miércoles, 21 de junio de 2017

MES DE PREPARACIÓN PARA LA ENTRONIZACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Día 24

EN LOS HOGARES
Por el Presbítero Rodolfo Vergara Antúnez
Año 1895


Breve reseña de la Entronización del Sagrado Corazón
Fundada por el Padre Mateo Crawley- Boevey SS.CC.


La inspiración que tuvo el Padre Mateo, autor de la Hora Santa (ver aquí) en Paray le Monial, lugar de las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque, para crear su Apostolado de la Entronización, puede resumirse en las palabras del Papa Benedicto XV, quien aprobó la obra de la entronización mediante una carta fechada el 27 de abril de 1915. En ella la definió así: «La Entronización es la instalación de la imagen del Sagrado Corazón, como en un trono, en el sitio más noble de la casa, de tal suerte que Jesucristo Nuestro Señor reine visiblemente en los hogares católicos». Se trata, pues, no de un acto transitorio, sino de una verdadera y propia toma de posesión del hogar por parte de Jesucristo Rey, que debe ser permanentemente el punto de referencia de la vida de la familia, que se constituye en súbdita de su Corazón adorable.
Si se desea que la Entronización produzca frutos maravillosos, dice el Fundador, forzosamente la ceremonia debe prepararse bien, por eso le proponemos a nuestros lectores durante el mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón, la meditación de este misterio insondable de amor por los hombres con los escritos del Padre Rodolfo Vergara Antúnez, autor del Mes de María, (ver aquí) para que el día 30 se pueda realizar la ceremonia que publicaremos. También les proporcionamos una imagen en alta resolución que pueden imprimir y enmarcar para poner el lugar más destacado del hogar (aquí).


 

DÍA VIGÉSIMOCUARTO
Oración con que se comenzarán los ejercicios de cada día del Mes.


Adorable Corazón de Jesús, trono de misericordia y manantial inagotable de gracias, dignaos aceptar los homenajes de amor y de agradecimiento que traeremos al pie de vuestro altar durante la serie de bellos días consagrados a vuestra gloria como preparación para entronizarte en nuestros hogares. Obedientes a la dulce voz de vuestro Corazón, venimos a ofreceros el débil tributo de nuestros consuelos para haceros olvidar la ingratitud incomprensible con que tantos pecadores corresponden a la inmensidad de vuestros beneficios. La voz de nuestras alabanzas subirá cada día a las alturas de vuestro trono para apagar el eco de las blasfemias con que os ultrajan tantas almas rescatadas con vuestra Sangre Preciosa. Nuestros corazones, profundamente conmovidos por la amargura de vuestras quejas, vienen aquí a protestaros que os aman y que os amarán mientras les concedáis la vida, con toda la efusión y la ternura de que son capaces. Queremos reparar las ofensas que recibís continuamente de los infieles que no tienen la dicha de conoceros, de los herejes que tienen la desgracia de negaros y de los impíos que tienen la audacia de haceros implacable guerra. Nosotros hemos sido, es verdad, del número de los ingratos que os ofenden; pero, sinceramente arrepentidos de nuestros pasados extravíos, aceptad, ¡oh Corazón misericordioso! las reparaciones que os ofrecen nuestros dolores y nuestras lágrimas; las oraciones y sacrificios que te presentaremos durante este mes para que reines en nuestros corazones, nuestras familias, en la sociedad y el mundo entero ¡Viva Cristo Rey!


CONSIDERACIÓN

Amor del Corazón de Jesús en su permanencia en los tabernáculos.


El Corazón de Jesús, no solamente ha instituido un sacrificio que renueva con su muerte mística el sacrificio de la Cruz; no solamente se da como alimento a las almas convirtiendo por manera maravillosa el pan y el vino en su cuerpo y sangre. Ha querido también establecer permanentemente su adorable presencia en nuestros tabernáculos para ser compañero de nuestro destierro, huésped de nuestros templos y un vecino de nuestras viviendas. Así ha cumplido el Corazón de Jesús la promesa hecha a sus apóstoles cuando se afligían por su ausencia. “No os dejaré huérfanos, les decía; y en verdad, su presencia en medio de nosotros no es el rápido tránsito de un viajero ilustre que va de un país a otro pidiendo una corta hospitalidad en los lugares que visita. Es la visita permanente de un amigo que se complace en habitar con los que ama; es la residencia perpetua de un padre en medio de sus hijos. Y este Huésped se ha venido de las alturas del cielo, en donde recibe las adoraciones de los ángeles, a pedir a la humanidad un palmo de tierra en que hospedarse, un techo humilde bajo el cual guarecerse, un vaso de metal en que encerrarse. Es el amor, y solo el amor, el que lo ata en la cárcel de nuestros tabernáculos; solo los vehementes impulsos de su Corazón han podido obligarlo a vivir en cotidiana y perpetua visita a la humanidad, sometido a desdorosos y continuos abatimientos. La forma que lo tiene encadenado le permite cumplir a la letra la palabra que ha puesto en otro tiempo en boca del Sabio. “Yo tengo mis delicias en estar con los hijos de los hombres” Para infundirnos confianza oculta los resplandores de su humanidad gloriosa bajo los velos del Sacramento; y desde el tabernáculo en que reside oculto y silencioso, nos ve, nos oye y recibe de cerca nuestros homenajes. Allí está para darse a todos y recibir a todos los que reclamen algún bien de su inagotable bondad: pobres y ricos, ignorantes y sabios, justos y pecadores, todos tienen derecho a tocar a la puerta de su morada sin temor a un mal recibimiento.
Esta nueva manifestación amorosa impone a los cristianos un deber especial de correspondencia, el dulce deber de visitar al divino Rey que ha venido a habitar entre nosotros. La iglesia nos impone la obligación de visitar a Jesús sacramentado los domingos y fiestas. Y aunque en rigor bastaría el cumplimiento de esta obligación para excusarnos de ingratitud y de injusticia, sin embargo el incomparable amor que encadena a Jesucristo en nuestro tabernáculo, reclama de los corazones agradecidos algo más que algunas visitas obligadas. El amor tiene sus leyes, y estas leyes exigen una correspondencia proporcionada al amor con que somos favorecidos; y no corresponderíamos debidamente al Corazón de Jesús, si no lo visitásemos con la frecuencia posible; porque, aunque toda nuestra vida transcurriese delante del tabernáculo, todavía nuestros homenajes no corresponderían a la amorosa condescendencia con que nos favorece la Divina Majestad.
Pero esta adorable Majestad no nos invita a visitarlo, sino para llenarnos de gracias. Es grato a los amigos comunicarse sus pensamientos en las intimidades del afecto mutuo; pero estas conversaciones no son siempre edificantes y provechosas. Las conversaciones del divino Amigo de nuestros altares con las almas que lo escuchan están llenas de encanto, y su palabra sin ruido lleva siempre al alma humana luces e inspiraciones saludables. No anda en tinieblas quien habla con Dios: en un cuarto de hora de conversación con Él se aprende más acerca de las cosas del espíritu que en los libros más sabios. ¿Con quién podremos tratar mejor de nuestra salvación que con nuestro Salvador? Id a golpear a su puerta, y Él, médico divino, os mostrará las llagas espirituales que es preciso curar, las inclinaciones y defectos que es menester combatir, las ocasiones peligrosas que se han de vencer; y tomando como cosa propia el arduo negocio de nuestra salvación, oiréis, al retiraros de su presencia, en el fondo de vuestra alma inquieta, estas palabras: “Confía en mí, porque yo he vencido al mundo.”
¿Necesitamos de consuelos? ¿Y quién no los necesita en esta mansión de llano? No los pidamos a las criaturas: ¿Qué consuelo podrán darnos los que a su vez necesitan de consuelos?
Busquémoslos en el celestial Amigos de nuestros tabernáculos: es el único que puede suavizar nuestras penas con el amor que todo lo endulza; es el único que puede detener el curso de nuestras lágrimas, porque es poderoso para remediar los males que las hacen brotar de nuestros ojos; es el único amigo que nos llama para consolarnos; “Venid a mí los que andáis abrumados bajo el peso de vuestras penas, y yo os consolaré.” El alma a quien Él consuela no necesita ir a pedir al mundo y a sus falsos bienes estériles consolaciones.
El tabernáculo es un tesoro inagotable en que podemos ir a buscar las gracias de que tenemos necesidad. El Dios oculto que allí reside no dice jamás a las almas que llegan a sus pies: “No puedo”. Jamás volveremos sin esperanza de una visita al Santísimo Sacramento, si nuestra súplica va acompañada de amor y de confianza.
Felices las almas a quienes un santo amor lleva con frecuencia a los pies de Jesús sacramentado. ¡Qué horas tan dulces son las que transcurren en compañía de ese fiel y generoso amigo! ¡Qué suaves las palabras que llegan al oído del alma recogida y silenciosa! ¡Qué deliciosa paz se siente en el corazón cuando se deja al pie del tabernáculo el fardo abrumador de las inquietudes y dolores de la vida! ¡Cómo se levanta de allí ágil y ligera, al modo de las aves, el alma que se sentía aprisionada en los lazos de las pasiones! ¡Qué hermosa aparece entonces la virtud y que abominable el pecado; qué fácil el camino del cielo; que llevadero y soportable el sacrificio!
Formad, pues, la resolución de ser visitadores asiduos del Huésped de nuestros altares. Pidamos a las atenciones de la vida algunos momentos para ir a saludar al prisionero del amor. Y cuando esto no fuese posible, orientad vuestros corazones al tabernáculo en que Jesús reside, y haceos presentes por el deseo, si no podéis estarlo con vuestro cuerpo; no sea que por vuestras indiferencias y olvidos se diga; “Hay en medio de vosotros un Dios a quien no conocéis”


Práctica Espiritual


 Privarse en algún día por amor a María, de comer cosas de gula y apetito.


Oración final.



¡Oh Corazón Sacratísimo de Jesús!, quisiéramos que todos los corazones se reuniesen para amaros y que todos los labios se abriesen para bendeciros en un solo cántico de reconocimiento y de alabanza. Quisiéramos traer a vuestros pies todo lo que hay de grande y hermoso en el cielo y en la tierra; y que todas las criaturas salidas de vuestra mano omnipotente se unieran a nosotros para ensalzar vuestras grandezas y celebrar vuestras obras de bondad y de misericordia. Pero ya que esto no es posible, recibid, Señor, como débil expresión de nuestro amor, las flores con que nuestra familia adorna vuestra imagen, las luces con que iluminamos el trono de vuestra gloria y los cánticos de gratitud que cada día modulan nuestros labios. No miréis la pobreza de nuestras ofrendas, sino el amor con que os las presentamos; y en cambio, abrid en este Mes bendito los tesoros de vuestras gracias y derramadlas sobre vuestros amantes hijos, que atraídos por el encanto de vuestro Corazón y congregados en torno de vuestro altar, quieren glorificaros en estos santos días, para merecer la dicha de amaros eternamente en el cielo. Amén.








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