Para
rezar en familia
Padre Mateo Crawley-Boevey
Nota: La
hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte
de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por
tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los
hijos la lectura de los distintos protagonistas.
Observación preliminar
Imaginamos
por lo corriente que la mayor parte de las cruces son principalmente
una expiación de nuestros pecados, y que tienen por objeto casi
exclusivo cancelar la deuda contraída con un Dios ofendido. Ello es
ciertamente así; pero además hay otro concepto con frecuencia
omitido, no menos verdadero y de inmenso consuelo. Es saber: que los
sufrimientos son la prenda más segura y estimable del amor que Jesús
profesa a sus amigos; que las amarguras son un verdadero don de lo
alto, una prueba irrecusable de la ternura y de la misericordia
exquisita del Corazón de Jesús... Por esto prodiga a su Madre
Inmaculada, la Reina de los mártires, las torturas y las penas, y de
ahí también que el mayor y más rico tesoro de las almas
predestinadas sea siempre el del dolor...
Sufrir,
en consecuencia, no es siempre padecer el latigazo vengador de un
Dios justiciero sino a menudo, y con suma frecuencia, el testimonio
mayor de caridad y la prueba de excepcional predilección del
Salvador hacia un alma generosa, ferviente en el amor.
(Pongámonos
ahora en presencia del Señor Crucificado... Su Calvario está ahí,
en ese altar... Adoremos sus llagas divinas, su sangre preciosa y los
dolores de su Sagrado Corazón...).
Jesús.
Venid a Mí todos los que sufrís, los que gemís agobiados bajo la
pesadumbre de la Cruz... ¡Oh, mucho antes que sucumbáis abrumados
bajo la carga..., venid! ¡Apresuraos..., aceptad los brazos que os
ofrezco, pues quiero ser para vosotros, los afligidos, el Cireneo del
amor!... ¡Venid!...
No
demoréis... ¡Anhelo tanto sosteneros en la Vía Dolorosa,
consolaros, aligerar el peso de vuestras cruces y endulzarlas!... Os
aguardo ya..., ¡venid!... ¡Ah!, pero deseo, ante todo, enseñaros,
hijitos míos, la ciencia de las ciencias: la de saber sufrir con paz
divina, sufriendo en compañía mía y por mi amor... Recordad, hijos
de mi Divino Corazón, que siglos antes que vosotros, Yo he saboreado
toda la crueldad de vuestras penas...; las conozco todas, no sólo
como Dios que soy...; las conozco todas por amarguísima experiencia,
porque soy Jesús, el Hijo del Hombre, que quiso saborear hasta las
heces este cáliz... Y desde entonces, vosotros sufrís para reparar
mis voluntarios sufrimientos..., sufrís para divinizar vuestra
vida... No temáis, pues, a este Salvador Crucificado cuando se
acerca a vosotros deseoso de imprimir en sus hijos los estigmas de su
gloria... Como nunca, entonces, cuando ostentáis mis llagas, sois de
veras los predestinados de mi amante Corazón... No me temáis...,
¡oh, venid!... Comprendo, sí, que la naturaleza miserable se
rebele...; que no acepte sonriente esta gloria de sangre, la sublime
gloria del Calvario... Si
yo
consultara vuestra naturaleza, ésta pediría gozar de menos gloria
en el Cielo y de más holganza y bienestar aquí en la tierra... No
razonéis así vosotros, hijos del alma, y dejadme obrar, en favor
vuestro, con entera libertad, ya que soy la Sabiduría y la
Misericordia infinitas... ¡soy Jesús!... Consentid que labre
vuestra dicha, no por cierto según el criterio humano, ni según
vuestros caprichos, sino a la manera de un Dios que por amor y en una
Cruz se convirtió en Salvador y amigo vuestro... Venid sin recelos
ni temores, y que la vista de mis propias llagas, que me hablan de
las vuestras, que me piden misericordia, os acerque a vuestro Dios
Crucificado... ¿Qué aguardáis?... Venid, pues vuestras almas están
embebidas como una esponja en la amargura de tantos llantos
acerbísimos... ¡Ah!, para endulzarlos, os será preciso arrojaros
en el torrente de mis lágrimas... Sabed que el secreto de sufrir con
valentía, con paz y con mérito, está en saber padecer entre mis
brazos, en saber verter todas las lágrimas en el cáliz de mi
dolorido Corazón... He aquí, os lo ofrezco Yo mismo ese cáliz
precioso, consoladores amados... Resolveos, pues, a acudir pronto a
Mí: el único y el gran Consolador soy Yo, que os llamo. ¡Venid!
(Y
ahora pidamos la gracia inestimable de comprender las graves y
consoladoras enseñanzas de esta Hora Santa, diciendo cinco veces con
todo fervor y en honor de las cinco llagas, esta jaculatoria).
(Todos,
cinco veces)
¡Corazón
Agonizante de Jesús, ten piedad de nosotros!
Cinco
grandes dolores crucifican, como otros tantos clavos, a la inmensa
mayoría de los hombres... Cinco hierros inclementes, insoportables
para el mundo, no así por cierto para el cristiano convencido, y
menos aún para el apóstol... Y así como en la tarde del Viernes
Santo, después del Descendimiento, la Inmaculada, San Juan y
Magdalena, recogieron de manos de Nicodemus y besaron, con deliquios
de amor, los clavos y la lanza, tintos en la sangre de Jesús;
consideremos con esa misma fe, estos otros hierros, instrumentos
providenciales de nuestra tortura y de nuestra gloria... No dudemos
que la meditación cristiana de nuestros sufrimientos nos acercará
mucho a Jesús Crucificado, nos arraigará en su Corazón.
Primer
dolor
Sufrir
el desconocimiento y la injusticia de las creaturas
Las
almas. Es mucha gloria, Rey Divino del Calvario, que nos
encontremos siempre contigo en la misma calle de amarguras... Y esto,
porque nuestras lágrimas no son sino unas cuantas gotas rebasadas
del océano de penas que llevas dentro de tu pecho sacrosanto... De
ahí, Señor, que no habiendo sido comprendido Tú, que no siéndolo
todavía, después de siglos, permitas con sabiduría que las
creaturas a su vez no nos comprendan a nosotros... Gracias, ¡oh!
gracias, por la amargura saludable que padecen los pequeños y los
poderosos, los ricos y los pobres, los mundanos y los santos, al
sentirse fustigados por el látigo de fuego, que es el juicio injusto
de los hombres... látigo cruel sobremanera cuando viene de la mano
de aquellos que hubieran debido hacernos justicia y brindarnos
amor... ¡Oh!, ten piedad, dulcísimo Jesús, de los desdeñados...,
de los heridos por la desconfianza..., de los desalentados por la
crítica acerba..., de los condenados por ligereza o por maldad...
Haz con ellos todos obra de ternura y de piedad, Señor, porque el
mundo es tanto más cruel con sus innumerables víctimas, cuanto más
culpable él mismo...
Apresúrate,
Maestro, el único de veras Bueno, apresúrate a socorrerlos con el
bálsamo secreto de tus ternuras... No tardes, Jesús, en acudir en
socorro de esos heridos del alma, tal vez culpables, mucho más por
fragilidad que por malicia..., almas débiles, vacilantes,
enfermizas... Señor Jesús, ¡cómo quejarnos que las creaturas nos
juzguen con severidad, cuando ante dicho tribunal te encontramos
también a Ti!... No sólo hace siglos, ¡oh, no!..., todavía y
todos los días, a cada instante, tus creaturas te interrogan con
altanería sobre tus leyes y derechos... y, lo que es más triste,
¡ellas..., te condenan sin apelación!... Venimos por esto a
aprender de Ti, Jesús, una lección de humildad, lección divina que
nos aliente en esta Hora Santa, que fortifique nuestro valor abatido,
que nos enseñe con tu palabra, y sobre todo con tu ejemplo, aquel
espíritu de fe, propio de los que se llaman hijos tuyos... Háblales,
pues, Maestro muy amado.
(Pausa)
Jesús.
¿Habéis olvidado, hijitos míos, que vosotros los discípulos, no
sois más que Yo, vuestro Maestro?... Si pues el mundo injusto me
desconoce a Mí, su Luz y Salvador, qué de extraño que haga otro
tanto con vosotros?... ¡Qué! ¿No veis con qué tesón las
tinieblas pretenden descartarme con una victoria insolente?...
Me
condenaron en el Pretorio y sufro todavía las consecuencias de dicha
sentencia tenebrosa... ¡Ah, y si no fuera sino el ataque de los que
abiertamente profesan la maldad!..., ¿qué decís del desdén, de la
persecución oculta y crudelísima de aquellos que se precian de
honrados, de aquellos a quienes se aprecia como buenos, que se admira
como virtuosos, sabios y prudentes?... No lo olvidéis: mi Evangelio
y mi Corazón son el blanco de sus ataques, hábiles y arteros... ¿Y
seréis vosotros, por ventura, más justos, más santos y fuertes que
Yo?... Mi pueblo no ha cambiado; fue ayer, y sigue siendo hoy día,
refractario a mi predicación..., rechaza mi doctrina y desdeña las
invitaciones amorosas de mi Corazón...
¡Qué
bien os sienta, ya veis, a vosotros, ofendidos por el desconocimiento
de las creaturas, el meditar ante mi altar, el desconocimiento con
que ellas ultrajan a su Dios y Señor, mal comprendido de los
suyos..., desconocido con frecuencia de sus preferidos..., y aun de
sus apóstoles!... Esa fue la triste realidad de ayer y sigue siendo
la penosa realidad de hoy día... Ved, si no: ¿quiénes se interesan
de veras en acercarse a Mí..., en estudiar hipócritamente mi
Persona adorable?... ¿Quiénes se afanan en hablar de Mí?... ¡Ay!
cabalmente aquellos que niegan mi doctrina..., aquellos que, a
ciencia cierta, quieren censurar mi Iglesia Santa..., aquellos
enemigos que tienen verdadero empeño en cavar mi tumba para
sepultarme en el eterno olvido de los hijos que rescaté con mi
sangre...
Esos
son, con frecuencia, los que más se afanan, como los sanedristas, en
escudriñar de mala fe mi Evangelio y mi Ley... Pero si así soy
tratado, Yo, la leña verde, ¿qué no hará el mundo con vosotros,
la leña seca, dispuesta ya para ser pasto de las llamas?... ¿Por
qué extrañaros tanto que si los hombres desprecian y desconocen al
Sol increado de Justicia y de Verdad, que soy Yo, desconozcan y
desdeñen también el chispazo pobre de luz, que sois vosotros?...
Por esto, hijitos, pensad en reparar, ante todo, el gran pecado
actual, el desconocimiento de vuestro Dios y Señor..., y Yo, que soy
tan suave y compasivo, sabré reparar oportunamente, la injusticia
cometida con vosotros... Y qué, ¿no me habéis desconocido vosotros
a Mí?
Reparad,
¡oh!, reparad, consoladores míos, ese vuestro propio pecado...
Puesto que venías a confiarme las injusticias que los hombres han
cometido con vosotros, dejadme recordaros las injusticias que, más
de una vez, habéis cometido contra Mí, vuestro Rey y Señor...
Animados, pues, de verdaderos sentimientos de humildad, de
arrepentimiento y de gran confianza, acercaos en esta Hora Santa a mi
Sagrado Corazón... Venid a Mí todos los que sufrís del
desconocimiento de las creaturas, venid..., que Yo soy el gran
Desconocido de la tierra...
(Con
el alma profundamente conmovida meditemos estas palabras tan amargas,
aunque muy verdaderas por desgracia..., y humillémonos..., y
reparemos, acudiendo con la más absoluta confianza al Corazón de
Jesús...).
Las
almas. ¡Cuánta confusión y remordimiento, sentimos,
Señor, al comprender ahora la insensatez de haber venido a quejaros
de la injusticia de las creaturas ante Aquel que se llama y es el
gran desconocido, el Dios flagelado por nuestra propia injusticia,
ofendido y humillado por nuestro propio desconocimiento! ¡Ah! Jesús,
bien merecidos tenemos nosotros ése y muchos otros castigos; pero
Tú, Señor, ¿por qué has de estar perpetuamente atado a la columna
del olvido y de la vergüenza?...
¿Por
qué, Tú?... ¡Piedad, Jesús!... ¡Gracias, Señor, porque
presentado a tu Padre irritado, tu Faz adorable, cubierta de lodo, y
tu Corazón Divino, sangriento y atravesado, con ello detuviste,
Salvador bendito, el rayo de su cólera!... Escucha una plegaria
amorosa y dolorida, ¡oh Jesús!: Dios de caridad infinita, Rey
desconocido, te bendecimos en el desconocimiento que nos apena y nos
hiere; pero a causa de esta amargura, otórganos una gloria mayor que
la de tus Confesores...: la gracia de conocerte, ¡oh Jesús!
(Todos)
La
gracia de conocerte, Jesús.
Dios
de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el
desconocimiento que nos apena y nos hiere, pero, a causa de esta
amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus mártires: la
gracia de conocerte, Jesús.
La
gracia de conocerte, Jesús.
Dios
de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el
desconocimiento que nos apena y nos hiere; pero, a causa de esta
amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus esposas vírgenes;
la gracia de conocerte, Jesús.
La
gracia de conocerte, Jesús.
Dios
de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el
desconocimiento que nos apena y nos hiere; pero, a causa de esta
amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus apóstoles: la
gracia de conocerte, Jesús.
La
gracia de conocerte, Jesús.
Ángeles
y Arcángeles del Señor, prestadnos vuestra inmaculada pureza, a fin
de poder conocer con luz de inocencia a Jesús, a fin de hacerle
reconocer dondequiera como el Rey del amor adorable. Principados,
Tronos y Potestades, prestadnos vuestra luz celestial para conocer
íntimamente a Jesús, a fin de hacerle reconocer dondequiera como el
Rey del amor. Virtudes y Dominaciones, comunicadnos una centella de
vuestra sublime inteligencia para conocer claramente a Jesús, a fin
de hacerle reconocer dondequiera como el Rey del amor adorable.
Querubines y Serafines, ¡oh!, encendednos en las llamas de vuestra
caridad para amar con amor ardoroso a Jesús, todo amor, a fin de
hacerle reconocer dondequiera como el Rey del amor adorable.
(Aquí
un cántico al Sagrado Corazón, víctima de amor).
(Pausa)
Segundo
dolor
Tribulaciones
del corazón... desamor e ingratitud de parte de las creaturas
Las
almas. Divino Maestro, sufrimos de una herida cruel y
mortal..., herida del corazón: sentimos nostalgia de amor..., y no
somos amados. ¡Con cuánta sabiduría permites, Jesús, que las
creaturas no quieran o no sepan amarnos..., y que, a las veces,
rehusándonos su corazón, lo ofrezcan a quienes menos lo merecían o
lo esperaban!... Ello es cruel, pero desarraiga de la tierra... ¡Ah,
entonces sufre el corazón toda la intensidad del mal de soledad! Y,
entonces también sentimos despertar en nosotros una sed inmensa de
un amor más fiel, más fuerte y más puro...: el tuyo Señor... Esa
tortura, más que tortura, es misericordia y es gracia...
¡Quién como Tú conoce, Señor, la angustia del alma que no ha
encontrado sino frialdad y silencio en el corazón de los suyos!...
Pero esta congoja íntima parece inseparable de otra, no menos cruel:
los lazos más fuertes, lazos de familia, estallan, se quiebran... La
causa secreta de este dolor, o su fruto legítimo y envenenado, es
siempre... la ingratitud... ¡Qué hambre insaciable de amor se
despierta, en esos momentos de angustia, en nosotros, y cómo se
ahonda el abismo del corazón, ansioso de amar más, siempre más en
la desesperación de su dolor!...
Que,
si en esa hora de mortal desolación, cedemos a la tentación de
acudir en demanda de afecto, de consuelo a las creaturas, a aquellas
mismas que hemos tal vez colmado de favores, recibiremos con
frecuencia un escorpión en vez del pan que pedíamos...: esto es, un
rechazo, tanto más penoso cuanto más cortés en la forma... En
medio de tanto desamparo, tornamos los ojos, ansiando encontrar una
mirada compasiva, de afectuoso interés..., pero, ¡ay!, alrededor
nuestro se ha hecho el desierto de alma y de silencio... Y pensar,
Señor Jesús, que con suma frecuencia en esta tristísima historia,
como en la del Jueves Santo, la razón secreta de estas desventuras,
de tantos desengaños en la vida, es casi siempre el interés
mezquino y la vil moneda…
En
castigo de nuestro apego a los sórdidos tesoros y a los mentidos
placeres... Tú has ordenado, Jesús, o Tú permites que el oro y el
placer mundanos tengan el triste privilegio de envilecer el corazón,
de atosigar sus más nobles sentimientos... Mira ahora a tus plantas,
Jesús adorable, mira compasivo a estos amigos tuyos que han sufrido
y sufren todavía de esa hambre de amor..., te traen un corazón
herido, tal vez un alma en jirones... ¡Ah!, y Tú sabes que la
caravana de los que sufren este mal mortal de desamor es muy
grande... ¡Ten piedad de todos ellos, Corazón de Jesús!... ¡Ten
piedad también de nosotros, Jesús Crucificado!
(Pausa)
Estas
graves reflexiones entrañan una enseñanza cristiana de primera
fuerza y de suma trascendencia. Cada decepción de la tierra, como
cada lágrima, debiera ser para nosotros un toque de gracia, un eco
de la voz de Jesús, el único Amigo fidelísimo, el único... Este
Amigo divino jamás engaña, jamás... Oigamos, pues, con entera
docilidad su voz..., escuchadla..., os habla desde el Sagrario en
esta Hora Jesús. ¡Ay, a quién venís a confiar la pena que provoca
en vosotros la falta de amor!... Bien sabéis que si hay alguno en la
tierra que llore esta amargura, soy Yo,
Jesús...
Contemplad, si no, a este gran Herido...; poned los ojos en mi
Corazón atravesado... Pero, sabedlo desde luego, si las creaturas no
os aman como debieran, ello se debe, sobre todo, a que son ingratas,
antes que con vosotros, conmigo, el Dios de caridad... ¡Qué
experiencia tengo Yo, amigos del alma; qué experiencia amarguísima
de la pena que venís a llorar sobre mi pecho!... Hijitos queridos,
vuestro dolor lo comparto, y nadie, nadie más que yo, toma parte
íntima y sincera en esa vuestra angustia crudelísima, no lo
dudéis... Pero ya que así me habláis, dejadme instruiros con luz
de cielo en materia tan importante y delicada... Que mis palabras,
partiendo de mi Corazón herido, reconforten e iluminen los vuestros
apenados…
Decidme,
al quejaros con tanta amargura de la ingratitud de las creaturas, ¿no
sentís el remordimiento de haberlo sido vosotros conmigo..., y tal
vez con más responsabilidad?... ¡Os quejáis a Mí de que se os
olvida!...; ¡pobrecitos!... Pero..., y vosotros ¿no me habéis
olvidado también, y con frecuencia, por las creaturas?...
Me
afirmáis que éstas os arrebatan injustamente el cariño que decís
os deben... No lo apruebo, hijitos; pero... ¿no me habéis robado
también vosotros vuestro afecto?...
Y,
más aún, ¿no recordáis que a veces habéis arrebatado en favor
vuestro el cariño que esas mismas creaturas me decían... ¡Ya veis
el principal porqué de tantas de esas penas!... Y ahora oídme: no
penséis que el remedio al mal de desamor consista en que Yo os
devuelva todo el cariño que reclamáis de las creaturas... ¡Oh!,
no, ello os haría mayor daño...
El
remedio es otro: consiste en buscar ese amor no en las creaturas,
sino en el Creador... Por esto os digo a todos: ¡Venid a Mí todos
los que sentís un hambre devoradora de afecto; acudid a Mí, pues
las creaturas no podrán jamás hartaros!...
Venid
y apresuraos, porque esperaríais en vano si creyerais que las
creaturas abundan en nobleza de corazón... Acudid a mi Costado
abierto, fuente inagotable del amor verdadero...; pero en retorno de
mi Corazón adorable, dadme, ¡oh!, dadme los vuestros. Puesto que
sufrís al no ser amados, ¡venid y gustad un amor sobre todo
amor...; el mío!...
Y
porque este es divino, inmenso, así también, inmenso y profundo es
mi dolor cuando vosotros, hijitos, me rehusáis el don de amor que os
rehúsan los hombres, vuestros hermanos... ¡Ah, si supiérais qué
sed devoradora tengo de ser inmensamente amado!
(Pausa)
Y
ahora, acentuemos una idea que puede parecer extraña aun a los
mismos cristianos, y es que: el único que tiene un derecho pleno y
absoluto a ser amado, el único, es Nuestro Señor... ¡Dichosa
frialdad la de las creaturas, si con ellas nos desapegamos de la
tierra y si con ella compensamos también y reparamos la ingratitud y
el desamor con que tantos ofendemos al Maestro adorable!
(Un
momento de silencio)
Las
almas. ¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste
con nuestro desamor!... porque eres Jesús, ámanos más todavía a
pesar de nuestra ingratitud... Pero ofrece tu Corazón en especial,
Señor, a aquellos que padecen por faltarles el retorno de amor de
los hermanos: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor! (Todos)
Dales
Tú, en consuelo, más amor.
¡Corazón
de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos
más todavía a pesar de nuestra ingratitud!...; pero ofrece tu
Corazón en especial, Señor, a aquellos que padecen la herida de una
afección tronchada y que es sincera y honda: ¡oh, dales Tú, en
consuelo, más amor!
Dales
Tú, en consuelo, más amor.
¡Corazón
de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos
más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu
Corazón en especial, Señor, a aquellos que han sufrido la
deslealtad y la traición en la amistad: ¡oh, dales Tú, en consuelo
más amor!
Dales
Tú, en consuelo, más amor.
¡Corazón
de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos
más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu
Corazón en especial, Señor, a aquellos que padecen las funestas
consecuencias, de un amor culpable: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más
amor!
Dales
Tú, en consuelo, más amor.
¡Corazón
de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos
más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu
Corazón en especial, Señor, a aquellos que sufren en lo íntimo del
alma el mal de tedio y soledad: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más
amor!
Dales
Tú, en consuelo, más amor.
¡Corazón
de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos
más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu
Corazón en especial, Señor, a aquellos que, siendo buenos, leales,
generosos, no encontraron en retorno la medida de amor que habían
esperado: ¡oh, dales Tú en consuelo, más amor!
Dales
Tú, en consuelo, más amor.
Y
ahora, Maestro adorable, para santificar la decepción con que las
creaturas nos amargan..., y para reparar el amor vulgar y mezquino
con que se te ama a Ti, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor!
Aumenta,
Corazón de Jesús, nuestro amor.
Para
santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan.., y para reparar la tibieza de tantos cristianos ¡aumenta,
Corazón de Jesús, nuestro amor! Aumenta, Corazón de Jesús,
nuestro amor. Para santificar, Maestro adorable, la decepción con
que las creaturas nos amargan..., y para reparar el culpable olvido
de tantos, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.
Aumenta,
Corazón de Jesús, nuestro amor.
Para
santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar la falta de generosidad en tu servicio,
¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor!
Aumenta,
Corazón de Jesús, nuestro amor.
Para
santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos
amargan..., y para reparar la estéril y árida religiosidad
superficial de tantos católicos, ¡aumenta, Corazón de Jesús,
nuestro amor!
Aumenta,
Corazón de Jesús, nuestro amor.
(Si
es posible, un cántico al Sagrado Corazón).
(Pausa)
Tercer
dolor
Sufrimientos
físicos y materiales
Las
almas. ¡Con qué gran sabiduría has dispuesto, Señor,
que el cuerpo que nos diste para servicio tuyo, y que la tierra, con
todos los demás bienes temporales, creados para nuestro bien moral y
eterno, conspirasen en contra nuestra, Jesús, por haber conspirado
con pecado de rebeldía contra Ti, nuestro Bienhechor divino!...
“Peccavimus”...
¡Hemos pecado abusando de esos bienes, Señor!... “Miserere”...
¡Tennos
piedad!... ¡Ah, sí!, tennos piedad, Jesús, en tantos y tantos
sufrimientos temporales y materiales que no son sino el fruto amargo
de nuestro propio delito... Retorna, Maestro de misericordia, por los
mismos caminos que hace siglos recorriste...; retorna presto, Jesús;
vuelve a recorrer nuestros caminos polvorientos, donde aguardan,
postrados, que Tú pases bendiciendo nuestros queridos enfermos...
Bien sabes Jesús, que los amamos en Ti y para Ti... Consérvalos
todavía si fuere
(Todos)
(Tres
veces)
¡Señor,
si Tú quieres, puedes sanarlos!
Retorna,
Maestro, ¡oh!, vuelve a recorrer los caminos de la tierra, Amigo
divino; llama con insistencia a la puerta de tantos hogares, donde
reina una gran desolación..., la desesperanza y el desconcierto... Y
si la familia no te respondiera, si no te abriera sus puertas, no
aguardes, Jesús..., esa casa es tuya: entra, ¡oh!, entra en ella...
El silencio con que ahí se te responde, te prueba ya, Señor, que
ahí hay una dolencia grave que sanar... ¡entra! Mira alrededor
tuyo, desde el Tabernáculo... ¡Qué hacinamiento de ruinas
morales!...; ¡cuántos fracasos lamentables de mil proyectos
humanos..., de tantos sueños dorados de bienestar temporal y de
locas quimeras, forjadas y fomentadas por nuestra naturaleza egoísta
y miserable!...
Que
no se cansen, Jesús, tus ojos; mira alrededor tuyo todavía...;
contempla los escombros humeantes de tantos hogares deshechos,
desmembrados; de tantas fortunas desaparecidas, esfumadas... ¡Ay! Y
bajo el hacinamiento de tantas ruinas yacen amigos tuyos, heridos...,
que lloran. Pon en ellos tus ojos de cielo; mira compasivo, Señor, y
recompensa con un latido amoroso y tierno de tu Corazón dulcísimo a
tantos que sólo ayer daban a manos llenas a tus pobres...; ¡ah,
pero hoy, ellos acuden a Ti en su pobreza e imploran tu caridad, te
ruegan que remedies un desastre material que amenaza sepultarlo
todo!...
(Todos)
(Tres
veces)
¡Jesús,
Hijo de María, ten piedad de esos desgraciados!
Samaritano
incomparable y único, bien sabemos tus hijos que todo cuanto
permites y ordenas contribuye sabiamente a asegurarnos una felicidad
eterna...: ¡todo!...Y cabalmente, porque así lo creemos, hemos
querido esta tarde, inspirados por nuestra fe, y sin razonar,
bendecirte en la cruz de nuestra desgracia... Sin penetrar en el
secreto misterioso de tus designios; sin ver siempre claramente el
porqué de tantos dolores, creemos que eres bueno y misericordioso
cuando crucificas, y por esto nos abandonamos a tu amor... ¡Ah!, no
pretendemos, por cierto, comprender el enigma de nuestra vida en sus
vaivenes, Señor adorable, y mucho menos, ¡oh, no!, reclamar ni
rebelarnos en contra de tus decretos soberanos aunque éstos, con
frecuencia, estén en pugna con los intereses transitorios de nuestra
salud, de nuestros negocios y proyectos... Venimos, pues, a
protestarte con amor y fe, Jesús, que queremos vivir nuestra vida
tal como Tú nos la tienes trazada...: ni más dichosa ni menos
desgraciada de lo que Tú has resuelto eternamente que ella sea para
gloria eterna, tuya y nuestra... Bástenos saber, como Tú mismo lo
afirmaste, que no caerá un solo cabello de nuestra cabeza sin que Tú
lo permitas. Cuando Tú, pues, así lo ordenes, sabemos de antemano
que has procedido como Dios de amor... Y porque estamos plenamente
convencidos que Tú eres, ¡oh, Jesús!, la Revelación de la Bondad
del Padre y de la Misericordia infinita de Dios, descansamos ciega y
amorosamente entre tus brazos y nos abandonamos sin reserva a tu
Divino Corazón.
(Con
vehemencia de amor)
Señor:
Tú que dominas las tempestades, óyenos benigno; te prometemos,
Jesús, que en la enfermedad como en la salud, te diremos siempre con
eterna sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa
voluntad!
¡Gracias,
Jesús, y hágase tu santa voluntad!
Señor:
Tú que riges las leyes morales, óyenos benigno; te prometemos que
en la prosperidad y en la pobreza te diremos siempre con entera
sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!
¡Gracias,
Jesús, y hágase tu santa voluntad!
Señor:
Tú que ordenas las leyes de la naturaleza, óyenos benigno; te
prometemos que tanto en los éxitos, como en los fracasos de nuestros
asuntos temporales, te diremos siempre con entera sumisión y por
amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!
¡Gracias,
Jesús, y hágase tu santa voluntad!
Señor:
Tú que diriges las leyes que rigen a las sociedades, óyenos
benigno; te prometemos que en la situación de honor o de humildad
entre los hombres, te diremos siempre con entera sumisión y por
amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!
¡Gracias,
Jesús, y hágase tu santa voluntad!
Señor:
Tú que imperas sobre las leyes de la vida y de la muerte, óyenos
benigno; te prometemos que en el goce de la vida, como en la hora de
la agonía, te diremos siempre con entera sumisión y por amor:
¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!
¡Gracias,
Jesús, y hágase tu santa voluntad!
Cuarto
dolor
Angustia
del espíritu. Fugacidad y bancarrota de todo lo terreno y humano.
Las
almas. Mejor que nosotros, Tú bien sabes, Buen Jesús,
que ni la enfermedad ni las preocupaciones materiales de bienestar
material y de dinero, son las preocupaciones más angustiosas de la
vida, ¡ah, no! Hay otro torcedor: la angustia del espíritu... Esto
es, la inquietud constante, provocada por la caducidad y el fracaso
ineludible de todo lo de acá abajo... ¡Oh, qué penosa es la
incertidumbre de un porvenir, siempre obscuro..., qué abrumadora
aquella falta de reposo interior y de paz en el alma!...
Sé
Tú mismo nuestra paz, ¡oh Jesús!
(Tres
veces)
Sí,
Tú mismo y sólo Tú, has de ser nuestra quietud y nuestra paz...,
sólo Tú,
Maestro
adorable... Porque Tú jamás engañas... Porque Tú jamás
cambias... Porque Tú jamás mueres…
(Todos)
¡Qué
hielo mortal sufrimos sin Ti, Jesús! (Tres veces)
(Todos)
¡Sé
Tú nuestro calor de vida, buen Jesús!
¡Ay!
En vano pretendemos que las creaturas nos procuren una dicha, que
ellas mismas no poseen, no... El secreto de felicidad lo tienes Tú,
Jesús, y sólo Tú. Por esto te decimos, en nombre de la herida de
tu Sagrado Corazón: ¡sé nuestra dicha, Jesús!
Sé
nuestra dicha, Jesús.
En
nombre de tu corona de espinas, ¡sé nuestra gloria, Jesús!
Sé
nuestra dicha, Jesús.
En
nombre de tu amor de sangre en Getsemaní, ¡sé nuestro amor, oh
Jesús!
Sé
nuestra dicha, Jesús.
(Pausa)
Jesús.
Sí, hijos muy amados de mi Divino Corazón, Yo quisiera ser vuestra
paz... vuestro amor..., vuestra gloria..., vuestra única
felicidad... Yo, vuestro Jesús!... ¡ah!, pero, a vuestra vez, sed
vosotros también: gloria mía, dicha mía, y la jubilación de mi
Corazón adorable. Acabáis de hablarme de las congojas que torturan
vuestro espíritu y de las penas que amargan vuestras almas, en la
desaparición y ruina de todos los bienes perecederos de la tierra...
Pero no es esto, sobre todo, amigos queridos, lo que labra vuestra
desgracia... ¡ah, no!... Es un cielo, todo un cielo, el que os hace
falta..., el cielo de mi amor. Y entonces, cuando sufrís de ese mal,
cuando Yo os falto, siento Yo, a mi vez, que a Mí me falta algo...
el bien tan mío, que sois vosotros. Decís muy bien al afirmar que
vuestras cruces materiales son pequeñas en comparación con las
penas del espíritu... ¡Qué bien lo sé Yo mismo en la experiencia
que me procuran vuestras infidelidades!... ¡Ah, cuánto más cruel
es para Mí la angustia de Getsemaní, que no la desnudez de Belén y
la pobreza de mi hogar en Nazaret!... Conozco, ¡oh, sí!, aquel
abismo profundo y secreto en que se traban las luchas del espíritu
cuando se desencadena la violenta tempestad moral... Pero cabalmente
porque Yo lo sé todo, heme aquí, he venido para recoger la
confidencia que sólo a Mí podéis hacer... Acercaos, pues, y
desahogad el alma, contádmelo todo: zozobras crueles...,
preocupaciones de familia..., las alternativas de vuestros intereses
y negocios..., el porvenir incierto del hogar..., los temores y el
sobresalto por una desgracia que parece amenazaros...
He
aquí mi Corazón, vaciad en él toda la hiel de amargura de los
vuestros, toda...
No
temáis, decídmelo todo, pues soy Jesús, que os ama como nadie...
(La
Hora Santa debe ser la hora de verdadera y amorosa intimidad
recíproca entre el Corazón de Jesús y nosotros sus amigos.
Digámosle, pues, con toda confianza, en un lenguaje de silencio,
todo lo que nos apena... Pedídle luz en la tormenta, paz y fuerza en
la tribulación y amor en todo... ¡Habladle!...).
(Silencio,
pausa)
Jesús.
Y ahora, hijitos míos, después de haber desahogado en Mí vuestros
dolores, pensad también en los míos..., en mi Getsemaní, ya que
sobre todo para ello es la Hora Santa... Vuestras penas preparan el
espíritu para meditar, a la luz de una claridad divina, la infinita
amargura con que los humanos sacian mi Divino Corazón... ¡Oh, que
vuestras penas no os hagan olvidar las mías!... En vuestras
tristezas, pues, e incertidumbres..., en las decepciones y en las
sorpresas de dolor, poned los ojos y el alma en otra Cruz, la mía,
pensad en aquel Dios de cuyo Getsemaní es este Tabernáculo... Y
recordad, al sufrir, que vosotros no sois sino creaturas, y creaturas
culpables que os habéis desviado del camino recto..., que padecéis
por haber huido, a veces, lejos del redil..., por haber trocado
desgraciadamente el cielo por los abrojos y los frutos envenenados de
la tierra... Pensad y meditad que vuestra amargura no es sino la
cosecha de la cizaña sembrada por el pecado... ¿Qué sería de
vosotros si yo no endulzara, con misericordia, las lágrimas y
dolores que vosotros mismos provocásteis?... ¿Qué sería vuestra
vida si Yo no hubiera plantado, entre las espinas del pecado, mi Cruz
divina, cuya, amorosa y tierna, perdona y rescata, alienta, fortifica
y consuela?... Más que nunca, pues, amadme con ese vuestro corazón
herido, amadme con la fuerza de vuestras propias angustias. Y puesto
que habéis acudido a esta Hora Santa para considerar ante todo mis
dolores, midiéndolos, en lo posible, por los vuestros..., venid
ahora, venid y ved si todas vuestras agonías juntas pueden
compararse con la de mi Divino Corazón, desconocido...,
traicionado..., cruelmente herido... Más no olvidéis: vosotros sois
las criaturas culpables..., y Yo soy vuestro Dios y Señor... Venid y
ved, ponderad y medid, hijitos míos, si os es posible, según la
medida de mis dolores, la medida de mi amor, que, olvidando sus
propias angustias, se afana, se desvive, por suavizar y cicatrizar
todas las heridas, todas... ¡Ah, todas no!... Mi amor deja siempre
abierta la llaga de mi Costado..., ésta no cicatrizará jamás...,
quedará siempre abierta para recibir a mis hijos y amigos
dolientes...
(Un
instante de recogimiento y de plegaria en silencio. Puede entonarse
entre tanto un cántico apropiado).
Quinto
dolor
Fugacidad
de la vida –todo pasa–, separaciones crueles, inevitables: la
muerte.
¡Todo
es deleznable y transitorio..., todo, menos Jesús!... Él, y sólo
Él, es la eterna, la divina Realidad acá abajo. Todo lo demás,
creaturas y bienes, sueños de grandeza y sensaciones de placer,
oasis de alegría momentánea y relámpagos de gloria humana, todo,
todo pasa y muere..., todo se desvanece y se derrumba con estrépito
y con dolor al embate del tiempo, que vuela hacia la eternidad...
Pero en medio de ese diluvio de lágrimas, al borde del abismo de
tantas ruinas..., en los umbrales de aquella eternidad, cuyos
fulgores alumbra el camino sombrío y tenebroso del tiempo, está el
Maestro, el Salvador, el Rey-Amigo, está Jesús...
Sí,
Jesús, la única Realidad, la Realidad viviente e inmutable, que
desde este Tabernáculo preside como Soberano los vaivenes de la
vida..., los espasmos de la muerte... ¡Ah!... ¡la muerte!... Morir
es el dolor de los dolores, la angustia más cruel y decisiva, la
separación definitiva..., el dolor supremo... ¡Ah!, pero ¡cómo
reconforta el espíritu poner los ojos en el Verbo de Dios, Jesús, y
contemplarlo a Él, la vida, apresado por las garras de la muerte...,
y ultimado... y muerto en un patíbulo!... Es esto, a la vez que una
lección sublime, un sublime consuelo...
Meditemos,
al efecto, brevemente esta enseñanza en cuatro cuadros, hechos con
las lágrimas y los duelos del Corazón de Jesús.
Primer
cuadro
Un
inmenso duelo cierne un día sus alas de tristeza sobre la casita
encantadora de Nazaret: el justo José, aquel a quien ha llamado
tantos años, con respeto y cariño, “padre”, yace moribundo...
Su cuerpo, que desfallece ya en las supremas congojas, se reclina
dulcemente entre los brazos de Jesús..., mientras la cabeza del
padre adoptivo cae en supremo desmayo sobre su Corazón adorable...
Al lado del moribundo, una Reina, la Esposa fiel entre todas. Esposa
tierna y amante como ninguna, solloza con el corazón destrozado...
No es Ella sola la que gime desolada... El Rey de amor..., Jesús,
que recibió de ese Justo las amorosas caricias y el pan cotidiano,
ganado con sus sudores..., sí, Jesús llora también amargamente, y
Jesús es Dios... (Acentuado)
¡Corazón
misericordioso de Jesús, ten piedad de las viudas y de los huérfanos
que lloran esta misma desventura!...
(Breve
pausa)
Segundo
cuadro
Jesús,
pronto ya para iniciar su vida pública se despide del santuario de
su infancia y adolescencia, su querido Nazaret...; despídese también
de María Inmaculada..., y de aquella vida apacible, de retiro y
silencio, transcurrida en la intimidad estrecha de su divina Madre...
Bien sabe Jesús lo que le aguarda en el camino que está ya para
emprender... ¿Quién como Él sabe apreciar el tesoro que deja en
ese rincón pobrecito, en ese oasis, en el que ha vivido compartiendo
durante treinta años la paz y las zozobras de María?... Pero el
Padre celestial lo llama, y, sin más, helo en marcha... Por ese
camino de amarguras han debido siempre partir también, como Jesús,
los hijos del hogar, las avecillas del nido familiar... Con el alma
en jirones, cuando llega la hora, uno tras otro, se alejarán del
santuario en que dejan a los padres, que bendicen entre lágrimas a
los hijos de su amor... Los acontecimientos inevitables de la
vida..., o el cumplimiento austero de deberes de conciencia, con la
expresión de la voluntad de lo alto, y aunque duela, es preciso
someterse, romper lazos, y partir.
¡Corazón
de Jesús de Nazaret, ten piedad de los padres y de los hijos que han
debido saborear las heces de este cáliz!
(Breve
pausa)
Tercer
cuadro
Jesús
se despide el Jueves Santo de sus amigos íntimos de Betania...: deja
para siempre ese hogar, en demanda voluntaria del Calvario... ¡Ah! Y
aquellos amigos fidelísimos que lo querían tanto, tanto..., que le
brindaron el hospedaje de un amor ardiente..., que llamaron a Jesús
su Amigo íntimo, hubieron de recibir entonces de sus labios, en una
postrera confidencia, la revelación de la tragedia que se realizaría
al siguiente día... ¡Cómo se partieron esos corazones..., qué
desolación mortal invadió esas almas generosas, cuando llegó la
hora de la suprema despedida del Rey Amigo de Betania!... “¡Adiós!
–les dijo–. ¡Hasta mañana en el Calvario!”. Este cuadro suele
reproducirse en el adiós impuesto por las distintas vocaciones...,
sobre todo por aquellas que marcan con relieve una vida de
inmolación... Así deben un día despedirse y separarse los
predestinados que en el claustro, y a veces en pleno mundo, deben
rescatar a éste con la sangre de su alma...
¡Corazón
de Jesús, ten piedad de las familias y de los predestinados a
quienes reclamas este sacrificio redentor!
(Breve
pausa)
Cuarto
cuadro
La
escena pasa en el Calvario... El Señor Crucificado va a dar su
último adiós a la Reina de los Dolores, Reina de su adorable
Corazón... La muerte se cierne ya sobre el Divino Ajusticiado... ha
recibido licencia del Padre y del Hijo de acercarse cruel... para
apagar el soplo de la vida en el cuerpo sacrosanto del Salvador...,
en aquel cuerpo divino que María había calentado entre sus brazos
de Virgen Madre en las noches de Navidad...
Todavía
una mirada..., la última, y en ella otorga a la Reina Inmaculada, en
testamento, Juan, la Iglesia, las almas y su propio Corazón...
Un
último estertor..., y Jesús, inclinando la cabeza ensangrentada...,
expira.
(Acentuado)
¡Corazón
de Jesús, ten piedad de las madres y de los hogares que sufren hoy o
sufrirán mañana el golpe tan temido, pero implacable, de la muerte!
En recuerdo, Jesús, de María Dolorosa, te pedimos, te suplicamos,
que en esas horas de duelo crudelísimo, seas Tú mismo el Gran
Consolador... Y más: que seas Tú la Resurrección y la Vida para
aquellas familias enlutadas por la muerte...
Por
manos de la Reina de los mártires, te presento, Corazón Agonizante
de Jesús, las lágrimas de las madres y esposas atribuladas..., la
desolación y las tristezas de tantos hogares destrozados y
desmembrados por una serie de tribulaciones y desgracias..., los
llantos y el dolor acerbo de tantos corazones jóvenes todavía y
marchitos ya en plena primavera de la vida. Corazón tan compasivo de
Jesús, da a esas almas, y otórganos a todos, en la hora siempre
sorpresiva de la prueba, un refugio de paz en tu Costado abierto, y
en él, divina fortaleza y luz divina mientras dure la Vía
Dolorosa... ¡Ah!... Pero no podemos, absortos en nuestras penas,
olvidar las tuyas, Jesús Crucificado... Por esto te pedimos que
vengas con frecuencia a buscar en nuestras almas y en la intimidad de
nuestros hogares el reposo de amor a que te da derecho un Calvario
sufrido por amor nuestro... Y para probarte, Jesús amadísimo, que
hemos comprendido en realidad de verdad la lección de luz y fuerza
que nos han dado tu Cruz y nuestras cruces, terminamos esta Hora
Santa diciéndote, con el corazón en los labios, esta palabra de fe
inmensa y de caridad
(Tres
veces, en voz alta)
¡Gracias,
Jesús, por el cáliz glorioso del dolor!
Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la
Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria por el descanso eterno del alma de nuestro amigo
Fabián Vázquez y pidiendo consuelo cristiano para su familia.
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
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