DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
La Sangre de Jesús nos ha dado la fe
I. No habiendo podido el demonio hacerse igual a Dios en el cielo, trató de tener culto divino en la tierra. Y los hombres se sometieron a él de buena gana, levantándole templos y altares, adorándolo en los ídolos, y sacrificándole no sólo animales, sino también niños y doncellas. ¡A tal exceso llegaron nuestros antepasados, y en tal estado permaneceríamos aún nosotros, si Jesús no nos hubiera dado la fe! Adorando al demonio en la tierra, con él habríamos ido a penar al infierno. ¡Infelices de nosotros sin la fe! Sangre de Jesús, sed mil veces bendita y alabado, por haberme librado, con tu derramamiento, de tan mísero estado, y en seguida, de mi eterna perdición. Por tanto es mi estricta obligación amaros y alabaros por todo el curso de mi vida.
II. El profeta Zacarías anunció la venida de un día tal que no se distinguiría de la noche; pero en el cual, hacia la tarde, aparecería la luz, y un torrente de agua, difundiéndose desde Jerusalén sobre la tierra, haría que los hombres creyeran en Dios.
Este fue el día de la muerte de Jesús, en el cual quedó obscurecido el sol hasta la hora nona (San Efrén, sobre Zacarías, XIV, 7); y entonces fue cuando la Sangre Preciosa derramada en Jerusalén, fecundando al mundo, hizo germinar la fe; y extirpando la idolatría volvió a los hombres adoradores del verdadero Dios.
Si tenemos, entonces, la fe, si nosotros, que estábamos lejos del verdadero Dios, ahora estamos unidos a él; ello es en virtud de la Sangre Preciosa, dice San Pablo (Vosotros, que estabais lejos, habéis sido puestos cerca por la Sangre de Cristo. Efesios, II,3). Bendigamos, pues, y rindamos siempre honor a esta Sangre divina, que nos ha hecho partícipes de tan excelso don.
III. ¿De qué nos sirve tener la fe, si vivimos peor que los infieles? Habiendo hecho Jesús experimentar los efectos de su beneficencia a los habitantes de ciertas ciudades, al ver que éstos vivían mal, “Ay de vosotros, decía, porque si yo hubiera hecho beneficios a otros pueblos, éstos me habrían honrado; mientras que vosotros os demostráis desconocidos e ingratos. Más el día del juicio final, seréis juzgados con mayor severidad (San Mateo, XI, 20, etc.).
Con preferencia sobre tantos que nacen entre incrédulos e infelices, Jesús nos ha hecho nacer en el gremio de la verdadera fe: por eso, si no somos buenos, nos espera un infierno más tremendo. Resolvámonos, y empecemos a vivir como verdaderos fieles del verdadero Dios.
Ejemplo: En Constantinopla un judío hirió un crucifijo, y como viera de la herida salir viva Sangre, lo arrojó a un pozo. A la mañana siguiente, la gente que acudió a sacar agua, la vio enrojecida; por lo cual el prefecto de la ciudad, sospechando que hubiera adentro hombres asesinados, ordenó vaciar el pozo. Más con asombro universal no se halló otra cosa sino aquella bendita imagen, que todavía derramaba Sangre, El emperador, a fin de conocer la verdad del suceso, prometió el perdón del reo, con tal que éste por sí mismo se declarase. Primero su mujer y después el propio judío confesaron sinceramente todo; aún más, compungidos ante tal milagro, abrazaron la verdadera fe de Cristo. Estando el pozo muy cerca de la iglesia de Santa Sofía, fue incluido en ella, con la erección de una nueva capilla, donde se colocó una cubierta de oro y en medio de ella el prodigioso crucifijo (Baronio, Anales Eclesiásticos, 446, n. 17, 18). Procuremos también nosotros tener siempre al crucificado Señor en nuestro corazón; rocíe su Sangre de continuo nuestra alma; y de esta manera se mantendrá la fe siempre viva en nosotros.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
Obsequio. Rezad los actos de fe, esperanza y caridad.
Jaculatoria
Haz que te sea,
Sangre divina,
Fiel para siempre
El alma mía.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Quién sabe cuántas almas creasteis juntamente con la mía, oh sumo Dios! Y sin embargo, aunque tantas otras destinasteis a nacer entre infieles, a mí, sin mérito alguno mío, me hicisteis la bella gracia de nacer donde reina la fe. ¿Y cómo he correspondido yo a tan excelso favor? Con la más negra ingratitud, viviendo al contrario de lo que enseña la fe, llevando una vida peor aún que la de los infieles. ¡Que monstruosa ingratitud! ¡Hubiera yo haber muerto antes que llegar a tamaño exceso! Oh Sangre Preciosa del Redentor, remediad vos a tanto mal; aplacad la justa indignación del Padre divino, a quien he irritado con mi disipada vida; reconciliadme con él, y dadme compunción de corazón para llorar mis faltas, y voluntad resuelta a cumplir en todo los dictados de la fe, para no ser ya hijo ingrato con un Dios que al darme la fe por los méritos de la Preciosa Sangre, se hizo mi Padre.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
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