viernes, 28 de agosto de 2015

SAN JUAN EUDES


1601-1680
Fiesta: 19 de agosto
Llamado por San Pío X
"Padre, Doctor y Apóstol
del culto litúrgico a los Sagrados Corazones"


En la noche de Navidad de 1625, en la capilla del Oratorio de París, capilla y altar dedicados a la Santísima Virgen, decía su primera misa un joven sacerdote normando. Aquel mismo día hizo el voto de perpetua servidumbre a Jesús y María.
No habían pasado aún dos años desde que, atraído por la doctrina espiritual y prendado por los planes apostólicos del célebre Cardenal de Bérulle, había ingresado en el Oratorio. ¿Quién podía vislumbrar en aquellos momentos cuál fuera el futuro brillante, aunque doloroso, del novel sacerdote?
Su vida sería larga: ochenta años. El voto de servidumbre que acababa de recitar la resumiría perfectamente. Juan Eudes no viviría para sí, sino para Jesús y María. Necesitaría todo su tesón normando para no cejar en aquella batalla continua y dura, que cubriría toda su vida sacerdotal. Habría de luchar y sufrir por la salvación de sus hermanos y la gloria de Jesús y María. Ello sólo le interesaba.
A Juan Eudes nada le interesaban los triunfos temporales y descansaba en la abundante cosecha de sinsabores y amarguras que siempre le acompañó. Por doquiera le surgieron enemigos enconados. De entre los que debieran ser sus amigos, como servidores del mismo Dios, y de entre los separados por el hondo foso de las diferencias ideológicas. En su propia casa le acecharía la traición. En aquella cruz constante, cruz dura y dolorosa, Juan veía el sello del beneplácito divino que, contra el parecer de los hombres, refrendaba su apostolado y sus obras. Fiel a la voluntad del Señor, su siervo caminaría hasta el fin.
Había venido al mundo en un pueblecito normando, de la diócesis de Séez: Ri. Era el 14 de noviembre de 1601. Pocos años antes la peste lo había asolado. De la familia Eudes sólo sobrevivió un varón: Isaac. Para que no pereciera la familia, Isaac, a punto de ordenarse de subdiácono, renuncia a la carrera eclesiástica, vuelve a la heredad paterna, la cultiva y con su esfuerzo logra crearse una posición desahogada. En las postrimerías del siglo XVI contrae matrimonio con Marta Corbin, mujer de ejemplares virtudes y de una probada y no común energía de carácter.
Como no tenían descendencia al cabo de dos años de matrimonio, ambos esposos fueron en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora.
Nueve meses después tuvieron un hijo, al que siguieron otros cinco. El mayor recibió el nombre de Juan y, desde niño, dio muestras de gran inclinación al amor de Dios.
Próximo a cumplir sus catorce años, fue encomendada su educación a los Padres jesuitas que, en Caen regentaban el Real Colegio del Monte. Allí cursó los estudios de humanidades y filosofía. Muchos años después, en la conclusión de su libro El corazón Admirable Eudes recordará con agradecimiento a su antiguo colegio y a su Congregación Mariana.
En septiembre de 1620 recibió la tonsura y las órdenes menores.
Dos años después, cuando ya adelantaba en sus estudios de teología, se creó en Caen una casa del Oratorio, instituto recientemente fundado, en París, por el Padre Pedro de Bérulle. Conoció Eudes a los oratorianos e inmediatamente simpatizó con ellos.


El cardenal de Bérulle fue una de las grandes glorias religiosas de la Francia del Siglo de Oro. Enamorado de su sacerdocio, añoraba los días antiguos en que el clero "no respiraba más que cosas santas, dejando las profanas a los profanos, y llevaba profundamente grabado en sí mismo la autoridad de Dios, la santidad de Dios y la luz de Dios". Pero, ¡qué distinto espectáculo presentaba el clero de sus días! Se ha podido escribir que "el nombre de sacerdote había llegado a ser sinónimo de ignorante y libertino". De Bérulle quiso rehabilitarlo. El Oratorio tendrá como misión santificar al clero secular.
¿No era la santidad lo que desde su niñez anhelaba Eudes? En su Memorial dejará anotado: "Fui recibido y entré en la congregación del Oratorio, en la casa de Saint-Honoré, de París, por su fundador el reverendo padre de Bérulle, en el año de 1623, el 25 de marzo".
Tras de recabar con gran dificultad el permiso paterno, fue recibido en París por el Superior General en 1623. Juan había sido hasta entonces un joven ejemplar: su conducta en la Congregación no lo fue menos, de suerte que el Padre de Bérulle le dio permiso de predicar, aunque sólo había recibido las órdenes menores. Al cabo de un año en París, Juan fue enviado a Aubervilliers a estudiar bajo la dirección del Padre Carlos de Condren, el cual, según la expresión de Santa Juana Francisca de Chantal, estaba hecho para educar ángeles.
El fin de la Congregación del Oratorio consistía en promover la perfección sacerdotal y Juan Eudes tuvo la suerte de ser introducido en ella por dos hombres de la talla de Condren y de Bérulle.
Fue ordenado sacerdote el 20 de diciembre de 1625. Durante estos años se impregnó del pensamiento espiritual de de Bérulle, centrado totalmente en Cristo, y compartió su deseo de restaurar en su esplendor el orden sacerdotal. Penetrado de este espíritu, evangelizó como misionero apostólico muchos pueblos y ciudades de Normandía, Francia, Borgoña y Bretaña.


Al servicio de los enfermos
En 1627 volvió a su tierra, cuando nuevamente se ensañaba en ella la peste.
Juan se ofreció para asistir a sus compatriotas. De Bérulle le envió al obispo de Séez con una carta de presentación, en la que decía: La caridad exige que emplee sus grandes dones al servicio de la provincia en la que recibió la vida, la gracia y las órdenes sagradas, y que su diócesis sea la primera en gozar de los frutos que se pueden esperar de su habilidad, bondad, prudencia, energía y vida.
El Padre Eudes pasó dos meses en la asistencia a los enfermos en lo espiritual y en lo material. Después fue enviado al Oratorio de Caen, donde permaneció hasta que una nueva epidemia se desató en esa ciudad, en 1631. Para evitar el peligro de contagiar a sus hermanos, Juan se apartó de ellos y vivió en el campo, donde recibía la comida del convento.
Adscrito a la casa de Caen, el Padre Eudes atiende a los apestados, se dedica al estudio y a la oración e inicia la predicación de misiones populares, apostolado que constituirá una de las grandes tareas de su vida.


La influencia de San Francisco de Sales
Entre los autores que modelaron su espiritualidad hay uno que debemos destacar ya que su influjo fue muy importante: San Francisco de Sales. San Juan Eudes no lo conoció, pues el obispo de Ginebra murió en 1622; pero sí leyó sus obras, sobre todo Teótimo o Tratado del amor de Dios (1616).
De Bérulle sí había conocido y apreciado grandemente al Obispo de Ginebra; también lo había leído, pero en un tiempo en que ya su pensamiento estaba formado. San Juan Eudes, por el contrario, recibió de él una influencia más profunda. Encontramos en su libro Reino de Jesús expresiones muy salesianas (rey de los corazones, viva Jesús); donde de Bérulle habla de religión, Juan Eudes, como Francisco de Sales, dice más bien devoción.
Encontramos en sus escritos desarrollos salesianos casi copiados al pie de la letra, como un pasaje sobre la pertenencia a Dios; y el final del Reino de Jesús hace eco abiertamente a las últimas líneas del Tratado del amor de Dios. En algunos escritos como Advertencias a los Confesores Misioneros o las Constituciones de Nuestra Señora de Caridad, difícilmente se puede hacerla distinción entre lo que viene de San Francisco de Sales, y lo que es de San Juan Eudes. Un pensamiento del Santo Obispo parece haber sido decisivo en la evolución de la doctrina eudista del Corazón: Si de los primeros cristianos se dijo que no tenían sino un corazón y una alma, con mayor razón Cristo y su Santísima Madre no tuvieron entre sí más que un solo corazón.
San Juan Eudes cita con frecuencia este texto, y celebra entre las almas devotas del Corazón de María, a este gran santo que era todo fuego y todo llama de amor hacia la Madre de Dios. Parece ser que San Francisco de Sales ayudó a San Juan Eudes a proclamar el papel esencial del amor en la vida cristiana.
Predicador ungido
Pasó los diez años siguientes en la prédica de misiones al pueblo, preparándose así para la tarea a la que Dios le tenía destinado. San Juan Eudes se distinguió entre todos los misioneros. En cuanto acababa de predicar, se sentaba a oír confesiones, ya que, según él, el predicador agita las ramas, pero el confesor es el que caza los pájaros. Monseñor Le Camus, amigo de San Francisco de Sales, dijo refiriéndose al Padre Eudes: Yo he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y os aseguro que ninguno de ellos mueve tanto a las gentes como este buen Padre. San Juan Eudes predicó en su vida unas ciento diez misiones.
Una de las experiencias que adquirió durante sus años de misionero fue que las mujeres de mala vida, que intentaban convertirse, se encontraban en una situación particularmente difícil. Durante algún tiempo, trató de resolver la dificultad alojándolas provisionalmente en las casas de las familias piadosas, pero cayó en la cuenta de que el remedio no era del todo adecuado.
Magdalena Lamy, una mujer de humilde origen, que había dado albergue a varias convertidas, dijo un día al santo: Ahora os vais tranquilamente a una iglesia a rezar con devoción ante las imágenes y con ello creéis cumplir con vuestro deber. No os engañéis, vuestro deber es alojar decentemente a estas pobres mujeres que se pierden porque nadie les tiende la mano. Estas palabras produjeron profunda impresión en San Juan Eudes, quien alquiló en 1671, una casa para las mujeres arrepentidas; en la que podían albergarse en tanto que encontraban un empleo decente.
Viendo que la obra necesitaba la atención de religiosas, el Santo la ofreció a las visitandinas, quienes se apresuraron a aceptarla.
Posteriormente fundó la Orden de Nuestra Señora de la Caridad para acoger y ayudar, según palabras del santo a las jóvenes arrepentidas.


El clero
Toda la vida del Padre Eudes había de ser un martirio continuado, por lo que no podemos olvidar el voto que hiciera al Señor en 1637: Me ofrezco y me entrego, me dedico y consagro a Vos, oh Jesús mi Señor, como hostia y víctima para sufrir en mi cuerpo y en mi alma, según vuestro agrado y mediante vuestra santa gracia, toda clase de penas y tormentos, incluso el derramamiento de mi sangre y sacrificio de mi vida con cualquier género de muerte. Y esto, sólo para vuestra gloria y por vuestro puro amor.
En 1640 fue nombrado Superior del Oratorio de Caen. Poco tiempo lo sería.
El Padre Eudes había comprobado el bien inmenso que las misiones realizaban en la población; mas una preocupación le inquietaba: ¿Era posible que el fruto perdurase sin un clero que acogiera y alimentara los buenos propósitos?
Al Padre Eudes le preocupaba el clero. ¿Qué se puede esperar de estos pobres hombres con disposiciones excelentes —decía refiriéndose a los seglares— si están bajo la dirección de tales pastores como por doquier vemos? ¿No es lógico que, olvidando pronto las grandes verdades que les impresionaron durante la misión, caigan en sus anteriores desórdenes?
Pensando en ello había dedicado en algunas misiones conferencias especiales a los eclesiásticos. No bastaba. Eudes comienza a pensar en una congregación que tuviera por primera finalidad el crear y regir seminarios para la formación y santificación del clero. Su pertenencia al Oratorio es un obstáculo para sus proyectos.
En 1642 es llamado a París por el Cardenal Richelieu y cambia impresiones con él sobre sus planes. El Cardenal le comprende perfectamente; él también sueña con la erección de seminarios y le promete su apoyo. El Cardenal muere a fines del mismo año, pero la autorización real para la fundación de la nueva congregación es firmada en el mes de diciembre.
Después de mucho orar, reflexionar y consultar, San Juan Eudes abandonó la congregación del oratorio en 1643. La experiencia le enseñó que el clero necesitaba reformarse antes que los fieles y que la Congregación sólo podría conseguir su fin mediante la fundación de seminarios. El Padre Condren, que había sido nombrado Superior general, estaba de acuerdo con el Santo; pero su sucesor, el Padre Bourgoing, se negó a aprobar el proyecto de la fundación de un seminario en Caen.
Entonces el Padre Eudes decidió formar una asociación de sacerdotes diocesanos, cuyo fin principal sería la creación de seminarios con miras a la formación de un clero parroquial celoso.
El Padre Eudes está resuelto a abandonar el Oratorio. Ningún obstáculo canónico existe, pues en el Oratorio no hay votos religiosos que vinculen a sus miembros con el instituto. Entretanto, para evitar posibles complicaciones, las letras reales se expiden a nombre de Monseñor D'Angennes, Obispo de Bayeux, amigo y protector del Santo.
A principios de 1643 el Padre Eudes vuelve a Caen. Todo está decidido. Abandona el Oratorio y el 25 de marzo nace la Congregación de los Seminarios de Jesús y de María.
La congregación nació en la fiesta de la Anunciación, porque pretendía continuar el trabajo y las funciones del Verbo Encarnado y debía estar consagrada por entero a Jesús y María.
San Juan Eudes y sus cinco primeros compañeros se consagraron a la Santísima Trinidad, que es el primer principio y el último fin de la santidad del sacerdocio. El distintivo de la Congregación era el Corazón de Jesús, en el que estaba incluido místicamente el de María; como símbolo del amor eterno de Jesús por los hombres.
Sus finalidades, tal como se concretan en las letras de Luis XIII, son: Trabajar con el ejemplo y la instrucción por establecer la piedad y santidad entre los sacerdotes y aquellos que aspiran al sacerdocio, enseñándoles a llevar una vida conforme a la dignidad y santidad de su condición, y desempeñar convenientemente todas las funciones sacerdotales, como también emplearse en la enseñanza de la doctrina cristiana por medio de misiones, predicaciones, exhortaciones, conferencias y otros ejercicios.


Seminarios y Misiones
Seis años hacía que el Padre Eudes había firmado con su sangre el voto martirial; ahora, separándose del Oratorio, desencadenaba el inacabable séquito de dolores, persecuciones y calumnias que no le abandonaría jamás.
En todas sus negociaciones, tanto ante las autoridades regionales como en París, tanto ante los Obispos como en las Congregaciones Romanas, el Padre Eudes tropezará con un enemigo tenaz y poderoso, abierto unas veces, solapado otras, que no reparará en dificultades ni en la licitud de los medios y tratará de hacerle fracasar y con frecuencia lo conseguirá. Si en 1648 logró en Roma la aprobación del seminario de Caen, en noviembre de 1650 el Obispo de la misma ciudad, monseñor Malé, sucesor de Monseñor D'Arigennes, llegará a clausurarle la capilla.
Eudes no desiste. En 1652 ultima las constituciones de su Congregación. En 1653, muerto Monseñor Malé, la autoridad diocesana permite la apertura de la capilla del seminario de Caen. Tendrá que luchar para aclarar malentendidos y refutar calumnias. Él sigue adelante. Tras del seminario de Caen vendrán los de Coutances en 1650, Lisieux en 1653, Evreux en 1667 y Rennes en 1670.
Su apostolado entre los sacerdotes se intensifica. A ellos dedica retiros especiales en sus misiones; para ellos escribe diversos libros que los ayuden en su vida espiritual o pastoral. Y su enamoramiento del sacerdocio halla expresión magnífica y bella en su Oficio del sacerdocio de Cristo y de los santos sacerdotes, que le fue aprobado por la autoridad eclesiástica en 1652.
La Congregación de Jesús y María había de dedicar una atención primordial a la fundación de seminarios y a la formación del clero. Por tal motivo, el Padre Eudes había abandonado el Oratorio. Ella nació en el laborar misional del Santo, al contacto con las necesidades espirituales de los pueblos misionados. San Juan había nacido misionero y jamás dejaría de serlo; la Congregación que él fundara sería también misionera. En el Oratorio comenzó el misionar del Padre Eudes y continuó toda su vida, con gran éxito visible y espiritual. Cruzó en todas direcciones su provincia natal de Normandía. Las poblaciones de gran parte de Bretaña, Picardía, Ile-de-France, Perche, Brie y Borgoña se apiñaron cabe su púlpito. Ciudades populosas como Caen, Rouen, Autun, Beaune, Versalles y París escucharon su predicación.
Recorriendo el Memorial en que el Santo recogió los principales recuerdos de su vida hallamos mencionadas unas ciento diez misiones predicadas desde 1632 hasta 1676, y no puede olvidarse que la duración mínima ordinaria de una misión era de seis semanas y algunas, como la de Rennes, en 1667, se prolongó durante cinco meses.
Su predicación era ardorosa y vibrante. Dotado de un temperamento ardiente y apasionado, sus palabras brotaban directamente del corazón. Le llamaron león en el púlpito y cordero en el confesonario.
Tronaba sin compasión contra los vicios y con espíritu de caridad hacia los pobres pecadores, cuya suerte le acongojaba. Su palabra se alzaba enérgica y libre, con la santa libertad de los apóstoles.
Buen ejemplo de ello dio en la misión de Saint-Germain-des-Prés (1660), en presencia de la Reina de Francia y de la corte. Poco antes el fuego había destruido, en parte, el palacio del Louvre, y de ello tomó pie el Santo para recordar a sus oyentes que, si a los príncipes les está permitido edificar Louvres, Dios les manda aliviar a sus súbditos desgraciados; que no pueden pasar los días y los años en diversiones, pues no es ése el camino del Cielo; que si el fuego temporal no había respetado la mansión real, tampoco el fuego eterno respetaría a los reyes y príncipes que no vivieran como cristianos; que causaba grande pena, finalmente, ver a los grandes de la tierra asediados por una multitud de aduladores sin que casi nunca se les diga la verdad y que él se consideraría por muy culpable si ocultara estas cosas a su majestad.


Fundaciones, y la ayuda de la Visitación
De las misiones nació la Congregación de Jesús y de María; de ellas nacería también la de Nuestra Señora de la Caridad, dedicada a la rehabilitación de las desgraciadas víctimas del vicio. Nació esta obra del Padre Eudes en los mismos días en que abandonaba el Oratorio y, como todas las suyas, se gestó y creció en medio de las mayores dificultades exteriores, a las que aquí se sumaron las más penosas interiores.
En la consolidación de la nueva Congregación tuvieron gran parte las religiosas de la Orden de la Visitación, que, a petición del fundador, se encargaron de la formación de las primeras postulantes.
La primera toma de hábito fue la de la señorita Taillefer, en la Orden sor María de la Asunción, el 12 de febrero de 1645. Monseñor Malé, obispo de Bayeux y no afecto al Santo como vimos, aprobó la fundación de la casa de Caen, en 1651. El papa Alejandro VII dio la Bula de erección de la nueva Orden el 2 de enero de 1666.
Aún nacientes sus dos Congregaciones, el Padre Eudes las consagró, en 1643, a los Sagrados Corazones de Jesús y María.
En el año de 1641 San Juan Eudes había proyectado fundar la Orden de Nuestra Señora de la Caridad pensando en dedicarla al Corazón Santísima de María. En 1643 instituyó la Congregación de Jesús y María, dándole por Patronos a los Sagrados Corazones e imponiéndole el rezo cuotidiano de oraciones especiales en su honor, principalmente el «Ave Cor Sanctisisimum» y el «Benedictum sit».
Ya quizá desde ese año, y seguramente desde el siguiente, se empezó a celebrar en la Congregación la fiesta del Corazón de María con Misa y Oficio propios, en los cuales ocupaba una parte importante el divino Corazón de Jesús.
Esta devoción llena su vida y su apostolado. Ella aparece pujante en todas sus manifestaciones: misiones, cartas, libros... Desde 1643 o, a más tardar, 1644, la Congregación de Jesús y de María celebraba ya la fiesta del Sagrado Corazón de María.
Antes de 1663 comenzó San Juan Eudes su obra maestra como teólogo de los Sagrados Corazones escribiendo El Corazón Admirable de la Madre de Dios, obra que sólo logró terminar tres semanas antes de su muerte, el 25 de Julio de 1680, y en la cual trata no sólo del Corazón de María sino también del Divino Corazón de Jesús, al cual dedica todo el libro XII.
Entre 1668 y 1670 el Padre Eudes compuso su Oficio del Sagrado Corazón de Jesús, que inmediatamente fue aprobado por varios obispos. Desde 1672 celebra su instituto la fiesta del Corazón de Jesús el día 20 de octubre, día en que aún la celebran por concesión de la Santa Sede, en atención a los méritos de su fundador, a quien San Pío X no dudó en calificar, en el Decreto de Beatificación, de padre, doctor y apóstol del culto litúrgico de los Sagrados Corazones.
Al año siguiente de disponer el Padre Eudes la celebración de la fiesta, se manifestó por primera vez el Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque.


Aquí tenemos, en resumen, lo que San Juan Eudes hizo para promover el culto público a los Sagrados Corazones.
Sin embargo, a pesar de los hechos históricos, hace cien años San Juan Eudes era prácticamente un desconocido en lo que atañe a sus relaciones con la devoción a los Sagrados Corazones, y particularmente al divino Corazón de Jesús.
Pero Dios, que ensalza a los humildes, se encargó de glorificar a su siervo, y con la gracia de la canonización quiso darle los títulos que le eran debidos, por intermedio de la voz autorizada de los Romanos Pontífices.
Así Su Santidad León XIII, en el Decreto de la heroicidad de las virtudes, lo llama Autor del culto litúrgico a los Sagrados Corazones de Jesús y María. San Pío X, como vimos, lo proclama, en el Decreto de Beatificación, Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Santísimos corazones de Jesús y de María, palabras repetidas a la letra por Su Santidad Pío XI en la Bula de canonización. El mismo Pío XI en las lecciones del segundo nocturno para la Fiesta del Divino Corazón dice que San Juan Eudes es llamado con toda justicia autor del culto litúrgico de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Roma ha colocado, pues, a San Juan Eudes en el puesto de honor que le corresponde entre los apóstoles de los Sagrados Corazones, particularmente del Corazón Divino de Jesús, y lo ha llamado Doctor de esta devoción.
A sus obras, pues, hemos de ir a beber la enseñanza teológica acerca del Corazón Sacratísimo de Jesús.


Sus últimos años de vida
Su último decenio, como toda su vida, fue abundante en tribulaciones y persecuciones. Su Memorial repite año tras año: En este año (1670) quiso el Señor favorecerme con diferentes cruces, por lo que sea eternamente bendecido... En este año (1671) me acompañaron las cruces por todas partes. Eternas gracias sean dadas al amabilísimo Crucificado... En el año de 1672 estuve rodeado de cruces casi sin, interrupción... Y así continúa.
Sus enemigos tradicionales, oratorianos y jansenistas, a los que ahora se sumarán los lazaristas, no cejaron en su empeño de sembrarle de dificultades todos los caminos. En Roma impidieron que llegara a buen término la aprobación canónica de la Congregación de Jesús y de María; en París le hicieron caer en desgracia de Luis XIV, que le desterró de la corte.
Por su parte los jansenistas atacaban su ortodoxia. Me cargan con trece herejías —escribía la víctima—. El motivo de toda su cólera está en que me opuse en todas partes a sus novedades, que sostengo en alto la fe en la Iglesia y la autoridad del Romano Pontífice y que he quemado un libro detestable compuesto contra la devoción a la Santísima Virgen.
Llegaron a sobornar a su secretario para que le traicionase. En numerosas cartas expresa el Padre Eudes la compasión que siente hacia sus calumniadores y el perdón que rebosa de su corazón.
Pero no podía menos de defenderse. El rey encargó del asunto a la Asamblea Episcopal de la región, reunida en Meulan a fines de 1674; ella le declaró inocente de cuantas acusaciones se acumulaban contra su persona y su doctrina.
A mediados de 1679 Luis XIV volvió a acoger en su gracia al Santo, le recibió en audiencia, alabó sus afanes apostólicos y le prometió su apoyo.


Ya la vida del infatigable misionero tocaba a su fin. Consciente él más que nadie de la precariedad de su salud, convocó en junio de 1680 la primera Asamblea de su Instituto y en ella presentó la dimisión de su cargo de Superior General. Dos meses no habían transcurrido cuando la enfermedad le rindió en el lecho.
A sus hijos, que ansiosos le rodeaban, les habló de las alegrías del Paraíso y de la eternidad, y de su gran indignidad. Les exhortó a la paz, les consoló de su muerte, les recomendó a Dios y les puso en manos de la Santísima Virgen.
El 19 de agosto entregó su alma a Dios. Eran las tres de la tarde. Se consumaba el sacrificio de un hombre cuya vida entera fue un ascender a la cumbre del Calvario.

¡San Juan Eudes, ruega por nosotros!







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