Para
rezar en familia
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
Caía
la tarde del Jueves Santo… Junto con las primeras sombras, los
horrores de una agonía espantable inundaban ya el Corazón
desgarrado de Jesús… El Nazareno Salvador era el Hijo del Hombre…,
tenía una Madre, ¡única en su ternura, divina en su hermosura! Su
cariño y mirada eran para Jesús más que el cantar de los ángeles,
más que el aura perfumada de los cielos… Era Ella la bendición
del Padre… ¡Y debía dejarla, por amor de los humanos! ¡Oh,
Jueves Santo, día de las despedidas supremas del Maestro!… Había
llegado su hora: postrado en tierra, de rodillas ante la Virgen
María, el Hijo-Dios le pide licencia para morir, en redención de
sus verdugos… Y entrecortada la voz por los sollozos, descansando
su cabeza soberana sobre el pecho de su Madre, le confía Jesús a
las ovejitas recobradas del rebaño… María le tiene estrechado
entre los brazos, puesto el recuerdo en la cuna de Belén, y los
ojos, milagrosamente iluminados, en el Calvario del mañana… Y esa
Reina llora, ungiendo la cabeza del redentor con sus preciosas
lágrimas…; llora, ofreciendo al Eterno Padre esa Víctima, el
Cordero Inmaculado…; llora, bendiciendo al mundo, cuyo rescate
comenzó en la casita dichosa de Nazaret, y que terminará al
siguiente día en un cadalso de horror, de sangre y de vergüenza…
Abraza, delirante de amor, al Hijo, y antes que las espinas profanen
su frente, la besa en nombre del cielo, porque es su Dios…; vuelve
a besarlo en nombre de la tierra, porque es su Rey…, y pronuncia
un ¡fiat! desgarrador, omnipotente… Era ya la
noche; Jesús ha confiado su madre desolada a los amigos de Betania y
a los ángeles, y se aleja, llevando el alma anegada en una agonía
más amarga que la muerte…
(Pausa)
Las
almas. Que bien sienta, Jesús sacramentado, recordarte a esta
hora, y en este día incomparable, esa tu primera angustia
crudelísima: el sacrificio de tu Madre, por amor del mundo
desdichado… ¡Señor!, no sólo como Dios que eres, sino como
Jesús, el Hijo de María, Tú penetras y comprendes la crueldad
mortal de las separaciones de la tierra… y el dolor que provocan
las ausencias, las despedidas y la muerte… ¡Ah!, precisamente
porque eres Jesús, venimos, pues, a desahogarnos en aquella primera
herida de tu Corazón, abierta al despedirte de María, dolorosa como
ninguna Madre, desde ese instante… Mira en Ella, Jesús, a tantas
madres, a tantas esposas, a tantas almas que lloran hoy ante el
Sagrario, la ausencia de seres muy queridos… Cuántas llegarán
mañana, solas, ante la Cruz ensangrentada… Sí, vendrán solas,
porque la desgracia, ¡ay!, y tal vez la falta de fe, tienen alejados
del hogar o de tus templos a un hermano, al esposo, o algún hijo…
alejados, pero no despedidos, mil veces no, del sagrario de tu
Corazón, que es la resurrección de los caídos… En él, como en
un cáliz, vienen a llorar contigo, en este Getsemaní, las angustias
de la ausencia, muchas madres atribuladas, tantos padres cristianos,
muchos hermanos desolados, que reclamen de tu Corazón la paz, en el
triunfo de tu amor en sus hogares…, la paz en el regreso de los
pródigos…, la paz en la resignación por las crueldades de la
muerte…
No
importa que suframos nosotros, Maestro, aquí a tu lado; pero que los
nuestros sean también tuyos, que te adoren, que te amen todos, como
el día, sin nubes de la Primera Comunión… ¡Oh, dulce Nazareno,
recuerda las congojas de María, al despedirte Tú de ella, el Jueves
Santo…, no olvides el postrer abrazo de tu Madre, y el encargo que
te hizo de velar, con especial ternura, en la Eucaristía sacrosanta,
por las madres doloridas… y por todos los ausentes del hogar!…
(Pausa)
(Pedid a los Sagrados Corazones de Jesús y de María que, por la
mutua aflicción del Jueves Santo, remedien tantas
desdichas morales del hogar; en este día en que nos obsequió su
Corazón en la Santa Eucaristía, no puede negarnos esa gracia).
Con
el Corazón lacerado, humedecido el pecho y los cabellos con las
lágrimas de su divina Madre, sube Jesús la colina de Sión y llega
con los suyos a la sala de la última Cena de su vida… Está herido
de amor… El llanto ha enrojecido sus ojos hermosísimos, y pugna
todavía por brotar a raudales; pero el Maestro lo contiene
prisionero en su Corazón, que ya agoniza… “Y como nos hubiera
amado siempre con amor sin límites, en esa hora sublime, nos amó
con exceso”, con delirio infinito: deliciosamente enloquecido, por
su propia caridad, se hizo Pan… se hizo Eucaristía, e inerme,
indefenso, aniquilado, se nos entregó en la Hostia, hasta la
consumación de las edades… “Te venció el amor, Jesús. ¡Viva
tu Corazón Sacramentado!”.
(Pausa)
Al
recordar la dádiva por excelencia del Corazón de Jesucristo, su
maravillosa Eucaristía, hemos exclamado, con ardor del alma: “¡Viva
tu Corazón Sacramentado!”. Pero ¡ay!, no es eso, no, el grito de
un mundo que heredó la dureza de un pueblo deicida, y aun la
perfidia del discípulo traidor. Ahí tenéis al Dios Sacramentado,
ahí está, decepcionado de millares de sus redimidos… Fabricó la
prisión de su Sagrario, inventó el cielo de la Hostia, y su pueblo
le pagó con el olvido… Su pueblo hizo el silencio alrededor del
Arca Santa, y ahí donde le veis, almas consoladoras, ahí le tiene
abandonado entre las sombras de ese pobre calabozo, siendo el Dios,
que es la bienaventuranza de los cielos…
Llama,
y su voz se pierde en el desierto; pide, y su reclamo se disipa en el
silencio; se queja…, y su gemido le apaga, muchas veces, el clamor
de sus hijos, que ríen y cantan, despreocupados por completo del
Cautivo del altar… Y el Hombre-Dios conoció esta afrenta, y la
saboreó en toda su indecible amargura, al consagrar el primer pan,
el Jueves Santo. ¡Oh, sí lo supo, y su Corazón no vaciló, porque
os esperaba a vosotras, almas fidelísimas…, porque os veía llegar
con una plegaria de consuelo y de victoria, ante su altar! Digámosela
con una sola voz, y que esa oración sea a un tiempo el desagravio de
ese ignominioso olvido y el pedido imperioso de una nueva era de
triunfo para el Corazón de Jesús Eucaristía…
Las
almas. Con el íntimo fervor con que comulgó San Juan, de tu
mano benditísima, y con la fe ardorosa de San Pablo, suplicámoste,
Jesús Sacramentado, que despiertes en las almas incontenibles
ansias, hambre divina de comulgar. Te conjuramos, pues, que nos
escuches:
Por
la primera Comunión, distribuida a tus apóstoles en al Cena
misteriosa del Jueves Santo…
(Todos en voz alta)
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
las protestas de amor y de fidelidad, de tus discípulos al
entregarles el tesoro de tu Sagrado Corazón…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
el poder maravilloso conferido a los apóstoles y por la institución
del sacerdocio para la perpetuidad de los misterios eucarísticos…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
la renovación, no interrumpida desde entonces, del holocausto del
Cenáculo y de la Cruz, en el maravilloso sacrificio de la Misa…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
las inagotables larguezas de tu Corazón, en las victorias otorgadas
a tu Iglesia por el Sacramento del altar…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
los prodigios incesantes de santificación, operados en la recepción
frecuente y cotidiana del maná sacramentado…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
tu residencia fidelísima de veinte siglos de Sagrario, no obstante
el olvido, el desdén y el sacrilegio…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
la sabiduría de tu Iglesia, al invitar con santo apremio a la
recepción frecuente y diaria de la adorable Eucaristía…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
Por
la ternura redentora que ha abierto a los pequeñitos, de un mundo
que se pierde, el refugio de tu Corazón y de tu Santo Tabernáculo…
Reina,
Corazón Divino, por la Comunión de cada día.
(Pausa)
(Pedid con especial fervor en esta tarde el triunfo del Sagrado
Corazón en la Comunión diaria).
El
que es Señor del cielo y soberano de la tierra, es ya el divino
esclavo de los hombres…; el que nos dio la vida, se ha aniquilado…
el que rompió nuestras ligaduras, las ha tomado para sí, y es, por
amor incomprensible, prisionero nuestro desde el Cenáculo…
Arrastrando
invisibles cadenas baja de Sión, se interna entre los olivos de
Getsemaní… y, cayendo ahí de hinojos, ora y comienza a agonizar…
Se cierne en ese instante la tempestad de todos los dolores sobre su
Corazón despedazado, y, en medio de todas las congojas, repite,
entre sollozos: “¡Los amo, Padre! ¡Hiere, pero salva, perdona a
los humanos!”… Arrecian las angustias; han pasado los verdugos,
los blasfemos, los insultadores de su Cruz, los negadores de su
Evangelio y de su amor… Y ha repetido: “¡Los amo, Padre!…
¡Perdona a los humanos!”. Han pasado los apóstatas, los infelices
renegados, que pisotearon el altar en que adoraron…; ha pasado la
muchedumbre infinita de los cobardes, de los que temieron confesarlo,
de los que se avergonzaron de su Rey y Salvador, y ha exclamado,
dolorido: “¡Los amo, Padre!… ¡Perdona a los humanos!”… Han
pasado los perseguidores de su Iglesia, los que han luchado con la
mentira, los seductores de los pueblos, los hipócritas, los
soberbios…; han pasado los ruines, los indiferentes de conciencia,
la turba incontable de los gozadores que profanaron el alma en un
lodazal de pasiones nefandas…, y el divino Agonizante ha repetido:
“¡Los amo, Padre!… ¡Salva, perdona a los humanos!”… Han
pasado los sacerdotes tibios e infieles, los padres mundanos y
culpables de la perdición de sus hijos…; han pasado los hogares
con todos sus delitos, las sociedades con todas sus orgías, los
pueblos y gobernantes con todas sus insultantes rebeldías…; han
pasado los que abofetearon al Pontífice, su Vicario, y sollozando y
ahogando en ese lago insondable de tedios, de horrores y agonías, ha
balbuceado: “¡Sí, los amo, Padre, los amo!… ¡Perdona a los
humanos!”… ¡Ay!, como millares de saetas han venido, en fin, a
azotar sacrílegamente su rostro y a traspasar su Corazón, los
nombres de los malditos…, ¡de aquella legión innumerable de
réprobos que, ungidos por su sangre y rescatados con su muerte,
quisieron, sin embargo, morir y maldecir eternamente!… Estalla,
entonces, el Corazón de Jesús en un sollozo de dolor infinito, y
esa palpitación violenta rompe sus venas… Palidece Jesús…;
pero, un instante después, su rostro lívido, sus cabellos
desgreñados, todo su cuerpo tembloroso está empapado en sangre…
Cae entonces con la faz sobre el polvo, exclamando: “¡Padre, he
aquí que he venido a hacer tu voluntad…; pero, si fuera posible,
aparta de mí este cáliz!”… Estaba postrado en tierra todavía
cuando resonaron nuestros nombres en su Corazón agonizante… Nos
vio, sí, nos vio a los que estamos aquí presentes, en esta Hora
dulce y santa de consuelo… Bajamos nosotros con el ángel para
sostenerlo… Sintió que lo hacíamos descansar, desfallecido, entre
nuestros brazos…, que lo confortábamos con sacrificios, con
ternura, con amor del alma…; y desde entonces nos sigue mirando, a
través de sus lágrimas y de las rejas de su cárcel, como a los
amigos, como a los confidentes de su entristecido Corazón… Ese
mismo Corazón palpita ahí, en esa misteriosa tumba… Callemos, y
que sus latidos nos cuenten sus congojas secretas, sus reclamos de
amor, sus anhelos de triunfo…
(Pausa)
(Consagraos en esta Hora, mil veces Santa, a su Sagrado Corazón,
y juradle amor eterno, en su Divina Eucaristía).
Era
plena noche. “Vamos -dijo, de pronto, Jesús despertando a los
Apóstoles-, vamos, se acerca el que va a entregarme”. Un momento
más, y su Corazón se estremeció, cruelmente torturado, a la vista
de Judas, el traidor. ¡Lo había amado tanto!… Lo había
predestinado entre millares…; lo hizo apóstol suyo y sacerdote…,
¡por un vil puñado de monedas viene a entregar al Salvador!… Le
tiende los brazos…, ¡oh, felonía!, y, acercándose al rostro de
Jesús, donde lo besó su Madre Inmaculada, ahí lo besa Judas…
Dulcísimo, pero hondamente conmovido, le dice Jesús: “Amigo, ¿con
un ósculo me entregas?”… ¡Ay, cómo no se ha perdido, en tantos
siglos, esa palabra de infamante reproche!… Es que los traidores
viven aún espiando a su Maestro; esa raza perdura, vive de su
sangre, sigue sorteando su túnica y negociando su Evangelio… Y el
Señor Jesús, porque es manso y porque es eterno, calla en ese
Tabernáculo, testigo de las promesas que le hicieron, monumento
acusador de las traiciones…
Lo
besan y lo entregan tantos, ¡ay! que, por renegar de su Maestro,
reciben puestos, situación y las monedas viles, siempre codiciadas…
Lo
besan con perfidia, y lo entregan, los infelices que se dicen
desengañados de su doctrina salvadora… y es que no soportan la
santidad de su mirada y de su ley…
Lo
besan y lo entregan… tantos tímidos, que temen a los doctores y
fariseos que persiguen a ese Dios, que condena la falsedad y toda
cobardía… Y estos Judas son refinadamente crueles con Jesús, que
se le acercan con fingimiento de respeto, lo traicionan, según
dicen, por deber ineludible de su situación, por honradez de
convicción, por delicadeza de conciencia…
Las
almas. Están decepcionados de ti, Jesús, que eres la única
verdad, el solo camino y la vida que nunca desfallece… ¡Oh, en
esta Hora Santa, sepulta en el olvido el ultraje sangriento de tantos
que se han sentado a tu banquete, que participaron de tus
confidencias, que fueron tus amigos y después te pospusieron a la
escoria de la tierra!…
(Todos, en voz alta)
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
el inmenso dolor que afligió tu Corazón, en la traición villana
del apóstol, que te entregó con un beso de perfidia…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
la decepción sufrida en la fuga bochornosa de los once discípulos,
que habían jurado amarte hasta la muerte…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
la amargura saboreada en la triple negación de Pedro…, por las
lágrimas humildes con que reparó su presunción y, después, su
lamentable cobardía…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
el horrible desengaño de tu pueblo que, después de vitorear tu
nombre, aclamó a tus verdugos y exigió tu sangre…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
la congoja que sufriste por la ingratitud de aquellos que sanaste en
tu camino, que cosecharon tus prodigios, y se unieron, sin embargo, a
la turba deicida…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
el llanto que arrancó a tus ojos la maldición de aquellas madres,
cuyos hijos bendijiste; por el lodo que esos niños arrojaron a tu
rostro…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
la honda herida que te abrió la desesperación de Judas, al
desconfiar de tu misericordia inagotable…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
las tristezas que te causaron las innumerables defecciones previstas
en Getsemaní, y que te ultrajaron, desgarrando, en el transcurso de
los siglos, la túnica inconsútil de tu Iglesia…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
Por
la agonía mortal sufrida por la apostasía pública de algunos
ministros de tu altar, por ese cruel lanzazo, por los gemidos que te
arrancaron las blasfemias de esos desdichados Judas…
Perdona
las traiciones, Corazón Agonizante de Jesús.
(Desagraviad
a Jesús por tantas traiciones de bajo interés y de cobardía).
(Pausa)
“¿A
quién buscáis?” -dice Jesús a los soldados, dominando con
majestad divina un dolor inmenso…-. “¡A Jesús de
Nazaret!”-contestan a una voz los que venían sedientos de su
sangre-. Un momento más, y el dulcísimo Maestro se adelanta, ofrece
las manos, doblega su cuello, bajo una soga de criminal… y cautivo
de los hombres, les entrega nuevamente el enamorado Corazón…
Y
vosotros, ¿a quién buscáis, almas fervientes, en esta noche, aquí
en este Getsemaní de su Sagrario?…
Las
almas. Venimos en busca tuya, Jesús de Nazaret… En esta hora
del poder de las tinieblas, de la soledad y del pecado… Por esto
hemos elegido el momento supremo de tu desamparo, ¡oh Divino
Agonizante del altar!… para sorprenderte a solas y ocupar en esta
Hora Santa el puesto de San Juan y de los ángeles… Sí, yo soy tu
dueño. Prisionero de ese tabernáculo…, y de mi alma pobrecita…;
yo soy tu dueño, como he sido tantas veces tu verdugo… Déjanos,
pues, acercarnos a tu cárcel voluntaria y permite que besemos tus
cadenas, que bendigamos los dichosos muros de tu calabozo; consiente
que lloremos de amor al meditar en la sublime e incomparable
cautividad del Hijo de Dios vivo… Aquí no fue ya un pecador quien
te entregó: fue tu propio Corazón, el dichoso, el amabilísimo,
culpable de esta prisión de amor…
Permítenos,
pues, resarcirte ahora de las amarguras de tu cautiverio con el
clamor de nuestra humilde adoración… Acércate, Jesús, a las
puertas de tu cárcel y recoge la plegaria de tus hijos fidelísimos.
En
los Sagrarios todos de la tierra, en las Hostias consagradas del
mundo entero…
(Todos en voz alta)
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
aquellos Tabernáculos enteramente abandonados, en aquellas lejanías
donde quedas largos meses olvidado, entre polvo del altar…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
aquel sinnúmero de templos donde se ofende con irreverencia la
humilde majestad de tu Sagrario…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
el pavimento del Santuario, en el polvo del camino, en el fango de
los muladares, en que las manos de un sacrílego han profanado la
Hostia consagrada…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
los labios del que te recibe como Judas en su corazón manchado por
la culpa…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
la esplendidez y pompa con que la Iglesia te ensalza en los cultos
públicos de ese sacramento del amor…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
el dichoso retiro de los monasterios, en el corazón de tus esposas
vírgenes, que cantan al Cordero un himno de amor inmaculado…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
unión con todos tus amigos que, en la adoración perpetua y en la
Hora Santa, vienen a reparar y a visitarte, ¡oh, Dios encarcelado!…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
En
el pecho del moribundo que te ha llamado en su socorro, en ese
corazón agonizante que desfallece ya, herido por la muerte…
Te
adoramos, Corazón de Jesús-Eucaristía.
(Pausa)
No
ha habido noche más horrenda, en sus dolores, que la noche del
primer Jueves Santo de la tierra… No tenéis para qué reconstituir
la escena de hace veinte siglos, almas fervorosas, cuando ahí tenéis
a Jesús sentado siempre en el banquillo de los criminales… reo de
un amor infinito. Ahí lo tenéis, desde entonces, vendados los
divinos ojos por el llanto que le arranca la tibieza de los buenos,
de los suyos…; ahí está, objeto incesante de la befa de los
sabios y de los honrados de la tierra…: ahí sigue siendo el
ludibrio sangriento de los que le temen en su misma inercia, en su
silencio sacramental… “Tú, que resucitas los muertos -le dice la
incredulidad-, sal, si puedes, de esa tumba…; si eres Rey, le dicen
los gobernantes, si es verdad que palpitas, Dios, en esa Hostia,
adivina quién te hirió″. Y lo golpean con sacrílega legalidad, y
profanan sus templos… e insultan la mansedumbre de su Corazón, que
calla y que espera siempre perdonar…
Pero
es, sobre todo, el pecado de altivez y de soberbia el que más le
ultraja en la dulcísima humildad de su Sagrario… Es la rebeldía
de Luzbel, el orgullo humano, la hez más amarga de su cáliz…
¡Oh!,
en este día, espera de nosotros, con derecho, un consuelo de
humildad. ¡Ah!, sí, recíbelo mil veces, Jesús Sacramentado, en
pago de amor, por aquella eterna noche de sacrílega profanación de
tu persona, sufrida el Jueves Santo.
(Lento y cortado)
Las
almas. Te amamos, Jesús, concédenos la gloria de ser
pospuestos, por tu entristecido Corazón…
Te
amamos, Jesús, otórganos la dicha de ser confundidos, por tu
amargado Corazón…
Te
amamos, Jesús, concédenos la gracia de ser desatendidos, por causa
de tu misericordioso Corazón…
Te
amamos, Jesús, otórganos la honra inmerecida de ser burlados, por
tu acongojado Corazón…
Te
amamos, Jesús, concédenos la recompensa de ser despreciados, por la
gloria de tu herido Corazón…
Te
amamos, Jesús, otórganos la distinción preciosa de ser injuriados,
por el triunfo de tu Sagrado Corazón…
Te
amamos, Jesús, concédenos la fruición incomparable de ser algún
día perseguidos, por el amor de tu Divino Corazón…
Te
amamos, Jesús, otórganos la corona de ser calumniados, en el
apostolado de tu Sagrado Corazón…
Te
amamos, Jesús, concédenos la amable regalía de ser traicionados,
en holocausto de tu Divino Corazón…
Te
amamos, Jesús, otórganos la honra de ser aborrecidos en unión con
tu Agonizante Corazón…
Te
amamos, Jesús, concédenos el privilegio de ser condenados por el
mundo, en obsequio de tu Divino Corazón…
Te
amamos, Jesús, otórganos la amargura deliciosa de ser olvidados,
por amor a tu Sagrado Corazón…
Si
el discípulo no ha de ser más que su Maestro, te suplicamos, Jesús,
nos des la parte que nos corresponde en los vilipendios de tu Corazón
Sacramentado… Consuélate de todos ellos, Maestro muy amado, pues
estos tus amigos, poniendo en tu Costado herido una palabra de
humildad, te protestan que Tú eres en esa Hostia, su única fortuna,
su solo Paraíso.
(Breve
pausa)
El
Jueves Santo no fue sino la hora de caridad y de agonía de aquel día
de siglos, que vivirá encarcelado en los altares, cautivo de los
corazones, prisionero de nuestros templos, Jesús-Eucaristía… El
Jueves Santo del Cenáculo y de Getsemaní se perpetúa para
glorificación de Jesús hasta la consumación de las edades; este
Sacramento del amor y de la fe quedará con nosotros hasta que la
última Hostia se consuma en el pecho del último hombre que agonice…
¡Ah!,
pero ese Sol de amor, el Corazón oculto en el pecho de Jesús y en
esa Hostia, no ha permanecido siempre velado a nuestros ojos, no…
Incontenible en sus ardores de caridad y en los fulgores de luz
misericordiosa, por la ancha herida del Costado, nos habla de ese
Corazón Sagrado, con gemidos de paloma… y, por fin, se revela, un
día venturoso, en toda la magnificencia de su amor. Y es Él, el
Nazareno divino, es el Maestro de Judea, apasionado de las almas…
es el mismo Agonizante adorable, el mismo cautivo triunfador de
Getsemaní… el que aparece ante los ojos extasiados de Margarita
María, y el que, mostrándole su Corazón envuelto en llamas, dice:
“He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres…; no he
podido contener por más tiempo el amor que por ellos me devora…
Ved aquí que vengo, pues, a pedir amor por amor, corazón por
corazón…; quiero trocar mi vida por vuestra vida… ¡Estoy
triste…: se me olvida…, se me ultraja! ¡Quiero consuelo, tengo
ansias de un solemne desagravio en una gran festividad a mi Corazón!…
¡Vengo a exigir para él un homenaje, un culto victorioso; pues por
él he de reinar!… Venid a acompañarme en la adoración
reparadora…; venid a convertir al mundo en la Hora Santa… ¡Ah,
venid a comulgar…, venid, tengo sed de ser adorado en el sacramento
del altar!… Traedme almas…, muchas almas… y luego, llevadme al
seno del hogar, al corazón del que padece, al lecho del pecador
empedernido… y veréis la gloria y los prodigios de mi amor…
¡Tomad y recibid, en esta Eucaristía, mi Divino Corazón…; todo
él os pertenece…; amadlo…; amadlo… y hacedlo reinar!”.
(Así
habló el Dios de Paray-le-Monial, así nos sigue hablando por
la deliciosa llaga de su pecho… Espera una respuesta en esta noche
que al esfumarse, como una visión del cielo, irá a confundirse en
las horas de una eternidad feliz).
(Pausa)
Las
almas. Ángel de Getsemaní, San Juan y Margarita María,
adoradores felices del Cenáculo, Virgen Inmaculada, acercaos todos,
velad y orad con nosotros, y depositad nuestra última plegaria, no a
los pies de Jesús Sacramentado, sino en la herida sangrienta del
Costado…
Señor,
Jesús, Tú lo has dicho, Tú eres Rey…; a eso viniste al mundo;
para reinar estableciste el sacrificio perpetuo del altar; para
reinar nos revelaste los tesoros y los anhelos de tu Divino Corazón…
No en vano nos aseguraste, Jesús, que por él incendiarías en tu
amor al mundo desdichado…
Cumple
pues tus promesas; establece ya, nos urge, el reinado de tu amante
Corazón.
(Todos
en voz alta)
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
1ª.
Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te
arrebaten las conciencias y profanen, en tu ausencia, todos los
estados de la vida…
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
2ª.
Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la
paz inalterable prometida a los que te han recibido con Hosannas…
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
3ª.
No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen
aflicciones y amarguras, que Tú solo prometiste remediar…
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
4ª.
Ven…, porque eres fuerte, Tú, el Dios de las batallas de la vida;
ven, mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el
trance de la muerte…
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
5ª.
Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú la
inspiración y recompensa en todas las empresas.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
6ª.
Y tus predilectos, quiero decir, los pecadores, no olvides que para
ellos, sobre todo, revelaste la ternura incansable de tu amor.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
7ª.
¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes, a
quienes debes inflamar con esta admirable devoción!
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
8ª.
“Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho
atravesado… Permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad
a que aspiramos.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
9ª.
Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas… En
nombre de ellas te suplico sigas siendo en todas el Soberano muy
amado.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
10ª.
Pon palabras de fuego, persuasión irresistible,
vencedora, en aquellos sacerdotes que te aman y que te predican como
Juan, tu apóstol regalado.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
11ª.
Y a cuantos enseñen esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus
inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquella
en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
12ª.
Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón y a cuantos
hemos compartido tu agonía en la Hora Santa, por esta hora de
consuelo y por la Comunión de los primeros Viernes: cumple con
nosotros tu promesa infalible; te pedimos que, en la hora decisiva de
la muerte,
Venga
a nos el reinado de tu amante Corazón.
(Breve
pausa)
Y
reclinados ahora dulcemente en tu sagrado pecho, déjanos decirte:
Te
bendecimos y te amamos, Jesús, por todos los que te aborrecen.
Te
bendecimos y te amamos por todos los que te blasfeman.
Te
bendecimos y te amamos por todos los que te profanan con el
sacrilegio.
Te
bendecimos y te amamos por todos los que te niegan en este
Sacramento.
Te
bendecimos y te amamos por todos los indiferentes que te olvidan.
Te
bendecimos y te amamos por todos los buenos que abusan de la gracia.
Te
bendecimos y te amamos en esta Eucaristía con el Corazón de tu
divina Madre, y con la caridad de todos los predestinados.
Y si
te hemos negado alguna vez, perdona, ¡oh, Dios Sacramentado!… y,
en desagravio, déjanos reconocerte en el Sagrario en que Tú vives…
Si te hemos ofendido por fragilidad o por malicia, déjanos servirte
en eterna esclavitud de amor eterno, porque es más muerte que vida
la que no se consume en amar y en hacer amar tu amante, tu olvidado,
tu Divino Corazón, en la Santa Eucaristía: ¡Venga a nos tu reino!
(Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los
presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón
mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada
de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y
naciones).
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
¡Hosanna
a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los millones de criaturas que
ignoran por completo tu presencia real en los Sagrarios; en nombre de
todos ellos te adoramos Señor, y te amamos con amor más fuerte que
la muerte!
¡Hosanna
a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los que, creyendo en este
sublime misterio, viven tranquilos, sin comulgar jamás desdeñosos
del maná de tus altares; en nombre de todos ellos, te adoramos,
Jesús, y te amamos con amor más fuerte que la muerte!
¡Hosanna
a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los que creen en tu
Eucaristía y la profanan con horrendo sacrilegio; en nombre de todos
ellos, te adoramos, Señor, y te amamos con amor más fuerte que la
muerte!
¡Hosanna
a Ti, Jesús, hosanna en reparación de los que, por culpable
tibieza, se retraen del comulgatorio y te reciben sólo muy de tarde
en tarde y con recelos de un temor exagerado que te ofende; en nombre
de todos ellos te adoramos, Señor, y te amamos con amor más fuerte
que la muerte!
¡Hosanna
a Ti, Jesús, hosanna en reparación de tantos buenos y piadosos, de
tantos sacerdotes que pudieran ser santos con sólo darse
generosamente a la devoción de tu sagrada Eucaristía, consagrándose
sin reserva a este amor de los amores, a este culto reparador,
incomparable; en nombre de todos ellos, te adoramos, Señor, y te
amamos con amor más fuerte que la muerte!
¡Oh,
sigue, Jesús, revelando las maravillas de tu Corazón desde esa
Hostia!… Avanza, Dios oculto y vencedor, avanza, conquistando en el
comulgatorio alma por alma, familia por familia, hasta que la tierra
entera exclame, alborozada: “¡Alabado sea el Divino Corazón en su
Eucaristía salvadora…; a él, sólo a él, en los altares, gloria
y honor por los siglos de los siglos; venga a nos tu reino!”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario