lado y por la causa del pastor! Tú lo dijiste con amargura del alma
a tu sierva Margarita...: «¡Quiero compartir mi agonía, tengo
necesidad de corazones víctimas!» Dispón, pues, de todos éstos,
Señor, te amamos mucho, te amamos todos”...
(Breve
pausa)
Descórrenos,
Jesús, el velo de tu pecho, el Santo de los Santos, y consiente que
tus hijos contemplemos, en esta Hora Santa, la pasión y ultraje, el
dolor de la sentencia de los mismos que rescataste con tu sangre...
Haz la luz en ese Tabernáculo y permítenos seguirte, paso a paso,
en esta incruenta Vía Dolorosa, que comienza en las sombras de
Getsemaní y ha de terminar, únicamente, en el postrer ocaso de la
tierra... Y, aunque no somos dignos, permite que estos confidentes y
consoladores tuyos, participemos del cáliz de tus oprobios y
agonías... Déjanos, ¡oh amable Prisionero del altar!, un solo y
único derecho: amarte en la ignominia de tu Cruz, unirnos en la Hora
Santa a tu agonía, amarte hasta la muerte y morir amando con delirio
la locura y el Getsemaní incesante de tu Corazón Sacramentado...
(Pidamos luz y amor para contemplar a Jesucristo en la misteriosa
pasión de su Sagrario).
(Pausa)
Jesús.
Vivo, alma querida, envuelto en el silencio y mudo, porque estoy,
aquí donde me ves, perpetuamente encadenado ante los modernos
Herodes de la tierra... ¿No oyes cómo se levanta hasta el cielo su
insolente interrogatorio, a mí, que soy el poder, la verdad y el
único Maestro?... Callo por amor tuyo, pensando en ti, a quien
redimo con la condenación ignominiosa de los gobernantes... jueces
de los hombres, pero no de mi doctrina... ¡Oh!, ellos ambicionan
autoridad de tiranía para descargarla en mí, y Yo soy su perpetua
víctima... Para ellos el trono..., para mí el escaño de
irrisión...; para ellos el cetro de oro... y Yo siempre con la caña
de la burla...; para ellos séquito de aplausos e incensadores...;
para mí la cohorte del desprecio y los sayones...; para ellos
diadema y homenajes...; para mí una corona de espinas..., para mí
el olvido, ¡siempre el olvido!
Y,
si alguna vez, recuerdan a este Rey en las alturas ficticias de la
tierra, mi solo nombre atrae la tempestad del odio, la persecución
legal y la blasfemia... Aquí me tienes, puesto en tela de juicio por
un mundo que vive de mi aliento... Enmudezco porque en el Sagrario
soy la encarnación de la misericordia y del amor... Y ese desacato a
mi soberanía, el desconocimiento de mi realeza en las leyes que
rigen a los pueblos, es el ultraje directo, blasfemo, a mi persona, a
mí, que vivo abatido, sacramentado entre los humanos. Esa injuria es
el reto a este Jesús-Eucaristía, que te habla desde un altar,
convertido con frecuencia en el pretorio de Pilatos... Aquí, alma
consoladora, aquí en el Tabernáculo, recibo manso las afrentas del
esclavo y la sentencia del villano...; de aquí, de este calabozo, en
que vivo perdonando, se me saca únicamente cuando los tribunales de
la tierra han decretado flagelarme, para presentarme luego,
ensangrentado, a las iras populares... ¡Cómo se siente aliviado mi
Divino Corazón con vuestro desagravio!... Ese escarnio de los
poderosos lo compensa en esta Hora Santa el amor ardiente de los
míos...; lo reparáis vosotros los ricos humildes y los pobres
resignados... Desde aquí, desde el altar, Yo os bendigo, amigos
fidelísimos... Por esto, hablad, hijos míos, exigid milagros de mi
amor, vosotros los predestinados de mi Corazón... Hablad, soy el Rey
de las misericordias infinitas. (Pausa)
El
alma. Señor Jesús, tu alma enternecida por la adhesión de este
rebaño pequeñito, nos ofrece ahora milagros y perdón. ¡Oh!, sobre
todo, el mundo de los poderosos, de los gobernantes y de los ricos,
necesita el gran prodigio de tu luz, necesita conocerte, Señor
Sacramentado, conocerte en esa Hostia, y aceptar desde ahí la
imposición de tu realeza salvadora.
Por
la afrenta, pues, que padeciste ante el inicuo Herodes, en la mansión
de los que se llaman magnates de la tierra:
(Todos,
en voz alta)
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
el santuario de las leyes y en los tribunales tan falibles de la
justicia humana...
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
la conciencia tornadiza de aquellos que influyen en los destinos de
los pueblos...
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
los consejos de tantos gobernantes, levantados en oposición a tu
Calvario...
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
las sediciones populares explotadas en ultraje a tu doctrina
redentora...
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
el juego de tantos intereses de soberbia y de fortuna, de los
desdichados gozadores de la tierra...
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
el satánico complot, fraguado con sigilo, en ruina de tu sacerdocio
y de tu Iglesia...
Cumple
tu promesa de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
la imprudente seguridad de tantos buenos, la apatía e indolencia de
los que quisieran adorarte, pero lejos del Calvario...
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
En
la ambición desenfrenada de ganar alturas y dinero, a costa de tu
sangre y de la condenación eterna de tantas almas infelices...
Cumple
tus promesas de victoria, ¡oh Divino Corazón!
(Pausa)
Jesús.
Yo soy la santidad, así me lo decís vosotros, de rodillas ante esta
Hostia, así me lo canta el cielo, que repite en este templo el
clamor de la Hora Santa... Sí, Yo soy la santidad, ¡y fui
pospuesto, sin embargo, al asesino Barrabás!... ¡Ah, y soy
pospuesto todavía, muchas veces, por odio, por desdén y por
olvido!...
¡Qué
angustia tan cruel la de mi Corazón, vejado en esta afrenta! Heme
aquí, oculto en un Sagrario...; soy Jesús, el Dios de la
humildad... El mundo vano vive de soberbia, y no perdona que Yo sea
nazareno oscuro, nacido en un establo... Ved cómo pasan las almas
orgullosas por delante de mi altar, cómo van desoladas, sedientas de
ostentaciones, ambicionando estimación y aplausos... Pasan... y me
posponen a un honor mentido... En esta penumbra de mi templo vivo
relegado; desde aquí voy predicando estas palabras: “aprended de
mí, que soy humilde y pobre”. ¡Ah, sí, soy pobre!, pues entregué
los tesoros de la tierra para abriros a vosotros la inmortalidad del
paraíso... Soy pobre, soy mendigo...; por eso vivo desdeñado del
gran mundo, que necesita del oro, y si no lo tiene, de su brillo
mentiroso... Yo ¿qué valgo para él, entre las pajas de Belén, en
la oscuridad de Nazaret, en la desnudez y abatimiento del Calvario y
de la Eucaristía?
¡Qué
amarga decepción!... Me hice pobre por amor..., y soy un pobre
repudiado, pospuesto a la fortuna miserable de este mundo.
(Breve
pausa)
Estoy
llagado... Mis manos, que llaman y bendicen, están atravesadas...;
mis pies, heridos...; mi frente, destrozada; lívidos, mis labios;
sin luz, mis ojos...; ensangrentado el cuerpo...; abierto, con ancha
herida, el pecho enamorado... ¡Ah, cómo tiemblan los mortales al
ver a este Dios perpetuamente ensangrentado!... Ellos quisieran las
delicias de un edén anticipado en el desierto... ¿Quién me ha
puesto así?... El amor que os tengo, y también el ansia del placer
y la fiebre del gozar del mundo... Así estoy, así vivo en el
Sagrario, ofreciendo paz y cielo, pero entre espinas y en la Cruz...
Y ¿dónde están los amigos, los creyentes, los discípulos?...
¿Dónde?... Se han ido..., me han dejado, en busca de placeres; me
han pospuesto al fango de la culpa... Barrabás, el villano, va
triunfando por el mundo, y tras él, los soberbios engreídos, los
livianos en costumbres; tras de Barrabás, aclamándolo en su
libertad y en su delito, los licenciosos, los corruptores de la
infancia, los que mienten a los pueblos, los que envenenan por la
Prensa... Victorioso Barrabás, lo vitorean todos aquellos que me
reniegan y maldicen en las leyes, los políticos que suben,
escupiéndome en el rostro su blasfemia... Todos éstos van ufanos,
libres; el mundo les arroja flores...; para ellos palmas de
victoria... Y aquí, en mi solitario Tabernáculo, Yo, Jesús, atado
por amor, abandonado de los buenos, negado de los débiles, olvidado
de los más..., condenado por los gobernantes, flagelado por las
turbas desencadenadas en mi contra... Yo amé a los míos, sobre
todas las cosas del cielo y de la tierra..., y los de mi propio hogar
me han pospuesto al polvo..., ¡ay!, al fango de los caminos...
¡Decid vosotros, mis amigos, si hay afrenta más quemante que la
mía!... ¡Considerad y ved si hay dolor semejante a este dolor!...
(Pausa)
El
alma. El discípulo, Jesús divino, no ha de ser más que su
Maestro... Tú, que nos has dado el ejemplo, quieres que, en
seguimiento tuyo, nos neguemos, llevando con amor la Cruz que
salva... Te lo pedimos en esta Hora Santa, con la caridad ardiente de
María Dolorosa, te lo exigimos en consuelo tuyo y para la redención
de los pecadores, con el entusiasmo de Margarita María; sí, nos
abrazamos a la Cruz por el triunfo de tu corazón en la Santa
Eucaristía...
Escúchanos,
Jesús, en esta Hostia...; te vamos a ofrecer la plegaria de
Getsemaní, que es la oración de tu sacrificio de aniquilamiento en
el altar. Óyenos, benigno y manso.
(Cortado
y lento)
Te
amamos, Jesús; concédenos la gloria de ser pospuestos, por tu
entristecido Corazón.
Te
amamos, Jesús; otórganos la dicha de ser confundidos, por tu
amargado Corazón.
Te
amamos, Jesús; concédenos la gracia de ser desatendidos, por causa
de tu misericordioso Corazón.
Te
amamos, Jesús; otórganos el honor inmerecido de ser burlados, por
tu acongojado Corazón.
Te
amamos, Jesús; concédenos la recompensa de ser despreciados, por la
gloria de tu herido Corazón.
Te
amamos, Jesús; otórganos la distinción preciosa de ser injuriados,
por el triunfo de tu Sagrado Corazón.
Te
amamos, Jesús; concédenos la fruición incomparable de ser algún
día perseguidos, por el amor de tu Divino Corazón.
Te
amamos, Jesús; otórganos la corona de ser calumniados, en el
apostolado de tu Sagrado Corazón.
Te
amamos, Jesús; concédenos la amable regalía de ser traicionados,
en holocausto a tu Divino Corazón.
Te
amamos, Jesús; otórganos la honra de ser aborrecidos, en unión con
tu agonizante Corazón.
Te
amamos, Jesús; concédenos el privilegio de ser condenados por el
mundo, por vivir unidos a tu Sagrado Corazón. Te amamos, Jesús;
otórganos la amargura deliciosa de ser olvidados, por el amor de tu
Sagrado Corazón.
¡Oh,
sí!... Te suplicamos nos des la parte que de derecho nos corresponde
en los vilipendios y agonías de tu Corazón Sacramentado...
Consuélate, Maestro... cada uno de éstos, poniendo en tu Costado
abierto una palabra de humildad y confidencia, te protesta, que Tú
eres la única fortuna y su solo paraíso...
(Breve
pausa)
¿Qué
tengo yo, ¡oh, Divino Corazón!, que Tú no me hayas dado?
¿Qué
sé yo, que Tú no me hayas enseñado?
¿Qué
valgo yo, si no estoy a tu lado?
¿Qué
merezco yo, si a ti no estoy unido?
Perdóname
los yerros que contra ti he cometido.
Pues
me creaste sin que lo mereciera.
Y me
redimiste sin que te lo pidiera.
Mucho
hiciste en crearme.
Mucho
en redimirme,
Y no
serás menos poderoso en perdonarme...
Pues
la mucha sangre que derramaste,
Y la
acerba muerte que padeciste,
No
fue por los ángeles que te alaban,
Sino
por mí y demás pecadores que te ofenden...
Si
te he negado, déjame reconocerte,
Si
te he injuriado, déjame alabarte,
Si
te he ofendido, déjame servirte,
Porque
es más muerte que vida la que no está empleada en tu santo
servicio.
(Pausa)
Jesús.
Puesto que los que estáis aquí conmigo sois mis íntimos, dejad que
en vosotros desahogue mi Corazón, tan amargado...; oídme. Hay en Él
una pena honda, una herida que llega hasta la división de mi alma;
ved por qué.
Israel,
el pueblo de mis amores, Israel pidió la sentencia, exigió mi
muerte y levantó la Cruz... Israel, por quien yo flagelé el Egipto,
me flageló... Despedacé sus cadenas y las puso en manos de su
Salvador...; le di maná en el desierto y me tejió una corona de
espinas...; saqué el agua milagrosa de la roca, para apagar su sed,
e insultó la fiebre abrasadora de mi agonía... Bajé del cielo, y
en el arca misteriosa quise morar con ellos en el desierto...
¡Cuántas veces los tuve cobijados bajo mis alas!... Y vedme, herido
de muerte por Israel...
¿Por
qué mi pueblo sigue despojándome todavía de mi soberanía?... ¿Por
qué sigue aún echando suertes sobre mis vestiduras y arrojando al
viento de irrisión mi Evangelio de caridad y de consuelo?
¡Cómo
se agitan las muchedumbres rugiendo en contra de mi ley!... ¡Cómo
pueblos enteros, seducidos por la soberbia, han roto la unidad
sacrosanta de mi doctrina, túnica inconsútil de mi Iglesia!... Mi
corazón solloza dentro de mi pecho desgarrado, al oír cómo en el
atrio de Pilatos, el clamoreo de tantas razas, de tantas sociedades,
que, señalándome en este pobre altar, exclaman: “¡No queremos,
no, que ese Nazareno reine sobre nuestro pueblo!”. Yo te perdono,
¡oh, Israel!
(Breve
pausa)
Mi
Vicario es perpetuamente víctima de la befa de esa turba
enloquecida...; él es mi rostro terrenal..., en él sigo siendo
abofeteado por los insultadores de mi Iglesia... Ese agravio me es
particularmente doloroso; ¡ay de aquel que pone la mano en el
Pontífice, el ungido de mi Padre!...
Detened
su brazo justiciero..., interponed esta Hora Santa, en unión con mi
ultrajado Corazón, pues quiero hacer piedad... Sí, por la apostasía
cruel de tantos pueblos, por el descreimiento público en tantas
sociedades, por la descarada afrenta a mi Vicario, por el odio
abierto y legalizado a mi sacerdocio, por la inicua tolerancia y los
favores de que gozan todos los modernos sanedristas, por todo ese
cúmulo de pecados, por esa plebe y esa cohorte que me hieren... con
una sola voz y un alma sola, pedid piedad a mi Corazón, pedidle
misericordia...
Las
almas. Prisionero de amor, Jesús Sacramentado, pase nuestra
oración las rejas de tu cárcel, como un incienso de adoración y
desagravio, que te ofrecemos por manos de María inmaculada...
Letanías
Señor,
ten piedad de nosotros.
Cristo,
ten piedad de nosotros.
Señor,
ten piedad de nosotros.
Jesucristo,
óyenos.
Jesucristo,
escúchanos.
Dios
Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios
Hijo, Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios
Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Santísima
Trinidad, que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, Hijo del Padre Eterno, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen
María, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, unido substancialmente al Verbo Divino, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, de majestad infinita, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, templo santo de Dios, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, tabernáculo del Altísimo, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, casa de Dios y puerta del Cielo, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, hoguera ardiente de caridad, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, Santuario de la justicia y del amor, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, lleno de amor y de bondad, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, abismo de todas las virtudes, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, dignísimo de toda alabanza, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, rey y centro de todos los corazones, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, en quien están encerrados todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, en quien habita toda la plenitud de la divinidad, ten
piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, en quien el Padre tiene todas sus complacencias, ten
piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, de cuya plenitud hemos participado todos nosotros, ten
piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, deseado de los collados eternos, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, paciente y de gran misericordia, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, rico para con todos aquellos que te invocan, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, fuente de la vida y de la santidad, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, propiciación por nuestros pecados, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, saciado de oprobios, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, despedazado por nuestras maldades, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, que te has hecho obediente hasta la muerte, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, traspasado con la lanza, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, fuente de todo consuelo, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, nuestra paz y nuestra reconciliación, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, víctima de los pecadores, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, salud de los que en ti esperan, ten piedad de nosotros.
Corazón
de Jesús, esperanza de los que mueren en tu amor, ten piedad de
nosotros.
Corazón
de Jesús, delicia de todos los santos, ten piedad de nosotros.
Cordero
de Dios, que borras los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero
de Dios, que borras los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero
de Dios, que borras los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
V.
Jesús manso y humilde de corazón.
R.
Haz mi corazón semejante al tuyo.
Oración
Omnipotente
y sempiterno Dios, pon los ojos en el Corazón de tu muy amado Hijo,
y en las alabanzas y satisfacciones que te ha ofrecido a nombre de
los pecadores, y aplacado con ellas, perdona a los que imploran tu
misericordia en nombre del mismo Jesucristo, que contigo vive y
reina, en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén
(Pausa)
Jesús.
Todo, en mi amor por los humanos, está consumado ya por la Santa
Eucaristía, todo. ¡Oh! pero la ingratitud humana ha consumado
también conmigo, en este maravilloso Sacramento, la obra del dolor
supremo...
Hijos
míos, ¿dónde estabais vosotros cuando en el Calvario se me
envolvió en el silencio de una soledad, más cruel que la de mi
tumba?... Amigos de mi Corazón, ¿qué era de vosotros cuando mis
ojos, nublados por el llanto postrero de la agonía, no contemplaban
sino semblantes iracundos de verdugos?... ¿Dónde estabais?...
Y
cuando, pensando en vosotros, los predestinados, tuve sed de que
consolaran mi alma, infinitamente acongojada, ¿por qué entonces, se
humedecieron mis labios, abrasados con hiel de ausencia... de
olvido... de cobardía..., de tibieza de aquellos mismos que fueron
los regalados del banquete de mi hogar?... Bien lo sabéis: ésa no
es, por desgracia, una historia de hace siglos; contempladme en esta
Hostia, y decid si la ingratitud no es pan amargo y cotidiano de este
Dios hecho Pan por los mortales... ¿Cuánto y en qué os he
contristado en esta cárcel voluntaria, para que selléis sus puertas
con el abandono en que se deja un sepulcro destruido y vacío?
¡Oh!,
venid, rodeadme, estrechaos a mis plantas; quiero sentiros cerca, muy
cerca, en la mística agonía de mi Corazón Sacramentado...
¡Hora
ansiada, Hora venturosa la Hora Santa, en la que este Dios recobra su
heredad, el precio de su sangre!...
Yo
os bendigo, porque tuve hambre y, dejando el reposo, vinisteis a
partirme el pan de la caridad...; os considero míos porque tuve sed
y me disteis compasión y lágrimas; os abrazo sobre mi pecho
lastimado, porque estuve tristísimo en la soledad de esta prisión y
vinisteis a hacerme deliciosa compañía. En verdad, en verdad os
digo, que vuestros nombres están escritos para siempre con letras de
fuego y sangre en lo más recóndito de mi Corazón enamorado...
Descansad
sobre él, como yo descanso ahora entre vosotros, los hijitos
preferidos de mi amor.
(Pausa)
El
alma. Hemos venido, no a descansar, Maestro, sino a sufrir
contigo, a compartir tu cáliz y a reparar pidiendo el reinado de tu
Divino Corazón... Por esto no nos retiramos de tu lado, llevándote
en el alma, sin haberte confiado antes un anhelo ardoroso, el único
anhelo de tus consoladores y amigos... y es decirte que vengas, que
te acerques triunfador por tu sagrado Corazón..., que te reveles a
estos tus apóstoles humildes, porque sienten ardores inefables, que
sólo tu posesión y tu reinado pueden mitigar. Accede, pues, Jesús
amabilísimo, y en las naturales aflicciones y zozobras de la vida:
(Todos,
en voz alta)
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
los afectos caducos y engañosos de la tierra...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
las desilusiones de la amistad terrena, en las flaquezas del amor
humano...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
las seducciones brillantes de la vanidad, en los escollos incesantes
del camino...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
las castas y legítimas alegrías de los hogares que te adoran...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
las veleidades de la adulación y de la fortuna seductora... ¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
las horas de paz de la conciencia, en los momentos de un
remordimiento saludable...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
las tribulaciones de los nuestros, al ver sufrir a los que amamos...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
los desfallecimientos del amor terreno, al sentir la fatiga del
destierro...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
las contradicciones incesantes, en los días de incertidumbre o de
quebranto amargo...
¡Ven!...
sentimos sed de tu adorable Corazón.
En
el momento de la tentación y en la hora de la suprema despedida de
la tierra y de la Hostia Santa... ¡Ven!... sentimos sed de tu
adorable Corazón.
(Pausa)
Las
almas. Al verte tan de cerca y tan benigno, lejos de exclamar
como tu apóstol: “Apártate, Señor; aléjate, porque somos
miserables pecadores...” queremos por el contrario, abalanzarnos a
tu encuentro, acortar las distancias y estrechar la dichosa intimidad
entre tu Corazón y los nuestros...
(Lento
y cortado)
Ven,
Jesús, ven a descansar en nuestro amor, cuando los soberbios
gobernantes de la tierra maldigan de tu ley y de tu nombre...
acuérdate que somos tuyos..., que estamos consagrados a la gloria de
tu Divino Corazón... Ven, Jesús, ven a descansar en nuestro amor
cuando las muchedumbres, agrupadas por Luzbel y los sectarios sus
secuaces, asalten tu santuario, y reclamen tu sangre... acuérdate
que somos tuyos..., que estamos consagrados a la gloria de tu Divino
Corazón...
Ven,
Jesús, ven a descansar en nuestro amor...; cuando gimas por los
vituperios y por las cadenas con que ultrajan a tu Iglesia santa, los
poderosos y aquellos mentidos sabios, cuyo orgullo condenaste con
dulcísima firmeza..., acuérdate que somos tuyos..., que estamos
consagrados a la gloria de tu Divino Corazón...
Ven,
Jesús, ven a descansar en nuestro amor; cuando millares de
cristianos hagan caso omiso de tu persona adorable..., y te lastimen
cruelmente con una tranquila prescindencia, que es un puñal de hielo
clavado en tu pecho sacrosanto..., acuérdate que somos tuyos..., que
estamos consagrados a la gloria de tu Divino Corazón...
Ven,
Jesús, ven a descansar en nuestro amor; cuando tantos buenos y
virtuosos te midan con avaricia su cariño, te den con mezquindad
aborrecible su confianza... y te nieguen consuelo en sacrificio y
santidad... acuérdate que somos tuyos..., que estamos consagrados a
la gloria de tu Divino Corazón... Ven, Jesús, ven a descansar en
nuestro amor; cuando te oprima la deslealtad, cuando te amargue la
tibieza de las almas predestinadas, que, por vocación, deberían ser
enteramente tuyas, siendo santas..., entonces como nunca, en esa hora
de sin par desolación, acuérdate que somos tuyos..., torna aquí
los ojos atristados, suplicantes..., no olvides que estos hijos
estamos consagrados para siempre a la gloria de tu Divino Corazón...
Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa, y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
(Lento)
Tú
eres, Jesús, el Dios oculto... Escóndete en mi alma, y convertido
yo en una Hostia, en otra Eucaristía humilde, vámonos, Señor,
vámonos, eternamente unidos, como en la Comunión, como en la Hora
Santa... Tú en mi pobrecito corazón..., y yo perdido para siempre
en el abismo de dolor, de luz de cielo, de tu Sagrado Corazón:
¡venga a nos tu reino!
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