1601-1680
Fiesta: 19 de agosto
Fiesta: 19 de agosto
Llamado
por San Pío X
"Padre,
Doctor y Apóstol
del
culto litúrgico a los Sagrados Corazones"
En
la noche de Navidad de 1625, en la capilla del Oratorio de París,
capilla y altar dedicados a la Santísima Virgen, decía su primera
misa un joven sacerdote normando. Aquel mismo día hizo el voto de
perpetua servidumbre a Jesús y María.
No
habían pasado aún dos años desde que, atraído por la doctrina
espiritual y prendado por los planes apostólicos del célebre
Cardenal de Bérulle, había ingresado en el Oratorio. ¿Quién podía
vislumbrar en aquellos momentos cuál fuera el futuro brillante,
aunque doloroso, del novel sacerdote?
Su
vida sería larga: ochenta años. El voto de servidumbre que acababa
de recitar la resumiría perfectamente. Juan Eudes no viviría para
sí, sino para Jesús y María. Necesitaría todo su tesón normando
para no cejar en aquella batalla continua y dura, que cubriría toda
su vida sacerdotal. Habría de luchar y sufrir por la salvación de
sus hermanos y la gloria de Jesús y María. Ello sólo le
interesaba.
A
Juan Eudes nada le interesaban los triunfos temporales y descansaba
en la abundante cosecha de sinsabores y amarguras que siempre le
acompañó. Por doquiera le surgieron enemigos enconados. De entre
los que debieran ser sus amigos, como servidores del mismo Dios, y de
entre los separados por el hondo foso de las diferencias ideológicas.
En su propia casa le acecharía la traición. En aquella cruz
constante, cruz dura y dolorosa, Juan veía el sello del beneplácito
divino que, contra el parecer de los hombres, refrendaba su
apostolado y sus obras. Fiel a la voluntad del Señor, su siervo
caminaría hasta el fin.
Había
venido al mundo en un pueblecito normando, de la diócesis de Séez:
Ri. Era el 14 de noviembre de 1601. Pocos años antes la peste lo
había asolado. De la familia Eudes sólo sobrevivió un varón:
Isaac. Para que no pereciera la familia, Isaac, a punto de ordenarse
de subdiácono, renuncia a la carrera eclesiástica, vuelve a la
heredad paterna, la cultiva y con su esfuerzo logra crearse una
posición desahogada. En las postrimerías del siglo XVI contrae
matrimonio con Marta Corbin, mujer de ejemplares virtudes y de una
probada y no común energía de carácter.
Como
no tenían descendencia al cabo de dos años de matrimonio, ambos
esposos fueron en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora.
Nueve
meses después tuvieron un hijo, al que siguieron otros cinco. El
mayor recibió el nombre de Juan y, desde niño, dio muestras de gran
inclinación al amor de Dios.
Próximo
a cumplir sus catorce años, fue encomendada su educación a los
Padres jesuitas que, en Caen regentaban el Real Colegio del Monte.
Allí cursó los estudios de humanidades y filosofía. Muchos años
después, en la conclusión de su libro El
corazón Admirable
Eudes recordará con agradecimiento a su antiguo colegio y a su
Congregación Mariana.
En
septiembre de 1620 recibió la tonsura y las órdenes menores.
Dos
años después, cuando ya adelantaba en sus estudios de teología, se
creó en Caen una casa del Oratorio, instituto recientemente fundado,
en París, por el Padre Pedro de Bérulle. Conoció Eudes a los
oratorianos e inmediatamente simpatizó con ellos.
El
cardenal de Bérulle fue una de las grandes glorias religiosas de la
Francia del Siglo de Oro. Enamorado de su sacerdocio, añoraba los
días antiguos en que el clero "no
respiraba más que cosas santas, dejando las profanas a los profanos,
y llevaba profundamente grabado en sí mismo la autoridad de Dios, la
santidad de Dios y la luz de Dios".
Pero, ¡qué distinto espectáculo presentaba el clero de sus días!
Se ha podido escribir que "el
nombre de sacerdote había llegado a ser sinónimo de ignorante y
libertino".
De Bérulle quiso rehabilitarlo. El Oratorio tendrá como misión
santificar al clero secular.
¿No
era la santidad lo que desde su niñez anhelaba Eudes? En su Memorial
dejará anotado: "Fui
recibido y entré en la congregación del Oratorio, en la casa de
Saint-Honoré, de París, por su fundador el reverendo padre de
Bérulle, en el año de 1623, el 25 de marzo".
Tras
de recabar con gran dificultad el permiso paterno, fue recibido en
París por el Superior General en 1623. Juan había sido hasta
entonces un joven ejemplar: su conducta en la Congregación no lo fue
menos, de suerte que el Padre de Bérulle le dio permiso de predicar,
aunque sólo había recibido las órdenes menores. Al cabo de un año
en París, Juan fue enviado a Aubervilliers a estudiar bajo la
dirección del Padre Carlos de Condren, el cual, según la expresión
de Santa Juana Francisca de Chantal, estaba
hecho para educar ángeles.
El
fin de la Congregación del Oratorio consistía en promover la
perfección sacerdotal y Juan Eudes tuvo la suerte de ser introducido
en ella por dos hombres de la talla de Condren y de Bérulle.
Fue
ordenado sacerdote el 20 de diciembre de 1625. Durante estos años se
impregnó del pensamiento espiritual de de Bérulle, centrado
totalmente en Cristo, y compartió su deseo de restaurar
en su esplendor el orden sacerdotal.
Penetrado de este espíritu, evangelizó como misionero apostólico
muchos pueblos y ciudades de Normandía, Francia, Borgoña y Bretaña.
Al
servicio de los enfermos
En
1627 volvió a su tierra, cuando nuevamente se ensañaba en ella la
peste.
Juan
se ofreció para asistir a sus compatriotas. De Bérulle le envió al
obispo de Séez con una carta de presentación, en la que decía: La
caridad exige que emplee sus grandes dones al servicio de la
provincia en la que recibió la vida, la gracia y las órdenes
sagradas, y que su diócesis sea la primera en gozar de los frutos
que se pueden esperar de su habilidad, bondad, prudencia, energía y
vida.
El
Padre Eudes pasó dos meses en la asistencia a los enfermos en lo
espiritual y en lo material. Después fue enviado al Oratorio de
Caen, donde permaneció hasta que una nueva epidemia se desató en
esa ciudad, en 1631. Para evitar el peligro de contagiar a sus
hermanos, Juan se apartó de ellos y vivió en el campo, donde
recibía la comida del convento.
Adscrito
a la casa de Caen, el Padre Eudes atiende a los apestados, se dedica
al estudio y a la oración e inicia la predicación de misiones
populares, apostolado que constituirá una de las grandes tareas de
su vida.
La
influencia de San Francisco de Sales
Entre
los autores que modelaron su espiritualidad hay uno que debemos
destacar ya que su influjo fue muy importante: San Francisco de
Sales. San Juan Eudes no lo conoció, pues el obispo de Ginebra murió
en 1622; pero sí leyó sus obras, sobre todo Teótimo
o Tratado
del amor de Dios
(1616).
De
Bérulle sí había conocido y apreciado grandemente al Obispo de
Ginebra; también lo había leído, pero en un tiempo en que ya su
pensamiento estaba formado. San Juan Eudes, por el contrario, recibió
de él una influencia más profunda. Encontramos en su libro Reino
de Jesús
expresiones muy salesianas (rey
de los corazones, viva Jesús);
donde de Bérulle habla de religión, Juan Eudes, como Francisco de
Sales, dice más bien devoción.
Encontramos
en sus escritos desarrollos salesianos casi copiados al pie de la
letra, como un pasaje sobre la
pertenencia a Dios;
y el final del Reino
de Jesús
hace eco abiertamente a las últimas líneas del Tratado
del amor de Dios.
En algunos escritos como Advertencias
a los Confesores Misioneros
o las Constituciones
de Nuestra Señora de Caridad,
difícilmente se puede hacerla distinción entre lo que viene de San
Francisco de Sales, y lo que es de San Juan Eudes. Un pensamiento del
Santo Obispo parece haber sido decisivo en la evolución de la
doctrina eudista del Corazón: Si
de los primeros cristianos se dijo que no tenían sino un corazón y
una alma,
con mayor razón Cristo y su Santísima Madre no tuvieron entre sí
más que un solo corazón.
San
Juan Eudes cita con frecuencia este texto, y celebra entre las almas
devotas del Corazón de María, a este
gran santo que era todo fuego y todo llama de amor hacia la Madre de
Dios.
Parece ser que San Francisco de Sales ayudó a San Juan Eudes a
proclamar el papel esencial del amor en la vida cristiana.
Predicador
ungido
Pasó
los diez años siguientes en la prédica de misiones al pueblo,
preparándose así para la tarea a la que Dios le tenía destinado.
San Juan Eudes se distinguió entre todos los misioneros. En cuanto
acababa de predicar, se sentaba a oír confesiones, ya que, según
él, el
predicador agita las ramas, pero el confesor es el que caza los
pájaros.
Monseñor Le Camus, amigo de San Francisco de Sales, dijo
refiriéndose al Padre Eudes: Yo
he oído a los mejores predicadores de Italia y Francia y os aseguro
que ninguno de ellos mueve tanto a las gentes como este buen Padre.
San Juan Eudes predicó en su vida unas ciento diez misiones.
Una
de las experiencias que adquirió durante sus años de misionero fue
que las mujeres de mala vida, que intentaban convertirse, se
encontraban en una situación particularmente difícil. Durante algún
tiempo, trató de resolver la dificultad alojándolas
provisionalmente en las casas de las familias piadosas, pero cayó en
la cuenta de que el remedio no era del todo adecuado.
Magdalena
Lamy, una mujer de humilde origen, que había dado albergue a varias
convertidas, dijo un día al santo: Ahora
os vais tranquilamente a una iglesia a rezar con devoción ante las
imágenes y con ello creéis cumplir con vuestro deber. No os
engañéis, vuestro deber es alojar decentemente a estas pobres
mujeres que se pierden porque nadie les tiende la mano.
Estas palabras produjeron profunda impresión en San Juan Eudes,
quien alquiló en 1671, una casa para las mujeres arrepentidas; en la
que podían albergarse en tanto que encontraban un empleo decente.
Viendo
que la obra necesitaba la atención de religiosas, el Santo la
ofreció a las visitandinas, quienes se apresuraron a aceptarla.
Posteriormente
fundó la Orden de Nuestra Señora de la Caridad para acoger y
ayudar, según palabras del santo a
las jóvenes arrepentidas.
El
clero
Toda
la vida del Padre Eudes había de ser un martirio continuado, por lo
que no podemos olvidar el voto que hiciera al Señor en 1637: Me
ofrezco y me entrego, me dedico y consagro a Vos, oh Jesús mi Señor,
como hostia y víctima para sufrir en mi cuerpo y en mi alma, según
vuestro agrado y mediante vuestra santa gracia, toda clase de penas y
tormentos, incluso el derramamiento de mi sangre y sacrificio de mi
vida con cualquier género de muerte. Y esto, sólo para vuestra
gloria y por vuestro puro amor.
En
1640 fue nombrado Superior del Oratorio de Caen. Poco tiempo lo
sería.
El
Padre Eudes había comprobado el bien inmenso que las misiones
realizaban en la población; mas una preocupación le inquietaba:
¿Era posible que el fruto perdurase sin un clero que acogiera y
alimentara los buenos propósitos?
Al
Padre Eudes le preocupaba el clero. ¿Qué
se puede esperar de estos pobres hombres con disposiciones excelentes
—decía refiriéndose a los seglares— si
están bajo la dirección de tales pastores como por doquier vemos?
¿No es lógico que, olvidando pronto las grandes verdades que les
impresionaron durante la misión, caigan en sus anteriores
desórdenes?
Pensando
en ello había dedicado en algunas misiones conferencias especiales a
los eclesiásticos. No bastaba. Eudes comienza a pensar en una
congregación que tuviera por primera finalidad el crear y regir
seminarios para la formación y santificación del clero. Su
pertenencia al Oratorio es un obstáculo para sus proyectos.
En
1642 es llamado a París por el Cardenal Richelieu y cambia
impresiones con él sobre sus planes. El Cardenal le comprende
perfectamente; él también sueña con la erección de seminarios y
le promete su apoyo. El Cardenal muere a fines del mismo año, pero
la autorización real para la fundación de la nueva congregación es
firmada en el mes de diciembre.
Después
de mucho orar, reflexionar y consultar, San Juan Eudes abandonó la
congregación del oratorio en 1643. La experiencia le enseñó que el
clero necesitaba reformarse antes que los fieles y que la
Congregación sólo podría conseguir su fin mediante la fundación
de seminarios. El Padre Condren, que había sido nombrado Superior
general, estaba de acuerdo con el Santo; pero su sucesor, el Padre
Bourgoing, se negó a aprobar el proyecto de la fundación de un
seminario en Caen.
Entonces
el Padre Eudes decidió formar una asociación de sacerdotes
diocesanos, cuyo fin principal sería la creación de seminarios con
miras a la formación de un clero parroquial celoso.
El
Padre Eudes está resuelto a abandonar el Oratorio. Ningún obstáculo
canónico existe, pues en el Oratorio no hay votos religiosos que
vinculen a sus miembros con el instituto. Entretanto, para evitar
posibles complicaciones, las letras reales se expiden a nombre de
Monseñor D'Angennes, Obispo de Bayeux, amigo y protector del Santo.
A
principios de 1643 el Padre Eudes vuelve a Caen. Todo está decidido.
Abandona el Oratorio y el 25 de marzo nace la Congregación de los
Seminarios de Jesús y de María.
La
congregación nació en la fiesta de la Anunciación, porque
pretendía continuar
el trabajo y las funciones del Verbo Encarnado y debía estar
consagrada por entero a Jesús y María.
San
Juan Eudes y sus cinco primeros compañeros se consagraron a la
Santísima Trinidad, que
es el primer principio y el último fin de la santidad del
sacerdocio.
El distintivo de la Congregación era el Corazón de Jesús, en el
que estaba incluido místicamente el de María; como símbolo del
amor eterno de Jesús por los hombres.
Sus
finalidades, tal como se concretan en las letras de Luis XIII, son:
Trabajar
con el ejemplo y la instrucción por establecer la piedad y santidad
entre los sacerdotes y aquellos que aspiran al sacerdocio,
enseñándoles a llevar una vida conforme a la dignidad y santidad de
su condición, y desempeñar convenientemente todas las funciones
sacerdotales, como también emplearse en la enseñanza de la doctrina
cristiana por medio de misiones, predicaciones, exhortaciones,
conferencias y otros ejercicios.
Seminarios
y Misiones
Seis
años hacía que el Padre Eudes había firmado con su sangre el voto
martirial; ahora, separándose del Oratorio, desencadenaba el
inacabable séquito de dolores, persecuciones y calumnias que no le
abandonaría jamás.
En
todas sus negociaciones, tanto ante las autoridades regionales como
en París, tanto ante los Obispos como en las Congregaciones Romanas,
el Padre Eudes tropezará con un enemigo tenaz y poderoso, abierto
unas veces, solapado otras, que no reparará en dificultades ni en la
licitud de los medios y tratará de hacerle fracasar y con frecuencia
lo conseguirá. Si en 1648 logró en Roma la aprobación del
seminario de Caen, en noviembre de 1650 el Obispo de la misma ciudad,
monseñor Malé, sucesor de Monseñor D'Arigennes, llegará a
clausurarle la capilla.
Eudes
no desiste. En 1652 ultima las constituciones de su Congregación. En
1653, muerto Monseñor Malé, la autoridad diocesana permite la
apertura de la capilla del seminario de Caen. Tendrá que luchar para
aclarar malentendidos y refutar calumnias. Él sigue adelante. Tras
del seminario de Caen vendrán los de Coutances en 1650, Lisieux en
1653, Evreux en 1667 y Rennes en 1670.
Su
apostolado entre los sacerdotes se intensifica. A ellos dedica
retiros especiales en sus misiones; para ellos escribe diversos
libros que los ayuden en su vida espiritual o pastoral. Y su
enamoramiento del sacerdocio halla expresión magnífica y bella en
su Oficio
del sacerdocio de Cristo y de los santos sacerdotes,
que le fue aprobado por la autoridad eclesiástica en 1652.
La
Congregación de Jesús y María había de dedicar una atención
primordial a la fundación de seminarios y a la formación del clero.
Por tal motivo, el Padre Eudes había abandonado el Oratorio. Ella
nació en el laborar misional del Santo, al contacto con las
necesidades espirituales de los pueblos misionados. San Juan había
nacido misionero y jamás dejaría de serlo; la Congregación que él
fundara sería también misionera. En el Oratorio comenzó el
misionar del Padre Eudes y continuó toda su vida, con gran éxito
visible y espiritual. Cruzó en todas direcciones su provincia natal
de Normandía. Las poblaciones de gran parte de Bretaña, Picardía,
Ile-de-France, Perche, Brie y Borgoña se apiñaron cabe su púlpito.
Ciudades populosas como Caen, Rouen, Autun, Beaune, Versalles y París
escucharon su predicación.
Recorriendo
el Memorial
en que el Santo recogió los principales recuerdos de su vida
hallamos mencionadas unas ciento diez misiones predicadas desde 1632
hasta 1676, y no puede olvidarse que la duración mínima ordinaria
de una misión era de seis semanas y algunas, como la de Rennes, en
1667, se prolongó durante cinco meses.
Su
predicación era ardorosa y vibrante. Dotado de un temperamento
ardiente y apasionado, sus palabras brotaban directamente del
corazón. Le llamaron león
en el púlpito y cordero en el confesonario.
Tronaba
sin compasión contra los vicios y con espíritu de caridad hacia los
pobres pecadores, cuya suerte le acongojaba. Su palabra se alzaba
enérgica y libre, con la santa libertad de los apóstoles.
Buen
ejemplo de ello dio en la misión de Saint-Germain-des-Prés (1660),
en presencia de la Reina de Francia y de la corte. Poco antes el
fuego había destruido, en parte, el palacio del Louvre, y de ello
tomó pie el Santo para recordar a sus oyentes que, si a los
príncipes les está permitido edificar Louvres, Dios les manda
aliviar a sus súbditos desgraciados; que no pueden pasar los días y
los años en diversiones, pues no es ése el camino del Cielo; que si
el fuego temporal no había respetado la mansión real, tampoco el
fuego eterno respetaría a los reyes y príncipes que no vivieran
como cristianos; que causaba grande pena, finalmente, ver a los
grandes de la tierra asediados por una multitud de aduladores sin que
casi nunca se les diga la verdad y que él se consideraría por muy
culpable si ocultara estas cosas a su majestad.
Fundaciones,
y la ayuda de la Visitación
De
las misiones nació la Congregación de Jesús y de María; de ellas
nacería también la de Nuestra Señora de la Caridad, dedicada a la
rehabilitación de las desgraciadas víctimas del vicio. Nació esta
obra del Padre Eudes en los mismos días en que abandonaba el
Oratorio y, como todas las suyas, se gestó y creció en medio de las
mayores dificultades exteriores, a las que aquí se sumaron las más
penosas interiores.
En
la consolidación de la nueva Congregación tuvieron gran parte las
religiosas de la Orden de la Visitación, que, a petición del
fundador, se encargaron de la formación de las primeras postulantes.
La
primera toma de hábito fue la de la señorita Taillefer, en la Orden
sor María de la Asunción, el 12 de febrero de 1645. Monseñor Malé,
obispo de Bayeux y no afecto al Santo como vimos, aprobó la
fundación de la casa de Caen, en 1651. El papa Alejandro VII dio la
Bula de erección de la nueva Orden el 2 de enero de 1666.
Aún
nacientes sus dos Congregaciones, el Padre Eudes las consagró, en
1643, a los Sagrados Corazones de Jesús y María.
En
el año de 1641 San Juan Eudes había proyectado fundar la Orden de
Nuestra Señora de la Caridad pensando en dedicarla al Corazón
Santísima de María. En 1643 instituyó la Congregación de Jesús y
María, dándole por Patronos a los Sagrados Corazones e imponiéndole
el rezo cuotidiano de oraciones especiales en su honor,
principalmente el «Ave Cor Sanctisisimum» y el «Benedictum sit».
Ya
quizá desde ese año, y seguramente desde el siguiente, se empezó a
celebrar en la Congregación la fiesta del Corazón de María con
Misa y Oficio propios, en los cuales ocupaba una parte importante el
divino Corazón de Jesús.
Esta
devoción llena su vida y su apostolado. Ella aparece pujante en
todas sus manifestaciones: misiones, cartas, libros... Desde 1643 o,
a más tardar, 1644, la Congregación de Jesús y de María celebraba
ya la fiesta del Sagrado Corazón de María.
Antes
de 1663 comenzó San Juan Eudes su obra maestra como teólogo de los
Sagrados Corazones escribiendo El
Corazón Admirable de la Madre de Dios,
obra que sólo logró terminar tres semanas antes de su muerte, el 25
de Julio de 1680, y en la cual trata no sólo del Corazón de María
sino también del Divino Corazón de Jesús, al cual dedica todo el
libro XII.
Entre
1668 y 1670 el Padre Eudes compuso su Oficio
del Sagrado Corazón de Jesús,
que inmediatamente fue aprobado por varios obispos. Desde 1672
celebra su instituto la fiesta del Corazón de Jesús el día 20 de
octubre, día en que aún la celebran por concesión de la Santa
Sede, en atención a los méritos de su fundador, a quien San Pío X
no dudó en calificar, en el Decreto de Beatificación, de
padre, doctor y apóstol del culto litúrgico de los Sagrados
Corazones.
Al
año siguiente de disponer el Padre Eudes la celebración de la
fiesta, se manifestó por primera vez el Sagrado Corazón a Santa
Margarita María de Alacoque.
Aquí
tenemos, en resumen, lo que San Juan Eudes hizo para promover el
culto público a los Sagrados Corazones.
Sin
embargo, a pesar de los hechos históricos, hace cien años San Juan
Eudes era prácticamente un desconocido en lo que atañe a sus
relaciones con la devoción a los Sagrados Corazones, y
particularmente al divino Corazón de Jesús.
Pero
Dios, que ensalza a los humildes, se encargó de glorificar a su
siervo, y con la gracia de la canonización quiso darle los títulos
que le eran debidos, por intermedio de la voz autorizada de los
Romanos Pontífices.
Así
Su Santidad León XIII, en el Decreto de la heroicidad de las
virtudes, lo llama Autor
del culto litúrgico a los Sagrados Corazones de Jesús y María.
San Pío X, como vimos, lo proclama, en el Decreto de Beatificación,
Padre,
Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Santísimos corazones de
Jesús y de María,
palabras repetidas a la letra por Su Santidad Pío XI en la Bula de
canonización. El mismo Pío XI en las lecciones del segundo nocturno
para la Fiesta del Divino Corazón dice que San Juan Eudes es llamado
con toda justicia autor
del culto litúrgico de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Roma
ha colocado, pues, a San Juan Eudes en el puesto de honor que le
corresponde entre los apóstoles de los Sagrados Corazones,
particularmente del Corazón Divino de Jesús, y lo ha llamado Doctor
de esta devoción.
A
sus obras, pues, hemos de ir a beber la enseñanza teológica acerca
del Corazón Sacratísimo de Jesús.
Sus
últimos años de vida
Su
último decenio, como toda su vida, fue abundante en tribulaciones y
persecuciones. Su Memorial
repite año tras año: En
este año
(1670) quiso
el Señor favorecerme con diferentes cruces, por lo que sea
eternamente bendecido...
En
este año
(1671) me
acompañaron las cruces por todas partes. Eternas gracias sean dadas
al amabilísimo Crucificado...
En
el año de 1672 estuve rodeado de cruces casi sin, interrupción...
Y así continúa.
Sus
enemigos tradicionales, oratorianos y jansenistas, a los que ahora se
sumarán los lazaristas, no cejaron en su empeño de sembrarle de
dificultades todos los caminos. En Roma impidieron que llegara a buen
término la aprobación canónica de la Congregación de Jesús y de
María; en París le hicieron caer en desgracia de Luis XIV, que le
desterró de la corte.
Por
su parte los jansenistas atacaban su ortodoxia. Me
cargan con trece herejías
—escribía la víctima—. El
motivo de toda su cólera está en que me opuse en todas partes a sus
novedades, que sostengo en alto la fe en la Iglesia y la autoridad
del Romano Pontífice y que he quemado un libro detestable compuesto
contra la devoción a la Santísima Virgen.
Llegaron
a sobornar a su secretario para que le traicionase. En numerosas
cartas expresa el Padre Eudes la compasión que siente hacia sus
calumniadores y el perdón que rebosa de su corazón.
Pero
no podía menos de defenderse. El rey encargó del asunto a la
Asamblea Episcopal de la región, reunida en Meulan a fines de 1674;
ella le declaró inocente de cuantas acusaciones se acumulaban contra
su persona y su doctrina.
A
mediados de 1679 Luis XIV volvió a acoger en su gracia al Santo, le
recibió en audiencia, alabó sus afanes apostólicos y le prometió
su apoyo.
Ya
la vida del infatigable misionero tocaba a su fin. Consciente él más
que nadie de la precariedad de su salud, convocó en junio de 1680 la
primera Asamblea de su Instituto y en ella presentó la dimisión de
su cargo de Superior General. Dos meses no habían transcurrido
cuando la enfermedad le rindió en el lecho.
A
sus hijos, que ansiosos le rodeaban, les habló de las alegrías del
Paraíso y de la eternidad, y de su gran indignidad. Les exhortó a
la paz, les consoló de su muerte, les recomendó a Dios y les puso
en manos de la Santísima Virgen.
El
19 de agosto entregó su alma a Dios. Eran las tres de la tarde. Se
consumaba el sacrificio de un hombre cuya vida entera fue un ascender
a la cumbre del Calvario.
¡San
Juan Eudes, ruega por nosotros!
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