Para
rezar en familia
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
“Ecce
Homo”... He aquí al Hombre de todos los dolores, al Salvador
Jesús, tras de esa Hostia... Doblemos la rodilla, adorémosle en la
suave y vencedora majestad de ese misterio... ¡Oh!, viene
seguramente en busca nuestra, ya que en el Paraíso tiene legiones de
ángeles... Miradle..., se acerca como le vio un día su sierva
Margarita María...; viene sin fulgores de sol, sin diadema,
maniatado, perseguido... Trae el alma abrumada de angustias...
cargados de lágrimas los ojos... Busca un huerto de paz en dónde
orar en su agonía, y ha venido aquí, trayéndonos una confidencia
de caridad infinita, y de infinita tristeza... Callad, hermanos, y en
el silencio del alma, olvidados del mundo, desligados por un momento
de los mezquinos intereses de la tierra..., oíd al Señor Jesús en
esta Hora Santa... Contempladle bajo la figura dolorida,
ensangrentada del Ecce Homo, tal como se apareció en Paray-le-Monial
a su primer apóstol y confidente, para reclamar de sus amigos un
amoroso desagravio...
“¡Oh,
buen Jesús: al comenzar esta Hora Santa, déjanos besar con
deliquios de amor, con pasión del alma, con embriaguez de cielo, la
herida encantadora del Costado, y permítenos llegar, por medio de
ese ósculo dichoso, hasta lo más recóndito de tu divino y
agonizante Corazón!”.
(Presentadle
el pedido íntimo que queréis hacerle en esta Hora Santa).
Voz
del Maestro. Hijitos míos, ¿queréis brindar un asilo de amor, un
abrigo de fidelidad a vuestro Dios, perseguido por el huracán
maldito de la culpa?... Es cierto que no veis hoy día mi cuerpo
hecho pedazos...; pero creed que no han cesado los crudelísimos
azotes... No veis tampoco que el llanto inunda mis mejillas...; pero
¡con qué furor penetran en mi frente las espinas!... No está a la
vista la congoja mortal y la agonía de Getsemaní...; pero, ¡ay!,
sus indecibles amarguras llenan hasta los bordes el cáliz de mi
abandonado Corazón... El pecado no da tregua a mis dolores... Ese
torrente de inquietud me persigue hace veinte siglos, sigue mis
pasos, iracundo... Quiere devorar la obra de mi sangre...; quiere
condenar las almas... “¿Qué pude hacer por mi rebaño que no lo
haya hecho?”... El sacrificio de mi cuerpo, de mi alma, de mi
Corazón; el holocausto del Calvario y de la Eucaristía..., todo
está consumado... Y, con todo, la culpa avanza, como hálito del
infierno, penetra en las conciencias, mata en ellas mi amor... y la
gloria de mi nombre... ¡Ay! Abridme pronto, vosotros mis amigos,
abridme el refugio cariñoso de vuestros corazones... Ponedme al
abrigo de la noche fría, lóbrega, del pecado que envuelve
al
mundo... Tendedme, hijitos míos, alargadme con caridad filial los
brazos... ¡Oh, no es el recuerdo del Calvario el que me hiere..., es
el pecado de hoy el que atraviesa sin piedad mi desolado Corazón!...
Ved: estoy llorando ahora mis tristezas; estoy desahogando entre
vosotros la tempestad de mis dolores... ¡Y en el mismo instante,
millares de saetas se clavan en la llaga sangrienta de mi pecho!...
¡Oh, dad albergue de caridad y de ternura, en vuestras almas
compasivas, a este Jesús, el eterno ultrajado y perseguido de la
culpa!...
(Pausa)
El
alma. Jesús, Rey de los altares y Soberano de las almas: ven y
asienta tus reales de dominio en estos corazones... No serás entre
nosotros el huésped, sino el Padre y el Monarca..., no el peregrino,
sino el Redentor desagraviado y el Señor mil veces bendecido...
Ven... Y si es constante la ofensa de la culpa..., más constante aún
ha de ser el homenaje de nuestro humilde desagravio... Abre tu
prisión, señor Sacramentado, y que los ángeles que rodean tu pobre
tabernáculo se unan a los amigos leales de tu Eucaristía, para
decirte:
(Todos
en voz alta)
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
No
obstante los esfuerzos desesperados del infierno, que anhela la
desdicha eterna de las almas.
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
A
pesar de la fragilidad humana, que impele a tantos por la pendiente
del abismo...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
No
obstante la furia de tantos enemigos de tu moral intransigente y de
tus dogmas invariables...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
A
pesar de los ataques con que la razón y las sabidurías vanas de la
tierra se alzan para derrocarte del altar...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
No
obstante la licencia vergonzosa, que muchos pretenden erigir en ley
natural de la conciencia...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
A
pesar del artificio con que se trama noche y día en contra de la
Iglesia, del hogar y de la infancia...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
No
obstante la sacrílega legalidad de tantos atentados de lesa majestad
divina...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
A
pesar del odio de los gobernantes, excitados por el poder de tu
humildad y de tu silencio...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
No
obstante los ataques airados de la prensa, de las leyes y de las
sectas, poderes conjurados en ruinas de tu gloria y de tu reinado
entre los hombres...
¡Corazón
Santo, tú reinarás!
(Pedid
con todo fervor el reinado del Corazón de Jesús).
Voz
del Maestro. ¿Por qué, decidme, confidentes muy amados, por qué
los hijos de las tinieblas son con frecuencia más prudentes y
esforzados que vosotros, los hijos de mi dolor y de la luz?
Vedlos
a mis enemigos, perpetuamente afanados en aislarme en el Sagrario, y
luego, en derribar mi altar... No se dan descanso en el propósito de
anular mi ley, de dispersar mi sacerdocio y de aniquilarme en las
conciencias de los hombres... Y vosotros... y tantos de los míos,
¿qué habéis hecho?... ¿Cómo no habéis podido velar una hora
conmigo?... Y por cansancio, por preocupaciones terrenas..., por
debilidad de carácter..., por falta de amor a vuestro Dios y
Maestro, habéis descansado, mientras Yo agonizaba... Dormíais
tranquilos, entre vuestro Salvador agonizante y la turba enemiga que
venía a prenderle... No habéis amado así, seguramente, a vuestros
padres, a vuestros hermanos, a los amigos íntimos de vuestro
corazón... Y para mí, sólo para mí, ¿por qué no habéis tenido
fineza ni resolución en el amor?... Me prometisteis generosidad...
bendije y acepté vuestra buena voluntad..., y, a poco,
desfallecisteis y fui olvidado... Os perdoné tantos desvíos, olvidé
tantos olvidos..., y vosotros, los de mi casa, vivís a menudo en un
sopor de tranquila indiferencia que me lastima cruelmente... Un sueño
de apatía..., de egoísmo, de desamor por mi persona os rinde...
Levantaos ya...; despertad de esta tibieza... Se acerca el enemigo
que trae el ultraje para vuestro Dios..., y para vosotros, las
cadenas y la muerte... Ha llegado la hora milagrosa de una sincera
conversión... ¡Oh, venid y acompañadme, si preciso fuera, hasta el
Calvario!... No queráis abandonarme, ovejitas mías, cuando hieran
al Pastor...
(Pausa)
El
alma. ¿Qué tengo yo, ¡oh, Dios escarnecido!, que Tú no me hayas
dado?... Aliéntame, Jesús, y haz que te siga, sin vacilaciones, en
las dulces exigencias de tu gracia y de tu amor...
¿Qué
valgo yo, si no estoy a tu lado?
Y
porque reconozco mi nada y mi impotencia... te ruego no quieras
dejarme de tu mano, no consientas que me aleje por un día del
Sagrario...
Perdóname
los yerros que contra ti he cometido...: son tantas las flaquezas de
mi corazón... Perdónalas y olvida...
Pues,
la mucha sangre que derramaste.
Y la
acerba muerte que padeciste.
No
fue por los ángeles que te alaban, sino por mí y por tantos tibios
e indolentes en el ejercicio de tu amor, que te desoyen y te
ofenden...
Por
eso, en esta Hora Santa, al renovar los propósitos de fervor en tu
servicio, consiente que te diga con dolor del alma:
Si
te he negado, déjame reconocerte; si te he injuriado, déjame
alabarte; si te he ofendido, déjame servirte, porque es más muerte
que vida la que no está empleada en el santo servicio de tu gloria y
para consuelo y triunfo de tu Divino Corazón.
(Confesadle
vuestra tibieza y pedid fervor perseverante en su servicio).
Voz
del Maestro. ¿Cuántos sois los que veláis conmigo en esta Hora
Santa?... Es cierto que es grande vuestro amor... ¡Ah, sí!, pero
inmenso, insondable es el amargo océano de delitos y de orgías, que
a esta misma hora, está saturando de tristeza mortal mi Corazón...
¡Qué frenesí de pecado..., qué desenfreno en el torbellino humano
que va pasando ahora mismo ante mis ojos!...
¡Oh,
qué escenas de muerte, qué espectáculos de infierno... qué
vértigo de pasión sensual en el teatro!... El gran mundo aplaude y
ríe ante un escenario donde a mí se me flagela... Si supierais cómo
me despedaza el alma dolorida la gran mentira que llaman civilización
moderna... ¡Ah, cuántas fiestas de mis hijos son la befa y el
Calvario de su Padre y Salvador!... Sólo vosotros, mis amigos,
podéis adivinar la congoja de este agonizar perpetuo en un patíbulo,
levantado por los míos... ¡Cómo se presentan a mi vista las
grandes capitales... orgullosas como Nínive... desenvueltas como
Babilonia!... En ellas mi Evangelio es una exageración
intolerable... Vosotros, mis consoladores, que habéis penetrado tan
adentro en mis tristezas, poned un bálsamo en mi herida...
Reparad, vosotras, esa embriaguez
culpable
y acallad, con una plegaria fervorosa, el clamar que, en esta misma
noche, en centenares de salas, de banquetes, de fiestas, de bailes y
teatros, se levanta como marejada de fango, insultando la santidad de
mi Evangelio y la blancura de la Hostia...
El
alma. ¡Oh, sí, Maestro!: baje de una vez fuego del cielo, que
purifique, que perdone y salve a millares de infieles, que viven sin
amor, amando locamente la materia y lo nefando...
Para
tantos que derrochan dinero y juventud en la disipación de placeres
mundanales que te ofenden...
(Todos,
en voz alta)
¡Misericordia,
y sálvelos tu dulce Corazón!
Para
aquellos que luchan, tolerando los pecados públicos, que trafican en
la profanación de la conciencia y de los sentidos...
¡Misericordia,
y sálvelos tu dulce Corazón!
Para
los pervertidores de almas, que en la Prensa y en los libros se
enriquecen, condenando a sus hermanos...
¡Misericordia,
y sálvelos tu dulce Corazón!
Para
aquellos que tienen el tristísimo negocio de excitar pasiones en la
escena teatral, donde todo es permitido, so pretexto de arte...
¡Misericordia,
y sálvelos tu dulce Corazón!
Para
tantos débiles que, desoyendo su conciencia, cooperan con
remordimiento al escándalo social de modas y teatros...
¡Misericordia,
y sálvelos tu dulce Corazón!
Para
tantos que, relajado su criterio de cristianos, no ven mal ninguno en
el atropello a tus santos mandamientos...
¡Misericordia,
y sálvelos tu dulce Corazón!
Para
aquellos que, por su cargo, debieran evitarte, Señor, gravísimas
ofensas, y no lo hacen por timidez o por transacción mundana...
¡Misericordia,
y sálvelos tu dulce Corazón!
(Reparemos
los pecados públicos y sociales con que se ofende a Jesucristo en el
mundo entero).
Voz
del Maestro. “Pueblo mío, heredad preciosa de mi Corazón, ¿qué
te he hecho... o en qué te he contristado?... ¡Respóndeme!...
Desde aquí en la Hostia, contemplo, noche y día, el hogar de mis
cariños, el campamento del Israel de mis ternuras, la grey pequeñita
de los que me juraron amor eterno... Desde aquí pongo los ojos en el
corazón de mis amigos, de los que yo he querido con predilección...
Desde aquí sigo los pasos de los que tengo predestinados al banquete
de mi amor y de mi gloria... ¡Ay!, cuántos de ellos arrancan de mis
ojos las lágrimas que lloré sobre Jerusalén, mi patria... ¡Cuántos
que fueron íntimos de mi alma son ingratos! ¡Cuántos gozan lejos
de mi lado, muy lejos... los bienes de talento, estimación y de
fortuna con que los colmé para hacerlos santos... Sus tronos están
colocados entre los príncipes del reino de los cielos!... ¡Oh,
cuántos de esos sitiales, perdidos por ingratitud, los daré a
pecadores arrepentidos, que oyeron mi llamada en la agonía!...
Para
olvidar principalmente ese pecado, el más amargo, para endulzar el
cáliz de la ingratitud humana, pedí a mi sierva esta campaña
deliciosa de la Hora Santa; aquí se convierten en lágrimas de
bendición, de amor, las que lloré en el desamparo de mi grey y en
la fuga de mis hijos... Entre el vestíbulo y el altar, gemid,
consoladores míos... tengo sed de los consuelos que me niegan los
ingratos de mi propia casa...
El
alma. Divino Salvador Jesús, dígnate mirar con ojos de misericordia
a tus hijos, que unidos por un mismo pensamiento de fe, esperanza y
amor, vienen a deplorar ante tu sacratísimo Corazón sus
infidelidades y las de sus hermanos culpables. ¡Ojalá podamos con
nuestras solemnes y unánimes promesas conmover ese Divino Corazón y
obtener de Él misericordia para nosotros, para el mundo infeliz y
criminal y para todos aquellos que no tienen la dicha de conocerte y
amarte!
Sí,
de hoy en adelante lo prometemos todos:
Por
el olvido e ingratitud de los hombres.
(Todos,
en voz alta)
Te
consolaremos, Señor.
Por
tu desamparo en el sagrado Tabernáculo.
Te
consolaremos, Señor.
Por
los crímenes de los pecadores.
Te
consolaremos, Señor.
Por
el odio de los impíos.
Te
consolaremos, Señor.
Por
las blasfemias que se profieren contra ti.
Te
consolaremos, Señor.
Por
las injurias hechas a tu Divinidad.
Te
consolaremos, Señor.
Por
las inmodestias e irreverencias cometidas en tu adorable presencia.
Te
consolaremos, Señor.
Por
las traiciones de que eres víctima adorable.
Te
consolaremos, Señor.
Por
la frialdad de la mayor parte de tus hijos.
Te
consolaremos, Señor.
Por
el abuso de tus gracias.
Te
consolaremos, Señor.
Por
nuestras propias infidelidades.
Te
consolaremos, Señor.
Por
la incomprensible dureza de nuestros corazones.
Te
consolaremos, Señor.
Por
nuestra tardanza en amarte.
Te
consolaremos, Señor.
Por
nuestra tibieza en tu santo servicio.
Te
consolaremos, Señor.
Por
la amarga tristeza que te causa la perdición de las almas.
Te
consolaremos, Señor.
Por
las largas esperas a las puertas de nuestros corazones.
Te
consolaremos, Señor.
Por
los amargos desprecios con que eres rechazado.
Te
consolaremos, Señor.
Por
tus quejas de amor.
Te
consolaremos, Señor.
Por
tus lágrimas de amor.
Te
consolaremos, Señor.
Por
tu cautiverio de amor.
Te
consolaremos, Señor.
Por
tu martirio de amor.
Te
consolaremos, Señor.
¡Oh,
Jesús! Divino Salvador nuestro, de cuyo Corazón se ha desprendido
esta dolorosa queja: “Consoladores busqué y no los he hallado”,
dígnate aceptar el modesto tributo de nuestros consuelos, y
asístenos tan eficazmente con el auxilio de tu divina gracia, que,
huyendo cada vez más, en lo venidero, de todo lo que pudiera
desagradarte, nos mostremos en toda circunstancia, tiempo y lugar,
tus hijos más fieles y obsecuentes. Te lo pedimos por ti mismo, que,
siendo Dios, vives y reinas por los siglos de los siglos.
(Pedidle
perdón por los ingratos, que son tantos...).
Voz
del Maestro. No me preguntéis, almas reparadoras, por qué vivo
perpetuamente crucificado por manos de mis redimidos... El mundo ha
llegado a convencerse que merezco realmente la vergüenza y la muerte
del patíbulo... ¡Ay!, son, en realidad, tantos los sabios, los
honrados y los poderosos que repiten con cruel tranquilidad estas
palabras de mis acusadores a Pilatos: “¡Si este Nazareno no fuera
un malhechor, no te lo hubiéramos traído encadenado!”...
¡Ah,
sí! Y porque soy un malhechor para la turba, desenfrenada en moral y
en pensamiento, me condena la autoridad...; porque soy un malhechor,
se me condena en los Tribunales...; porque soy un malhechor, se me
flagela por la prensa...; se me trata como villano y como loco, por
decreto de mis jueces... Ellos, ¡qué irrisión!, me entregan al
populacho, en resguardo de los intereses nacionales... Ellos,
gobernantes y legisladores, se lavan las manos, y con pleno derecho,
dicen, y por razones de libertad..., de civilización y de
justicia..., me condenan al destierro y a la Cruz por vías de la más
estricta legalidad... Este es el gran delito de hoy, hijos míos:
insultarme con razón y con derecho, proscribirme por dignidad y por
ley de las naciones... Sigo siendo Vermis Et Non Homo, el gusano
pisoteado de la tierra...
¡Oh,
vosotros los fidelísimos, aclamadme, para acallar el grito de esa
muchedumbre que, desde las alturas, asalta mi trono y quiere sortear,
burlona, el manto de mi realeza..., bendecidme con amor.
El
alma. Acércate, dulcísimo Maestro... y aquí, en medio de los
tuyos, estrechándote tus hijos, recibe de su mano la diadema que
quisieran arrebatarte los que, siendo polvo de la tierra, se llaman
poderosos, porque, en tu humildad, creen
injuriarte
de más alto... Adelántate triunfante en esta ferviente congregación
de hermanos... No borres las heridas de tus pies ni de tus manos...
No abrillantes, no hermosees, deja ensangrentada tu cabeza... ¡Ah!,
y no cierres, sobre todo, deja abierta la profunda y celestial herida
de tu pecho... Así, Rey de sangre, así..., cubierto con esa púrpura
de amor y con la túnica de todos los oprobios..., sin
transfigurarte... ¡Jesús, el mismo de la noche espantosa del Jueves
Santo, preséntate, desciende y recoge el hosanna de esta guardia de
honor que vela por la gloria del Corazón de Cristo-Jesús, su Rey!
(Todos,
en voz alta)
¡Viva
tu Sagrado Corazón!
Los
reyes y gobernantes podrán conculcar las tablas de la Ley, pero, al
caer del sitial del mando en la tumba del olvido, tus súbditos
seguiremos exclamando:
¡Viva
tu Sagrado Corazón!
Los
legisladores dirán que tu Evangelio es una ruina, y que es deber
eliminarlo en beneficio del progreso...; pero, al caer despeñados en
la tumba del olvido, tus adoradores seguiremos exclamando:
¡Viva
tu Sagrado Corazón!
Los
ricos, los altivos, los mundanos, encontrarán que tu moral es de
otro tiempo, que tus intransigencias matan la libertad de la
conciencia...; pero, al confundirse con las sombras de la tumba del
olvido, tus hijos seguiremos exclamando: ¡Viva tu Sagrado Corazón!
Los
interesados en ganar alturas y dinero, vendiendo falsa libertad y
grandeza a las naciones..., chocarán con la piedra del Calvario y de
tu Iglesia..., y al bajar aniquilados a la tumba del olvido, tus
apóstoles seguiremos exclamando:
¡Viva
tu Sagrado Corazón!
Los
heraldos de una civilización materialista, lejos de Dios y en
oposición al Evangelio..., morirán un día envenenados por sus
maléficas doctrinas y al caer a la tumba del olvido, maldecidos por
sus propios hijos, tus consoladores seguiremos exclamando:
¡Viva
tu Sagrado Corazón!
Los
fariseos, los soberbios y los impuros habrán envejecido estudiando
la ruina, mil veces decretada de tu Iglesia..., y al perderse,
derrotados, en la tumba de un eterno olvido..., tus redimidos
seguiremos exclamando:
¡Viva
tu Sagrado Corazón!
¡Oh,
sí, que viva! Y al huir de los hogares, de las escuelas, de los
pueblos, Luzbel, el ángel de tinieblas, al hundirse eternamente
encadenado a los abismos, tus amigos seguiremos exclamando:
¡Viva
tu Sagrado Corazón!
Voz
del Maestro. Os he amado hasta el exceso de un Calvario... Llegado a
su cima, obedecí en silencio y me tendí en el patíbulo
afrentoso... Y desde entonces, ahí estoy a merced de todos mis
verdugos, los sacrílegos.
Si
tantos dicen que no estoy aquí en la Hostia, ¿por qué la insultan
y me hieren?... Y si creen, ¿por qué me ultrajan en este misterio
en que amo con locura, en que perdono con inagotable caridad?...
¡Oh!, sabedlo: mis lágrimas han dejado huella de dolor en los
caminos y en los muladares, donde he sido arrastrado en millares de
profanaciones, desde el Jueves Santo... He sido pisoteado con
furor...; se me ha arrojado, entre blasfemias, a las llamas...; se me
ha sepultado en el fango...; he sido atravesado con puñales deicidas
en antros donde se trama, con sigilo, en contra mía...
¡Ay!,
se paga vil dinero y no faltan Judas que comulguen, para entregarme,
con el beso de esa comunión, en manos de mis mortales enemigos... El
incendio criminal ha abrasado mi Sagrario y convertido en pavesas la
forma consagrada... Esto, en pago de haber dejado mi Corazón entre
vosotros, para abrasar el mundo en el incendio de salvadora caridad.
¡Ah, y cuántas veces los infelices, que codician el metal dorado
del copón en que os aguardo, han salteado la prisión de mis
amores..., y he sido arrojado sobre el pavimento, sin tener una
piedra consagrada en qué reclinar mi cabeza ensangrentada...!
Fue
esta visión de horror la que hirió mi Corazón en las angustias de
Getsemaní... ¡Los que pasáis, considerad y ved si hay dolor
semejante a mi dolor!...
El
alma. ¡Hosanna, gloria a Dios en las alturas... gloria, bendición y
amor a ti, Señor Sacramentado, sólo a ti en el incomprensible
aniquilamiento de tu Santa Eucaristía!
¡Que
te canten los cielos, porque Tú, el Dios del Tabernáculo, eres la
bienaventuranza del mismo Paraíso! ¡Que te canten, Jesús-Hostia,
los campos, los mares, las nieves y las flores, panorama de belleza
creado para recrear tus ojos, cansados de llorar soledad e
ingratitudes!... ¡Que te canten, dulce Prisionero, las aves y las
brisas; que te canten las tempestades; que te ensalcen los sollozos
del corazón humano y sus palpitaciones de alegría, a ti, el Cautivo
del altar... Gloria a Dios en las alturas...; gloria, bendición y
amor a ti, Jesús Sacramentado, sólo a ti, en el incomprensible
aniquilamiento de tu adorable Eucaristía!
(Rendidle
una completa reparación de amor por el horrendo crimen del
sacrilegio con que se le hiere en el altar. Si posible, cántese el
“Magníficat” con la Inmaculada en homenaje a la Divina
Eucaristía).
Voz
del Maestro. No os vayáis, hijos de mi Corazón, sin recoger en esta
Hora Santa un desahogo de dolor, que sólo vosotros, mis fidelísimos,
sabéis comprender en toda su amargura...
No
es la profanación de este Tabernáculo el atentado más cruel en
contra de mi soberanía conculcada; hay otro sagrario más valioso y
que es consciente en el rechazo de su Salvador...: es el corazón
humano... ¡Y decir que lo amo tanto!... ¡Cómo lo profanan millares
de cristianos con el veneno de un amor pagano!... Ese corazón
debiera ser el cáliz de todos mis consuelos..., el ara redentora de
un mundo, que es infeliz porque no ama con amor de espíritu..., con
el casto amor de mi Evangelio... En ese Corazón deposité mis
lágrimas para purificarlo..., y luego, sacando llamas de mi
inflamado Corazón, le he ofrecido mi amor para colmar sus ansias de
amar y ser amado... Y no le basta esta infinita dignación de
caridad... Busca a las creaturas... y a Mí me olvida en ese delirio
de placer, que no es ni amor, ni paz ni vida... A Mí me deja..., y
por eso, ¡pobrecitos!, tantos sufren, desgarrada el alma..., el
hambre insaciable de pasiones vergonzosas... Los que tenéis sed de
amar, venid..., venid a mí: Yo soy el amor que guarda las espinas
para sí, y os da sus flores...; los que sentís ansias, necesidad de
ser amados..., venid... y bebed hasta saciaros de la fuente de mi
pecho. Hijos míos, dadme vuestros corazones, ¡oh!; dádmelos en
cambio del mío Sacrosanto...
El
alma. Jesús Sacramentado, ejercita en nosotros tus derechos, pues
somos tus reparadores... Ven. No pidas, no mendigues... Ven. Toma con
amabilísima violencia lo que es tuyo...: toma nuestros corazones...
Sí, son pobres. Tú sabrás enriquecerlos...; te los damos por manos
de tu dulce Madre y de tu sierva Margarita María... Te rogamos los
aceptes en demanda urgente del reinado de tu Corazón Divino... No
quieras desecharlos porque un día se marcharon, cuando Tú perdonas,
olvidas para siempre... La Iglesia perseguida, nuestro hogar
necesitado, los pecadores, tu Vicario, el Purgatorio de tortura
purificadora, las almas de los justos, todos, todos esperamos de tu
omnipotencia torrentes de gracia, prometida al homenaje de esta hora
de consuelos para ti y de milagros de misericordia para el mundo...
¡Ah!
Y en especial acuérdate de los que, como Gabriel Arcángel, hemos
venido a darte amable refrigerio en tu agonía... Acepta sus
intereses, sus penas, sus esperanzas, su vida; lo depositan todo en
la llaga-paraíso que nos descubrió Longinos... Recoge ahora, Señor,
nuestra oración de despedida:
Corazón
agonizante de Jesús, estas almas te confían sus espinas...
Corazón
amable de Jesús, estas madres te confían sus esposos y el tesoro de
sus
hijos...
Corazón
amante de Jesús, estos peregrinos te confían su porvenir y todas
sus incertidumbres...
Corazón
dulcísimo de Jesús, estos pródigos te confían su debilidad y su
arrepentimiento...
Corazón
benigno de Jesús, estos tus amigos te confían la paz y redención
de sus familias...
Corazón
compasivo de Jesús, estos enfermos te confían las dolencias
secretas e íntimas de la conciencia...
Corazón
humilde de Jesús, estos adoradores te confían sus anhelos
vehementes por el triunfo de tu amor en la Santa Eucaristía...
Corazón
Sacramentado de Jesús, en ti confía el mundo, que corre desolado a
refugiarse de la muerte ahí donde una lanza abrió las fuentes de la
vida...
Ven,
Jesús. Sé nuestro Hermano en las castas fruiciones del amor
cristiano...
Ven,
Jesús. Sé nuestro Rey en las tentaciones y borrascas que azotan a
las sociedades y a las almas: domina el huracán desde el Sagrario...
Serena el cielo amenazante, con los fulgores de paz y las ternezas de
tu omnipotente Corazón.
Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Súplica
final al Sagrado Corazón de Jesús
(De
Margarita María)
Escóndenos,
¡oh dulce Salvador!, en el Sagrario de tu Costado, fragua encendida
del puro amor, y ahí estaremos seguros... Elegimos tu Corazón por
morada, en la firme confianza que él será nuestra fuerza en el
combate, el báculo de nuestra flaqueza, nuestra guía y luz en las
tinieblas, el reparador de todas nuestras faltas y el santificador de
nuestras intenciones y obras. Las unimos todas a las tuyas, y te las
ofrecemos a fin de que nos sirvan de preparación continua para
recibirte en el Sacramento de tu amor.
Para
honrar tu condición de Víctima en este misterio de la fe, venimos a
ofrecernos también nosotros en calidad de hostias, suplicándote que
seas Tú mismo el sacrificador y nos inmoles en el ara de tu Sagrado
Corazón.
¡Ah!
Pero como somos tan culpables, te rogamos, Señor Jesús, tengas a
bien purificarnos y consumirnos con las llamas de tu Sagrado Corazón,
como un holocausto perfecto de caridad y de gracia, para obtener una
vida nueva y poder entonces decir con verdad: “Nosotros nada
tenemos que sea nuestro; vivos o muertos, Jesús es nuestro todo;
nuestra propiedad es ser nosotros entera y eternamente de su Divino
Corazón... ¡Venga a nos tu Reino!”.
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