miércoles, 26 de julio de 2017

MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - Día 27

DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO





Autor: Un Misionero. Traducido del italiano por O. M. Presbítero. Santiago de Chile, 1919.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Sangre Preciosísima de vida eterna, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.


La Sangre de Jesús nos estimula a salvar nuestra alma

I. Mostrando Jesús a Santa Catalina de Siena, bajo hermosísimo semblante, el alma de una pecadora convertida, le dijo: “Mira que bella es; por eso yo trabajé tanto y derramé tanta Sangre por la salvación de las almas” (R. Raimundo de Capua, Vida de la Santa. Parte II, c. IV, n. 5). De hecho Jesús por salvar almas, anduvo predicando por ciudades y aldeas durante tres años consecutivos. Y, ¡oh! cuánto sufrió por lo extenso de los viajes, por no encontrar tantas veces alojamiento o comida, y, por la ingratitud de los mismos hombres, que lo injuriaban, ora lo querían apedrear o arrojar desde una peña, ora de otros modos lo perseguían (San Juan, IV, 6, 31. VIII, 48, 59. San Lucas, IV, 29). ¡Tanto se ha fatigado Jesús por la salvación de las almas, y nosotros hasta ahora no hemos hecho nada por salvar la nuestra! ¡Qué vergüenza! Procuremos pues, de hoy en adelante, de todas veras, salvar esta alma que ha costado a Jesús tantos trabajos y además el derramamiento de toda su Sangre.


II. Además sostuvo Jesús por la salvación de las almas, los más despiadados padecimientos. Se sometió a la cruelísima flagelación de miles de fieros azotes, se dejó perforar la cabeza con agudísimas espinas, y por último quiso ser clavado en la cruz, derramando en ella hasta la última gota de su Preciosa Sangre. ¡Oh cristiano! Si Jesús ha sufrido tanto por la salud de las almas, ¿cómo es que tú en poco estimas la tuya, y por desahogar viles pasiones la pierdes? ¿Por qué con tus escándalos arruinas también las almas de los otros? ¡Ea, piensa que de esa manera te haces reo de la Sangre de un Dios! Llora pues el error cometido, y repara el malhecho, con la penitencia y el buen ejemplo, si no quieres traer sobre ti los más terribles castigos divinos.
III. San Pablo nos exhorta a huir del vicio, porque hemos sido rescatados por Jesús, ha alto precio (Habéis sido comprados con gran precio. I Corintios, VI, 20); y San Pedro nos lo repite diciendo: “Vivid santamente, pues no habéis sido redimidos con oro ni plata, sino con la Sangre Preciosa” (Seréis santos, considerando que habéis sido redimidos con la Preciosa Sangre, I Carta, I, 16, 18, 19). Aprovechémonos, oh cristianos, del saludable aviso de los santos Apóstoles, los cuales más que un tierno padre, nos aman y desean nuestro bien. Pensemos seriamente en el valer  de nuestra alma, y atendamos con la mayor diligencia a salvarla; pues ella tiene un valor infinito, como que cuesta toda la Sangre de un Dios.


Ejemplo: Habiendo instituido San Francisco de Asís la Orden de los Menores, quiso que en ella se llevase una vida austera, especialmente los viernes, en memoria de la divina pasión. Vencido por tal rigor, uno de los religiosos, le pidió licencia para volver al siglo; pero el santo, animándolo a perseverar en la religión para bien de su alma, le hizo ver que esas austeridades eran una nonada en comparación con lo que Jesús padeció por nosotros. Más, despreciando aquél tales avisos, huyó del convento. Como San Francisco rezara por él, Jesús se le apareció en la calle, goteando de sus llagas fresca y roja Sangre, y le dijo: “mira cuánto he padecido por ti, ¿y tú nada queréis sufrir por tu salvación?” Todo compungido el religioso, y deshaciéndose en lágrimas, se volvió al santo que benignamente lo acogió, exhortándolo a recordar siempre la gracia singular que había recibido. Y en efecto teniendo aquél siempre presente la extraordinaria visión, cuidó con toda diligencia de la salvación de su alma (P. Angélico de Vicenza, Vida de San Francisco de Asís).
¡Ea! Procuremos también nosotros tener de continuo ante nuestros ojos a Jesús que derrama su sangre por salvar las almas, y de esa manera también nosotros cuidaremos con todo empeño de la propia salvación.


Se medita y se pide lo que se desea conseguir.


Obsequio. Resolveos a nutrir siempre una tierna devoción hacia la divina Sangre, especialmente lavándoos en ella frecuentando los sacramentos.






Jaculatoria


Salvar yo quiero


Alma tan noble,


Que Sangre cuesta


A un Dios Hombre.





ORACIÓN PARA ESTE DÍA


Amorosísimo Redentor, fijando mis ojos en vos, clavado en ese duro madero, bien conozco cuanto os cuesto. Aquellas acerbísimas penas, aquellas profundas llagas, aquella Sangre de infinito valor, son el precio que habéis pagado por el rescate de mi alma; ¿Y yo tampoco cuido de ella? ¿y la doy al demonio por una nonada, por un desahogo de vil pasión, por un deleite bestial? ¡Qué amargura, qué desprecio os aporto de esa manera! ¡Sangre Presiosísima, vos sois el precio de mi alma, y yo no la he estimado en nada, aún más, he hecho cuanto he podido por perderla!
¡Ah! Si así me he conducido hasta ahora, de hoy en adelante estoy resuelto a trabajar con todo empeño por salvarla. Sangre de Jesús, ya que vos la habéis redimido, dadme también gracia eficaz para cuidar con la mayor diligencia de su salvación.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


¡Oh! Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrazado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mí amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
V. Señor nos redimisteis con vuestra sangre.
P. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.


OREMOS


Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor que contigo vive y reina por los siglos de los siglos Amén.






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