sábado, 17 de junio de 2017

MES DE PREPARACIÓN PARA LA ENTRONIZACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Día20

EN LOS HOGARES
Por el Presbítero Rodolfo Vergara Antúnez
Año 1895


Breve reseña de la Entronización del Sagrado Corazón
Fundada por el Padre Mateo Crawley- Boevey SS.CC.


La inspiración que tuvo el Padre Mateo, autor de la Hora Santa (ver aquí) en Paray le Monial, lugar de las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque, para crear su Apostolado de la Entronización, puede resumirse en las palabras del Papa Benedicto XV, quien aprobó la obra de la entronización mediante una carta fechada el 27 de abril de 1915. En ella la definió así: «La Entronización es la instalación de la imagen del Sagrado Corazón, como en un trono, en el sitio más noble de la casa, de tal suerte que Jesucristo Nuestro Señor reine visiblemente en los hogares católicos». Se trata, pues, no de un acto transitorio, sino de una verdadera y propia toma de posesión del hogar por parte de Jesucristo Rey, que debe ser permanentemente el punto de referencia de la vida de la familia, que se constituye en súbdita de su Corazón adorable.
Si se desea que la Entronización produzca frutos maravillosos, dice el Fundador, forzosamente la ceremonia debe prepararse bien, por eso le proponemos a nuestros lectores durante el mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón, la meditación de este misterio insondable de amor por los hombres con los escritos del Padre Rodolfo Vergara Antúnez, autor del Mes de María, (ver aquí) para que el día 30 se pueda realizar la ceremonia que publicaremos. También les proporcionamos una imagen en alta resolución que pueden imprimir y enmarcar para poner el lugar más destacado del hogar (aquí).


 

DÍA VIGÉSIMO
Oración con que se comenzarán los ejercicios de cada día del Mes.


Adorable Corazón de Jesús, trono de misericordia y manantial inagotable de gracias, dignaos aceptar los homenajes de amor y de agradecimiento que traeremos al pie de vuestro altar durante la serie de bellos días consagrados a vuestra gloria como preparación para entronizarte en nuestros hogares. Obedientes a la dulce voz de vuestro Corazón, venimos a ofreceros el débil tributo de nuestros consuelos para haceros olvidar la ingratitud incomprensible con que tantos pecadores corresponden a la inmensidad de vuestros beneficios. La voz de nuestras alabanzas subirá cada día a las alturas de vuestro trono para apagar el eco de las blasfemias con que os ultrajan tantas almas rescatadas con vuestra Sangre Preciosa. Nuestros corazones, profundamente conmovidos por la amargura de vuestras quejas, vienen aquí a protestaros que os aman y que os amarán mientras les concedáis la vida, con toda la efusión y la ternura de que son capaces. Queremos reparar las ofensas que recibís continuamente de los infieles que no tienen la dicha de conoceros, de los herejes que tienen la desgracia de negaros y de los impíos que tienen la audacia de haceros implacable guerra. Nosotros hemos sido, es verdad, del número de los ingratos que os ofenden; pero, sinceramente arrepentidos de nuestros pasados extravíos, aceptad, ¡oh Corazón misericordioso! las reparaciones que os ofrecen nuestros dolores y nuestras lágrimas; las oraciones y sacrificios que te presentaremos durante este mes para que reines en nuestros corazones, nuestras familias, en la sociedad y el mundo entero ¡Viva Cristo Rey!


CONSIDERACIÓN

Efectos admirables de la Eucaristía en las almas.
En el primer tercio del presente siglo vivía en Saint-Palais de Francia una joven obrera a quien el Corazón de Jesús había escogido para presentarla las almas amantes como un modelo de amor y de piedad a la Santa Eucaristía. Llamábase María Eustela, y su nombre es hoy un. símbolo de la ternura y generosos ardores que Jesús inspira a las almas en el sacramento del amor.
María Eustela era pobre; y se veía obligada a pedir al trabajo de sus manos los recursos para la vida. Sin embargo, el mundo la asedió desde temprano con sus falsos y peligrosos halagos; y aunque ellos no consiguieron manchar su alma, lograron al menos despertar en su corazón virginal afición por sus vanidades y pasatiempos. Las solicitaciones de la gracia la persiguieron por algún tiempo sin obtener sino triunfos pasajeros. Pero hubo un día en que el divino Pescador de almas cogió la de Eustela en las dulces redes del amor eucarístico, haciéndola gustar en la comunión las delicias inefables que concede el Corazón de Jesús a las almas que quiere atraer hacia Él. Anegada en ese mar de dulzura, comprendió la nada de los halagos mundanales, y resuelta a ser toda de Dios, exclamó en trasportes de alegría: «Ángeles del cielo, regocijáos porque soy de Jesús para siempre. Habitantes de la Sión celestial, celebrad la conquista del Dios que os corona: ¡pertenezco toda a Dios! Oh amable Jesús, recibid el resto de una vida que hubiera debido consagraros toda entera. ¿Debía esperar tener quince años para haceros la ofrenda de mi corazón?» Vuestro amor ha triunfado de todos los enemigos qué asediaban mi alma y que os han impedido por tanto tiempo reinar en ella.»—Debo a la Eucaristía, decía en otra ocasión, el haber sido libertada tan pronto de las ligaduras del pecado; debo a este divino Sacramento, a cuyo recuerdo mi alma se dilata de amor, el haber comprendido tan presto la diferencia que debo poner entre el cielo y la tierra. ¡Oh dulzura inefable para el alma que sabe apreciarte, qué atractivos tan poderosos tienes para mi corazón!»...
Eustela no era ya la misma. Vencedora del mundo y de las pasiones, todo su anhelo era hacer sacrificios en aras de su nuevo amor. No tenía oro ni plata; pero, había en su persona un objeto que podía ser causa de vanidad, y aplicando sin piedad el hierro a la blonda y hermosa cabellera que realzaba sus naturales atractivos, la arrojó lejos de sí como una protesta contra las necias vanidades que había amado en otro tiempo. ¡Qué rápidos fueron los pasos de la joven obrera en las ásperas vías de la perfección! Como brotan las flores en fértil terreno al tibio soplo de las brisas primaverales, así al soplo dulcísimo del amor de Jesús en la Eucaristía brotaban todas juntas en su alma las virtudes cristianas.
«Mi divino Maestro, decía Eustela, no quería solamente que muriese a todo pecado, a toda inclinación terrena, a todo sentimiento que no fuese para Él; sino que oía a menudo en el fondo de mi corazón estas amorosas palabras: «Debo bastarte en todo.»—¿Cómo expresaré, continúa, el amor y el placer que me infundía Jesús cuando renuncié completamente a mi voluntad en la suya? Ella es mi paraíso, mi ocupación, mi delicia; ella lo suaviza todo y es parte a que me regocije de todo lo que su voluntad dispone. Cuando el dulce Jesús quiere algo de mí, me manifiesta su Corazón misericordioso, y con una dulce majestad me dice: Tal es mi voluntad; de mi corazón parte tal deseo; desde aquí te invito a hacer tal sacrificio. Y por satisfacer ese gusto divino hubiera aceptado la muerte más cruel después de una vida entera de padecimientos.»
Tal es el himno a la Eucaristía de la juventud de María Eustela. ¿No encenderán sus armonías el amor a Jesús sacramentado en tantas almas tibias? ¿Podrá el mundo hallar en corazones nacidos para el cielo mejor y más generosa correspondencia que el amor y dulzuras de la Santa Eucaristía?


Práctica Espiritual
Besar amorosamente alguna imagen del Sagrado Corazón para avivar nuestro amor hacia Él.


Oración final.


¡Oh Corazón Sacratísimo de Jesús!, quisiéramos que todos los corazones se reuniesen para amaros y que todos los labios se abriesen para bendeciros en un solo cántico de reconocimiento y de alabanza. Quisiéramos traer a vuestros pies todo lo que hay de grande y hermoso en el cielo y en la tierra; y que todas las criaturas salidas de vuestra mano omnipotente se unieran a nosotros para ensalzar vuestras grandezas y celebrar vuestras obras de bondad y de misericordia. Pero ya que esto no es posible, recibid, Señor, como débil expresión de nuestro amor, las flores con que nuestra familia adorna vuestra imagen, las luces con que iluminamos el trono de vuestra gloria y los cánticos de gratitud que cada día modulan nuestros labios. No miréis la pobreza de nuestras ofrendas, sino el amor con que os las presentamos; y en cambio, abrid en este Mes bendito los tesoros de vuestras gracias y derramadlas sobre vuestros amantes hijos, que atraídos por el encanto de vuestro Corazón y congregados en torno de vuestro altar, quieren glorificaros en estos santos días, para merecer la dicha de amaros eternamente en el cielo. Amén.










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