martes, 6 de octubre de 2015

VIDA DE LA BIENAVENTURADA MARGARITA MARÍA I



Complaciéndose la piedad católica en llamar a Margarita María el Apóstol del Sagrado Corazón, ha parecido que una Vida compendiada de esta gran sierva de Dios sería muy propia para hacer el bien á los fieles, en un tiempo en que la devoción al Corazón de Jesús toma cada día mayores proporciones, y en el cual las almas se vuelven como por instinto hacia este divino Corazón, esperando de él la salvación del mundo.
Margarita Alacoque nació en el territorio de Verosvres, en el Charolais (donde su padre era Notario real), el 22 de julio de 1647, y fue bautizada el 25 del mismo mes. Tuvo por padrino a su tío paterno, Cura de la parroquia y su madrina fue la esclarecida y poderosa Señora Doña Margarita de Saint Amour, esposa del Señor Fautrières-Corcheval, Caballero de Verosvres.
La gracia tomó desde luego posesión del alma de esta criatura predestinada. Niña aún, tenía ya su conversación en el cielo, donde estaba su tesoro, y por consiguiente, donde vivía su corazón.


A la edad de cuatro años, pidió su noble madrina el favor de llevársela algún tiempo al castillo de Corcheval. El lujo y los placeres del gran mundo no empañaron el esplendor de su inocencia, ni tampoco los malos ejemplos y el peligroso contacto de una criada poco cristiana á quien la niña fue confiada; pues adivinando Margarita que Dios no habitaba en el corazón de aquella persona, huía constantemente de ella y buscaba la compañía de otra mujer del castillo, que tenía verdadera virtud, aunque oculta bajo apariencias groseras y nada á propósito para atraer el afecto de las criaturas.
La más dulce alegría de margarita era ir á rezar á la Capilla de los trabajadores, y allí arrodillada lo más cerca posible del tabernáculo, se la hubiera tomado por un ángel; de hecho, esta elegida de Dios era ya la hermana de los ángeles, y sus dorados sueños era el asemejarse a ellos en la pureza. Por lo que cediendo a los atractivos del Espíritu Santo, repetía constantemente: “¡Dios mío, yo os consagro mi pureza! Os hago voto de perpetua castidad” Una vez sobretodo pronunció estas palabras entre las dos elevaciones de la misa. Así prevenía N. S. Jesucristo con bendiciones de dulzura á esta inocente alma, mostrándose ya celoso en señalarla con su divino sello.


















No hay comentarios.:

Publicar un comentario