DÍA DECIMOCTAVO
Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
La Sangre de Jesús socorre a los moribundos en la Extremaunción
I. Grandes son los dolores y angustias del hombre en su última enfermedad, y a ello se agrega que el demonio, lleno de ira, lo asalta horriblemente con las más vigorosas tentaciones. ¡Pobre moribundo! ¿quién lo socorrerá en tamaño peligro? La Sangre de Jesús siempre ha hecho ganar victoria sobre el infierno (Lo convencieron en virtud de la Sangre del Cordero, Apocalipsis, XII, 11), y la misma Sangre, por medio del óleo sagrado, dará al moribundo fuerza para triunfar en aquella extrema lucha. Además, este Sacramento ayuda a soportar los dolores de la enfermedad: y así el hombre venciendo aquella postrera tribulación, con bañarse en la Sangre de Jesús, podrá obtener el santo paraíso (Llegaron en una gran tribulación y lavaron sus estolas en la Sangre del Cordero, Apocalipsis, VII, 14.)
II. Apenas muertos, debemos presentarnos al tribunal divino para ser juzgados por aquel Dios ante cuyo acatamiento ¡ni aún los cielos son puros! Ahora bien, el Sacramento de la Extrema Unción borra las reliquias de los pecados; y perdona, al menos en parte, la pena temporal merecida por nuestras culpas (San Alfonso. Teología moral, De la Extrema Unción, N.° 731). Aún más, perdona cualquiera otra culpa olvidada al moribundo arrepentido (Tridentino, sesión 14, De la Extrema Unción, cap. 11); a fin de que su alma toda pura y hermosa comparezca al tribunal divino. “Sin efusión de sangre, no hay remisión de culpa” dice San Pablo (Hebreos, IX, 22). Por consiguiente, la virtud que tiene el óleo santo, se debe a la Sangre del Cordero Inmaculado. ¡Oh gracias singulares que mediante la Preciosa Sangre, recibimos no sólo en la vida, sino también en la muerte!
III. La beata María Oigniacense, asistiendo a los enfermos, cuando éstos recibían la Extrema Unción, veía venir a Jesús rodeado de ángeles, que, echando a los demonios, se acercaba a los moribundos, los confortaba y los disponía para el gran paso (Surio, 23 de junio, Vida de la Beata, libro II, cap. III, IV). Si este Sacramento aporta tanto bien, ¿por qué se esperan los últimos momentos para recibirlos? ¡Ea! Apenas nuestra enfermedad nos ponga en peligro de muerte, recibámoslo al punto, para no privarnos más largo tiempo de tan saludables efectos; tanto más cuanto que a veces da también la salud del cuerpo, si ella conviene a la salvación del alma.
Ejemplo: La beata Ángela de Foligno dejaba por vergüenza de confesar sus pecados. Pero después reparó tan grave daño con una buena confesión general. Mientras lloraba un día sus pecados, se le apareció Jesús en la cruz y le dijo que Él había satisfecho por nosotros y que su Sangre es eficacísima medicina para sanar de todo pecado, mediante una buena confesión; siendo, por tanto, inexcusable quien de ella no se vale. Por esto procuró la beata recibir con frecuencia los Sacramentos; quedándose de muy buena gana sin comer, pero nunca de comulgar. Habiendo sido devota y tierna amante de su Dios crucificado, a la muerte, después de recibir la extrema unción, vio aparecérsele su querido Jesús, que la lavó con su Sangre Preciosa; por lo cual llena de alegría exclamó: “Mi alma ha sido lavada en la Sangre de Jesús, que estaba tan colorada y caliente, como si entonces hubiera salido de su santísimo cuerpo; y entre tanto se me ha dicho: por ésta has quedado del todo purificada”. Por lo cual, toda pura y hermosa, aquella alma se voló al cielo (Vida de la Beata, escrita por un religioso franciscano, Foligno, 1870). Ánima cristiana, ama siempre, en el curso de la vida, a la Preciosa Sangre, sé siempre devota de la misma, a fin de que, purificada por ella en la extrema unción, también tú puedas salir de esta vida, toda pura; y compareciendo así ante el divino tribunal, podrás recibir la sentencia de eterno premio.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir
Obsequio: Rezad tres Pater Noster, Ave María y Gloria Patri a la Preciosa Sangre por los pobres agonizantes.
Jaculatoria
Oh Dios, conforta
Con esa Sangre
Los pecadores
Agonizantes.
Oración para este día
Sangre Preciosísima, no sólo durante el transcurso de la vida, sino también en la muerte me dais gracias especiales por medio de los Sacramentos. En aquel postrero trance, serán grande los dolores de la enfermedad, terribles los asaltos del infierno, riguroso el juicio que habré de soportar apenas muera: y he aquí como Vos, en el Sacramento de la extrema unción, me dais gracia para sufrir las penas del cuerpo, y vencer a los enemigos del alma, y borráis en mí aún las reliquias de los pecados: ¿quién no os amará a la vista de tantos beneficios? Sí, yo os quiero amar y amaros siempre en todos los instantes de mi vida, hasta el último aliento.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios
OREMOS
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.
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